PROLOGO
07 de Julio del 2010
El día se estaba volviendo noche en medio de un manto colorido y desfigurado, los ojos verdes de Helena se volvían más oscuros a medida que observaba caer el ocaso sobre su cabeza. Los tonos lilas, rosados y anaranjados del cielo se combinaban a la perfección con el cobrizo de su cabello y lo que una vez fue un gallardo castillo se convirtió con los siglos en un patrimonio de la humanidad, o eso decidió la Unesco (Organización de las naciones unidas para la educación, ciencia y la cultura o como se le conoce en inglés "United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization) en el año 1986. Tantas cosas habían trascurrido en su vida en ese tiempo que, regresar al lugar donde había nacido era como recomenzar una nueva serie de penalidades. Se sentía culpable por haber abandonado su promesa, por haber dejado destruir con el tiempo todo aquello por lo que él, su amado, había luchado.
En aquel entonces, prefirió mantenerse oculta de la sociedad, su tiempo se había detenido por lo tanto, no necesitaba quedarse en el mismo lugar donde todas sus desgracias habían ocurrido y vago con esos pensamientos por el mundo, con un cuerpo silente y vacío, sin vida y sin alma, llevando la marca de la oscuridad sobre su ser, escondiéndose de la luz no porque le hiciera daño sino porque se avergonzaba de sí misma, dejo de ser ella para complacer los caprichos de un amo al cual no adoraba ni amaba pero si temía y respetaba.
Los únicos recuerdos bonitos en su vida pertenecieron a aquel hombre que tanto amó y que hacia menos de quince años había cumplido siete siglos de muerto pero pese al tiempo y la eternidad, ella recordaba su rostro como si se hubiese grabado en tinta sobre sus retinas, recordaba su sonrisa elegante y su ceño fruncido cuando algo no era ejecutado como lo ordenaba, sus ojos tristes y llenos de dolor, su llanto silencioso cuando suponía que nadie más podría oírlo, recordaba su tono de voz y el frío tacto de sus labios sobre los suyos, nunca podría olvidarlo, era parte de la maldición que acepto a cambio de verlo sano pero, que ilusa había sido, con los años; siglos en realidad, concluyo que, todo había sido una vil trampa de su creador oscuro.
Observo cada torre con pesar, algunas paredes estaban en ruinas y a su mente se reflejó un recuerdo nítido de aquellos días donde aún era humana y caminaba en silencio al lado de aquel hombre imponente y su arquitecto, conversaban sobre algunos retoques que deseaba realizarle a las murallas, su idea de construir aquel castillo era darle a la ciudad protección y a su hijo un sitio donde estar seguro, habiendo perdido tantos hijos era normal que surgiera ese deseo desesperado por cuidar su progenie, su aspecto angelical era digno de un príncipe y su personalidad mortífera dejaba en claro que era un rey lleno de sabiduría y experiencia, un humano misericordioso con sed de calma, un guerrero que empuñaba su espada en contra de todos aquellos que quisieran sobrepasarse con los débiles y que a final de cuenta, se había convertido en el monstruo que juro extinguir.
Esa noche después de las largas horas de modificaciones y propuestas se quedó a observar el cielo, siendo una adulta había comprendido que su amor por el rey seria meramente platónico, él estaba casado y amaba con todo su ser a su esposa y ella lo respetaba a ambos, le habían dado una mejor calidad de vida y la habían adoptado como hija por una simple coincidencia.
Quizás estaba en su destino amarlo sin ser amada.
*
*
– ¿Aun despierta, Helena? –su voz erizo cada cabello de su cuerpo, trago el nudo formado en su garganta y soltó aquel suspiro reprimido desde hacía varios minutos, estaba a su espalda observando el mismo cielo que ella no dejaba de mirar– Es hermoso, es por esto que me gusta más la noche que el mismo día.
–Usted nunca podrá ser noche –el rey tomo asiento a su lado, ya no llevaba ninguna protección de metal ni su traje elegante– Su luz es muy radiante por lo tanto opaca la oscuridad.
