CAPITULO VI

1280 (Inglaterra)

El Rey; convencido de que para mostrar su poderío debía elevar diversos castillos, le encomendó esa tarea al gran arquitecto; James de St. George, el cual tenía la libertad de crearlos como quisiera, siempre y cuando siguieran al pie de la letra los mitos Artúricos; además, re-modelo aquellos que ya estaban en pie pues que necesitaba ser innovador.

Helena se dedicó a supervisar las construcciones de forma feliz, James le explicaba la razón de cada elemento que iban colocando y aunque no le importaba el conocimiento de la arquitectura, agradeció su gesto pues de esa forma se mantenía lejos del castillo donde solo lograba sentirse asfixiada con la presencia del personal que la observaba por todos los rincones a los cuales se dirigía. Había algo en aquel remoto sitio que la hacía sentir mejor, siendo la primera vez que viajaba lejos de Westminster y sin Eduardo, supuso que los nervios la atormentarían pero debido a como estaban las cosas, fue algo renovador aquel descanso. Ya no habían miradas llenas de deprecio, no tenía que soportar los murmullos de los duques, las conspiraciones de los barones que no confiaban en sus hazañas y, tampoco debía de ver al Rey.

Y entre construcciones y reparaciones se les pasaron los meses.

El arquitecto se había vuelto un buen amigo e incluso, un gran partido para un matrimonio cómodo y... ¿Feliz? Sabía que nunca lograría aquella felicidad pero comenzaba a cuestionarse si, debería de aceptar la propuesta que le había ofrecido el caballero. Eduardo cada día era más distante con ella, visitaba de vez en cuando el castillo en construcción pero apenas se veían a los ojos, desviaba su vista a otro lugar, parecía que aquel vínculo que los unía había desaparecido con aquella decisión de colocarla al mando de sus castillos.

Con cada carta que recibía de su amiga Ginebra o de sus amigos Henry y Edward, se convencía que los intereses del Soberano habían cambiado mucho. Aunque seguía siendo el mismo Rey, ahora utilizaba los mitos Artúricos a su favor, satisfaciendo su propio ego y beneficios políticos. Incluso, se tomó la libertad de cambiar la legitimación de su gobierno en Gales, desacreditando las creencias galesas de que Aturo podría regresar como su salvador, proclamándose a sí mismo como ese héroe profético y ejecutando a todo aquel que estuviera en su contra. Saber esas cosas le parecieron horribles pero, desde que lo conoció admitió que no existía una acción que él no evaluara para el bienestar del pueblo, por lo tanto, ¿Era para un bien sentirse un salvador?

No lo sabía a ciencia cierta pero no deseaba dudar de él.

━━━━━━✧❂✧━━━━━━


1283 (Inglaterra)

Para esa época, el Rey enferma de manera misteriosa y las cartas que recibió la hechicera sobre su estado de salud le obligaron a regresar al castillo donde, de manera incorregible se consiguió con un Eduardo moribundo. Su esposa, no encontraba ningún nombre a la enfermedad y Helena había rebuscado en todos sus escritos, en los libros de su abuelo y en los de su maestro pero, no había nada que curara aquel mal.

– ¿Helena? –le llamo la reina consorte desde la puerta de la biblioteca, la chica llevaba tres días en aquel salón y no comía ni bebía líquidos desde el día anterior. La nombrada abrió sus ojos lentamente, se sentía abatida, cansada y muy triste, sus ojos verdes se encontraron con los azules de Leonor– Milord, desea... v-verte.

El corazón de la chica se detuvo, la humedad en aquella mirada de cielo le transmitieron el pesar que la obligo a contener su propio llanto, si Eduardo deseaba verla, quizás, solo quizás estaba cerca de su muerte. Subió escalón por escalón de forma mecánica, no había nada más en su mente que aquel recuerdo fugaz de cuando le conoció. Al entrar a la habitación, lo encontró acostado en su lecho, respirando de forma forzada mientras observaba el cielo a través de su ventana.

Él era un ángel, su ángel.

–Milord... Eduardo –pronuncio cuando estuvo a su lado, giro su rostro con lentitud y la observo con una mirada llena de arrepentimiento y amor.

– ¿Nunca... me... llamaras... padre? –ella negó con el rostro, él soltó un suspiro cansado, hablar le hacía difícil el respirar– ¿Ni por mi...?

Una tos fuerte interrumpió pregunta, Helena se acercó a él siendo salpicada de sangre. Una sangre que brotaba de sus labios con un tono oscuro y mortífero, entonces, el llanto le gano y se sentó a su lado con una pequeña toalla húmeda que anteriormente descansaba a un lado de la cama.

–Mi Rey, sea fuerte... yo encontrare la cura a su mal –le suplico mientras le ayudaba a limpiar la sangre y saliva que había escupido– Yo...

–No... –una tos más suave le gano– Solo, dime... por mi... nombre... una sola... vez.

–Si lo hago se rendirá –le acuso, ella no deseaba verlo morir– Viva por favor, viva por su esposa que lo ama, por sus hijos que lo necesitan... por mí, por favor. Así podrá ganarse mi autorización y entonces, si se recupera, le diré como desea que lo llame.

