CAPÍTULO X
1305 (Escocia)
El amanecer trajo consigo aires de lamentos, Helena alcanzo el campamento ingles donde su hermano; Eduardo, le esperaba impaciente y se puso al día con la estrategia a tomar. Dos escuadrones marcharían desde el Norte y el Oeste mientras que el suyo los confrontaría desde el Sur, dejando como vía de escape la zona Este donde aguardaban los soldados de los escoceses que habían sido sobornados, no sin antes haber visitado el campamento para confirmar los integrantes del mismo, no deseaban encontrarse con el ejército completo, solo erradicar a William y sus seguidores de más peso. No le pareció inteligente su táctica pero no quería llevarle la contraria al príncipe Eduardo ni a Roberto I.
Se retiró sin su armadura, acercándose al campamento escoces como parlamentaria y mediadora de Inglaterra. Por supuesto, fue recibida por una tropa de caballeros y rebeldes; quienes le revisaron por si llevaba armamento escondido, luego ataron sus manos con una soga áspera de gran grosor y amordazaron su boca, la hechicera se sintió dificultada por un momento pero la intimidación no funcionaba con ella.
Al estar frente de Robert Bruce y William Wallace no pudo evitar sentir lastima por ellos, actuaban movidos por la venganza y atraídos por esa ligera mentira llamada libertad. Escucho sus palabras y espero el momento que le permitieran hablar, obviamente cuando decidieran que era seguro retirar las vendas de sus labios.
–Por lo tanto, no queremos escucharte y no haremos ningún trato con Inglaterra –le aseguro el hombre de cabello cobrizo largo y enredado, desde que ella había entrado evitaba observarla caminando incomodo de un lado al otro mientras le hablaba– Le devolveremos todas las desgracias que han traído a nuestros pies, si de algo valoras tu vida jovencita te recomendaría buscar un refugio. ¡Ah! Dile a los ingleses también que los que se rindan ante nosotros y alzare una bandera blanca le daremos albergue y aseguraremos su bienestar sin ninguna represaría –detuvo sus pies sentándose con cansancio en una silla que estaba en el medio de la cabaña– Suéltenla y déjenla ir. No le hagan daño, no queremos ser como ellos.
Dos jóvenes con arcos en su espalda se acercaron para desatarla, la ingenuidad era la causante de tantas muertes y Helena no pudo evitar sentir pesar por sus destinos, Wallace era como un niño encerrado por la noche que dejaba de respirar con temor a ser descubierto por los monstruos imaginarios que habitan debajo de su cama.
– ¿Tan desesperado está el gran Eduardo que ha enviado a una mujer a cumplir las funciones de un hombre? –se burló Bruce, tanto Helena como Wallace le observaron de mala manera.
– ¿Crees que no podría cerrar tu boca? –acuso la pelirroja con aparente odio– Tengo más pantalones que tú en estos momentos.
Señalo con su vista a los escoltas que le protegían.
–Maldita... –Bruce quiso enfrentarla pero fue detenido por uno de los guerreros que estaban a su lado.
– ¡Robert, por favor! –le advirtió el rebelde.
– Esta bien... deberías regresar por tu camino ahora que Wallace lo ha permitido –le dio la espalda para ignorarla– De no ser que quieras probar mi cama y descubrir que tan bien llevo mis mallas.
–Preferiría mil veces a un perro...
– ¡Basta! –intervino el hombre antes de que su amigo atacara verbal o físicamente a la chica, su aspecto desaliñado y todos los moretones visibles en su cuerpo le daban una imagen de ejecutor pero en realidad era mucho más amable de lo que parecía– Perdón por las ofensas, retírate y toma mis consejos.
