CAPÍTULO VII
1291 (Wilshire)
Leonor de Provenza tras intentar recuperar su influencia en la corte de los nobles sin ningún éxito aparente, se vio en la obligación de cuidar a sus nietos, petición concebida por el mismísimo Eduardo; su hijo. Pero luego de ver morir a varios de ellos se desanimó de su función como abuela, consolando al viudo por unos meses y ya cansada de llevar una vida como ama de casa, le entrega el cuidado del menor Eduardo II; príncipe heredero, a Helena y a la hija de Keith, quien ahora también laboraba en el castillo como nodriza. Partiendo a Wilshire; exactamente al palacio de Amesbury, y estando allí, la madre del Rey se dedicó a escribir cartas mensuales a su hijo, fue así hasta el último día de su vida.
Esa noche de Junio estaba en la labor de transcribir cuando a mitad de la nota sintió un dolor agudo en su pecho, su vista se nublo y cada parte de su cuerpo se tensó, aquello era una mala señal del cansancio por lo que decidió que al otro día terminaría aquella carta, acomodándose en su cama observo como se movían las pesadas cortinas a un lado de su cama, el color miel que poseían le pareció algo mágico de ver y junto a ellas el fulgor de las velas que; aun con la brisa, se negaban a morir sin luchar.
–Me pregunto si Eduardo algún día responderá mis cartas... –coloco las manos en su pecho y varias lágrimas rodaron por sus mejillas, recordar a sus hijos y a su amor eterno; Enrique, era lo único que le quedaba a esas horas de la noche– Oh, querido mío... tanto anhelo poder ver tu sonrisa una última vez.
Quedándose dormida al instante con una sonrisa melancólica en los labios, siendo encontrada a la mañana por lo sirvientes sin ningún signo de vida.
(Inglaterra)
Eduardo recibe la noticia varios días después de su deceso junto a la carta que apenas había logrado escribir la noche previa de su muerte, sin poder más con el sufrimiento que sentía y abatido por la desesperación, tiro el papel a un lado de su cuerpo y frente de sus sirvientes e hijos se dejó caer al piso, lamentando incluso el día de su nacimiento.
– ¡Oh, Dios misericordioso! ¿Por qué he nacido yo, si tan solo les he traído desgracias a mis seres queridos? ¿En dónde está tu señal, tu compañía? ¡Oh Dios, dime...! –dejo que su rostro se perdiera en el suelo donde sus lágrimas humedecían la roca debajo de él– Primero mis hermanos, luego mi pueblo, seguido de mis hermanas que con su ausencia se llevaron el alma de mi progenitor, entonces también siendo poco, todas las vidas de mis hijos, que con su partida también robaron la de su madre, mi esposa. Y ahora, ella. Mi madre querida... ahora lo único que me queda aparte de mis seis hijos es ella, tu señal, mi hija Helena. Pido piedad por ellos, por cada uno de ellos, protégelos de mí, de mi pecado y desgracia.
–Milord... –murmuro Helena, quien estaba con sus hermanos a cada lado, siendo la mayor de veintidós años y el menor de siete.
– ¡¿Es que acaso escrito estaba esta burla en contra de mí?! ¿En dónde quedo mi socorro? –grito en respuesta el Soberano. Helena tomo entre sus manos aquella última carta que su abuela; la reina, no había terminado de escribir– ¿El altísimo me ha olvidado? ¿Cuál ha sido mi pecado? ¿Haber nacido? Porque de ser así, prefiero...
–Querido Eduardo... –comenzó a leer la pelirroja, el hombre se quedó paralizado y en silencio tras escuchar su nombre en aquella voz, levantando su mirada del suelo para observar a la chica con asombro, percatándose de lo que estaba haciendo, por un momento creyó que la chica le había regalado aquel honorifico pero al contrario de sus deseos, solo leía lo que en aquel papel estaba escrito–...estos días han sido asombrosos para mí.
Eduardo sabía que su madre sufría pero como Rey, nada podía hacer para aliviar su pena.