Él le sonrió y agradeció su gesto, no tenía fuerzas para debatirla y tampoco sentía voluntad para continuar pero si era por ella lo intentaría, así no diría que Eduardo I; Rey de Inglaterra había sucumbido bajo una simple enfermedad. Helena se levantó de su cama y se marchó del castillo en su yegua negra, llamada Ónix. Había leído en un libro de su madre cuando era solo una niña que existía un lugar maldito que no pertenecía ni a Francia ni a Inglaterra, pero que estaba en medio de ambas, justo al lado del mar.

Utilizando su magia le dio resistencia y velocidad a su caballo, viendo como un camino de siete días se transformaba en solo dos. Al llegar, se sorprendió con lo que veía, el sitio era real, aquella cueva realmente existía y no solo eso, también aquellos caminos que lo rodeaban, un océano embravecido a su lado izquierdo, un bosque de espinas al derecho y muchísimos árboles muertos y esqueletos de animales en todo su frente. Con muchísimo miedo, entro a la cueva donde se consiguió con un altar al final del camino, iluminado por algunos agujeros naturales que permitían que pasara cualquier fuente de luz, ya sea del sol o de la luna y que eran reflejados por lo que parecían diamantes costosos.

– ¿Qué hace un humano por estos sitios malditos?

Una voz resonó desde lo más profundo de la cueva, se escuchaba triste y añeja.

–Y-Yo soy... –murmuro con mucho temor, al no saber dónde estaba aquel ser no podía defenderse de ningún ataque por lo que prefirió mantener su identidad en secreto– He leído en un antiguo libro que...

– ¿Has leído? –una sombra comenzó a tomar la forma de un humano frente de aquel altar, al principio era solo humo negruzco que apenas era humanoide pero después, poco a poco comenzaron a verse más nítido los colores de su traje y piel, a distinguirse la tela de su antiguo conjunto rumano y la piel grisácea de un no vivo– Son leyendas sin fundamentos, no hago favores sin nada a cambio. ¿Estarías dispuesta a hacer un pacto conmigo por dicho favor?

– ¡Sí! –ni siquiera lo dudo, no tenía tiempo para meditar en ninguna respuesta.

– ¿Tan desesperada estás? –aquel ser de ojos rojos vibrantes se acercó a ella y con sus manos llenas de garras acaricio sus pálidas mejillas– Ciertamente, eres hermosa. ¿Si te pido tu cuerpo me lo entregarías por ese favor?

–Si...

– ¡Ya veo! Entonces, cuéntale a este antiguo íncubo, ¿Cuál es tu deseo?

–Deseo salvar al Rey de Inglaterra. Ha enfermado de un mal desconocido y yo necesito curarlo –le dijo sin más, el demonio que tenía al frente mostró una mueca nostálgica y se sentó en aquel altar de piedra que ahora tenía a su espalda.

–Ya veo... yo intuí la desgracia en aquel hombre cuando le vi hace muchos años atrás –le comento de manera gentil– Viajaba con mi esposa, conociendo este mundo al cual ella pertenecía pero... ¿Qué importa la vida de un miserable noble? ¿Acaso ganaras mucho dinero por su mejoría? Porque si no lo sabes, pactaras con un ser de la noche por lo que ningún mérito, terreno o tesoro te salvaran del infierno cuando llegue tu muerte.

–No deseo nada de eso, señor... –no sabía su nombre, él coloco un gesto compungido ante aquel termino usado.

–Mefistófeles. Ese es mi nombre –los labios de él se curvaron hacia arriba cuando observo que la chica abría sus ojos de forma exagerada y su ritmo cardíaco se desbocaba en un incontrolable zumbido, ella había leído mucho sobre leyendas demoníacas y sabía que aquel, no era más que un demonio de alto rango o mejor dicho; un príncipe– ¿Sigues dispuesta a pactar conmigo, Helena?

–Si –no podía pensarlo, él incluso conocía su nombre por lo que si había una esperanza de rescatar al amor de su vida ella iría al mismísimo inframundo por él.

–Entonces ven, acércate a mí –ella lo hizo sin ningún estivo de dudas aunque con muchísimo miedo, cosa que le robo una tétrica sonrisa al ser– ¿La antorcha del rey? –murmuro cuando hubo acariciado sus hombros, bajando la manga del vestido hasta un lado , acercando sus labios agrietados a su cuello inmaculado, permitiendo que la joven sintiera su gélido aliento antes de darle un beso– Eres virgen, eso lo hace aún mejor.

De esa manera, Helena pacto con un demonio del que apenas conocía el nombre, prometiendo regresar a su cueva cada noche que no hubiera luna en el cielo, él a cambio le entrego un pequeño frasco con un líquido espeso de un color negro.

–El Rey debe de beberlo todo, hasta la última gota –le advirtió– Si no lo hace, volverá a enfermar y está vez, no podrás salvarlo.

