La brisa hace que las hojas caigan al suelo, a lo lejos escucho el graznar de algunas aves, y el rechinar de las ramas que rozan una con otra. Miro a mi presa, tímida, pendiente de los sonidos.
La carne de ese Gusú será por varios días un alimento exquisito para mi tribu.
Alisto mi flecha, paso la punta sobre el preparado de plantas que permitirán dejarlo inmóvil y cedarlo, de esa manera será mucho más fácil ofrecer su vida al Tapekué. Me pongo en la postura correspondiente, tenso la cuerda de mi arco, y cuando el viento sopla a mi favor disparo.
El cuerpo del guasú cae al suelo, y con rapidez voy a él, invoco un Takapé con el permiso de los dioses guaranies, y los espiritus del bosque, atravieso el cuerpo de mi presa, no sin antes agradecer a los 7 y a su vida por permitirme conseguir comida para mi pueblo una vez más.
—Igualdad y respeto —susurro al cuerpo inerte del guasú mientras guardo mis armas de nuevo en su espacio Astral.
Escucho unas pisadas y con rapidez me pongo de pie, mis ojos dan a los soldados uniformados, y no puedo evitar sentir el temor a pesar de estar protegida.
—Les juro que vi a un venado por aquí.
—¡Yo no veo nada! —reclama otro soldado con enojo. Trato de no respirar fuerte para mantener mi cuerpo y el de el animal invisibles.
—¡Esta guerra solo trae hambre! ¿Cuando vamos a terminar esta persecusión?
—Cuando ese Mariscal soberbio caiga. Mientras, sigamos buscando comida, agua y alguna mujer que nos sacie —dice entre dientes uno de los enemigos.
Mi corazón late con fuerza por el enojo y la rabia, eso somos, un saco para cubrir necesidades, juguetes, a los que pueden usar y desechar.
Quisiera invocar al 6to y al 7mo hijo de Taú y Keraná y que se encarguen de comerlos.
Pero por el bien de mi pueblo, prometí no usar las marcas ni el trabajo de la hechicera Parasy, los 7 nos protegen, nos cuidan y nos alimentan con sus dones y gracia, mientras menos llamemos la atención, mejor para mi pueblo.
Los soldados enemigos se alejan, y cuando estoy segura de que ya no están por aquí, invoco a mi espiritu de caza. Kara kara.
Su alas enormes se desplegan ante mi, ella observa al guasú y yo le ofrezco una sonrisa, por su puesto que ella podrá comer algo de lo cazado. Me monto sobre su lomo y ella toma en sus enormes garras a nuestra presa.
Acaricio su lomo y en eso comenzamos nuestro viaje. El viento golpea mi rostro, y a pesar de que se siente genial el viaje no puedo evitar sentirme angustiada por la vista. Fuego, desolación, cuerpos tendidos, el sonido horrible de los cañones recorriendo el aire y los árboles cayendo segundo a segundo.
Por varias lunas he dicho a mi padre de lo importante que seria cuidar a nuestra tribu, buscar aliados que nos resguarden, que conozcan nuestro legado y que cubran nuestras huellas, que sean una barrera entre los enemigos y nuestros tesoros, pero solo responde que nadie es digno de tanto honor y privilegio, que nadie puede cargar los secretos de los 7 y acercarse a nuestros dioses.
Sin embargo yo creo que existen, sostengo que debe hacer alguien capaz de llevar la bandera de Eichú.
Desde el nacimiento de mi primer hijo he tenido visiones de los bosques sobre gente cuidando nuestra ciudad sagrada, he visto el fuego y las cenizas de luchas, el renacer de los Carios y una princesa portadora de Jasuká y el poder de las estrellas.
Pero nadie me escucha, nadie quiere creer que el reloj corre y la Ninfa de las almas volverá tarde o temprano, y ella llevará a mi pueblo junto con el Cario y La guerrera al Yvy marane´y.
Kara Kara aterriza en el cerro, deja al guasu a mi lado, para volver a su tamaño pequeño y posarse en mi hombro.
—Ejú Mbói Tu´i —Susurro al viento.
Cuando esto pasa aparece del fondo de una fosa una serpiente alada, con pico de oro y plumas en la cabeza. Esta vuela por el aire, al verme baja su cabeza y me permite acariciarlo.
—Llevame a casa… —digo al 1er hijo y este me permite subir de nuevo a su lomo.
Toma la presa guasú en su pico y cuando doy la orden, va cuesta abajo a toda velocidad, atravesamos el suelo y cuando esto pasa la arena se convierte en nubes, el sonido de los pájaros alegres llenan mis oídos y la emoción es igual que la primera vez.