–Te equivocas, Helena. Soy un simple mortal, un humano con errores y maldad –extendió su mano al cielo, apenas eran iluminados por las antorchas que blandían su fuego en contra del viento– He asesinado sin piedad ni...
El silencio los rodeo cuando la chica acaricio su mano, subiendo su caricia hasta tener su palma sobre su pequeña mano.
–Un ideal exige sangre –le respondió sorprendiendo al mayor por la profundidad de sus pensamientos, no aceptaba que ahora, la pequeña que había encontrado una vez había desaparecido dejando a su lado una mujer de aspecto melancólico– Usted defiende al débil, le da valor a aquellos que por su naturaleza han sido desechados... me dio una oportunidad a mí. Lord Eduardo, mi señor...
–No... –soltó la mano femenina para apretar las propias sobre sus piernas–...hace frío, deberías ir a dormir, Helena.
–Ya no soy una niña, no necesitas preocuparte por mí. Además... –la chica se encogió de hombros evitando mirarlo de frente– Es mi deber como hechicera real protegerlo también, y eso haré.
–Aquí no nos sucederá nada, ¿Te niegas a obedecer a tu rey?
–Eso... –dijo molesta, levantándose de un solo movimiento para enfrentarlo con los ojos llenos de lágrimas, aquella simple palabra pronunciada de esa forma era motivo suficiente para ser ejecutada pero, había un lazo sentimental que los unía–...eso es lo más cruel que podías decirme. Yo... yo n-no podría... tú... usted... ¡Jamás le desobedecería!
–Entonces ve a dormir, es una orden –de los labios masculinos sobresalió una sonrisa llena de pesar, se acercó a ella y la abrazo con cariño, de forma paternal, muy lejos de lo que realmente buscaba de él– Me sentiría culpable si no te cuido como lo prometí una vez.
– ¡Entiendo! –le respondió sin moverse, aspirando el aroma floral que emanaba del rey– Iré a dormir.
Eduardo se separó de ella y acaricio su melena llameante.
– ¿Te había dicho que, tu cabello me recuerda a una llamar ardiente y poderosa?
–No, no lo habías hecho mi Lord –le respondió mientras limpiaba el camino húmedo que había dejado sus lágrimas.
– ¿Alguna vez me llamaras padre o simplemente Eduardo? –ambos comenzaron a caminar por la muralla, consiguiéndose con las escaleras que descendían hacia el patio interior del castillo.
–No, eso sería una falta de respeto de mi parte –le contesto con simpleza robándole una sonrisa al mayor.
– ¿Pero confesarme tu amor no lo es? –le acuso de forma divertida, ella sonrió como respuesta.
–No.
–Deberías poner tus ojos en otro caballero, no quiero imponerte un matrimonio forzado con ningún noble pero, me han llegado buenos pretendientes aspirando tu mano.
Ella se detuvo, indignada por esas palabras, llena de rabia y miedo.
–No deseo casarme con...
–Son dignos de ti, sino no los tendría en cuenta –el se detuvo algunos pasos más al frente sin voltearse a mirarla– Eres mi hija, yo te di el mismo derecho que mis hijos propios.
–No soy tu hija, mis padres eran brujos y hechiceros... y ellos están muertos.
–No me refiero a eso, Helena –le pidió con una mínima esperanza de ser escuchado– Solo deseo que seas feliz.
–Si nunca te duele no te hará feliz –le confeso en medio de un llanto quebradizo, pasando corriendo por su lado sin ninguna intención de detenerse.
Eduardo había decidido dejarla quemar aquella etapa, comprendía que la ausencia de una familia la habían transformado en alguien vulnerable y que siendo él su salvador, era normal que confundiera esos pensamientos de admiración con sentimientos de amor. La tomo por pura suerte de la muñeca, recibiendo una débil descarga eléctrica que lo expulso sin miramientos, cayó al suelo sorprendido por aquella reacción de rechazo y ella solo soltó un gemido de vergüenza, observándolo con sus grandes ojos esmeralda.
