10. Octavio quiere meterse en la boca del lobo

Mientras caminaba junto a Amado por los amplios pasillos del segundo piso, Octavio miró hacia atrás por encima del hombro, convencido de que su cuestionable actuación causaría sospechas. Tampoco ayudaba que los ojos de las pinturas de las paredes parecían observarlo.

—No te preocupes —le dijo Amado, al tiempo que se detenía junto a una puerta abierta—. Falta para el almuerzo. Mis padres fueron a hacer un mandado.

A continuación, invitó a Octavio a entrar a la habitación frente a la que se encontraban con un gesto cortés.

Octavio se preparó para encontrarse con paredes tapizadas de libros, y quizás una escalera que ayudara a alcanzar los de más arriba, pero no esperaba lo que vio al atravesar el umbral. Había una escalera, sí, solo que esta servía para llegar al entrepiso, donde se encontraba el segundo nivel de la biblioteca.

En el centro del nivel inferior había elegantes sillones colocados sobre alfombras de tipo persa. Las mesas y estantes estaban adornadas con objetos relacionados con el mundo de la literatura, desde una estatuilla que representaba al monstruo de Frankenstein a un modelo en madera del caballo de Troya.

En un rincón, Octavio divisó una puerta en miniatura encastrada en la pared y se agachó frente a ella. Parecía salida de Alicia en el país de las maravillas. Estaba a punto de probar si el pestillo funcionaba de verdad cuando escuchó la voz de Amado:

—Estos no son libros, pero podrían tener algo útil —dijo, pensativo. Estaba parado frente a las puertas abiertas de un mueble que contenía una serie de tomos y carpetas—. Esto es aquello que te mencioné, son documentos y álbumes de fotos de mi familia. Hay uno que va de 1975 a 1985. ¿Quieres revisarlo, mientras busco Viaje al centro de la Tierra?

Dado el secretismo de los Garza, Octavio no vaticinaba que algo tan a la vista contuviera grandes revelaciones, pero de todas formas se puso de pie para ir a echar un vistazo. Amado sacó uno de los álbumes del armario y se lo entregó a Octavio, quien buscó un sillón para revisarlo con más comodidad. El tomo, tan pesado como un volumen de enciclopedia, era difícil de maniobrar de pie.

—¿Sabes cuándo murió tu pariente? —preguntó, buscando entre las páginas a la rubia de la foto que habían recibido.

—No lo sé con exactitud, pudo ser por la época que Carla estimó. Cuando mi bisabuela vivía y empezó a tener problemas de memoria, la escuché preguntar por ella alguna vez. Mi abuelo le decía que se había ido de viaje, pero mi madre me contó que ella había muerto y que estaba enterrada en el extranjero. Solo le decían que estaba ausente por compasión. Pía era su nombre, por si llegas a verlo.

Amado cerró las puertas del mueble y se movió hacia otra parte de la biblioteca, mientras Octavio continuaba su propia búsqueda. En el álbum encontró escenarios conocidos, como los jardines de la Galería Garza, y otros más exóticos: glaciares, desiertos, pirámides rodeadas por selva. Entre las personas fotografiadas, sin embargo, no había rastro de la tal Pía.

Empezaba a creer que quizá hubiera muerto antes de 1975 cuando una imagen llamó su atención: una foto de una pareja en una excavación. A pesar de que ellos eran el foco, en segundo plano, sosteniendo un mapa, estaba Pía. Octavio levantó la vista y miró a Amado, que revisaba un libro en una actitud similar. Su perfil delicado coincidía con el de ella a la perfección. La mirada de Octavio se quedó revoloteando alrededor de él durante unos momentos, antes de volver al álbum, donde localizó otra foto en la que Pía también aparecía en el fondo de la escena principal.

—Empezaba a pensar que no existía —dijo Octavio—, pero aquí está. Hay pocas fotos de ella. Carla diría que es a propósito, que quizá había más y se deshicieron de ellas...