Llegamos a destino, me despido del 1ro y este regresa su lugar. De inmediato soy recibida por las mujeres de la aldea, quienes toman al guasú para comenzar a preparar su carne.
Veo a mi padre con los niños de la aldea, jugando, repartiendo tarros con queso y miel, yo niego con la cabeza, por que no es hora de que coman dulces, pero al Casique no se le discute.
—Eirú… —me saluda y acerca su frente a mi.
—Padre —digo.
—¿Cómo están nuestros bosques?
—Muriendo padre… día con día los soldados enemigos destruyen e incendian nuestros árboles, nuestros animales… las otras tribus.
—Las otras tribus no quisieron unirse.
—Pero no por ello debemos darles la espalda… tenemos el don de los 7.
—Y ellos a los espíritus del bosque y las payeseras, deberian poder cuidarse.
—No es lo mismo, padre. Sabes que no es lo mismo.
Mi padre guarda silencio, yo termino soltando el aire reprimido en los pulmones, soy conciente de que no puedo discutir con él, y que estas palabras son inútiles.
Volteo buscando con la vista a mi hijo, cuando lo veo correr hacia mi. Saité, mi niño valiente, con apenas 6 años, sabe que sobre sus hombros está el peso de cuidar a su pueblo.
—Mamá
—Saité… —lo recibo en los brazos y nos quedamos en silencio un buen rato disfrutando de nuestro momento —¿Entrenaste hoy? —pregunto mientras me separo.
—Sí, hoy corrimos en las aguas, me divertí.
—¡Ese es mi guerrero!
—¿Y papá? —pregunta buscando con sus ojos tras de mi.
—Pensé que ya vino..
Digo mientras me pongo de pie, se suponía que debia estar aquí antes que yo, miro a papá y él me mira extrañado.
—No, aún no vino —me responde papá.
La fuerza del no sacude mis pies, algo en mi interior se activa, las manos me sudan, y la respiración se me acelera, él es un guerrero tenaz, es una persona puntual y jamás, jamás llega tarde al pueblo.
Aparto a Saité y llamo a una de las mujeres para que se encargue de mi hijo, ella lo agarra de la mano y sin protestar va a jugar con los hijos de la mujer.
—¿No estás pensando volver?
—Por los dioses, y el Tatachiná, padre, yo voy a buscar a Marandú.
—Voy yo —se impone.
—No, afuera están los soldados, estoy segura que no estás listo después de tu último enfrentamiento con ellos.
Señalo su brazo y la herida cubierta de hojas medicinales y grasa de carpincho. La última vez esos soldados, pensaron que podían ganar a mi padre y llevarse a algunas mujeres que salieron a cazar con él, pero por la gracia del 7mo y su marca ellos llegaron a salvo, sin embargo mi padre no salió ileso. Esos hombres tenían armas con pólvoras y terminaron lastimandolo.
—Yo tengo la fuerza y la gracia de lo 7 y de Porasy, padre —digo y vuelvo a llamar al 1ro para que me saque de aquí a los bosques—. Mejor quédate y cuida a Saité.
—Que los dioses te cuiden… Igualdad y respeto.
—En cuerpo y alma —respondo y me monto de nuevo en la espalda del primero.
El presentimiento de que algo va mal carcome mi piel, mientras salgo de nuevo del bosque que nos protege, no me fijo en la magia, en los colores que suelo admirar, mis pensamientos sólo están en Marandú.
Cuando llego a la cornisa del cerro, salto de la espalda del primero hacia el suelo, volteo a darle un reverencia y él vuelve a su lugar. Llevo mis dedos a mis labios y silbo para que de nuevo Kara Kará venga junto a mi. Desde lejos lo escucho, y cuando está por llegar a mi vuelve a crecer en tamaño.
—Vamos a buscar a Marandú —le susurro—. Tú sabes dónde está ¿Verdad?
El ave no hace un solo sonido, mientras me subo de nuevo a su lomo, y la desesperación se hace más grande en mi pecho.
—Kara Kara… —quedo en silencio porque el sonido de un disparo hace eco de nuevo en el bosque, levanto la vista, y esta vez no me dio tiempo de poner una barrera protectora, son los mismos soldados con los que me había cruzado —¡Vuela! —ordeno.
Pero cuando mi ave intenta escapar, uno de los soldados nos sostiene con una especie de cadena hecha de ysypó, la misma se enreda por las patas de mi ave y esta no puede emprender vuelo.
