Kirishima with a dog
Bakugou no sabía bien cómo describir a Kirishima.
Pero idiota era una buena palabra, y bastante acertada.
—A ver, déjame que me aclare —tomó aire mientras le miraba fijamente—. Me estás diciendo que has cogido un chucho de la calle porque te ha dado pena cuando sabes perfectamente que aquí no podemos tener animales —los que lo parecen son personas, pensó el rubio—. Y encima quieres que lo esconda en mi habitación.
—¡Es que en la mía van a hacer inspección! ¡Estoy seguro de que alguien se ha chivado! ¡Por favor, salva a Eiji!
—¿Eiji? —arqueó una ceja Bakugou, mirando al perrito de pelaje negro y ojos oscuros que parecía ponerle la misma cara de súplica de su dueño.
—¡Es bueno! ¡No hará nada! ¡Por favor!
Bakugou suspiró mientras lo analizaba. Si el perro ladraba en su habitación —continua a la de Kirishima— le descubrirían a él también y tendrían problemas los dos.
Pero no podía decir que no a Kirishima, por alguna extraña razón, eso era así. Lo peor era que era tan reglamentario como que dos más dos eran cuatro y el cielo era azul y no verde.
—Está bien, pero un solo ladrido y lo tiro por la ventana.
Si no fuera porque era imposible, juraría que perro y dueño pusieron la misma cara de alegría.
—¡Se portará bien, lo juro!
Le entregó al cachorro, que movía la cola emocionado. Bakugou suspiró mientras lo tomaba entre sus brazos.
—¡Muchas gracias, te debo una!
—Me debes la vida, idiota —gruñó mientras entraba con el animal a la habitación.
Lo dejó sobre su cama y le dio unas cuantas advertencias que, aunque sabía que no entendería, al menos haría que se sintiera mejor cuando le echase por la ventana.
—Como ladres, te juro que te tiro, chucho.
El perro siguió moviendo la cola de un lado a otro.
—Ahora, abajo, que me voy a echar una siesta.
Eiji obedeció y bajó de la cama, mientras Bakugou se echaba y cerraba los ojos. Entreabrió uno para ver lo que hacía el perro, pero solo estaba parado, mirándole.
Supuso que se quedaría así todo el día.
Y el problema estuvo en el suponer, porque para cuando despertó, su habitación era un auténtico desastre.
El desgraciado no había hecho ruido, pero le había mordido por lo menos la mitad de las cosas.
—¡Hijo de tu...!
Cogió del collar al perro y le encaró, pero antes de que pudiese hacer nada, tocaron la puerta.
—¡Bakugou! ¡Soy yo!
El rubio miró la puerta, la ventana y finalmente, al animal, que parecía sonreírle con burla.
—Tienes suerte, cabrón.
Bakugou abrió la puerta y le entregó al perro, contándole lo sucedido. Eiji le miraba escondido entre las piernas de Kirishima, como si fuese inocente.
—¡Juro que te compensaré, Bakugou! —juntó las manos como promesa—. ¡Por favor, no digas nada!
Bakugou suspiró mientras miraba al perro con ganas de matarlo. Tenía suerte, el muy desgraciado.
—No diré nada, pero que no vuelva a entrar aquí.
—Los profes se han quedado contentos. ¡Muchas gracias!
Le dio un abrazo en forma de agradecimiento, que Bakugou recibió con un suspiro, sonriéndole con superioridad al perro. Este no parecía estar muy feliz.
Lo siguiente fue inesperado tanto para el rubio como para el perro.
Kirishima le dio un beso en la mejilla, muy rápido y torpe, para luego despedirse corriendo y entrando a su habitación a la velocidad de la luz, seguido por Eiji.
Bakugou parpadeó sorprendido mientras miraba la puerta cerrada de Kirishima, y se tocó la mejilla aún asombrado.
Suponía que algo bueno había traído el dichoso Eiji consigo.
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