10 de Noviembre de 2016
El narrador secundario debe ser objetivo dentro de su subjetividad, sólo debe plasmar lo que sabe; sin entrar en los pensamientos del protagonista, a no ser que se los cuente, en este caso debe aclararlo. No puede saber lo que piensa, aunque sea quien mejor le conozca.
El autor siempre debe ser objetivo, porque sino sólo puede contar una historia. Es subjetivo a la hora de elegir la historia. Para escribir debe documentarse y contar de forma objetiva. Una cosa es su estilo, que puede ser subjetivo, y otra muy distinta la trama; que siempre debe ser objetiva.
Éste es mi segundo ejercicio de narrar la misma historia con tres narradores diferentes. En vez de hacer tres versiones, lo he hecho en una. Cada narrador cuenta una parte de la historia.
El caso Frozenmeat
Lunes, 8 de la mañana. Bárbara Frozenmeat abre el congelador, lleno de carne congelada y saca unos filetes. Desayuna tranquila y friega los platos de la cena. Cuando acaba, suena el teléfono. Es el jefe de su marido Peter, quien no llegó a su trabajo. Ella contesta que despertó después de irse y que no sabe nada más.
Cuando Bárbara está cocinando, la policía llama a su puerta. El inspector se presenta y ella le deja pasar. Formula las preguntas de rigor y no saca nada en claro.
El inspector.
Otro caso de desaparición. Suelen ser los más fáciles, porque nadie puede desaparecer sin dejar rastro. Me siento frente a la computadora y tecleo Peter Frozenmeat. Raza negra, treinta años, nacido en Tucson, escapó de su familia siendo adolescente por los malos tratos. Casado con Bárbara, residen en Harlem. Quejas de los vecinos por hacer ruido de noche, como gritos y objetos rotos; maltrato sin duda, pero ninguna denuncia.
Me encamino solo a la vivienda. Ella es atractiva, misma raza que su marido, atenta.
—Si no le importa, vayamos a la cocina, estoy preparando la comida. ¿Le apetece tomar algo?
Me salto la regla de no beber estando de servicio:
—Le aceptaría una cerveza, hace mucho calor.
—Con mucho gusto.
—Gracias. ¿Qué sabe de su marido?
—Nada. Ayer no salimos de casa. Nos acostamos pronto y se fue cuando yo dormía.
— ¿Es cierto que la maltrata?
—Sí, pero sólo cuando se emborracha. Ya estoy acostumbrada.
— ¿Por qué no le ha denunciado?
—Es incapaz de matarme, no puede vivir sin mí, ni yo sin él.
—En su lugar, yo no estaría tan seguro.
—Le conozco mejor que usted.
—Cambiemos de tema. ¿Qué hizo Peter ayer?
—Vino a casa casi al amanecer, borracho. Quiso violarme, no me dejé y le di un golpe en la cabeza. No despertó hasta el mediodía, hecho un corderito y sin recordar nada. Disfrutamos juntos, vimos la tele y nos acostamos pronto.
— ¿Le contó de algún sitio que le gustaría ir?
—Ayer no. Su ilusión es ir a Europa. Trabaja duro para conseguirlo y nunca había faltado a su trabajo.
—Gracias por su atención y la cerveza, señora.
—Es lo menos que puedo hacer. ¿No quiere registrar la casa?
—Los peritos vendrán más tarde.
—He preparado comida para dos y dudo que mi marido venga. Le invito a comer.
—No quisiera abusar de su confianza.
—No es abuso. Es agradecerle por adelantado que encuentre a mi marido.
—En ese caso, acepto.
La carne está deliciosa, me ha dicho que es de cerdo.
Los vecinos que pude preguntarles coinciden en su simpatía por ella y desprecio a él. Algunos despertaron cuando el desaparecido llegó y nadie sabe cuando salió. Los peritos tampoco aportan nada nuevo.
Las pesquisas en Tucson, medios de transporte y hospitales tampoco aclaran nada. Sospecho de ella, pero como no tengo pruebas decido dar el caso por cerrado. El comisario opina igual.
Bárbara.
Domingo de madrugada. Peter me despierta por el portazo y los tropezones. Otra vez borracho, ahora no se va a salir con la suya. Estoy decidida a hacerlo, no puedo aguantar más. Me hago la dormida.
— ¡Hola gatita! Ya estoy aquí, ¿me echabas de menos?
Yo, ni caso, espero. Siento como se acuesta y lo intenta por las buenas, sigo sin inmutarme. Grita:
—Despierta, zorra. Eres mía y vas a hacer lo que yo quiera.
Éste es el momento que espero. Le sorprendo con una agilidad que no espera de una recién despierta. Cojo un pañuelo oculto bajo la almohada, rodeo su cuello y aprieto con todas las fuerzas que me brinda la desesperación. No puede resistir.
Menos mal que el baño está cerca, lo arrastro hacia allí por los pies. Lo meto en la bañera. Recuerdo como nos conocimos en la carnicería de mi padre, ya era una experta en diseccionar.
Es hora de limpiar sus fragmentos. La ducha arrastra toda su sangre al desagüe. Lo dejo en la bañera hasta que se seque, mientras desayuno.
Lo empaqueto por separado y lo guardo en el congelador. Falta por decidir lo más arriesgado: ¿cómo eliminar los restos que no puedo comer? No debo tirarlo a la basura, tarde o temprano lo encontrarían.
Opto por triturar, mezclo el polvo resultante con agua para poder moldearlo y fabrico jarras y otros recipientes.
Lunes. El inspector no descubre nada, aunque ha comido su carne y bebido en una jarra elaborada con Peter. Los peritos registran todo, incluso el congelador y la basura, sin averiguar nada.
¿Quién te lo iba a decir, Peter? Me estás cuidando mejor muerto que vivo.
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Como ejercicio, debemos redactar tres microrrelatos según los puntos de vista de dos pintores, un turista y un residente.
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