La dama no mostró ninguna expresión cuando hizo una leve reverencia como respeto al de cabello cobrizo y se marchó. No había nada que negociar porque todo era una simple bomba de humo. Observo el campamento y parte de la aldea, las mujeres sonreían mientras lavaban las ropas de los soldados, habían niños corriendo de un lado a otro y muchos hombres entrenando con una sonrisa en sus labios, ellos se sentían seguros al seguir al joven Wallace y lamentaba no poder advertirles sobre el ataque. Supuso que así era el pequeño pueblo que resguardaba su amigo John antes del ataque, un nudo se formó en su garganta; tornándose en ácido y rencor, repudiando cada acto violento que la humanidad creaba.
¿A quién debía apoyar y proteger?
Todos eran iguales.
Se ahogaban en un mundo que no podían cambiar porque solo existían cosas inevitables como el odio, la avaricia, el orgullo, la lujuria, la gula y la envidia, exactamente los siete pecados que habían desatado los demonios sobre los humanos. Helena dudaba que alguna vez pudieran abrir los ojos, sin importar cuanto se esforzaran siempre una sombra los hundía porque en el mundo existían muchas personas, algunas inteligentes, otras brutas y muchas llenas de astucia. Había ricos con poder, pobres con deudas y aquella clase media que morían con una espada sobre sus manos, a su vez estaban las personas cuerdas y muchas otras dementes que por simple placer aplaudían la guerra, ideales llenos de mentiras y falsedad, promesas reales y algunos sucesos con aire de casualidades. Todo tipo de mentalidades unidas a derrotas, fracasos y logros, cosas reales y otras que parecían de un cuento, muchas preguntas y pocas respuestas, personas que rectifican sus errores y otros que se contradicen en sus acciones; como lo era el caso del Rey Eduardo. Eran esas decisiones divididas las que lo volvía un estado de caos. Entradas, salidas, debut, despedidas, inocentes, homicidas, nacimientos, muertes, odios, amores, más de un millón de habitantes y ella estaba en el medio de todos ellos.
Esa era la realidad a la que se enfrentaba.
Tenía la esperanza del que el dolor que experimento de niña desaparecería, que no vería más muertes y que conocería el amor verdadero pero la vida no era así de amable, la golpeaba cada vez que podía y con muchísima más fuerza, evitando su recuperación total y para su sorpresa su propósito era aterrador. En medio de sus pensamientos sintió como una gota de agua caía sobre su mejilla, observando al cielo con un gesto inusual en su rostro, estaba agotada. Sin extender aquel pesar elevo sus manos al firmamento y suspiro, algunos que pasaban por su lado le dedicaron una mirada de extrañes, su actitud demente no combinaba con su traje de cabalgar y aquel hermoso escote.
– ¿Estás bien? –pregunto uno de los soldados que la habían soltado de sus amarres, habían sido enviado como escoltas para acompañarla hasta la entrada del pueblo, una gota le golpeo la nariz produciendo un encantador gesto en su rostro cuando arrugaba su piel– ¿Lluvia?
El cielo poco a poco se coloró de un gris turbio llevándose la luz de sol consigo, oscureciendo las casas, los caminos y el bosque.
–Es insólito... –dijo el otro, colocando su mano al frente para atrapar las pequeñas gotas– No había tiempo de lluvia hace un momento.
–"Dam..."
Pronuncio con un tono seco y profundo, los chicos le dedicaron una mirada de incomprensión cuando de pronto fueron bañados por gotas de sangre, se observaron con horror y desviaron su atención a todo lo que los rodeaban, las partículas caían sin parar de forma pesada y constante, volviéndose una tormenta rojiza que provocaba el espanto de todos los ciudadanos. De pronto el caos los embargo corriendo junto a la gente que se ocultaban de la lluvia bajos sus techos sin poder creer los que les acontecía, Wallace salió atraído por lo que ocurría y quedo estático bajo la lluvia sangrienta, empapándose de rojo mientras veía el rostro acusador de la dama inglesa. Bruce apretaba desde la protección de la cabaña un rosario en sus manos.
