Capitulo cuatro
Ver el cuerpo de la niña tendida en una dura cama, con los ojos forzosamente cerrados y sin ninguna expresión produjo una gran angustia en el corazón de Francisco, apenado por el suceso y maldiciéndose a él mismo.
―Todo esto es culpa mía... Cualquier persona que tenga contacto conmigo acaba mal. Mis padres ―inhaló una bocanada de aire ―, Paul, y ahora tú. No quiero perderte, no ahora.
Las máquinas a las que estaba conectada para que le suministraran alimento y bebida ocupaban un gran espacio en la sala, y pese a ello, conseguían ser infernalmente silenciosas. El joven abrazó el inconsciente cuerpo que tenía delante suya, sintiendo cómo si se le clavara una aguja en el cuerpo. Lo palpó con la mano, y encontrando algo puntiagudo, lo arrancó de un tirón. Las máquinas sufrieron un ligero aumento, y Kim empezó a respirar forzadamente, pero por sí sola.
Un objeto pequeño se escapó entre las sábanas y cayó al suelo de forma silenciosa. Era la pluma que se había incrustado en su pierna. Una pluma que, de alguna forma, había perjudicado gravemente a Kim. La miró con detenimiento, rozándola con la yema de los dedos y observando cada parte. No había veneno, droga o algún componente que la pudieran dejar en estado de coma; por no haber, no había ni una punta lo suficientemente afilada cómo para clavarse en la piel.
―Esto es muy curioso ―murmuró para sí mismo―. Es imposible que esto sea el causante.
―La hora de visita ha terminado― dijo una enfermera.
Una rápida mirada sirvió para que Francisco se diera cuenta que sería imposible discutir. Salió, resignado a volver lo más pronto posible, cerrando la puerta al salir. La enfermera quedó conforme, y tras cambiar unos cuantos líquidos, se fue ella también.
―Por fin solos―murmuró una voz heladora―. Hacía tiempo que no nos veíamos. Cara a cara. Sin intermediarios.
Silencio. Nadie ni nada respondió, algo que pareció animar al espectro. No tenía cuerpo, ni rostro, ni estructura. Se podría decir que era un trozo de aire con la capacidad de hablar.
―Bien, muchachita. Tenemos un trato pendiente. Sabes que tu existencia está contada. Vente ahora junto a mí y no sufrirás tanto.
Una ráfaga de viento abre de par en par las ventanas, mientras un haz de luz desvanece la oscuridad en la que la habitación se había sumido. El ente interpretó eso como un no, cosa que lo enfureció. Ello desató un caos en la habitación: el haz de luz desapareció y un tornado en miniatura empezó a mover todo lo que había. Pero, poco a poco, fue amainando a la vez que Kim empezaba a despertar.
Cuándo, por fin, estuvo totalmente consciente, el ser se desvaneció totalmente, y en su lugar, únicamente quedó una pluma negra. Pero ella sabía lo que significaba. Eso había ido a reclamar lo que con tanto ahínco había buscado; y aunque sabía que no era hora, no pudo evitar empezar a llorar.
Las horas pasaron. El ocaso se hizo presente, y aunque le faltaban fuerzas para moverse, hizo un sobrehumano esfuerzo para conseguir admirar esa vista. No sabía cuánto más duraría. Si siquiera su madre pudo aguantarlo, ella no se creía capaz de poder lograrlo. Puede que fuese su último ocaso, ¿quién podía estar seguro? Mirada por aquí, mirada por allí. Parecía no haber nada más que esas blancas paredes que rodeaban la habitación.
El sol se ocultó definitivamente ese día. Kim se dejó caer en la cama, agotada. No era capaz de notar la presencia del ser maligno, pero estaba segura que librarse de él no sería tan fácil. Minutos más tarde, se quedó dormida, vencida por el agotamiento.
El día siguiente amaneció húmedo, con las nubes luchando por ocultar el sol. Francisco se apuró lo más que pudo para llegar al hospital y no desperdiciar las horas de visita. Pero antes de que él entrara, un médico analizaba la evolución de la niña a lo largo del día anterior. Se alarmó al ver el aumento repentino de pulsaciones, que parecían antinaturales.
Salió con cara de preocupación y se sentó al lado de Francisco. Empezó a contarle los resultados de la observación, y le dijo que sería imposible darle de alta ese día. El joven no dijo nada; aunque sabía que Kim estaba perfectamente lista para irse. Pero cómo si le contaba lo que pensaba lo tomaría por loco, prefirió dejarse las objeciones para él mismo.
Entró a la sala, anormalmente oscura y se sentó al lado de la cama, mientras la niña seguía durmiendo profundamente. Unas lágrimas brotaron de sus ojos, liberando toda la rabia que llevaba acumulada.
Lloró sin cesar. Echando toda la bilis que tenía acumulada, junto con el miedo al futuro y compasión por la niña.
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