» Dejarme decirte que extraño tenerte en mis brazos, así como en aquellos días cuando eras solo un bebe y jugabas con el cabello de tu padre. Extraño cuando; amoroso y feliz, te sentaba en sus piernas para enseñarte a decir "PAPÁ", lamentablemente para él, tus primeras palabras fueron "AGUA" pero igual, escucharlas de tu inocente voz era como un tesoro increíble que festejaba a tu lado, mimándote más de la cuenta.
Helena leía con un gesto sereno, lleno de compasión y amor, el Rey no podía dejar de observarla, sin moverse, sin respirar siquiera, temiendo que cualquier movimiento de su parte rompiera aquella burbuja que se había formado en su mente, pues incluso con aquel pesar podía ver la sonrisa de su madre, el cabello castaño de su padre, la dulce voz de su esposa y los ojos hermosos de aquella niña que simbolizo su victoria.
» Lamento todos esos años de ausencias; como podrás entender, ser un regente no es tarea sencilla.
Si, lamentaba no haber podido compartir con sus seres amados todo lo que en su pecho guardaba, hasta entonces comprendió que su padre no había sido un cobarde al decidir disfrutar de ellos como un hombre normal siendo Rey.
» Deseo con todo mi corazón poder regresar el tiempo para compartir esos momentos de alegría junto a ti y tus hermanos. Sus ausencias han sido un dolor muy agudo que lentamente me han consumido y mis ganas de vivir se desvanecen junto a los recuerdos felices que teníamos pero, no te preocupes mi querido hijo, aun con todo este sufrimiento he sido feliz de verte crecer.
Los ojos de Helena estaban llenos de lágrimas, se encontraban posados sobre aquella última carta escrita por Leonor; la madre de Eduardo, hasta que finalmente se quedó sin voz, estaba rota por todas esas situaciones que enfrentaban y también añoraba a su familia biológica, en todos esos años nunca los olvido. Tras un suspiro, continuo.
» Cuando observo cada éxito obtenido por ti, soy dichosa de poder ser llamada la madre del gran...
Y se detuvo, ya no había más palabras en aquella hermosa carta, Eduardo se levantó y camino hasta donde ella le miraba con los ojos empapados, extendió su mano y ella le entrego el papiro, no hubo petición ni sonido alguno, sus hijos; sorprendidos de ver los ojos rojos de su padre, siguieron en mutismo mientras que él; forma nostálgica, leía cada palabra existente en el papel hasta llegar a las últimas descritas. Y fue cuando dejo de llorar, ya no había lágrimas que verter, todas fueron derramadas en su preciso momento; a solas en su alcoba, era el momento de tomar decisiones y la primera que ejecuto fue, en memoria de su amadísima esposa.
Por esa razón, en 1291 envió a edificar varias cruces en memoria de Leonor de Castilla; su compañera, marcando con ellas los lugares donde reposaron esas noches de marcha fúnebre, sirviendo también de ruta para aquellos que viniesen por esos lares y por supuesto, para rememorar la procesión hasta Londres. Siendo terminadas todas en 1294, un año después del matrimonio de su hija mayor; Leonor, la cual contrajo nupcias con el duque de Bar.
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1296 (Westminster)
Pero no todo eran desgracias para el Rey, al nacer su cuarto nieto se vio invadido de una ilusión enorme, por lo que al igual que los demás niños, celebraron con un gran banquete en su honor. Juana; quien se había casado con Gilbert unos meses antes de morir su abuela, tuvo su cuarto parto exitoso, sin ningún tipo de contratiempo, por lo tanto se mostró dichoso ante aquella ceremonia. Si bien, estuvo deprimida durante y después del embarazo, la ilusión de poder compartir con sus retoños la hacían luchar por su vida.
¿Por qué Juana; siendo hija de un magistral Rey, estaba con esos humores grises?
La respuesta era otra desgracia agrupada a su desdichada familia, debido a un conflicto contra los escoceses en el año de 1295, le es arrebatada la vida de Gilbert; conde de Hertford, su esposo, dejándola viuda y a la espera de su cuarto hijo. Eduardo no la desamparo y tras dos años de completa protección, fue entregada en matrimonio a Ralph de Monthermer, con quien tuvo cuatro hijos más.
