CAPÍTULO XI



1307

La aparición de Roberto I fue esencial para enfrentar a Aymer de Valence en la reconocida batalla de la colina Loudoun, siendo acompañado por el príncipe, Edward, Helena y el Rey; quien misteriosamente había mejorado luego del nacimiento de Charlotte pero en dicha cruzada sus planes se vieron afectados cuando el mismo regente decayó en salud decidiendo dividir sus grupos al verse superados en números, dejando al frente a un valiente Roberto y a una experimentada hechicera. Eduardo II; hijo y príncipe, se fue con un número controlado de soldados que eran encabezados por Edward quien además de ser un caballero noble ahora poseía el cargo de comandante general de las tropas de reconocimiento, partiendo al norte de inmediato como medida preventiva.

El camino fue complicado debido al lodo producido por las arduas lluvias, se les complicaban el desplazamiento de los caballos entre tanto barro, yerbas arrumadas y la fiebre no parecía abandonar el cuerpo del soberano por lo que descansaban cada cierto tiempo para ayudarlo con su malestar pero pese a los infortunios lograron llegar al campamento inglés que servía como punto intermedio entre ambos batallones asegurando y estabilizando al Rey en una carpa, siendo atendido por curanderos famosos de la época que habían sido llamados a ese punto.

– ¿Cómo está mi padre? –pidió saber el príncipe cuándo un hombre de edad avanzada con cabello grisáceo salió de la recamara improvisada.

–Hemos controlado la fiebre pero este clima no le ayudará a recuperarse, necesita regresar al palacio para ser atendido con mayor precisión aunque ahora mismo en su situación no debería ser movido –le advirtió el señor– Le prepararemos el brebaje que ha utilizado lady Helena de Irilia para controlar sus síntomas. ¿Por qué no les ha acompañado?

–Fueron las órdenes del Rey el que ella enfrentara junto a Roberto aquel ejercito...–respondió un confundido Edward– ¿Entonces debemos quedarnos o debemos marcharnos?

–Por hoy déjenlo descansar y mañana les recomendaría partir.

–Mañana nos marchamos entonces.

Aseguro el muchacho con un gesto compungido debido a la preocupación que sentía por la salud de su progenitor, tomando un pergamino de una mesa donde redacto en un corto informe el estado de su gobernante, enviándolo al campo de batalla con un mensajero.


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6 DE JULIO DE 1307

Hemos llegado y acampado en Burgh by Sands, al sur de la frontera de Escocia. El Rey se encuentra estable pero nos han aconsejado regresar al Palacio en Inglaterra, perdonen vuestra ausencia.

Regresare al campo de batalla tan pronto como me sea posible.


Príncipe Eduardo II de Inglaterra.


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– ¿Pudo descansar milord? –cuestiono Edward cuando lo vio levantarse de su cama improvisada, el chico hizo una mueca de dolor al estirar su cuerpo pero no se quejó por los inconvenientes.

–Solo un poco... –le revelo con una débil e ingenua sonrisa– Anoche estuve pensando lo mejor para Inglaterra en estos momentos y llegue a una conclusión. Me iré con los soldados que nos acompañaron junto a mi padre y tú regresarás a la batalla apenas nosotros partamos. No podemos dejar el frente tan debilitado y tú eres uno de los mejores estrategas con el que contamos.

–Poderosísimo príncipe...

–No te estoy pidiendo tu opinión comandante, te lo ordeno como el príncipe que soy –su voz fue directa y el hombre asintió en modo de respuesta– Sé que sois como un brillante Faetón intentando dominar sus rebeldes corceles pero ¿Dónde necesitan de tus habilidades? ¿En una caminata de unos kilómetros para controlar las fiebres de un Monarca o en el núcleo del conflicto donde lucha, valga la redundancia, su magistral consorte?

–En el combate, donde los nobles ingleses se debaten en gracia para exterminar al traidor.