–Desde irte, Robert... –le dijo el rebelde al príncipe sin moverse de su lugar, desafiando a la dama con su mirada– Toma mi caballo y huye.
– ¿Qué? –le acuso por su forma demente de hablar– ¡¿Estás loco?! Ella es una maldita bruja.
–Exactamente por eso deduzco que es una trampa –tomando por sorpresa al joven noble– Para mí es tarde. Huye y salva a Escocia.
–Pero...
– ¡Vamos príncipe! –le pidió un caballero real– Sir Moray nos espera detrás de la carpa con los caballos.
Sir Andrew Moray era un lugarterriente de Wallace, el más fiel de Escocia que trabajaba al norte del país. Ambos sabían que daría su vida si de eso dependiera el triunfo de la rebelión.
–Wallace haz lo posible por huir –le pidió mientras seguía al muchacho.
–Lo haré –mintió. Para ese campamento todo estaba perdido– Alexander cuídalo con tu vida.
–Sí señor William.
De esa forma el ejército ingles invadió por todo los flancos el fuerte de Wallace, acabando con su guerrilla y mutilando a todo aquel que se interpusiera en su camino sin piedad, perdiendo de vista al joven Bruce que luego se enteraría que su padre formo parte importante en aquella conspiración en contra del rebelde, repudiándolo como hijo y abandonándolo como futuro heredero. William Wallace; noble y rebelde, fue capturado y llevado ante el magistrado ingles donde es juzgado por alta traición y condenado a ser torturado y ejecutado públicamente a manos de Ralph de Monthermer, primo de David de Escocia y esposo de Juana de Acre quien era hija del actual Rey de Inglaterra, pero pese a las torturas concebidas Wallace se niega a someter su voluntad ante el Soberano, siendo ahorcado, arrastrado e incluso descuartizado.
Fue tan penoso su castigo que la multitud incluyendo a Helena interceden por su misericordia no pudiendo ver como un hombre es denigrado a tal nivel de sufrimiento.
– ¡Por favor, piedad! –pidió Helena muy conmovida por el valor del Escoces arrodillándose frente de Ralph y su hermano Eduardo, Wallace le observo con una expresión agradecida pero al mismo tiempo perdida, en sus ojos podía leer perfectamente su perdón porque él no la acusaba de su destino– Esto es inhumano, no pueden... por favor...
– ¿Acaso nos traicionarías por un Escoces, Helena? –la acuso su hermano sin ningún tipo de control haciendo que la chica llorara con más sufrimiento– ¡Esta bien! Que el magistrado dicte su última voluntad.
El príncipe era blando, en esos momentos aun no forjaba una carrera digna de un monarca.
–Solo se le dará una oportunidad si el culpable pronuncia la palabra "Misericordia" frente a su futuro Rey, Eduardo II de Inglaterra –dijo uno de los miembros, Helena abrió sus ojos con indignación.
–De esa forma su muerte será rápida e indolora –las lágrimas nublaron la visión de la bruja, aquello era tan cruel que incluso Mefisto; el demonio, era más humanos que esos seres con títulos y poder político.
–Malvados... –pronuncio ella con intención de callar todas sus sonrisas siendo retenida por un Edward muy angustiado.
–No te opongas o serás la siguiente en la orca –le advirtió en un susurro donde ella se abrazó a su cuerpo y lloro con desesperación.
Nuevamente se había equivocado, quiso complacer los deseos de su Rey trayendo muerte y desgracia a los demás, todos guardaron silencio esperando a que Wallace dijera sus últimas palabras y sin dejar de observar el semblante arrepentido de la muchacha abrió sus labios para gritar la frase por lo que ahora se le conoce como un héroe. Todos sus delitos no habían sido en vano, él trajo a su gente la visión de ser independientes, de poder decidir por sí mismos, de encontrar el camino hacia aquello que deseaban sin ser pisoteados ni obligados a servir a una corona.