—No lo descartaría —respondió Amado, arqueando las cejas—. Yo también encontré algo. Aquí está el libro de Verne, edición de 1983.

Octavio dejó el álbum sobre el sofá y fue con Amado. El tomo que él sostenía era una edición de tapa dura de Viaje al centro de la Tierra. En la primera página había una dedicatoria escrita a mano, y a Octavio se le puso la piel de gallina cuando Amado se la señaló con el dedo. Comenzaba con «Querida Pía».

Mirando por encima del hombro de Amado, Octavio leyó el resto:

—«Cuando te decidas, consulta con las runas para saber dónde encontrarme. Esperaré lo que sea necesario. Calista». 

—¿Dónde, en el centro de la Tierra? —preguntó Amado.

Octavio sonrió a medias, consciente de pronto de que estaban tan cerca el uno del otro que su respiración hacía mover unas hebras del pelo de Amado. Ese día, él no olía a perfume, sino al desodorante que Octavio le había prestado; asociaba tanto ese aroma consigo mismo que percibirlo sobre la piel de Amado le producía un curioso hormigueo.

—Busca la página del criptograma de runas —dijo Octavio, en un esfuerzo por encauzar su atención nuevamente hacia el libro—. Capítulo dos.

Con cuidado, Amado comenzó a pasar las hojas, hasta que el infame criptograma hizo finalmente su aparición. Octavio gruñó al verlo. Amado se volteó un poco hacia atrás, estiró la mano y le tiró de una oreja con suavidad.

—Ya pasó, déjalo ir. Mira, aquí tienes una mejor razón para enojarte. —Dando toquecitos sobre el papel, Amado señaló algunas palabras subrayadas—. No te ves del tipo que anota directamente en los libros.

Tenía razón. La visión de aquella página arruinada hizo a Octavio apretar los dientes, hasta que recordó que estaban en busca de anomalías.

—La persona del mensaje dijo que sabríamos dónde buscarla si encontrábamos este criptograma —dijo Octavio—. La dedicatoria sugiere lo mismo. Entonces, estas partes subrayadas...

—Podrían ser un mensaje.

Octavio asintió, y las miradas de ambos se volcaron sobre el texto. Algunas de las marcas señalaban una sola letra, mientras que otras, un par, o palabras enteras. En total, eran seis las partes subrayadas. Comenzando por la primera, se ordenaban de la siguiente manera:

av

antigu

a

cinco

mil

cuatro

Hubo unos segundos de silencio, en el que los dos aguantaron la respiración mientras cada pieza caía en su lugar. Por un terrible instante, Octavio había temido que se tratara de un nuevo acertijo, pero no parecía ser el caso. Esta vez no tomaría horas resolver el enigma: el mensaje era directo.

Quien dijo lo que él estaba pensando fue Amado:

—¿Una dirección?

—Eso parece —respondió Octavio, con cautela—. Av. Antigua 5004. Así que allí es adonde nos invita a ir esa Calista, que probablemente sea la otra persona de la foto.

—¿Pero sería seguro ir? Si es así, también invitó a mi tía abuela a ir, y mira cómo terminó ella...

—¿Cómo terminó? En realidad, no lo sabemos. Dijiste que murió en el extranjero, nada más.

—No sé nada más. Solo estoy diciendo que tendríamos que tener cuidado. —Amado cerró el libro y se volvió hacia Octavio para mirarlo de frente—. No voy a dejar que vayas corriendo atrás de una persona que podría estar relacionada con una muerte misteriosa.

Los ojos de Amado titilaban, empapados de emoción. Octavio contuvo el aliento, contrariado. ¿De qué servía llegar hasta allí, si no iban a hacer nada con la información que tanto les había costado obtener?

—¿No me vas a dejar? ¿Qué eres, mi papá?

A pesar del tono jocoso de Octavio, Amado se mantuvo serio.