Y Leonor; su otra hija, completo después de aquellos sucesos otro embarazo con triunfo, teniendo su segundo hijo.
Pero aquel es un tema al cual no le tomaremos importancia, vamos a la fecha de 1297, donde la buena hija de Eduardo; Leonor, se enferma de manera repentina y no habiendo medicina para mejorar su salud ni magias curativas efectivas, fallece del mismo mal que había acabado con su querida madre, el mismo mal que casi termino con la vida de Eduardo.
– ¡Helena, por favor! –le suplico Eduardo con su rostro perlado en sudor, había corrido demasiado para encontrarla. Ella tendida en la cama de su alcoba solo siguió observando la textura que había sido grabado en su techo– Si lograste mi mejoría podrías...
– ¿No lo entiendes, Eduardo? –susurro con un gesto remordido de dolor, por supuesto que deseaba salvar a la hermosa hija del Rey pero, no estaba en sus dones lograr tal hazaña– Ya lo intente, pero... no tengo nada en mi poder que pueda ofrecer por su mejoría.
– ¿Es dinero? Yo te entrego todo lo que neces... –ella le interrumpió con una sonrisa burlona.
– ¿Dinero? –espetó con furia– ¿Crees que a un demonio le interese tu fortuna o posición en la nobleza?
Eduardo retrocedió, lo que tanto temía escuchar había sido pronunciado por la chica de forma indiferente y grotesca.
– ¿Ahora me aborreces? ¿Desde cuándo; Milord, es usted tan cristiano? –le acuso la chica, sentándose en su lecho para observarlo con sus espectrales ojos esmeraldas, en ellos ya no estaban la inocencia que había conseguido inspirar al príncipe de antaño, ahora solo deslumbraba maldad y penitencia pero sobre todo pesar–No os culpo, es muy inteligente de tu parte hacerlo. Yo misma tome esa decisión... por ti, para salvarte.
–Helena... –él quiso acercarse pero un fuerte viento le quito la intención, empujándolo a la entrada de la habitación.
–Ni se te ocurra, no necesito de tu compasión. Finalmente me he desposado con aquel monstruo ¿No era eso lo que anhelabas? –rugió con enojo, no solo estaba deprimida por los limitantes de su poder, también se enteró de que el Rey frecuentaba a una princesa francesa con la cual contraería matrimonio a futuro, de esa forma se apoderaría de una gran cantidad de riquezas y beneficios y ella; la que había entregado su cuerpo y orgullo por amor, ni siquiera fue una opción– ¿Te casaras con esa princesa, hermana del Rey francés? ¿Cómo es que se llama?
–Esa niña no tiene...
– ¿Niña? Entonces Blanca es solo una inocente niña pero, aun así te casaras con ella y... ¿No tiene nada que ver? Eso ibas a decir... –estaba triste, se culpaba por ser tan amable e ilusa, por esperar alguna historia romántica a su lado ahora que Leonor había fallecido. La emoción la había llenado por completo, nunca imagino que cuando partió a cumplir con su promesa al demonio, muchas lunas atrás, él le daría semejante noticias. Sabía que Mefistófeles solo se la entregaba con el objetivo de hacerla sufrir, disfrutaba devorar corazones marchitos y heridos como el de ella pero, jamás espero que Eduardo lo fuera a confirma de manera tan apática, sin considerar un poco su amor sincero– ¡Larga vida a los reyes de Inglaterra! –balbuceo, mordiéndose la lengua de la ira– ¡Y un higo español para los dos!
Eduardo se sintió asustado; verdaderamente atemorizado, aquella chica estaba fuera de su control y por primera vez en su vida se arrepintió de haberla traído consigo al palacio, tal como ella se sintió arrepentida por haberlo salvado.
– ¡Eres una bruja! –le acuso.