Wallace había sido para los plebeyos lo que Helena fue para Inglaterra en su inocencia.
– ¡Libertad!
Helena abrió sus labios con sorpresa, aquellos ojos azules le dedicaron una despedida antes de que Ralph furioso por su provocación ordenara su decapitación. La cabeza del joven rodo por el suelo de madera mientras que su cuerpo, yacía inerte en su lugar y la sangre se escurría en cascada. Las personas que presenciaron tal barbaridad se lamentaron de su final, habían ingleses, irlandeses y algunos escoceses entre la multitud. Helena vómito lo que no había comido ese día y sintió como perdía las fuerzas de sus piernas siendo ayudada por Edward quien tampoco simpatizaba con aquel tipo de demostraciones y aunque creyeron que aquello sería la solución de sus problemas solo fue el comienzo de ellos.
Ese día no solo murió Wallace sino también la fe de Helena.
El rey no mejoro hasta unos meses después de la muerte de Wallace justo después del sorpresivo compromiso de Helena y del nacimiento de su hija; Charlotte. Su condición seguía siendo un misterio para los médicos de aquella época incluyendo a la casi bruja, el príncipe estuvo al mando de la corona todo el tiempo en que su padre enfermó permitiendo y comandando los combates que recuperarían pequeñas porciones de Escocia e Irlanda, creando un nuevo tratado de paz con Francia y gestionando ciertos terrenos a su favor.
–Señora Helena, el príncipe requiere de su presencia en el gran salón –la joven nombrada observo a la dama con aspecto envejecido, sonriéndole con calma y asintiendo con su rostro, esa mujer era una de los pocos en la servidumbre que la trataba de forma cortes y sin temor, pariente de la que recibió al príncipe Eduardo al nacer. Dejó a la pequeña bebe de cinco meses en su cuna y dibujo con su dedo una estrella de cinco puntas en la madera, protegiendo el sueño de la infante por cualquier sonido exterior– ¿Quiere que vigile a la pequeña mientras regresa?
–Por favor... –le dijo al mismo tiempo que buscaba una especie de pergamino en una de las repisas que habían en la habitación, su hermano le había dado la labor de formar una estrategia para combatir una porción rebelde que comenzaba a constituirse en la frontera, personas que seguían los ideales del difunto Wallace– Acaba de amamantar así que no debería despertar hasta dentro de tres horas. He cubierto la cuna con un pentagrama de silencio así que no habrá problemas pero si por casualidad llega a llorar no dudes en buscarme, estaré con el Rey y mi hermano.
–No se preocupe, esta criaturita es puro amor. No había visto una bebe tan tranquila como ella –la mujer sonreía con ternura ante la presencia de la pequeña con cabello azabache– Será idéntica a su madre.
Helena no pudo evitar sonreír, de pequeña evitaba correr por los pasillos para no molestar al príncipe que ahora era Rey y los sirvientes la trataron enseguida como si fuera hija verdadera del monarca.
–Lo dudo... –suspiro mirando la habitación por si olvidaba algún otro artículo– Ya estoy lista, gracias por tu ayuda Ingrid.
Al salir tuvo la leve sensación de ser observada pero al voltear su rostro no consiguió nada fuera de lo normal de ser así su barrera seguramente se lo advertiría prosiguió con su camino hasta encontrarse con Edward por el pasillo; quien recién había llegado de una extensa excursión de vigilancia y exploración y se dirigía en dirección a su habitación, no dudo en invítalo a la reunión y el joven gustoso la siguió, para nadie en el palacio era un secreto que él la amaba pero lo que pocos sabían es que su compromiso y matrimonio era una sombra para ocultar el nacimiento de la niña que poseía más sangre oscura que la mismísima Helena.
– ¿Cómo amaneció Charlotte hoy? –pregunto con un rubor propio de su timidez la pelirroja le sonrió sin detener sus pasos– Supe por Henry que sufrió de fiebre.