– ¡Allí lo tenéis! Mi noble Edward, haces que mi orgullo crezca con tus palabras, ciertamente prefiero que mi corazón sienta la calma de tu lealtad a tener que ver tu cortesía por todo el camino.

–Tome con seguridad mis palabras mi señor, en tanto mi leal servicio merezca vuestro orgullo.

–Bien lo mereces –dijo él observando como un joven sirviente con ropas muy ligeras para la temporada fría que enfrentaban les hacia una sencilla reverencia para continuar su caminata por un lado de ellos con una bandeja brillante en sus manos llena de alimentos para el Rey.

–Bien merecen poseer los que conocen la manera más fuerte y segura de ganar –murmuro el caballero con su postura tranquila queriendo transmitir algo de calma al nervioso sangre azul.

Esa mañana había acaecido sobre ellos nubarrones oscuros, la temperatura se mantenía muy por debajo de lo normal y el sol no había logrado asomarse a calentar la vida debajo de aquella capa gaseosa, ambos hombres se sentaron frente del otro en medio de una plática matutina y cuando estaban tomando algo de agua frente de la cálida fogata escucharon como el sirviente que los había saludado con una leve inclinación grito con espanto dejando caer todos los recipientes que había equilibrado entre sus delgaduchas manos con diligencia produciendo un ruido tosco al chocar contra el suelo, todos corrieron a la carpa incluyendo el príncipe que al entrar se consiguió con el joven arrodillado con una expresión atemorizada y sobre sus muslos estaba su padre observando a la nada, sin brillo ni vitalidad con un tono azulado en los labios y un gesto estrangulado.

– ¡¿Padre?!

La voz temblorosa de Eduardo resonó en el sitio y Edward se colocó a su lado para palmar su espalda sabiendo lo doloroso que era perder a un padre. El pobre sirviente que no se creía lo que sus ojos veían balbuceo palabras intangibles que nadie podía descifrar.

–E-E-El... n-no... no... l-lo... l-lo... –las lágrimas se acumulaban sobre los bordes de sus ojos desbordándose con prisa por sus mejillas, la escena era de por si desalentadora y con su aspecto derrotado, espantado y desgastada solo empeoraba el dolor en el pecho del heredero– M-Mi s-señor... n-no res-re... ayúdenlo... –termino tomando aire de forma apresurada para gritar con desespero– ¡P-Por favor, salven a mi señor Eduardo!

Los curanderos bajaron su rostro con pesar, no habían logrado salvar a su soberano aun cuando habían diagnosticado su mejoría para el amanecer.

– ¿Papá...? –al fin el príncipe dio un paso, moviendo al muchacho con delicadeza tomando su lugar, acariciando el cabello canoso de su padre que antiguamente había sido castaño detallando aquellos rulos que justamente él había heredado aunque de un tono más oscuro pareciéndose más a su abuelo el Rey Enrique III– N-No puede ser... debo estar dormido aun... eso es.

Su respiración se entrecorto cuanto llevo sus manos hasta el rostro perturbado de su padre sintiendo el frío antinatural de su piel.

–Tu estás bien, estarás bien... –como era de esperarse comenzó a gimotear debido a las lágrimas incontrolables que bajaban por su rostro empapando el cuerpo muerto del hombre que lo había traído al mundo, de nada le servía fingir que estaba bien– Padre... por favor, aun no me dejes... aun no.

En su intento de tocar su pulso dejo a la vista de Edward aquellas dos cisuras que delataban al culpable de la muerte, el hombre apretó sus puños con fuerza hiriéndose las manos con las uñas que insistían en crecer de forma inmensurable sobre sus dedos sin saber cómo enfrentar la próxima acusación y rabia de Helena. Lo único que le había pedido era que protegiera al Rey como su deber le demandaba pero nuevamente fue burlado por aquel demonio asesino de sangre y ni siquiera había podido notarlo.

–Príncipe, secad vuestros ojos –le dijo el doctor con más experiencia en el tema– Tus lágrimas muestran afecto pero no remedian nada.

