🥀 Efímero

Cuando considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y siguiente - memoria hospitis unius diei praetereuntis-, el pequeño espacio que ocupo e incluso qué veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios qué ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no allí, porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo, ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden y voluntad de quién este lugar y este tiempo han sido destinados a mí?

PASCAL

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La vida es efímera

La existencia humana se resume al simple acto natural de la supervivencia diaria.

Y en un pueblo aparentemente abandonado por dios llamado Brasov, donde

la doctrina de la superstición y el fanatismo era el pan diario de cada día de los pueblerinos, miradme Aquí, admirando el final de mi miserable vida entre las entrañas de un bosque oscuro con viento de muerte y lagos de sangre. Admire mi marcha nupcial hacia la muerte junto a los pueblerinos aglomerados y guiados por el Pastor de la Iglesia Negra, llevándome a rastras y en contra de mi voluntad por aquel camino baldío y desolado.

Mis súplicas se perdieron entre la hueca corteza de los árboles marchitos a mi alrededor, mis pies son arrastrados por la tierra carbonizada mientras mi cabeza se gira para apreciar aquel pequeño pueblo, el cuál a pesar de encontrarlo insípido deseaba hoy más que nunca con ferviente anhelo volver a su cobijo.

Incluso ese lugar, donde estaba mi pequeña y humilde cabaña donde yo yacía en soledad era mejor que el panorama infernal qué mis ojos aprecian. Los dos hombres gordos y robustos quienes me sostenían sin nada de delicadeza poe los brazos me empujan para que acelerará mis pasos hasta pasar rápidamente la cúpula donde se encontraba el famoso y forclorico "UnderGround", apodado así debido a las leyendas qué certifican qué ese lugar era el mismísimo infierno arrasado por una bestia.

Dislumbro cabañas en ruinas y a oscuras, carentes de luz y vida, extrañamente alumbradas por una tenue luz roja.

La luz del infierno.

Dicha luz conforma una extraña estela qué terminaba en la colina donde yacía el enorme castillo, alumbrado por la luna llena. Mi corazón dio un salto, la bilis se revuelve en mi estómago y amenaza con subir por mi esófago, los cánticos aparentemente felices de los ciudadanos resuenan como eco en mi cabeza.

Sentí un fuerte empujón y mis rodillas chocan en seco contra el duro y sucio pavimento, sentí el tenue dolor punzante en la área. El Pastor se postra enfrente de su seguidores, con los brazos extendidos en alabanza, lo observó de reojo y escucho atentamente sus palabras como una guillotina tentada a dejarse caer sobre mi cuello - hubiera preferido eso -

—¡Mi querido rebaño!, ¡escuchad las palabras de su pastor!. ¡He aquí una fructuosa noche donde Nuestros Dios misericordioso nos sonríe a través del brillo de esta luna!. ¡Luna qué nos prevee un próximo y bendecido año libres de la bestia que mora en aquel castillo!— exclama el pastor.

Los pueblerinos gritan y alaban las palabras mientras el fogoso brillo del fuego de sus antorchas se confunden con estrellas en aquella oscuridad.

—¡Y esto es posible debido a esta joven!, ¡esta dulce e inocente joven que amablemente se ha ofrecido para que mediante el sacrificio de su vida nosotros podamos gozar de una vida llena de paz y prosperidad!— declara el padre, y al oír sus palabras, una chispa de rencor y odio se encienden en mi mirada llena de desesperanza y melancolía. —¡Así que llevadla!, ¡llevadla a las fauces del demonio porque así lo ha querido la magnificencia de Dios!, ¡Llevadla, y que su sangre sea nuestra misericordiosa salvación!— se escuchan gritos y los susodichos hombres jalan de mis brazos llevándome por el alto camino.

—¡No por favor!, ¡Déjenme ir!, ¡Por Dios! — suplicó, pero incluso los oídos de Dios hacen caso omiso a mis súplicas.

