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Un par de labios moviéndose contra la piel del otro. Dylan recorrió el cuerpo de Thomas con suaves y húmedos besos, su lengua degustando un sabor salado debido al sudor. No sabía cómo terminaron ahí, su mente estaba llena de memorias borrosas que habían sucedido hace solo unos minutos atrás. Con cada parpadeo, algo cambiaba, aunque estaba consciente de casi todo lo que pasaba. Disfrutaba de la forma en que Thomas gemía, las yemas de este acariciando su espalda desnuda. Le encantaba tener a Thomas exactamente como lo había imaginado en sus fantasías. Su sabor, su olor, la manera en que su tacto era electrizante, todo eso dejaba a Dylan sin aliento, ansiando más y más de ello. Pero era así: cada vez que parpadeaba, había un cambio.
Un parpadeo, Dylan ascendía hacia los dulces labios de Thomas otra vez. Otro parpadeo, sus manos quitaban el pantalón del rubio. Un parpadeo más, Thomas se encontraba sobre él, desabotonando sus jeans mientras enterraba los dientes en su carne, la cual se sentía caliente y sudorosa. Parpadeo. Dylan miró directamente hacia esos ojos cafés y se desembriagó por un minuto, preguntándose si Thomas estaba ebrio o no, si se daba cuenta de lo que hacían o si el muchacho se arrepentiría por la mañana. Se cuestionó si Thomas era capaz de percatarse sobre sus sentimientos, de ver a través de él y leer su mente, de notar que la razón de sus actos no era el alcohol: tal vez estaba borracho, sí, pero también estaba siendo sincero respecto a sus acciones.
—Dyl... —murmuró Thomas y Dylan besó un punto débil en su cuello que lo volvió loco, haciéndolo hablar cosas sin sentido. Sus bocas se unieron de nuevo, dientes colisionando y lenguas peleando, gemidos reprimidos agolpándose al fondo de sus gargantas.
No se trataba de simple lujuria, sino que era algo más profundo, algo de lo que Dylan siempre había intentado abstenerse, mas todo resultó siendo en vano; su cuerpo hacía lo que el subconsciente le ordenaba, y estaba bien, porque tampoco iba a resistirse. La única duda rondando en su cabeza era si Thomas sentía lo mismo —y no tenía la menor idea de cómo lograba pensar en ese estado— la misma y repetitiva pregunta que estuvo ahí desde el inicio, mas no podía dejar de pensar en ello, ya que la inseguridad tenía una fuerza mayor sobre él. No quería que todo fuese algo de una noche para Thomas; quería demostrarle con ese honesto acto cuánto lo amaba, sin embargo, temía no recordar nada a la mañana siguiente.
Sintió sus bóxers siendo removidos, el desconocido pero agradable tacto de la mano del rubio sobre su erección llevándolo al paraíso de ida y vuelta. Cerró los ojos y después sonrió, mordiéndose el labio inferior para contener los sonidos que planeaban deslizarse a través de su boca apenas esta estuviera entreabierta. No había necesidad de palabras y eso le alegraba. Abrió sus ojos, encontrándose con los de Thomas, grandes y de un intenso color chocolate, y los contempló: el deseo se veía dentro de ellos y rezaba para poder hallar algo más, tal vez amor. Dylan rogaba que Thomas pudiera ver lo que él sentía.
Los labios de Thomas se conectaron una vez más con el cuello de Dylan, quien no comprendía cómo era posible que se sintieran tan jodidamente bien sobre su piel. Ese chico británico lo arrastraba al borde de la locura y siquiera estaba al tanto de ello.
—Oh, por Dios... —susurró Dylan y Thomas esbozó una ligera sonrisa que al castaño le fascinaba. Thomas lo masturbaba, su mano subiendo y bajando mientras Dylan no conseguía hacer nada más que empuñar sus manos contra la espalda del rubio, hundiendo las uñas en su piel y dejando diminutas marcas rojas con forma de media luna, las cuales se desvanecieron en segundos— Mierda —musitó, esta vez mucho más alto.
—Dyl, tienes que ser silencioso —murmuró Thomas en un tono suave, una sonrisa plasmada en su rostro. Detuvo lo que hacía con Dylan más abajo, por lo que este último se quejó con pequeños refunfuños—. No queremos que nos oigan, ¿o sí?
De alguna manera, con tan solo escuchar el acento de Thomas, Dylan se excitó mucho más que hace unos segundos atrás. Besó a Thomas de manera hambrienta, un beso desaliñado y de movimientos entorpecidos, entretanto el rubio continuaba tocando a Dylan hasta que estuviera pidiendo más de ello.
Las cosas sucedieron realmente rápido, y en ciertos momentos Dylan creyó estar soñando por lo irreal de la situación. De pronto, una sensación totalmente nueva viajó por su espina dorzal, muy extraña y bastante lejana del placer. Uno de los dedos de Thomas se encontraba dentro de él, enviando punzadas de dolor, sintiéndose incómodo y, por poco, insoportable; no obstante, de vez en cuando mejoraba y después de añadir otro dedo, no conseguió reprimir sus gimoteos.
Para ambos parecía ser mucho mejor de lo imaginado, incluso si Dylan pensaba que al principio dolió como los mil demonios. Thomas trataba de ser delicado, cuidadoso de no ocasionarle algún daño y apartando la satisfacción propia para preocuparse por la de Dylan, razón por la que lo penetró con pausa y tomándose su tiempo, algo que Dylan notó y en seguida le aseguró que estaba todo bien. Bueno, al comienzo fue una mentira, porque el dolor no cesaba... No obstante, bastaron unos minutos para que fuese verdad, ya que el dolor fue finalmente reemplazado por un placer total.
—¿Estás bien? —inquirió Thomas, su boca cerca de la oreja de Dylan, y paró de moverse, mimando una de las piernas que le rodeaban el torso.
—Estoy bien —contestó Dylan, mirando directamente hacia sus ojos y asintiendo.
—Estás segu...
—Dios mío, Thomas —interrumpió entre risas y atrajo al rubio muchacho por la nuca para besarlo. Al mismo tiempo ejerció un movimiento circular con sus caderas, una deliciosa sensación que los tuvo gimiendo al instante—. Ahora, muévete —añadió, su voz llena de deseo.
Entonces, Thomas obedeció y empezó a embestirlo a un ritmo lento que no tardó en ganar velocidad. Los dos querían casi gritar gracias a las fuertes sensaciones, en especial Dylan, quien al parecer se expresaba mucho más de manera vocal. Lo mejor de todo era la ternura, los suaves toques, la sensación de complementarse, de volverse una sola persona.
Y así sucedió: un parpadeo, Dylan creyó tocar el cielo y las nubes con las yemas de sus dedos. Otro parpadeo, besó a Thomas una vez más, recostó la cabeza en su pecho y pensó que no podría estar más feliz antes de cerrar los ojos, cayendo dormido con una pequeña sonrisa en sus labios.
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