13. Amado descubre que Octavio huele a menta
Las palabras de Calista quedaron haciendo eco en los oídos de Amado, incluso después de que la historia llegó a su fin. Por más increíble que sonara, hacía que mucho de lo que no entendía sobre su familia cobrara sentido.
Era como dar varios pasos atrás después de haber estado apoyando la frente contra una pared, y ver que esta estaba cubierta por un gran mural colorido: un mapa del mundo atravesado por rutas que conducían a rincones donde se ocultaban sirenas, unicornios, centauros, y quién sabe qué más. Vio a los distintos actores: su bisabuelo, con sus trajes impecables, en busca de pistas; al tal Franco Lombardo, que había creado una organización paralela; a su tía abuela y a Calista, investigando de forma independiente. ¿Eran Octavio y él mismo ahora parte de esa red? ¿Qué más había que no conocieran?
Además, era verdad que la Galería Garza tenía un subsuelo. Alguna vez había estado allí, y sus memorias sobre él eran aburridas. Se podía llegar a él a través de una escalera o de un gran ascensor industrial, que descendía hasta un espacio donde los corredores eran anchos y las puertas metálicas. Según lo que tenía entendido, era un área de depósito. Nunca había imaginado que detrás de alguna de esas puertas pudiera haber algo que fuera más allá de fósiles comunes por clasificar, documentos o artículos de limpieza.
Tan perdido estaba en sus pensamientos que le sorprendió escucharse a sí mismo hablar, con un tono monótono:
—¿De verdad cree que hay un dragón en ese volcán, y que si no recupera su huevo va a causar una erupción?
—Como mínimo —respondió Calista, suspirando—. Y no sería una erupción común, la criatura podría ir hasta la ciudad de Heliópolis a recuperar su huevo de la Galería Garza. El volcán donde encontramos el primer huevo estaba en una pequeña isla en el medio del océano. Este caso es distinto, es una zona muy poblada. Esta ciudad también está en peligro, es posible que las consecuencias sean aún más terribles. Podría ser cuestión de pocas semanas, siendo generosa.
Octavio, quien con cada parte de la historia de Calista se había inclinado más hacia adelante en su asiento, se acomodó las gafas y preguntó:
—¿Fue usted quien intentó entrar a la presentación del huevo el otro día?
Calista se llevó una mano a la boca para ocultar una carcajada, y quien contestó fue Pía, arqueando las cejas:
—Ella quería hacerlo, tuve que convencerla de que no. Suponía que no exhibirían el huevo real, era un riesgo sin sentido que ella intentara entrar. Pero sigo teniendo algunos aliados cerca de la familia, que sirven como mis ojos. —Luego de decir eso, se acercó a Amado y se sentó a su lado en el sofá, para dirigirse a él—. Por eso supimos de tus dudas y decidimos contactarte, para informarte sobre lo que está pasando.
—¿Mi familia no sabe del peligro?
—Tus padres me creen muerta, y conocen la versión de la historia que cuenta mi hermano, sobre que Calista me lavó el cerebro. Mi madre, tu bisabuela, sí lo hubiera creído. —Los ojos de Pía se humedecieron un poco—. Me reconecté con ella, a escondidas... Ella me apoyó desde las sombras, hasta antes de fallecer, aunque no estaba muy involucrada con la fundación en sí. Pero tu bisabuelo nunca quiso volver a saber nada de mí. No he intentado contactarlo desde que se retiró de la fundación, no tiene caso.
Amado tragó saliva. Recordó las visitas a su bisabuela, cuando era más joven, y cómo cada vez que ella mencionaba a Pía, el resto se apresuraba a explicar que confundía los recuerdos.
—¿O sea que Antonio Garza sigue vivo? —preguntó Octavio—. ¿Y el tal Franco Lombardo?
—Sí. Franco tiene cerca de ochenta, y es posible que viva mucho más —dijo Calista, cruzándose de brazos con un bufido—. Me lo imagino pulverizando algún cuerno de unicornio para...
