Lo llaman "La maldición de los lectores" aquellos que están tan enamorados de la idea del amor, que creemos que solo los personajes dibujados por la mente de alguien más pueden llenar nuestras expectativas. Lo creí, por mucho tiempo. Dejé de esperar, porque era menos doloroso que seguir creyendo que algún día llegaría, así que decidí hacer las pases conmigo y aceptar el hecho de que probablemente terminaría sola, y eso tampoco era malo.

Una noche lo cambió todo, y no apareció montado en un caballo con un reluciente traje blanco. No pude evitar notar su presencia, pero intenté no prestar tanta atención, y fue hasta que se acercó y las palabras fluyeron como el agua de una cascada. No pude evitar pensar que tu risa era hermosa.

Estuve encantada de conocerte.

El rubor en mis mejillas no era por líneas escritas por mi escritora favorita, sino eran por palabras que venían de una gruesa voz. Me invitaste a bailar, y nuestros movimientos eran mágicos.

¿Lo supiste desde ese momento? Porque cariño estoy encantada desde ese día. Tanto, que sentí miedo que todo se desvaneciera y le pedí a Dios que todo fuera el comienzo. Le pedí que no haya nadie que te esté esperando, que tú corazón no estuviera ocupado porque no sé cómo lo manejaría.

Ya no estaba enamorada de la idea del amor, porque ya te amaba a ti. Estar a tu lado se sentía eterno, sublime y hermoso. No sabía que mis manos encajaban bien en las tuyas, y que tus labios fueran la pieza que faltaban en los míos. Que intentarías subirme el ánimo invitandome a bailar, y que aún en medio de las peleas te asegurabas de que estuviera bien. Que quisiera sostenerte cuando te sintieras frustrado, y hacerte reír para cambiarte el semblante.

Estuviste encantado de conocerme, esas fueron tus palabras cuando nos conocimos.