– ¿Me quemaras en la hoguera? –le pregunto la mujer con pesar, bajando su tono de voz, ya no podía negar aquella acusación, su sangre de hechicera había sido ligada con el pacto que había hecho con el demonio– No me resistiré de ser así pero debes prometerme que te quedaras a observar mis cenizas en la ceremonia, es mi última petición.
–No podría hacerlo porque... –el hombre trago saliva, aun con el arrepentimiento en sus huesos estaba seguro de que la volvería a salvar porque ella era; quisiera o no, su hija–...tu eres mi hija.
Helena abrió sus labios, las lágrimas empaparon sus pecosas mejillas pero no pudo decirle nada, el orgullo la mataba desde su alma.
–Lamento no poder ayudar a mi querida hermana –le expreso su condolencia por adelantado, dándole la espalda para poder llorar en silencio con más calma– Tu Dios sabe que lo intente.
–Gracias por todo...–dijo saliendo de la habitación, sintiendo como todo lo que había construido se desvanecía con el tiempo, paralizando la ensoñación de una hermosa niña con cabello rojizo y ojos verdosos que le recordó a su fallecida primogénita. Ahora comprendía por qué todos envejecían a su alrededor y ella seguía sostenida en el tiempo como una juvenil mujer– ¡Dios, perdónale sus razones y sálvala de aquel mal ceñido que la persigue!
Helena tuvo que aguantarse las ganas de gritar, quería llorar como nunca lo había hecho, con gemidos y quejidos pero se contuvo con todo su espíritu, era muy tarde para hacerlo y aun con todo su sufrimiento, seguiría unida a Mefistófeles y lo acompañaría a su infierno cuando su final llegara.
Y tal como le había profetizado aquel oscuro ser, Leonor; su hija, falleció un 19 de Agosto de 1298. Eduardo para liberar su mente de tal sufrimiento se fue de viaje a Escocia, donde junto con su élite contuvo un intento de golpe por parte de William Wallace; líder de los rebeldes que habían asesinado al esposo de su hija Juana; Gilbert. Tras haber ganado aquella enfrenta, unos pocos guerreros lograron huir con vida del campo de batalla pero estaba seguro de que en cuanto menos se los esperaran, él les asesinaría.
Su matrimonio con Margarita de Francia fue festejado el 8 de Septiembre de 1299, siendo la hija menor del difunto Rey francés Felipe III, heredero del también difunto Rey Luis IV, logrando unificar aquella parte francesa que su anterior rey le había negado. Aquel tratado fue entregado por su hermano mayor; el actual Rey Felipe IV, tras haberlo engañado con un compromiso con su otra hermana, Blanca de Francia.
Cabe mencionar que la muerte de su primera esposa lo habían dejado destrozado pero conocía perfectamente los beneficios que aquel compromiso le permitirían, sobre todo si estaba en guerra con Escocia. Necesitaba unificar aquellos convenios y siendo una o la otra le convenía, además, con su mala racha en la vida se veía en la necesidad de proteger el trono ingles con otros herederos, no sabía si la salud de su hijo menor; Eduardo II, sería suficiente para llevarlo a la coronación.
De comienzos había decidido que fuera su hijo quien tuviese descendencia para beneficiar el trono, por lo que sería el joven el que se casaría con la joven Blanca, pero llevado por la avaricia y la belleza de tal princesa, pretendió ser él el comprometido. El hermano de la princesa no se negó al enlace pero, a cambio de su oferta pidió que todo se hiciera bajo un tratado firmado y que el mismísimo Rey ingles cediera a los franceses el feudo de Gascuña y para la sorpresa de la corona francesa, Eduardo acepto cada condición, enviando a su hermano; el conde Edmundo de Lancaster, a traer a la novia a Inglaterra.
Helena estaba furiosa, no sabía cómo controlar su humor y mucho menos como evitar tomar venganza sobre todos aquellos que; viéndola sufrir, se hacían de ojos ciegos pero poco le duro el enfado cuando se percató del engaño francés, todo el asunto del compromiso resulto ser una falsa, Blanca ya estaba comprometida con Rodolfo II de Habsburgo; conde de Austria, hijo mayor del emperador Alberto I de Habsburgo y Eduardo no tenía el poder para romper dicho enlace.
