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—Oye, ¿todo bien? —le preguntó Thomas, sentándose a su lado con un vaso plástico de color rojo y el entrecejo arrugado. Dylan estaba distraído dentro de su mente, y sus pensamientos no eran los más sobrios. Sentado allí por varios minutos, tal vez media hora, bebía y bebía de la botella de vidrio que hace un rato estaba casi llena; ahora se encontraba vacía, un sorbo más y el licor habría desaparecido— ¿Dylan?
—¿Qué? —espetó él. No quiso responderle en ese tono tan molesto, pero algo en su mente no funcionaba bien.

  Dylan se sentía enojado, mas no con Thomas, sino que consigo mismo por ser un cobarde al no confesarle sus sentimientos. Aunque también era por darse cuenta de que estaba bebiendo debido a su frustración y tristeza, debido a su amor por Thomas.

—N-nada... Lo siento —respondió Thomas, sonando confundido y herido a la vez. Él sabía que algo andaba mal con Dylan desde que notó cuán rápido pasó de ser solo risas a una sonrisa forzada, sumándole a eso la forma en que observaba la cajita de regalo en sus manos como si fuese lo más interesante del mundo, y Thomas tenía la certeza de que su verdadera intención había sido evitar cualquier tipo de contacto visual.

  Thomas tragó saliva y posicionó su vaso en el piso, a un lado del sillón para que nadie pudiera patearlo y derramar la bebida restante. Jugó con sus pies y manos, mirando hacia cualquier lugar menos al chico de cabellos castaños que se encontraba junto a él.

  A Dylan no le tomó mucho tiempo reconocer su error, por lo que tragó de manera apresurada lo poco que quedaba dentro de la botella y la dejó en el suelo. Contempló a Thomas, sintiéndose mareado y tratando de pensar en las palabras que podría utilizar para disculparse; necesitaba hacerlo, ya que el culpable no era Thomas, sino que él. Era culpa de Dylan por enamorarse de ese británico de cabellera rubia y cautivadores ojos marrones. Era culpa de Dylan por no decirle nada al respecto. Era todo culpa de Dylan, ese pensamiento rondaba en su cabeza.

  Thomas suspiró y se puso de pie, pero Dylan agarró su mano justo a tiempo y lo detuvo.

—Tommy... Lo siento —dijo Dylan con sinceridad, arrastrando cada palabra. Hasta ese entonces, no había notado cuán difícil era llevar a cabo una acción tan simple como hablar.

  Thomas dio media vuelta y lo miró, una sonrisa abriendo paso entre sus labios y un brillo en sus ojos. Se sentó de nuevo y no soltó la mano de Dylan, pensando que al muchacho no le importaría si la sostenía por un rato.

—Estás jodidamente borracho —sentenció Thomas, a lo que Dylan soltó una risa.
—Nahhh, no- no lo estoy. Estoy bien.

  Thomas no estaba muy seguro del porqué, mas observaba las expresiones de Dylan con ternura. Nunca había tenido la oportunidad de verlo ebrio y, mierda, sí que era adorable; aunque sabía con claridad que no se trataba de un "adorable" del tipo amistoso, definitivamente era algo más. Y cuando miraba dentro de esos ojos color ámbar, era como si un montón de mariposas revolotearan en su estómago. No creía que fuese una sensación negativa, puesto a que se sentía bien, y si bien tenía claro que era algo de lo que preocuparse, no lo hizo.

—Claro, por supuesto que estás bien —contestó Thomas con un ruedo de ojos—. Así que... ¿te sientes mejor ahora?
—Síp. Mucho mejor —replicó Dylan, todavía modulando con lentitud. Se acercó mucho más a Thomas, las manos de ambos aún en un firme agarre. El calor que sus palmas emitían era grato, una sensación agradable proviniendo de un gesto tan simple.
—¿Dyl, cuánto bebiste?
—No... No lo sé —Y luego Dylan estalló en pequeñas risitas que, desde la perspectiva de Thomas, lo hacían parecer un niño pequeño, encantándole la manera en que sus ojos brillaban al sonreír.