–Todo está bien solo era un resfriado –le comunico cruzando por el pasillo para conseguirse con las escaleras que la guiarían al despacho real– ¿Cómo te fue en el reconocimiento?
–Es como dijiste, están convocando a otros clanes escoceses para armarse en contra del rey –a pesar de que estaba confirmando sus teorías algo no parecía estar bien en su tono de voz cosa que Helena noto de una vez deteniéndose a mitad de las escaleras, tomando por sorpresa al híbrido que imagino que había recordado un elemento de ultima hora– ¿Olvidaste algo?
–Estás ocultándome algo... –le acuso dejando que su magia elevara todo lo que llevaba en sus manos a su alrededor para acercarse al hombre y acariciar sus hombros– ¿Qué sucede, Edward?
El hombre trago en seco sin saber cómo responder a su pregunta sin afectarla o molestarla, reconocía que era astuta pero jamás imagino que detectaría su omisión de información dejándolo expuesto en solo seis palabras, desvió su rostro a la barandilla y aferro una de sus manos en el mármol que lo conformaba.
– ¿Te quedaras en silencio?
–No –le respondió alejándose un poco de ella para recobrar algo de espacio personal– Un escuadrón fue descuartizado en plena excursión.
– ¡¿Por qué no hubo un reporte de eso?! –Helena se sintió conmocionada aquello era una demostración de violencia y podía claramente intervenir en esa situación sin provocar murmullos que señalaran a la realeza como asesinos frívolos y egoístas– Traen el reporte de cinco...
Algo hizo clip en el cerebro de la hechicera que dio dos pasos en retroceso descendiendo dos escalones en el proceso, aquello no podía ser cierto. Si Edward había omitido ese tipo de acción es porque no involucraban a los rebeldes ni ningún tipo de lucha cuerpo a cuerpo.
–No puede ser...
–Los encontré sin ninguna gota de sangre, sus cuerpos estaban intactos con una única herida en su cuello en forma de dos pequeñas incisiones –le revelo con pesar apretando con fuerza la superficie que tenía debajo de su mano– No solo lidiamos con los rebeldes que dejó Wallace en su muerte sino también con un demonio.
–Él no puede...
–No estoy culpando al demonio de la cueva pero... ¿Acaso no pueden existir otros demonios como él?
Tenía lógica, sabiendo de la existencia de seres mitológico no era extraño que otro estuviera rondando por los alrededores aprovechándose de la muerte de tantos inocentes y como consecuencia alimentando sus pútrido estómago, la mano izquierda de Helena se fue a sus labios mordiéndose la uña de su dedo pulgar como consecuencia de un ataque nervioso.
–Quería platicarlo contigo antes de modificar el reporte original pero me conseguí con esta reunión y...
– ¡Haz silencio Edward! Necesito descubrir que es lo que está sucediendo en Inglaterra –le pidió la dama dándole la espalda para reanudar su camino al gran salón mientras sus anotaciones regresaban a sus manos para evitar el uso extenso de su magia.
–En las aldeas están rondando historias de desaparecidos y asesinatos de similitud entrañable.
No podía cumplir su capricho de callar porque estaban tratando con un tema delicado y de aparente atención.
–No digas nada hasta que sepamos con que nos enfrentamos, debemos ser sigilosos con estos temas.
–No planeaba decirlo, yo mismo me pondría en peligro –le recordó su mezcla exótica de genes– ¿Has encontrado algo sobre mí?
–Tu sangre no es usual, yo no había visto algo como tú así que necesito un poco más de tiempo –le fue sincera llegando a la puerta doble que daba con su destino escuchando una risa tenue detrás de ellas– Conozco pocas especies fuera de los humanos, recuerda que no son frecuentes y no se reconoce sus existencias debido a su poca interacciones...
El hombre espero a que terminara su explicación pero la puerta se abrió dejando ver un rostro bastante conocido, las comisuras de su boca se elevaron en una gentil sonrisa y la pelirroja lucio una expresión fastidiada muy evidente.