Aunque Calista continuó hablando, sus palabras comenzaron a volverse incomprensibles para Amado, que perdió el hilo de lo que ella decía. La cabeza le daba vueltas. Se esforzó en concentrarse y logró distinguir que Octavio mencionaba la vez en que su casa había sido robada. ¿Era posible que Franco tuviera que ver con eso? Amado intentó intervenir, pero no pudo. Donde estaba su garganta, sintió un hueco. Agradeció estar sentado, porque el suelo bajo sus pies pareció ablandarse.
—¿Amado? —dijo la voz de Octavio, cortando a través de la confusión.
—Estoy bien —aseguró Amado.
Tenía la boca seca, y quizá se notaba en su voz, porque Pía se puso de pie y volvió con un vaso de agua fresca. La sensación del frío del vidrio entre sus dedos, que contrastaba con el calor pegajoso de ese día, lo despejó un poco.
—Entiendo que todo esto es mucho —murmuró Pía—, pero sentimos que tenías que saberlo.
Amado asintió, pero en lugar de responder, dejó el vaso a un lado y se puso de pie. Necesitaba espacio, y aquella habitación, a pesar de sus altos techos y ventanales, no era suficiente. Con paso rápido, se dirigió a la puerta del cuarto y caminó a través del túnel de libros hacia la salida de la librería.
Apenas consciente de la mirada confundida del joven empleado que estaba en el mostrador del frente, siguió hacia la calle. A pesar de escuchar su nombre unos pasos atrás, continuó andando sin rumbo fijo entre las coloridas callecitas del balneario, como un barco a la deriva en busca de algún puerto disponible, hasta que alguien lo tomó del brazo. El gesto no fue brusco; lo devolvió a tierra con una firme gentileza.
Al darse vuelta no le sorprendió que su perseguidor fuera Octavio, agitado y con el pelo revuelto. Lo que le sorprendió fue su reacción al ver que tenía los brazos levemente abiertos en dirección a él. Dejándose llevar por una corriente invisible que lo empujaba hacia allí, Amado se refugió en ellos. No le importó el calor, que pasó a ser secundario.
—¿Crees que digan la verdad? —musitó Amado, cerrando los ojos. No necesitaba una respuesta, solo una confirmación de que no estaba siendo engatusado.
Las manos de Octavio se apoyaron sobre su espalda, con el mismo cuidado con el que Amado recordaba haberlo visto manejar fósiles en el pasado. Estaba a salvo allí con él, aunque fuera temporalmente. Se aferró a esa sensación lo más que pudo, sin pensar en cómo se veía desde afuera.
Octavio titubeó al responder:
—Es difícil de creer, pero yo sí he estado teniendo sueños extraños. Y, si es verdad, ¿qué tal si ese tipo que acusó a Calista tuvo que ver con la desaparición de la profesora Blanco?
—Tampoco descartaría del todo a mi familia —murmuró Amado.
Abriendo los ojos, se apartó un poco de Octavio, con la cabeza gacha. Estaban a la sombra de un árbol, en una callejuela en bajada que desembocaba en la playa. Octavio no lo soltó del todo: mantuvo una mano sobre su brazo. Aunque probablemente fuera solo por precaución, Amado lo encontró tranquilizador. Había algo en la manera de conducirse de Octavio que se sentía sincero, quizá por el hecho de que no parecía tenerle miedo a caerle mal a otros. Él no ofrecía sonrisas falsas ni regalaba elogios.
—Al final —dijo Octavio, desviando la vista hacia la playa por unos instantes—, es cierto que no eres como tus abuelos ni como tus padres. Pero eso es algo bueno, ¿no te parece?
Después de años de culparse por no estar a la altura de ellos, esas palabras resonaron en el interior Amado como una canción que nació en la forma de un eco y fue ganando fuerza. Estaba tan acostumbrado a sentirse roto que le costaba verse a sí mismo desde otra perspectiva. Ahora, se miró las manos y tuvo la convicción de que tenía el poder de hacer lo correcto. Quizá no fuera un gran poder, pero era un punto de partida.