Como recompensa por la burla, le ofrendo a la hermana menor; Margarita, de solo once años de edad. Ofendido por la concurrencia, se va a la guerra con dicho país pero tras una tregua y el firmado de Montreuil; influenciado por el papa Bonifacio VIII, fue empleado un matrimonio doble donde padre e hijo ingleses serian beneficiados, el primero se casó con la joven Margarita y el segundo con la hija del mismísimo Felipe IV, Isabel de Francia. También dentro de aquellos matrimonios, Inglaterra recuperó el ducado ofrecido por Blanca, más 15.000 libras de dotes legadas a la joven por su padre Felipe III y el retorno de las tierras de Leonor de Castillas; su difunta mujer, en Ponthieu y Montreuil (pertenecientes en ese instante a Margarita e Isabel).
El Rey no se esforzó en darle atención a la joven, la cual además de llevarle muchísimos años nunca corono como reina en un rito formal de investidura. Después de la boda, Eduardo partió a fronteras escocesas para olvidar el asunto y despreciar los afectos que la joven intentaba con él, dejándola sola en Londres, dentro de un castillo donde todos le miraban con desconsuelo. Helena se divertía con aquella situación, veía en aquella joven princesa su desolado amor fallido pero tras unos meses de batallas y estrategias, un carruaje lujoso llego al campamento inglés trayendo en su interior a la consorte; que sin saberlo, con sus acciones había alegrado en sobre manera al Rey.
– ¡Mi Señor! –se acercó Henry, hijo del difunto Harry al campamento real– Ha llegado un carruaje...
– ¿De dónde? –pregunto Helena con indiferencia, Eduardo estaba muy ocupado en emplear una nueva táctica en contra de los escoceses– Nadie notifico esta visita.
–Es la Reina, Margarita de Inglaterra –al escucharlo el Rey se giró al joven con absoluta atención, Helena por su lado sintió celos y enojo– Según, vino a respaldar al Rey pues en el palacio se encontraba sola y aburrida.
– ¿Es acaso tonta? –escupió la pelirroja– ¡Esto no es un paseo al campo! Podría morir...
–Entonces, déjenme morir –agrego la chica que se acercaba a ellos, ganándose una reverencia por parte del joven mensajero– Si mi destino es yacer junto a mi querido esposo, acepto sin remordimiento la imposición pero... no podría vivir tranquila sabiendo que él lucha una guerra mientras yo me pruebo miles de vestidos en sus castillos.
–Margarita... –susurro Eduardo, tomando sus manos y dejando en ellos un cálido beso, el primer gesto amoroso que tenía con la menor.
Esa joven le recordaba de muchas formas a su difunta esposa, trayendo consigo una paz inexplicable a su dolido corazón. Así, la reina, además de mostrar su capacidad madura para resolver problemas también se envistió con armadura para ser también un escudo para su esposo. Y con aquella decisión, la reina consorte forjo una sólida amistad con su hijastra María, abadesa de Amesbury, siendo solo tres años mayor que ella.
Al año de su boda, nace como sello de su aclamado amor, el primer hijo de aquella relación y al siguiente, otro segundo varón. Eduardo podía sentirse seguro de que, si moría de forma inesperada alguno de sus herederos hombres tomaría el trono y Helena tuvo que admitir que la joven era en gracia a todo aquel que la tratara; humilde y sencilla, no buscaba mancillar a nadie con su posición y aun sin la ceremonia de investidura, lucía una brillante corona sobre su cabeza y firmaba documentos con su nombre de casada.
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1300 (Inglaterra)
Cierto día la hechicera descansaba en su alcoba cuando Ginebra; su amiga y guerrera, se acercó con apuros a su puerta, golpeando la madera con brusquedad.
– ¡Helena! ¡Por favor! –la joven se despertó algo asustada pero luego se calmó, al hacerla pasar se consiguió con una imagen lamentable en el rostro de la muchacha, su sonrisa se había desvanecido y tenía los ojos rojos debido al llanto.