– ¿Interrumpí algo?
Helena soltó un suspiro ahogado y entro al salón sin dirigirle ninguna palabra algo muy extraño en su forma de ser, dejaría que Edward se encargara de su parlanchín compañero por el momento debido al estrés que le producía su actual reporte.
–Mi lord Eduardo... –dijo ella en una pequeña reverencia recibiendo la misma expresión ofuscada del Rey y una sonrisa burlona de su hermano– Me regocijo con su presencia, se le ve como un árbol recio en el otoño de la vida...
–No comiences, Helena por favor... –le suplico su Alteza en un tono cansado.
–Pero padre ella solo desea demostrar su agradecimiento –intervino el príncipe– Parece que no la conocieras si toda su vida se ha dedicado a ser solo Helena.
–Tu chiste no consiente ninguna gracia, ¿Qué es eso de que me he dedicado a ser solo Helena? Es el nombre que me han dado al nacer y...
–Lo digo por su significado hermanita, "la llama" que llevo a la victoria a Inglaterra –la voz del príncipe era serena con un toque de burla– De niño envidie ese título que te entrego nuestro padre pero ahora...
–Eduardo...
Interrumpió el Rey, todos en la sala podían apreciar el cansancio que le producía las discusiones de sus hijos.
–No sucede nada padre –dijo Helena, disfrutaba con esos enfrentamientos llenos de fraternidad al igual que el joven delfín– Igual nos amamos como hermanos.
–Eso ni se duda, lo certifico.
– ¿Entonces no compliqué algo? –Henry aprovecho el bullicio en el interior de la habitación para susurrarle su inquietud Edward.
–No –le respondió con un gesto fastidiado– No sucedía nada entre los dos solo me ponía al día sobre la gripe de mi hija.
– ¡Ah!
Para Henry aquella relación que sostenía su amigo con la hija adoptiva del Rey de Inglaterra era extraña pero admitía que gracias a eso el joven se veía más positivo y su aura de soledad se había transformado en una de orgullo.
Una vez que estuvieron todos en la sala comenzó el debate sobre la información recolectada en su viaje de reconocimiento y sobre las teorías que manejaba la hechicera, extendiéndose por casi cinco horas. Cuando terminaron de recolectar toda la información, de anotar los datos nuevos y de estudiar las nuevas estrategias Helena se sorprendió al reconocer que había olvidado su labor de madre, disculpándose con todos para ir por su pequeña, el joven que ahora era legalmente su esposo la siguió sin ningún contratiempo.
–Odio esto... –le comunico la chica entregándole otro lote de pergaminos que debían revisar y corregir, desde su boda el joven se había convertido en un noble y su ascenso fue inevitable convirtiéndolo en el líder de todos los soldados incluyendo sus rangos mayores– Me quita demasiado tiempo y no veo nada de provecho en...
– ¡Helena...! –exclamo el caballero con un tono grave, la joven le observo sorprendida y le sonrió cuando comprendió su llamado de atención– Nunca te habías quejado de este trabajo pero veo que has cambiado de opinión.
–Nunca estuve de acuerdo con nada solo seguía los deseos de Eduardo.
– ¿Eduardo? –hasta él se sorprendió con esa falta de formalidad, la chica nunca había tenido ese desliz al hablar sobre su señor o hermano– ¿A sucedido algo mientras no estaba?
–Lo he aceptado –le dijo con un rubor en sus mejillas comenzando a subir las escaleras que los llevaría a su habitación compartida. Luego del matrimonio no pudo evitar ese término propio de una pareja y aunque su hermano estuvo reacio al compromiso no le comento nada a su padre sobre la verdadera naturaleza del embarazo, aliviándose por completo al ver nacer una niña completamente sana y humana– Él nunca me amara ni vera con los ojos con lo que yo lo veo.