–Y-Yo... no quise... fue un... no sabía... –los balbuceos no dejaban comprender que era lo que realmente deseaba explicar, Eduardo por su parte, se levantó del suelo, sacudiendo su ropa del polvo para luego acercarse a ella, pidiéndole en silencio que tomara su mano, la cual se veía azulada por la reciente descarga– ¿Te lastime?
Ella tomo su mano con cuidado, comenzando a brotar de la misma una luz verde que rodeaba a la del rey.
–Prefiero un lo siento que no poder sentir –le respondió recibiendo una mirada confusa por parte de la menor– Dicen que hay palabras apropiadas para momentos así, pero hay personas que no valen su significado. Dime, ¿Yo merezco una disculpa?
– ¡Si, mi Lord, sin lugar a duda! –al curarlo, soltó su mano e hizo una reverencia– Yo siento mucho...
–Lo siento, Helena. Soy un simple humano recuérdalo, cometo errores. Perdóname por no saber cómo ayudarte... –la interrumpió– Tu no debes disculparte, soy un mal hombre que no ha sabido valorar tu amor y que nunca podrá hacerlo. Helena, sé feliz.
Ella no tuvo el valor de responder, lo amaba y lo respetaba tanto que vio necesario y apropiado su silencio, Eduardo tenía una expresión de malestar y sabía que deseaba decirle algo que le había tomado años intentando expresar.
–Prométeme que si algún día tienes la oportunidad de redimir mi pecado... –ambos se observaron con atención, rodeados únicamente por la eterna oscuridad de la noche con sus brillantes estrellas–...lo harás sin dudarlo ni un segundo.
*
*
De pronto, escuchó a lo lejos los ladridos de sus perros; Anubis y Osiris, dejo que la ilusión de sus recuerdos se desvanecieran con una lágrima rojiza sobre su pulido rostro y concentro su audición en sus dulces siberianos, correteaban muy divertidos algo por los alrededores, quizás un conejo o una ardilla pero entonces, un débil llanto sobresalió del alboroto alertándola de lo que sucedía, sus caninos se habían conseguido en su exploración a un niño humano y ellos, odiaban a esas criaturas chillonas y curiosas.
–Pero... ¿Qué hace un humano por aquí? –su voz fue tan sumisa que apenas había brotado de sus labios, hablaba muy poco por lo que no era extraño que fuese así de débil, deseaba quedarse esa noche por los alrededores y quizás cien noches más, había entrado al sitio sin ser percibida por sus guardias con una facilidad indescriptible pero, ¿Qué hacían sus perro persiguiendo a un niño a esas horas? Maldijo a sus padres por descuidados y a los vigilias del castillo por ineptos– ¡Qué vigilancia tan absurda!
Se desvaneció como una sombra por el paisaje, apenas siendo detectada por los vigilantes que pensaron que había sido un murciélago revoloteando por los alrededores. Los escuchaba con una claridad exacta por lo que pudo distinguir a donde se encontraban de forma inmediata, se detuvo unos pasos al frente de la dinámica distracción de sus canes y observo con molestia al dueño de su fastidio, un niño no mayor de los ochos años con cabello plateado que al venir tan asustado ni siquiera se percató de su llegada inhumana, chocando contra sus piernas y cayendo al suelo de forma brusca. El niño respiraba de forma atropellada con los ojos grises llenos de lágrimas y los perros habían dejado de correr y ladrar cuando observaron a su dueña.
– ¿Qué es este alboroto? –pregunto hacia los perros con frialdad, él niño no pudo entender lo que sucedía pero de forma valiente se levantó del piso colocándose al frente de ella, extendiendo sus manos a los lados como escudo para que pudiera huir, cosa que llamo la atención de la inmortal– ¿Qué estás haciendo niño?