– ¡Silencio! No te atreveréis a decirme lo que... –el estruendo exterior detuvo su ejemplo de furia incontenible.

– ¡Escuchad bien! ¡Prestad atención a mis gritos! –escucho decir a un joven con aspecto muy aniñado, cabalgaba como si su vida dependiera de ello, dando vueltas en la zona donde los soldados y caballeros se concentraban atendiendo a su llamado de auxilio– El palacio ha sido tomado y se libra un ardiente combate por sus alrededores.

– ¿Qué sucede soldado? –le grito Edward tomando su espada de una banca para subirse a su corcel con agilidad y premura.

– ¡Cuando la luna era ceñida por el cielo una lluvia abrasadora cayó sobre vuestra cabeza, cegando la vida de muchos soldados mi señor! –le dijo con tono agitado, se le veían marcas de quemadura y cenizas por todo el rostro, en una segunda vista podía notarse que era un niño que no pasaba de los catorce años y aun así había tomado la valiente misión de buscar ayuda– El pueblo ha ardido hasta sus cimientos y la protección del palacio poco ha servido para el fulgor de aquel demonio de fuego.

– ¿Qué has dicho? –esta vez fue el príncipe el que hablo, saliendo de su estupor y duelo observando como el rostro del comandante se palidecía ante la noticia– ¿La reina cómo está?

–Un batallón respaldo a la señora, escoltándola fuera del palacio... otros han ido a verificar la salud de sus hermanos.

– ¿Y mi sobrina? –Eduardo supo que esa eran las palabras que querían salir de los labios mudos del caballero pero que con semejante información no lograba exteriorizar– ¿Esta junto a mi madre?

– ¿Habla de la princesa Charlotte?

–Necio muchacho, ¿De quién más podría estar preguntando? –grito desesperado el guerrero.

–Escuche que la niña había desaparecido de su cuna cuando los sirvientes quisieron resguardarla junto a la reina –sus ojos se fueron a sus manos, apretándolas en el cuero– Eran seis demonios pero uno de ellos no fue visto luego de la desaparición de la niña. Los demás retomaron su escondite por las sombras dirigiendo un ejército de huesos y muertos mientras que el del fuego esparcía su terror por todo el lugar.

–Mi Charlotte...

Edward golpeo con sus piernas los lados de su caballo para marchar sin pesar en nada más hacia el palacio, siendo seguido por el príncipe y detrás de ellos aquellos jinetes que se estaban alistando, dejando detrás un Rey marchitó que sería enterrado y anunciado muerto por causas de enfermedad. De algo estaba seguro el híbrido, el Rey había sido asesinado por ese mismo demonio que se había llevado a su Charlotte.

– ¡Debes mantener la calma, Edward! –le grito detrás en galope el joven Rey– Recuerda que mi padre ha muerto, la reina está en peligro y nadie sabe dónde está mi sobrina.

– ¿Vienes a detenerme porque el rey ungido se ha ido? –sus palabras sonaron crueles pero no las había dicho para ofender el sufrimiento del nuevo soberano– Cuando mi padre murió, hasta el último de su aliento fue dado a mi protección. El Rey se ha alejado pero sobre mi pecho leal reside sus deseos. Si él fuera dueño del destino y de mi caliente juventud, de tu valiente intervención, de ti y de mí, pediría el rescate de su nieta, porque aunque lo olvides Helena es su hija también. ¿La reina? Preocuparse por ella no cambiara el hecho de que tus hermanos te son indiferentes en vida o muerte.

–Soy tu mayor Edward, no ofendas mis ideales y mis palabras con tu ceguera.