– ¿Alguna vez lo dejaras de amar? –se notaba la tristeza en aquella pregunta– Es que aceptar no significa que lo hayas superado.
–No lo sé Edward pero quiero darte la oportunidad que te mereces y... ser feliz.
Esa palabra se la habían repetido tanto en su vida que las había anhelado con desespero, necesitando encontrar ese algo que le permitiera llegar a la felicidad prometida para poderle dar lo mismo a su hija y en su camino de búsqueda se encontró a si misma siendo errada, la felicidad no era algo que pudiera palpar con sus propias manos eran simples momentos que conllevaban a rememorar su necesidad, algo que solo estaba allí en forma de una flor, de una sonrisa, de un gesto desinteresado o un pequeño ser: su hija. El hombre extendió la mano para tocar su rostro acercándola a sus labios y sellando aquel discurso con un beso que por primera vez la dama no le negaba o huía.
Al llegar a la habitación encontraron a Ingrid durmiendo a un lado de la cuna con dos biberones en la repisa infantil y con una Charlotte satisfecha a su lado explicando por qué la señora no había buscado a Helena en ningún momento.
–Ingrid... –le llamo el hombre con un gesto amable, la señora se estiro y les sonrió a los dos levantándose del lugar– Ya estamos aquí, puedes ir a descansar como es debido esas posturas no son buenas para la espalda baja.
–Gracias señor Edward –le respondió algo adormilada dirigiéndose a la salida para respetar la comodidad del matrimonio– Tomare su oferta e iré a mi recamara, buenas noches.
–Gracias a ti Ingrid –le dijo Helena deteniéndola para darle un abrazo, ella siempre rompía los protocolos impuestos por la sociedad, al despedirla cerró la puerta y se acercó a la peinadora– Ella es tan amable.
Edward evaluaba a la niña acomodando varias almohadas de la cuna.
–Eso pienso yo de ti, los tratas a todos como si fueran tus familiares.
–Lo son –le confeso desatando el corcel que llevaba puesto y que desde hacía horas le robaba el aliento– Está es la única familia que he tenido y que recuerdo pues de mi niñez ya no queda mucho.
Edward se giró a observarla para disculparse como era debido pero el cuerpo casi desnudo de Helena le robo el aliento y cualquier pensamiento que rondara por su mente. Desde su casamiento habían evitado esas demostraciones, Helena se vestía o cambiaba en el baño y dormía en ropas reservadas mientras que él evitaba cualquier tipo de contacto, cada uno en su propio extremo de la cama.
Se volteó sonrojado al darse cuenta de su acción.
–L-Lo siento...
Ya no sabía por qué se estaba disculpando si por su imprudencia o por su falta de respeto al observarla más de la cuenta, lamentablemente ese simple desliz le había afectado demasiado despertando a ese ser que vivía entre sus piernas.
Era bochornoso.
– ¿Por qué te disculpas? –pregunto con aparente confusión quedando desnuda por completo, acercándose a su espalda para acariciar sus hombros desde aquella posición. Sabia a la perfección lo que había sucedido y estaba dispuesta a dar el paso para completar su papel de esposa– ¿Acaso ha sucedido algo?
El hombre sintió como las manos de Helena descendían por sus brazos, inmóvil dejo que ella hiciese con su cuerpo lo que quisiera hasta que finalmente acaricio su erección sobre la tela de su malla de entrenamiento.
–Lo que haces no estaba en los términos que colocamos para convivir juntos–le recordó mordiéndose con fuerza el labio inferior al notar como la dama le desabrochaba el pantalón.
–No existe ningún contrato querido –anuncio dejando caer la prenda por sus piernas, colocándose al frente de él– Solo mi esposo y yo.
Y con esa oración se perdió en sus labios disfrutando de su sabor varonil y reanudando su jugueteo personal con él, esa noche después de meses de casados por primera vez se desposaron.
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