– ¿Qué sucede, Ginebra?
– ¡Es Ronny, mi prometido! Se ha quedado dormido anoche en su guardia y el Rey ha enviado su ejecución –las lágrimas de la otra conmovieron a la adulta– Sé que si tú se lo pides, él lo perdonara.
–No lo creo... ya no es como antes...
– ¡Por favor!
– ¡Bien! Hare un intento pero... no tengas muchas esperanzas.
Ambas corrieron a la carpa real con urgencia, Ginebra llorando desconsolada, pidiéndole a los cielos por un milagro y Helena, asustada tras la idea de no poder cumplirle a su amiga.
– ¡Milord Eduardo! –gimoteo la chica cuando pensó que su amigo; el arquero Ronny, sería ejecutado pero para su asombro, el joven estaba sin esposas en las manos, arrodillado sobre el suelo con la cabeza sumisa, agradeciéndole al Rey su misericordia, algo impensable para todo el ejército.
Helena no comprendía lo que sucedía, estaba segura que ni su intervención le podría haber salvado pero entonces el Rey contesto a sus dudas sin proponérselo y de manera escalofriante, se sintió rota con el suceso.
Ya no quedaba nada en su alma.
Entre el regente y su demonio, se habían encargado de matarla en vida, dejando solo un cuerpo sin alma.
–Escriban en el documento de perdón, "Perdonado únicamente por la intervención de nuestra querida consorte, la reina Margarita de Inglaterra" –sus sirvientes encargados de ejecutar tales escritos lo hacían lo más rápido que podían, el Rey dejo de mirar a los redactores para prestarle atención al alboroto de Helena y advirtió como ella, además de unos ojos llorosos se mostraba serena a su presencia, como si nada más le quedara en su cuerpo y le preocupo, nunca pensó que vería a su señal de victoria tan apacible– ¿Sucede algo, hija mía?
–Nada, milord...
La joven se dio media vuelta y partió a su habitación, dejando a Ginebra junto a su amor; quien sin darse cuenta del sufrimiento que venía acumulando con aquel desdichado amor, la dejo marchar junto a todo su dolor.
¿Cómo se podía reparar un espíritu que acababa de ser desecho?
La respuesta era simple, nada lo curaría.
Y de esa forma, la pareja dispareja fue dichosamente feliz, encima de un pilar angular llamado "Helena de Irilia", quien por amor entrego todo de sí para que el Rey pudiera vivir y ahora, dicha vida la compartía alado de aquella menor.
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1302 (En algún lugar de Inglaterra)
– ¡Lo odio! –los ojos verdes de Helena de vez en cuando perdían aquel tono místico para dejar a su paso un oscuro presagio, se encontraba debajo de los brazos de su demonio, el cual solo le sonrió con malicia mientras lamia sus pezones sin ningún tipo de cuidado.
–Eso me gusta. Tu alma corrompida por mis deseos es más deliciosa que aquella primera vez... –le respondió con notable dicha, para él todo aquello solo significaba la transición de un alma pura hacia la oscuridad eterna, volviéndola más compatible con su esencia– ¿Quieres que lo asesine?
– De que valdría mi sacrificio si dejara que lo mataras...
–No lo haría con una enfermedad. Mi esencia es eliminada del sistema humano después de un mes. Hablo de ir yo mismo...
–Tú no puedes salir de...
– ¿Quién dijo que no podía? –ella le miro con atención y recelo, su cuerpo masculino perlado por la acción en el sexo siempre le producía espasmos en su vientre, él era hermoso, un espécimen creado para la sexualidad– Recuerdas que cuando viniste a mí te dije que tuve una temporada donde visite el mundo humano junto a mi esposa.
– ¿Qué sucedió con ella? –la curiosidad era parte de sí misma.
El demonio estuvo negándose a platicar sobre ese tema pero aquel día fue distinto, Helena era su todo en aquel momento y ya no le importaba el pasado, después de todo, el amor no era parte de su naturaleza.