– ¿Cómo podré mirar a Helena al rostro si los dos seres que más ama en el mundo le han sido arrebatado? –dijo mientras mordía su lengua venenosa provocándose una herida que tiño de rojo su boca– Sus iris siempre han reflejado soledad, dolor... nunca la había visto con una sonrisa y esa niña le dio razones para sentirse amada. Razones para sonreír con sinceridad. Joven Marte entre los hombres, desde las filas de miles de ingleses, me retracto si he ofendido su nombre pero ahora mismo poco me importa su linaje, mi objetivo desde aquí es rescatar a mi hija. Dime entonces ¿Cuál es mi falta? ¿Cuál es su gravedad?

–Helena ha tenido una vida muy difícil –recordó el chico lamentándose de su regaño anterior– Camino en las tinieblas desde su niñez, ocultando lo que sentía en su corazón con su amabilidad pero no obvia la gravedad. Tu falta sigue latente, tu franca rebeldía y está odiosa traición. Tú, un noble acomodado por el peso de un matrimonio de extraños términos, has blasfemado mi élite.

–Estamos demasiado lejos... –dijo el caballero agitando las riendas del caballo para que corriera más veloz– Ella abrazo este cuerpo aun cuando estaba roto y perdido. Aun cuando ni yo mismo me tenía fe. Ante de la expiación de tu pena, en un alarde armado nunca ha sido mi intención ir contra ti. Fui como Hereford; desterrado en mi propio cuerpo; pero Helena me hizo volver, ahora soy como Lancaster. Y noble heredero de mi señor Eduardo, suplico a vuestra gracia mirar mis faltas con ojo imparcial. ¿Va a detenerme y condenarme por errar en las prioridades? Si lo haces no solo me arrancaras las fuerzas de vivir, también hará que el rostro de su hermana; Helena, se comprima en el sufrimiento y grite a los vientos en un aullido desesperanzador: "¿Para qué he nacido? Si mi hermano Eduardo ahora es Rey de Inglaterra y mi padre e hija ahora son comida de gusanos."

–Edward... ¿Qué queréis que haga?

–Soy un súbdito y apelo a la ley, frente a ti ningún abogado me será de ayuda por lo tanto personalmente debo reclamar la herencia natural de Helena, hija de su padre el Rey. Es una deuda más que un bien de contrato nupcial, ella quien me salvo cuando niño y me trajo de vuelta de la muerte con su luz no merece mi arrepentimientos o lealtad a una corona. Su estabilidad emocional hoy ha sufrido un gran ultraje y corresponde a vuestra gracia hacerle justicia. Si no puede hacerlo con sus manos debido al peso que ahora simboliza la herencia de Inglaterra te pido que me liberes de mis obligaciones como soldado para poderlo ejecutar yo. Ella me dio una razón de ser, no puedo fallarle.

El príncipe pensó en su padre y sintió ese dolor indescifrable invadirlo, suponía que la pérdida de un hijo llevaba consigo el mismo peso y Helena estaría perdiendo dos partes importantes de su vida si no hacían nada.

–Pedimos seguirlo comandante Edward, le debemos más a la hechicera que a la tradición inglesa –se acercó otros de los guerreros; capitán del escuadrón que los acompañaban, produciendo admiración en el noble sin sangre erudita, los demás valientes le secundaron elevando sus espadas o escudos.

–Soy consciente del agravio que eso simboliza y realizare mi mejor esfuerzo para repararlo –les permitió sin ninguna otra salida que tomar, era eso o encontrarse en medio de una rebelión– Pero debo resaltar a todos que venir de este modo ante mí; su Rey, en alarde militar, siendo sus propios vengadores con espada en mano, para llegar al bien por el mal, es una falta grande. La única que os permitiré realizar sin represalias. ¡Si vosotros le apoyáis de esta manera compartís su rebelión y sois todos rebeldes! No habrá una segunda vez porque la guillotina será su cama en la noche eterna que los cegara de la vida.

–El joven comandante ha jurado que solo lucha por el bien de su cónyuge, solo lucha por lo que es suyo y por tal derecho todos hemos jurado firmemente prestarle ayuda a la dama de fuego, la antorcha de antaño de vuestro difunto Rey, mismo que aprobaría nuestra rebelión al saber el peligro que corre su pequeña nieta que tanto amo en vida, celebrando junto a los padres su llegada con fiestas y banquetes digno de una princesa.