Con un nudo en la garganta, levantó la cabeza y se encontró con la mirada castaña de Octavio, que lo arropaba con calidez, prestándole fuerza.
—Quiero recuperar el huevo y devolverlo al volcán —declaró Amado—. No me importa el precio.
Octavio asintió. Luego de dar un vistazo a su alrededor, acercó una mano a la mejilla de Amado, pero se detuvo antes de tocarlo.
—Somos dos —dijo en voz baja.
Amado fue quien dio un paso adelante, entonces, para acortar la distancia entre los dos. Con su propia mano, animó a Octavio a volver a mover la suya hacia él. Los dedos de Octavio se ajustaron a las formas suaves del rostro de Amado sin demora: el pulgar se apoyó sobre su mejilla, mientras que los otros dedos recorrieron el contorno de su mandíbula y su cuello. Las yemas cargaban una electricidad que se expandió al resto del cuerpo de Amado, y este comenzó a palpitar, demandando más.
La respiración de Octavio olía a menta. Nunca lo había tenido tan cerca, excepto en algún sueño, de los que despertaba temblando de vergüenza. Alguien como Octavio no se fijaría en alguien como él por voluntad propia, ¿o sí? Bastaba tan solo un movimiento más para que sus labios se encontraran. ¿Qué seguridad tenía de no estar soñando ahora, también?
El pulgar de Octavio bajó de la mejilla de Amado hasta la comisura de sus labios entreabiertos. En anticipación al contacto, Amado aguantó la respiración cuando Octavio se inclinó sobre él.
Entonces, el suelo tembló, rompiendo el frágil encanto, y los dos se apartaron.
Amado dio un respingo, preguntándose si sus propias rodillas lo habían traicionado. Al levantar la vista, sin embargo, vio a Octavio mirar hacia abajo con el ceño fruncido. La vibración se repitió una vez más, apenas perceptible, pero clara: un hormigueo incómodo que subió desde los pies a la cabeza.
—¿También lo has sentido? —preguntó Octavio con voz grave.
—Sí... —respondió Amado. No solo eso: una brújula interna le indicaba el origen.
Al mismo tiempo, miraron calle arriba, en dirección opuesta a la playa. Más allá de las casas del balneario, se levantaba en el horizonte la silueta de los frondosos cerros que lo rodeaban. Detrás de ellos, a su vez, se alzaba la sombra del volcán, que reclamaba su atención desde la lejanía.
Con suerte, tenían unas semanas, había dicho Calista. ¿Sería así? Acababan de recibir una primera advertencia, de eso estaba seguro.
—Tenemos que recuperar ese huevo... —dijo Octavio, sin despegar la mirada de la cima del volcán—. No creo que muchas personas tengan acceso al lugar donde lo guardan, después de lo que pasó con Calista. ¿Alguna idea de qué podríamos hacer?
Tenía razón, probablemente, pero eso podía jugar a su favor. Si solo el círculo más inmediato de su familia tenía acceso, había un día en que su atención estaría puesta lejos de la Galería Garza.
—El día del cumpleaños de mi hermana... —murmuró Amado.
Continuará.
Próximo: sábado 11/09.
¡Hola! Gracias por sus leídas, votitos y comentarios, son gente muy hermosa :D
Me encanta cómo le vienen prestando atención a pequeños detalles y captando pistas que he venido dejando, he visto teorías acertadas acerca de algunas cosas (no puedo decir cuáles).
Por si les interesa saber edades: Pía, Calista y los abuelos de Amado tienen entre 65 y 70, y el bisabuelo tiene 90 y algo.
A ver cómo hacen Amado y Octavio para conseguir acceso al lugar del huevo, ¿cuál será su primer paso?
¿Alguna vez un dragón les interrumpió la oportunidad de besar a su crush? Jajaja.
¡Ya llegará el momentoooo, perdónnnn!
Hoy traigo un meme al respecto:
¡Aesthetic!
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