–Yo la mate –guardo un silencio algo extenso, ambos se observaron mientras los minutos traían consigo un nuevo amanecer– Mi amor por ella lo hizo... –por primera vez pudo ver en sus ojos algo más humano y sincero; lejos de su maldad, un sentimiento inusual que lo abordaba desde hacía años, similar a lo que le sucedía a la hechicera– Ella quedo embarazada y ese acto es aborrecido y castigado por los seres de luz. Entonces un ángel... ¡Tck! Aquel maldito ángel que lleva la muerte en su aliento me la arrebato sin ningún tipo de compasión.
–Lo siento tanto... –Helena se sintió avergonzada por su insistente indagación, le atraía el tema de los ángeles, esos seres que nunca había visto pero, prefirió respetar el luto ajeno.
–Eso no importa... los humanos son así, efímeros e inocentes.
– ¿Entonces puedes salir de aquí?
–Por supuesto... siempre y cuando un humano me invite a su mundo –le anuncio, lamiendo el lóbulo de su oreja izquierda con intenciones perversas– ¿Me invitarías?
–Ya no soy humana, tu...
– ¡Jah! ¿Ves lo que digo? Que inocente eres mi pequeña Helena.
– ¿Que es humano en mí? Ni siquiera envejezco...–la mujer le miro con enojo ante el apodo dicho, aborrecía que le dijeran de esa manera porque en sus años de adolescencia era el seudónimo que más usaba el Rey para ella.
–Solo tienes una eternidad prestada para mi uso –le respondió, mordiendo su cuello de forma anhelante– El día en que lo decida, morirás.
– ¿Y cuándo será ese día? –se sentía ansiosa, no tenía ni idea de que aquello fuese real, todo ese tiempo se sintió culpable al imaginar que ya no era una humana.
–Nunca sucederá mi amada... porque tú, eres mía –le beso los labios de manera demandante siendo correspondido enseguida, abrazándose a su cuerpo mientras sentía como le aruñaba con fiereza la espalda, provocándole un rugido hermoso, separándose de aquellos labios de cereza– Además, de ti obtengo mi alimento de manera fresca y deliciosa. ¿No es obvio lo que pacte contigo aquel día? Ambos teníamos algo que ganar cuando hicimos aquella alianza.
–Entonces deja de hablar y devórame, por favor... –le suplico la chica, encendida por aquel mísero sonido que había brotado de sus pulmones.
–Tus deseos son órdenes mi niña querida, pero recuerda... –le observo sin reparos, contemplando cada curva de su cuerpo– si deseas ver morir al Rey o a su nueva esposa, solo dame la invitación.
La pelirroja medito sobre aquellas palabras mientras las manos de aquel demoníaco ser le hacían sentir el paraíso anhelado en el mundo terrenal y pese a todo lo que sentía en su pecho contra los nobles, no deseaba verlos morir.
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Hola mis bellos gatitos...
¡Feliz año nuevo 2020!
♥.♥
¿Como les fue es estas fiestas?
A mi bastante relajado aunque con una señal de internet muy pésima
jajaja
Aquí les dejo el capítulo que debí haber subido antes de finalizar el 2019 pero que por culpa de la señal es el primero en subir en el 2020
¿Que tal va la trama? ¿Algo confusa verdad?
Para mi; la historia de Eduardo I es muy compleja y difícil de llevar pero, con el milagro de la ficción allí vamos
Él conmigo y yo con él
jajajaja
¿Que piensa de lo que está sucediendo entre nuestro hermoso Rey Eduardo y la "dulce" Helena?
:P
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Cualquier duda ocurrida en este capítulo pueden escribirnos, nosotros feliz les responderemos
Bueno, con esta actualización nos despedimos
Esperamos volver a publicar la semana que viene, nos sentaremos a trabajar en esta historia
BESOS Y ABRAZOS
OXOXOXO
♥ J.A.M ♥
No olviden dejar sus votos y comentarios, son el alimento e inspiración de los escritores novatos como nosotros
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