La promesa

      El anciano, lánguido y terminal, intentaba sostener la mirada sobre el niño que le sonreía desde otros tiempos. La cama del hospital le pareció de pronto más suave, como si poco a poco su cuerpo fuera hundiéndose en un colchón de nubes. «La muerte», pensó.

      Entonces, el jovencito se acercó y sostuvo la mano temblorosa del moribundo.

      —Tus ojos... nunca olvidé su calidez —susurró el viejo, agotado—. Juraste estar siempre a mi lado y aquí estás, junto a mi lecho de muerte, papá.

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