–Si –culmino Eduardo reconociendo lo dicho por el capitán con una sonrisa en el rostro asombrando a todos los caballeros que lo veían, deseaba comprometerlos a tal grado que no necesitara preocuparse por los demás después ya mucho dolor resguardaba en su pecho con la muerte de su progenitor– ¡Y que jamás vea la alegría el que rompa ese juramento! Ni amigos ni enemigos, para mi... son libres de interceder.


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La lluvia había cesado en aquel campo, el fuego de las flechas se habían apagado y los muertos de la batalla comenzaban a ser menos visibles, Helena desboco toda su furia en contra de la quinta tropa que los enfrentaba, cercenando con aquella energía maldita a más de cien hombres, dejándola casi sin fuerza para continuar, Roberto le agradeció su intervención y salió al respaldo de los ingleses heridos mientras ella se recuperaba tomando pociones elaboradas por su sabias investigaciones. Justo en ese momento un joven con la insignia inglesa galopo cerca de Roberto, entregándole la nota que el príncipe le encargo confirmando el estado estable de su Rey y sus próximas decisiones.

–El príncipe Eduardo llevara al Rey al palacio y volverá en unos días –le anuncio luego de establecer un pequeño control en el campo que los rodeaba extendiendo el pergamino a la pelirroja, ella le mostró una débil sonrisa mientras leía las cortas palabras de su hermano confirmando su procedencia con algo de magia.

Usar su poder de aquella forma era agotador, sentía un descontrol en su cuerpo y sobre sus venas corría aquella sensación hormigueante que le dictaba sobre una futura amenaza e incapaz de reconocer su propio don de bruja lo hizo a un lado para dejar en el cinturón de su armadura aquel recado y tomar con sus manos temblorosas un arco abandonado junto a un carcaj lleno de flechas que rápidamente mojo con un veneno especial para esos enfrentamientos, un nuevo grupo de enemigos se levantaban contra de ellos. 

Nadie le quitaría aquella paz que tanto anhelaba para su padre y la pequeña Charlotte.

¿Charlotte...?

Sus ojos se llenaron de lágrimas y soltó la primera fecha rodeada con su magia, duplicando su número al instante en que dejaron el arco, acertando en distintos blancos enemigos sin ningún margen de error, sintiendo como su pecho se comprimía por el dolor y la desesperación se hacía parte de su cuerpo.

– ¡Roberto! Esto es muy extraño, los batallones siguen apareciendo y sigo viendo la misma cantidad de enemigos...

El nombrado se acercó a ella con sangre por toda su armadura y varias heridas en su frente y costados.

– ¿Qué quieres decir? Sé más clara mujer –le pidió el noble.

–Todo esto parece ser magia, una muy antigua y poderosa. Es un señuelo y al parecer hemos caído en la trampa –ahora estaba segura de lo que sucedía, por qué sentía aquella sensación de alarma y no lograba la concentración deseada, estaban utilizando magia para manipular un ejército que posiblemente había estado muerto desde que llegaron días atrás.


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La visión de aquella hermosa ciudad se había convertido en una pesadilla, el fuego consumía todo a su paso y la carne quemada dejaba un olor nauseabundo por los alrededores, el nuevo Rey se sintió perturbado ante la imagen y aunque se había reunido con su madrastra no pudo hacer más, debía mantenerse al margen mientras los soldados combatían a... los muertos de aquel lugar.

Era insólito pero incluso aquellos cuerpos chamuscados que casi parecían esqueletos se movían en contra de ellos con escudos y espalda, lentos pero amenazantes. Los que combatían en tan atónito escenario temían convertirse en uno pues habían comprobado que tras morir de cualquier forma los cuerpos se levantaban carentes de emociones y se abalanzaban en contra de ellos.

Era obvio que todo era obra de un brujo o al menos de alguien que conociera los secretos de la nigromancia.