–N-No tenga miedo señorita... –dijo entre llanto, sonando muy dulce al pronunciar cada silaba– Yo los entretengo, vaya a un lugar seguro.
– ¿De qué hablas? Esos son mis perros –le respondió de manera entretenida, hacia unos segundos estaba huyendo despavorido pero de la nada, cambio de postura a una defensiva, estaba defendiéndola de lo que él intuía como peligroso– "¡Qué niño tan curioso y peculiar...!" –pensó enternecida.
– ¿Eh, esos lobos son suyos? –el niño se giró hacia ella y entonces sus ojos grises se perdieron en los verdes de ella– ¿No le dan miedo?
–Miedo debería darte yo, niño humano –le respondió caminando hacia sus mascotas, inclinándose frente a ellos mientras les acariciaba por detrás de las orejas– Ellos son indefensos pero, odian a los niños...
– ¿Me odian?
–Exacto pero, mientras yo este a tu lado no te harán daño alguno –se levantó y coloco al lado de cada animal– Ve a tu casa y no salgas nunca más a estas horas, no sabes que cosas peligrosas se esconden en la oscuridad.
–No le tengo miedo a la noche –le enfrento el niño, acercándose solo un poco porque la postura de ambos perros volvió a ser feroz.
– ¡Anubis, Osiris... quietos! –ambos siberianos bajaron sus rabos y orejas de forma sumisa– Tu madre debe estar buscándote, será mejor que te marc...
Un aroma tenue choco contra su nariz, llevo su mano derecha de forma disimulada hasta su nariz, dejando de respirar al instante, sintiendo como su boca se humedecía y su mente se dispersaba por un débil instante. Observo a la criatura con más precisión, poseía un pantalón corto y oscuro de mezclilla, una camisa y medias grises, o lo que quedaba de ellas pues sus ropas se veían desaliñada, viejas, sucias y muy, pero muy frescas para esa temporada donde el frío comenzaba a calar los huesos además, de sus rodillas y rostro brotaban pequeñas gotas de sangre, motivo por el que se había colocado alerta al instante.
– ¡Rayos! Que descuidada soy –se culpó por su ingenua intención, de haber sido peor el sangrado no hubiese podido controlar la pulsión de sus instintos– ¡Vete ya y dile a tus padres que te curen, no dejes que esas heridas se infecten!
–No tengo padres –admitió el pequeño, Helena lo observo con horror, se sentía culpable, desde que llego a esa ciudad era el sentimiento que más predominaba en su cuerpo.
– ¿Entonces dónde vives?
–No tengo casa, se incendió hace algunos años y mis padres murieron adentro, por eso los guardias me dejan dormir en las torres del castillo y los aldeanos me dan de comer, siempre y cuando trabaje con diligencia.
–No puede ser...
Hacia tantos años que no pisaba su tierra natal que había dado por hecho todo lo que sentía, pensó que con todos esos años había superado aquella ligera herida pero, era tan profunda que aun sangraba y era eso lo que la ataba a ese pasado humano que ya no importaba. Se sentía culpable y frente a ella se encontraba un diminuto humano que quizás, tendría una miserable vida al menos que...
Lo había prometido.
– ¿Cómo te llamas niño y que edad tienes?
Su postura se volvió relajada, se arrodillo frente del infante evitando respirar su aroma, para ella aquella función fisiológica solo le servía para detectar olores pues, sus pulmones ya no necesitaban del aire para sobrevivir. Detallo con más cuidado a la criatura, poseía un rostro pálido y hermoso, sus ojos grises eran sublimes y a la vez terroríficos, una mezcla divina para un niño fantasma y su cabello, largo y cenizo le daba el toque final, era una versión diminuta y humana de sus mascotas siberianas.
–Yo soy Hazel Káiser y ya no soy un niño –su voz mostró su inconformidad por el apodo con el que se refería a él, Helena lo observo con más atención de la debida, divertida por su insolente actitud– hoy cumplí mis ocho años. ¿Y tú, cómo te llamas?
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