Debi preverlo, estos no son soldados, estos son buscadores de magia ancestral, son los enemigos de mi pueblo, los que quieren quedarse con el don de Porasy, mis dioses y los 7.
—¿A dónde vas, con tanto apuro? —pregunta uno de ellos y en su mano se alza una lanza de takuara como las que mi pueblo fabrica.
Lo primero que me viene a la mente es Marandú, él invoca ese estilo de armas, ¿Y si estos soldados lo interceptaron? ¿Cómo es posible? Si tenemos la protección de los 7, ¿Acaso la magia de estos enemigos es también poderosa?
—Baja de tu espíritu —ordena otro de los hombres, y no se si obedecer. Kara Kara hace un gesto para evitar que baje, y eso hace que entienda cómo es que consiguieron ventaja. Usan la tierra, si yo la piso, me van a debilitar.
—¿Qué se supone que debo hacer? —pregunto a Kara Kara que agita sus alas con fuerza intentando escapar.
Pienso, por un segundo, porque tanto la supervivencia de mi pueblo como la mia está siendo amenazada por ellos.
—Buscadores de magia, este no es un lugar seguro para ustedes —digo mientras pienso como liberar a mi ave.
—Eso nos dijeron otras tribus, y están exterminadas… —dice el que tiene la lanza—. Si cooperas, no vas a morir…
—Puedo olor la mentira en tus palabras —grito mientras invoco en mi mano el takapé y lo arrojo en la cadena de Ysypo, cortandola de esta manera y liberando a Kara Kara.
—No vas a morir, de forma dolorosa —completa.
—No puedo creer que con esa arma hayas logrado romper mi cuerda —habla el hombre mientras comienza a generar de nuevo una cadena.
—Es porque ella es del pueblo que buscamos… —dice el tercer integrante que lleva un arco en la espalda, las palabras se sienten oscuras.
Intento escapar con Kara Kara, pero el mismo hombre arroja flechas hacia nosotros, las logramos esquivar, pero no estoy en buena posición para realizar una invocación y desintegrarlas de una vez.
Al fin, consigo ponerme de una manera para no caer de Kara Kara y llamar al 6to con una invocación. junto mis manos, y cuando digo:
—Eju Ao-Ao —Al decir estas palabras aparece un enorme jabalí ante los tres hombres, ellos intentan atacarlo, pero sus armas no le hacen ni un solo rasguño, así que terminan corriendo para escapar, no hay suerte, magia o bestia que invoquen que pueda detener la fuerza de Ao-Ao.
Con esto logro que Kara Kara y yo podamos salir. Vamos con velocidad hacia dónde sus instintos lo guían, lo único que deseo en este momento es encontrar a Marandú.
La selva espesa me dificulta la vista, y sé que a Kara Kara le dificulta encontrar a Marandú porque o debe estar muy débil, o quizás con el alma transitando al Tapekué. Ruego a los dioses que este no sea el caso, sin embargo no puedo dejar de ser realista.
Llegamos a una zona entre árboles y enredaderas, Kara Kara no podría volar entre ellas, porque es demasiado grande, y mi visión se hace cada vez menos eficiente. No me queda más que pedir un favor al señor de la noche.
Aterrizamos en una gran roca a la entrada de la zona boscosa, Kara Kara se vuelve a su tamaño original y se posa de nuevo sobre mi hombro, respiro profundo, y llamo a Pombero.
Este aparece ante mi, me inclina la cabeza y extiende su mano para saludarme.
—Igualdad y respeto —me dice.
—En cuerpo y alma —respondo.
—Un favor, para Eirú, heredera del Cacique Jaguareté.
—Necesito encontrar a Marandú.
El hombrecillo mira alrededor, y parece buscar entre los árboles algo, mira al cielo, luego al suelo, mi corazón late con fuerza y dolor, porque soy conciente de lo que significa que no lo encuentre tan rápido.
—Su alma aún no salió de su cuerpo, pero debo decirte está destinado al Tapekué, Eirú.
—Solo llevame a dónde está —ruego.
Sostengo la mano de Pombrero, y al cerrar y abrir mis ojos, ya estoy frente a Marandú. El estómago se me retuerce al verlo herido, pero con un par de niños a su cuidado. Era más que obvio que solo se enfrentería a los soldados si habia alguien en peligro.
—Che morena —dice apenas, y se nota que no hay fuerzas en su alma.
Los niños tienen heridas, pero parecen estar bien, no tienen apariencia de ser de alguna tribu, tienen rasgos de los mestizos, de esos hombres descendientes de Españoles y nativos.