– ¡Es una completa pesadilla! –grito Ginebra cansada del combate.

–Debes seguir luchando, debemos proteger a los sobrevivientes –añadió su hermano Henry que al dar un giro para patear un caminante que se aproximaba pudo ver la silueta de alguien que le resulto en extremo familiar– ¡Edward, has regresado!

El caballero agito una lanza ocasionando que un viento grisáceo rodeara el arma y se extendiera por el suelo en forma de un latigazo cuando lo extendió al frente para golpear un aldeano difunto con dos hachas en mano, el mismo de dividió en dos dejando detrás suyos varios muertos mutilados por la misma presencia extraña y a una muy asustada guerrera que por pura suerte logro escapar de aquella cuchilla etérea, aquellos cuerpos tocados con aquel nuevo poder comenzaron a transformarse en polvo grisáceo como si sus cuerpos fuesen papel que tras ser consumidos por el fuego se despedazan con el más mínimo movimiento.

– ¡¿Q-Que ha sido eso?! –grito la morena para enfrentar con un gesto de miedo al caballero– ¡Casi me matas, imbécil!

–Lo siento Gin...

– ¡Whuaooo! ¡Eso ha sido... increíble! –añadió Henry con una sonrisa más confiada golpeando la espalda de su incrédulo amigo, con esa nueva ayuda podrían detener a los muertos que por más que hirieran no dejaban de levantarse pero que con aquella técnica simplemente habían sido reducidos a nada– De seguro fue Helena quien te enseño ese ataque tan asombroso. ¡Qué envidia me das! Yo quiero aprenderlo también.

Ginebra chasqueo su lengua con fastidio, su hermano todo se lo tomaba con inmadurez y positivismo aunque debía de admitir que era esa misma personalidad lo que lo había mantenido con vida tras tantas batallas. Edward no dijo nada, siguió atacando con aquel enojo contenido dándole un poco de descanso a los que ya estaban cansados de combatir los mismos enemigos sin saber cómo destruirlos y aunque estaba nervioso con aquella cualidad no humana agradecía que los demás lo tomaran como magia aprendida y no como una maldición, sus demás compañeros de combates se les unieron tras unos minutos incrédulos de que los pies de su comandante pudiesen permitirle correr de aquella manera tan... antinatural.

Los había dejado atrás con facilidad, tanto que aun corriendo a todo lo que podían tardaron cerca de diez minutos en unírseles.

– ¿Qué es todo esto? –dijo la chica con el pecho agitado, estaba cansada y empapada de sangre putrefacta y sudor pero no se retiró a descansar como los demás que le había acompañado los demás días.

–Sería complicado responderlo, Gin –menciono el recién llegado, dándole muerte al último cuerpo difunto que se movía por un hilo apenas notorio por sus ojos– ¿De dónde provienen estos hilos?

Agito su lanza por los aires rompiendo muchas de las diminutas cuerdas que los rodeaban pero nuevas aparecían reemplazándolas al instante.

– ¿De qué hilo habla comandante? –se acercó el capitán con un gesto confundido, observaba los aires al igual que los demás.

–Entonces no pueden verlos... –todos negaron sintiéndose más tranquilos al no ver enemigos por los alrededores, contrario a lo que él irradiaba. Desde que llego sintió la presencia de aquellos seres que les había mencionado el pequeño mensajero que los había puesto al día con lo que ocurría en el palacio– No bajen la guardia, aún quedan enemigos por enfrentar.

– ¿Hablas de los fenómenos que nos atacaron la primera noche? –mencionó Henry– Esos desaparecieron después del primer día.

–Es cierto comandante, es obvio que por el momento no quedan enemigos por el cual preocuparnos.

–Se equivocan, ellos siguen aquí –fue seguro en sus palabras, no podía ubicarlos pero sabía que estaban cerca– Puedo sentirlos.

–Eres bastante bueno pequeño descendiente de los dioses...


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