—Recuerda que mi madre dijo que hay gente peligrosa involucrada en estos asuntos —dijo, apretando el libro contra su pecho—. El mensaje lo recibí yo. ¿Qué pasaría si por mi culpa, terminaras en problemas, o algo peor...? Nunca me lo perdonaría.

—Si yo me metiera en problemas, no sería tu culpa.

—¡Claro que lo sería! —exclamó Amado, con voz trémula—. ¿Qué tal si te pasa lo mismo que a Pía? Esto ya no me parece tan buena idea. 

Cegado por la excitación de los descubrimientos, Octavio no se había detenido a pensar en las implicaciones; pero la inquietud de Amado era razonable. Si volvía a trazar en su mente el camino hasta ese punto en el tiempo, era como si se hubiera estado adentrando en un laberinto cuyos pasillos se volvían cada vez más estrechos e intrincados.

La amabilidad de la familia Garza para con él no los eximía de sus acciones sospechosas y de la forma en que habían tratado a la profesora Blanco, de quien seguía sin haber noticias. El mensaje misterioso y la tía muerta, a la que todos parecían querer olvidar, eran un recordatorio de que no debía dejarse seducir por el brillo superficial.

Frente a él, Amado parecía estar luchando por controlar una agitación que amenazaba con desbordarse. ¿Podría ser que el destino de su parienta hubiera tenido que ver realmente con una investigación similar a la de ellos dos? ¿Qué tal si ella se había metido con la gente equivocada? Una de las pocas certezas que tenía Octavio era que Amado era inocente. Ahora, eso complicaba las cosas. Quería obtener respuestas, pero la idea de guiar a Amado hacia la guarida de un león hambriento hizo que un sudor frío le recorriera la espalda.

—Estoy de acuerdo en que habría que tener cuidado —admitió Octavio, ofreciendo su mano, como había hecho el día anterior—. Deja que yo me encargue y vuelve a tu rutina.

Amado apretó la mano de Octavio y guardó silencio unos momentos. Luego, dando un paso hacia adelante, rogó:

—No lo hagas. No quiero que te pase nada malo.

Una vez más, estaban peligrosamente cerca. Octavio no retrocedió: apoyó su mano libre sobre el hombro de Amado y le dijo:

—Yo tampoco quiero que te pase nada malo a ti.

—¿No? —preguntó Amado, como si la idea le resultara difícil de creer.

—Claro que no, idiota. —Con gentileza, Octavio usó la mano que tenía sobre el hombro de Amado para atraerlo contra sí, hasta que sus frentes se tocaron—. ¿Puedo hacer algo para ayudarte?

—Me estás ayudando ahora.

Amado tomó una bocanada de aire con lentitud, al mismo tiempo que apretaba la mano de Octavio. Luego, cerró los ojos y continuó respirando hondo, hasta que la agitación disminuyó. En donde habían habido olas quedó un lago, en el medio del cual estaban los dos, frente contra frente. La ilusión se rompió cuando la punta de la nariz de Octavio chocó con la de Amado, y ambos se apartaron un poco, riendo.

—Perdón —murmuró Amado.

Octavio iba a responder cuando un golpeteo contra la madera los hizo volverse hacia la entrada de la biblioteca. Allí estaba la madre de Amado, apoyada en el marco de la puerta, contemplándolos con una sonrisa. ¿Cuánto tiempo llevaba en ese lugar? Octavio tragó saliva.

—¡Hola, chicos! Ojalá no tuviera que interrumpir, pero la comida estará lista en unos minutos.

—¡Ah, está bien! Ya íbamos a bajar —contestó Amado—. ¿Se arregló lo del vestido de Alana?

—Sí, venimos de recogerlo de la modista, ya quedó ajustado. A propósito, pediré que agreguen a Octavio a la lista de invitados.

Desconcertado por lo que escuchaba, Octavio miró a Amado, en busca de respuestas.

Con voz apagada, Amado explicó:

—Mi hermana cumple quince años, va a haber una fiesta. Pero es en dos semanas, no sé si...

