Hair

Kirishima enredó un mechón de su cabello en uno de sus dedos, haciendo una mueca mientras se miraba en el espejo.

El color rojo empezaba a ser claramente sustituido por el negro. Y eso no le gustaba. Odiaba que su cabello se viese de ese color, y si fuera por él, nunca lo volvería a tener así.

Era un tema bastante fácil de solucionar, tan solo tenía que aplicarse de nuevo tinte y ya estaría. Sin embargo, para él era más que eso.

Era como si su cabello fuera un constante recordatorio de quién era en verdad y no podía cambiar, por muchas capas que le echase.

Por mucho que intentase cambiar, por mucho que tratase de engañarse a sí mismo, en el fondo su cabello seguiría siendo de color negro.

Suspiró. No valía la pena pensar en ello, pues solo le traía malos recuerdos que prefería enterrar. Al igual que prefería olvidar que su color de pelo original había sido y siempre sería el negro.

Pero habían cosas que siempre volvían, y el color de pelo era una de ellas. Al igual que su peinado siempre se desharía mientras dormía.

No podía cambiarse.

Apretó con fuerza los dientes, lleno de ganas de romper el espejo que parecía reírse de él. Sabía que era su propio reflejo en un cristal, y que era absurdo que una imagen cobrase vida, pero esa era la impresión que le daba el Kirishima Eijiro del otro lado del espejo, con el pelo oscuro.

Parecía decirle que no importaba lo que hiciera, porque en el fondo seguiría siendo ese niño tímido, débil y torpe que le tenía miedo hasta a su sombra.

Las lágrimas saltaron casi sin que lo notara, pero cuando se percató, empezó a quitárselas con rabia. Era inútil, porque mientras más se limpiaba, más lágrimas de frustración salían de sus ojos.

—¡Maldición, deja de llorar! —le recriminó al chico del espejo, entre llantos—. ¡Ya no soy el mismo! ¡Ya no!

Por mucho que se lo repitiese, el resultado no cambiaba. Las lágrimas seguían saliendo de sus ojos sin que pudiese controlarlas.

Escuchó la puerta abrirse, y dio media vuelta para que no se viera su rostro desde la puerta, nervioso de que alguien le viese así. 

—Oye, ¿tienes una...? —Bakugou interrumpió su pregunta al escuchar sollozos—. ¿Qué te pasa?

Kirishima oyó los pasos acercándose, lo cual le puso más nervioso.

—¡No te acerques! —gritó, intentando quitarse los restos de lágrimas y obligándose a no llorar—. Por favor, no te acerques.

—Está bien, no me acerco —cedió, con un tono de voz que denotaba confusión—. Pero responde. ¿Qué te pasa?

—Nada. Estoy bien. ¿Qué querías?

—Claro, y no estás llorando, ¿verdad?

—No.

—Está bien. Al menos, mírame.

—No quiero.

Bakugou suspiró y se sentó en la cama de Kirishima, sin esperar ninguna clase de permiso.

—Bien. Pues me quedaré aquí hasta que te dignes a mirarme y a contarme qué demonios te pasa.

Kirishima suspiró, y se pasó el brazo por el rostro una última vez antes de dar la vuelta y encarar a Bakugou.

—Conque no estabas llorando, ¿eh? —Kirishima desvió la mirada, cogiendo con las manos los mechones de cabello que en los que empezaba a notarse más el color negro.

Sin embargo, Bakugou se dio cuenta de igual manera.

—¿Tienes el pelo negro? —preguntó, algo asombrado.

—Sí. Es mi color natural —admitió, con la cabeza agachada—. Pero no me gusta.

Bakugou se levantó y se acercó a él, quitándole las manos de su cabello.

—¿Por qué? A mí me parece que te queda bien.

—Nunca me ha gustado. Desde pequeño lo he detestado —suspiró—. Me dije que cambiaría si entraba a la UA, así que...

—Te teñiste el pelo cuando entraste —adivinó, y Kirishima asintió.

—Pero supongo que fue algo tonto pensar que podría cambiar. En el fondo, mi pelo sigue siendo negro.

—Eso es obvio, idiota. Nunca vas a poder cambiarlo por completo. Pero solo tienes que convivir con eso y teñirlo de nuevo.

Kirishima sonrió con tristeza.

—Tienes razón, pero si volverá a oscurecerse con el tiempo... ¿vale la pena intentarlo?

—Valdrá la pena si es lo que quieres, idiota. Aunque tu pelo sea negro o rojo o azul, serás el mismo idiota de siempre —se encogió de hlmbros—. Eso sí que no cambia.

Kirishima pestañeó sorprendido. Sin embargo, segundos después sonrió y se lanzó a abrazar a Bakugou, casi haciéndole caer hacia atrás.

—Gracias —murmuró el pelirrojo, sin dejar de abrazarle.

Bakugou arqueó una ceja, pero también sonrió.

—¿Me das las gracias por decirte que hagas lo que te dé la gana? Mira que eres raro.

Kirishima rió, sintiendo los brazos de Bakugou devolviéndole el abrazo.

A veces, quizá, estaba bien que las cosas no cambiasen.



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