—Los iban a vender… —dice con dificultad—. Pero no podía…
—No dudo, Marandú de que no los ibas a dejar morir.
Abrazo a los niños y estos se aferran a mi como si me conocieran.
—Ya estoy muy cansado, Eirú —intento no llorar, intento mantenerme fuerte, pero las lágrimas de igual manera caen por mis mejillas, aunque mi expresión se mentiene seria —. Pero debo decirte que los escuché… esos buscadores, van por nuestro pueblo, quieren entrar al bosque ancestral, llegar al Aregua, y apoderarse no solo de los 7, si no de Yvy marane´y… Debes hablar con tu padre, no podemos permitirlo.
—No lo vamos a permitir, Marandú, no lo vamos a permitir, sobre mi muerte van a acercarse a nuestro pueblo, ya veras que conseguiré a los mejores soldados…
—Lo sé, Eirú, mi poderosa guerrera… —comienza a cerrar los ojos y me aferro a los niños como si fueran mios, como si ellos pudieran calmar mi dolor.
—Nos vamos a encontrar en el Tapekué, otra vez —susurro entre un llanto silencioso.
Marandu suelta su ultimo suspiro y veo a su alma salirse de su cuerpo, este flota en el aire y desaparece entre los árboles.
—¿No vas a llevar con mamá? —pregunta uno de los niños en su lengua, yo solo atino a mover la cabeza para decirle un sí.
Me pongo de pie, los tomo de la mano y con dificultad pronuncio las siguientes palabras:
—Eguerahá chupe, ñande rogape.
El cuerpo desaparece, antes nuestros ojos, los niños no parecen sorprendidos, solo observan el lugar vacío, y quedan quietos en silencio, esperando a que haga algo más.
—Vamos primero a mi casa, y mañana vamos a buscar a su mamá —ellos no comprenden mi lengua, pero estoy segura que entendieron la palabra mamá.
Caminamos por un sendero, la noche ya tiñe al cielo, y muy por el contrario de lo que los demás pensarían, de que los peligros se apoderan del bosque, yo me siento más segura, sabiendo que el 7mo, estará para cuidarme.
Levanto la vista y veo a la Cruz del Sur brillante y dominante. Y con ella iluminando el cielo, hago la promesa de que voy a buscar a aquellos afortunados que recibirán los dones de los 7 pero a cambio cuidarán nuestra casa, cuidaran a mi pueblo, a sus reyes, a sus hijos y a sus guerreros, aquellos que reciban el don de los 7 y los dioses guaraníes serán protegidos y exitosos, serán los guerreros y los custodios de nuestras magias y tradiciones.
Por los 7, hoy juro que voy a formar un ejercito que nos protegerá de esta y otras guerras, un grupo de personas tan identificadas con nosotros, que cuidarán nuestras raíces y alimentarán a nuestro pueblo, como abejas cuidando a su panal, como abejas protegiendo a su reina, como abejas trabajando en equipo para que nadie pueda dañar su panal.
Como mi nombre es Eirú, juro por los 7, los dioses y el señor de la noche que mi corazón será ofrendado para crear una nación unica sobre el lema de Igualdad y respeto y el simbolo del Sy tu jasy, porque como un ciclo, como el korá que cuida al gran zorro, ellos nos van a conservar lejos de los males.
***
Y así es como al termino de la gran guerra, Eirú, encontró a sus guerreros, entregó las marcas de los 7 y como juró sobre su corazón lo arrancó de su pecho, en un ritual de los antiguos Carios se los ofreció a sus elegidos. Cuando estos tomaron el corazón latente, este se convirtió en un panal cargado de miel y ella en una estatua de oro blanco.
Ese día 8 soldados, juraron lealtad a los dioses guaranies, a los hijos de Taú y Keraná, a los espíritus del bosque y a el pueblo originario.
Así fundaron una sociedad tan fuerte que nadie puede contra ellos, que está destinada a la gloria y el éxito. Hasta hoy cumplen su palabra, se mueven como abejas, protegiendo su panal, produciendo miel, y generando líderes, soldados, guerreras, brujas, princesas y caballeros.
La Colmena, erigida sobre Eirú y sus dioses, hoy es invencible y poderosa, guiada y custodiada por quienes decienden de ella.
Como lema llevan tatuado en la piel: Igualdad y respeto, en cuerpo y alma, y cómo escudo a las constelaciones, honrando al 7mo, como lo vienen haciendo desde hace siglos los originarios.
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