La frase quedó inconclusa, pero Octavio entendió.

La connotación del silencio era que para entonces, aquella farsa ya no sería necesaria. Cada uno habría vuelto a su propia normalidad. En otras circunstancias, saber que no tendría que ir le hubiese sacado a Octavio un peso de encima. Esta vez, sin embargo, fue al revés: su pecho se contrajo, ahogándolo un poco. ¿Por qué le molestaba tanto la idea de perderse una fiesta, cuando usualmente solía buscar excusas para no ir?

—Sé que es con poca antelación, pero espero que puedas —le dijo la madre de Amado—. ¡Nos vemos abajo para comer!

Amado esperó a que su madre saliera de la habitación para hablarle a Octavio al respecto:

—No te preocupes por eso. Tú actúa como acordamos, yo me encargaré de dar las explicaciones después. —Todavía tenía el libro contra sí, y se aferraba a él como si fuese un salvavidas. 

—No quiero que quedes mal parado —dijo Octavio—. Lo vemos después.

—¿Qué vas a hacer sobre la dirección?

—Investigar un poco antes de decidirlo —respondió Octavio, sacando su teléfono del bolsillo del pantalón—. Ya aprendí mi lección, primero Internet —dijo mientras ingresaba la dirección que habían conseguido en la aplicación de mapas.

El resultado que obtuvo fue un lugar llamado Lidenbrock Libros, ubicado en una ciudad balneario vecina. Octavio no pudo evitar sonreír. Lidenbrock era el apellido del profesor protagonista de Viaje al centro de la Tierra, y el que la dirección correspondiera a una librería era un buen signo. No perdería nada con hacer una visita. Iba a proponérselo a Amado cuando este se le adelantó a hablar:

—Encontré a una Calista que trabajó para mi familia hace décadas. —Él también estaba revisando su teléfono, y sus ojos se quedaron pegados a la pantalla mientras hablaba—. Incluso ha dado entrevistas sobre el huevo últimamente, donde dice que la Fundación Garza suele mentir y ocultar cosas. Pero su reputación es horrible.

—¿En qué sentido?

—Ha estado involucrada en fraudes, como intentar pasar especímenes falsos por verdaderos. Además, fue a la cárcel por contrabando de fósiles...

—Tiene sentido que no quisiera dar su nombre de primera —murmuró Octavio, ajustándose las gafas—. Quizá tengas razón, no deberíamos meternos con alguien así.

A pesar de decir eso, las ansias de saber lo que aquella mujer quería contar lo carcomían por dentro. El punto señalado en el mapa era un imán que ejercía una fuerza irresistible. Puede que lo mejor fuera mantenerse lejos, pero en su interior supo que pronto estaría en camino hacia allí.

—Creo que sé lo que estás pensando —dijo Amado, resoplando—. Y no voy a dejar que vayas solo.

Continuará.

Próximo: Sábado 21 de agosto.

¡Hola! ¡Gracias por sus lecturas, votitos y comentarios! 

Esta semana estuvo muy cerca el beso...

¿Esta vez sí notaron que lo subrayado formaba una dirección antes de que los personajes lo señalaran?

¿Vos irías a la dirección o dirías "hasta aquí llegué"? 

Y por último, pero no menos importante, ¿cuál fue el mejor cumpleaños de quince al que fuiste? 

En mi caso, el que más recuerdo fue uno muuuy humilde, pero donde había una torta de chocolate y crema de menta en la mesa de postres que era CELESTIAL. El más fino al que fui fue de una persona con mucha plata, pero la torta de menta y chocolate del cumpleaños humilde fue la que se quedó en mi recuerdo. I'll never forget you~

Hablando de cumpleaños, mañana 15/8 es el de una lectora, TsuyuRyu, que escribe sobre dragones, si querés chusmear su perfil. ¡Feliz cumpleee!

Aesthetic del capítulo:

También dejo este modelo de Alana hecho con picrew.me:

¡Gracias por estar! 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top