  En realidad, Thomas no se sorprendía tanto al admirar la belleza del muchacho porque no era algo nuevo, no obstante, desde que conoció a Dylan había intentado disimular los vistazos que le daba y la felicidad que el chico le brindaba. Se la pasaba tratando de dejar los sentimientos a un lado, en algún rincón oscuro de su cabeza, todo por pensar que jamás sería correspondido. Pero no era como si en ese momento todo hubiese cambiado en un abrir y cerrar de ojos, y que de pronto tuviera la seguridad de que Dylan sentía lo mismo. Solo pensó que era ocasión perfecta para disfrutar de su compañía y de estar junto a él tal y como siempre lo quiso, ya que el chico estaba tan ebrio que la posibilidad de que no recordara nada al día siguiente parecía ser enorme, un  elemento a absoluto favor de Thomas.

  Se miraron el uno al otro. Thomas observó cómo las mejillas de Dylan tomaron un color rosa y, por otro lado, Dylan se encontraba embobado con las facciones de Thomas y la forma en que sus ojos se enfocaban solo en él; incluso en ese estado de intoxicación era capaz de sentir tanto con una sola mirada y sus manos entrelazadas. Se sentía como un sueño, esos de los que no quieres despertar nunca.

—Heyyy... ¿Quieres bailar? —preguntó Dylan en algo similar a un balbuceo, todavía haciendo lo posible por articular con claridad. Thomas estuvo a punto de aceptar, pero pensó que el chico no podría siquiera mantenerse de pie en esas condiciones.
—¿Estás seguro de que te quieres parar? No creo que sea una buena ide... 
—¡Claro que sí! —exclamó Dylan, sin estar consciente del volumen de su voz. Thomas lo vio levantarse, las manos a cada lado de sus caderas y una gran sonrisa pintada en su boca, y negó con la cabeza entre risas, hallando graciosa la actitud del muchacho en estado de ebriedad. Luego, se puso de pie y permaneció a su lado—. ¿Qué dices? —Dylan le ofreció una mano y el tono que utilizó hizo a Thomas reír.

  El mayor asintió, tomando su mano y accediendo a ser guiado a través del pequeño grupo de personas. No fue más de un metro lo avanzado cuando Dylan se detuvo en seco a un lado de Tyler, susurró algo en su oído y los dos  carcajearon, Thomas contemplando la escena sin entender del todo lo que sucedía. Posteriormente, Tyler desapareció y Dylan se aproximó a un Thomas algo confundido, quien habló de inmediato.

—¿Vamos a bailar o qué?
—Ajá. ¡Solo espera un segundo! — Tomó literalmente un segundo. La música cambió de repente y otra canción electrónica sonó, aunque parecía ser la canción favorita de Dylan o algo así, porque el muchacho bosquejó una amplia sonrisa y comenzó a bailar de una forma ridícula y divertida, haciendo inevitable el reírse de él—. Bueno, ¿bailarás o no?

  Thomas asintió con una sonrisa y se movió al ritmo de la rápida melodía, acercándose más y más a Dylan. Al principio todo era inocente, solo dos amigos divirtiéndose. Thomas rió, echando su cabeza hacia atrás; Dylan hacía unos movimientos raros y bastante graciosos que lo tenían carcajeando como un loco. No le importaba si el muchacho estaba borracho, ya que seguía siendo el mismo Dylan de siempre, ese que solía actuar de forma entretenida y hacía tonterías que le sacaban una y mil sonrisas al rubio.

  Lo que marcó la diferencia fue que al terminar la canción, otra que poseía un ritmo más sensual y seductor se oyó a través de los parlantes y, por supuesto, el cambio de música llevó a un cambio total de ambiente, por lo menos para ellos dos.

  Dylan estuvo más cerca que nunca de Thomas, sus manos cogiéndolo por la cintura y su aliento tibio golpeando directamente en el cuello del rubio. Thomas deseaba decir algo, pero las palabras no hallaban salida en su mente, así que resolvió que lo mejor sería disfrutar del momento y encontrar placer en esos suaves besos que Dylan comenzaba a dejar en el hueco de su cuello. Las caderas de ambos rozaban de una forma que a Thomas le desesperaba, ocasionando que sus manos se aferraran con firmeza a la espalda del menor, la cual emitía calor puro a través de la delgada tela de su ceñida camiseta.

  En su interior, Thomas le agradecía a la persona que había apagado las luces, y Dios, su único deseo era aprovechar ese momento al máximo, porque las acciones de Dylan tenían una directa relación con un abundante y desmedido consumo de alcohol. O al menos eso era lo que él creía.

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