El castillo se eleva ante mi, cada vez más grande, cada vez más cerca. Rayos y centellas atraviesan el cielo nocturno. La fuerte luz roja es la única decoración de aquel castillo.

Ante mí, se alza la Colosal e Idílica fortaleza de Bran. El  castillo parecía un terreno dentro de otro terreno, un mundo propio, grande y extenso pero a la vez tan pequeño, pero igual de letal. Uno de los hombres, toma una palanca, y el estruendoso ruido mecánico de las cadenas bajando dejan caer una enorme puerta de madera bien conservada a pesar de las décadas. Y los hombres, escuchando mis últimas súplicas, me tiraron dentro de la fronteras de ese castillo  cerrando la enorme puerta ante mis narices. Suelto un grito desgarrador e impotente, corro hasta la puerta y golpeó repetidamente el objeto lastimando mis débiles palmas en el proceso. Mis gritos se pierden en la oscuridad, mis lágrimas se secan al caer como gotas en el estéril piso debajo de mis pies.

Caigo se rodilla, mi peso aplastando mis pantorrillas, el frío es denso y se filtra por mi piel  hasta llegar a las articulaciones de mis huesos, mi mandíbula tiembla al igual que mis extremidades. Pero solo tengo un vestido sucio para cobijarme.

Miró al cielo, aquel cielo deprimente, y observo la luna, su luz es hermosa y ciega mi visión.¿Así de hermosa era la mirada de Dios?, ¿Acaso Dios ve y se burla de mi sufrimiento?.

¿O simplemente voltea la mirada indolente?

Pero cuando saboreas la muerte nada de eso importa,  si estaba siendo observaba por Dios, o siendo la burla del Diablo. Eso me era insignificante, ya que, la felicidad y la dicha eran efímeras en mi existencia.

El viento sopla con violencia, a mis fosas nasales llega un repugnante olor a sangre y azufre. Mi piel se eriza, siento una penetrante mirada en mi persona, pero por más que busco con mi mirada no encuentro nada. Las ramas se mueven como si algo vagara en la oscuridad, mi corazón palpita rápidamente al compás de un tambor de guerra.

De pronto, escucho una risa profundo y macabra, qué desaparece entre el frío y la niebla.

—Mira que ha caído aquí, un conejo muy lejos de su cueva–dice una gruesa y profunda voz.

Tratando de encontrar el dueño de la espeluznante voz, siento una fuerza desconocida invisible qué me tira, hace mi cuerpo elevarse como si no hubiera suelo qué me sostenga, hasta caer violentamente en el piso y escuchar una puerta cerrarse con fuerza. Toso y tiemblo, y cuando vuelvo en sí, levanto la vista, y el aire abandona mis pulmones al darme cuenta que ahora, como acto de magia, estaba dentro del castillo.

A oscuras y en soledad.

—Un conejito blanco, qué no sabe donde se metió— ante mi, de la nada y de la oscuridad, una figura alta y ancha se postra ante mi. Cubierto de un manto negro, dos ojos rojizos me observan desde su posición.

Omnipotente, y yo, asustada, indefensa y desgraciada, lo obserco tendida en el suelo.

—¿Q-quien eres?, ¿Q-qué quieres de mí? — interrogo y una fuerza desconocida me pega al suelo. De la oscuridad, mi agresor saca una mano, grande, ancha y huesuda. El color abandona mi piel, y se vuelve blanca como el cal. Toma y aprieta mis mejillas con tanta presión, qué el roce con mis diente hace qué sangre.

Y de la oscuridad, solo veo dos blancos y afilados colmillo, qué me sonrien.

Y como si fuese una pesadilla, cierro mis ojos, esperando que cuando se abran, todo sea parte de una terrible pesadilla, un mal sueño, y que despierte en la cama de mi cabaña , con el olor de los frutos secos y el cantar de las aves.

Y tomando ese hilo de esperanza,  de mi labios, es expulsada una última súplica.

"Dios, por favor, ¡salvame!"

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