Ella atenta a sus advertencias regreso al palacio lo más pronto que pudo, se sentía humillada y utilizada pero si eso salvaba a su querido héroe, valdría la pena. Una vez en el castillo, cinco días después de su partida, encontró a Eduardo prendido en una fiebre insalubre, delirando y sin esperanza de sobrevivir otro día más.

–Ha luchado todo lo que puede –le dijo su esposa entre un mar de lágrimas–...y él, aun en ese estado, no deja de llamarte.

– ¿A mí? –pregunto Helena, sentándose a un lado de la cama.

–No quiero sonar grosera, Helena pero... en ocasiones siento que te ama más que a mí.

–No digas eso, Leonor –le pidió de forma suave, sacando la botella de sus pechos y destapándola con los labios para dársela a beber– Él no deja de pensar en ti.

– ¿Has estado en su lecho, verdad? –la dama fue directa, Helena le observo con extrañeza, deteniendo su labor de ofrecerle el brebaje al moribundo– Muchos sirvientes y guardias lo murmuran por los pasillos. Después de aquel viaje a la abadía donde descansaban los restos de Arturo, tú y él estuvieron en la misma cama.

–Eso nunca paso –le aseguro sentando al hombre con esfuerzo, colocándolo a la altura de su pecho, casi encima de sí misma, dándole a beber todo el líquido carmesí, hasta la última gota– Es cierto que yo me le ofrecí. Tú sabes cuánto lo amo pero él se negó a estar a mi lado. Te ama tanto que aun en tu ausencia o rechazo, él te respeta.

La mujer comenzó a llorar, se dejó caer al suelo al escuchar esa afirmación de los labios de la chica, todos esos años los culpo a ambos de una infidelidad que jamás había ocurrido pues, creía en las palabras de ella. De pronto, Eduardo comenzó a toser con fuerza, mostrando en su rostro la presencia de mucho dolor, Helena no pudo seguir sosteniéndolo dejándolo caer a la cama donde grito y se retorció de forma inhumana mientras que el fluido negro salía de sus labios; vomitándolo, brotando junto al negruzco liquido otro de tono escarlata, cayendo sin detenerse a las sabanas.

Leonor y Helena no sabían que hacer, mientras una le sostenía las piernas al hombre la otra intentaba mantener estable su cabeza, aquella faena perduro al menos unos cinco minutos. Los sirvientes acudieron a los gritos y una vez que todo se calmó, limpiaron las paredes, el piso y cambiaron las sabanas, dejando que el Rey siguiera descansando.

–La fiebre se ha detenido –murmuro la cónyuge, observando a una pelirroja muy meditabunda–...su respiración se escucha más tranquila, sin ningún sonido que vibre en su pecho. ¿Qué le diste a beber?

–Una medicina ancestral.

Murmuro sin ganas de explicar, caminando a la salida. Ella había cumplido con la primera parte del pacto, Mefistófeles había sido sincero con esa segunda parte y ahora solo le quedaba acudir una vez al mes a su lecho, tal como le prometió; sino, aquella misma cura seria el motivo de la muerte de su amor.

–Podríamos salvar muchas vidas –la voz alegre de la mujer le supo a maldición a la joven– Me he enterado que...

–No, el precio que hay que pagar por ella es muy alto –le dijo, transmitiéndole el miedo necesario a la reina.

– ¿Qué has hecho, Helena? –el pesar broto en forma de pregunta.

–Lo necesario.

Y con esa simple respuesta se marchó de la alcoba.

Ahora todo futuro que pudiese tener con aquel hombre había sido cortado y tampoco podría casarse con ningún noble pues aquel demonio lo asesinaría en reclamo de su cuerpo. Había sido sellada en su ser la marca de su pertenencia, por los siglos de los siglos, hasta que él lo decidiera. Se sentó en el balcón que estaba al final del pasillo y observo la luna creciente que adornaba aquella noche, preguntándose él porque aquel ente solo le había pedido su cuerpo, pudiendo devorar su alma o espíritu. Era extraño pero quizás si le preguntaba en su próxima visita, él le respondería.

A mitad de la madrugada, un pequeño alboroto hizo que se despertara, se había quedado dormida en aquel sitio. Tallo sus ojos con ambas manos y observo al interior, escuchando como los sirvientes iban y venían a mitad de la noche, con velas, vasijas, jarrones y comida.

– ¿Qué sucede? –se atrevió a preguntarle a un chico que venía bajando por las escaleras que estaban al otro extremo del pasillo.

–El Rey ha despertado, saludable como un roble –le indico con mucha alegría– Por eso, todos trabajan horas extras, al parecer tiene mucho apetito.

El chico desapareció de su vista y Helena solo pudo sonreír invadida por la dicha, todos sus actos malignos habían sido recompensados con su salud pero nunca imagino que pactar con ese ser nocturno solo podría traerle más desgracias a su vida. Aquel Eduardo que había abierto sus ojos no era el que ella conoció de niña, su mente ahora era vil, malvada y estaba llena de resentimiento. Desde ese día, se alzó en Inglaterra un Rey oscuro, exigiendo más de lo que podía darle aquel pueblo, aumentando impuestos y aclamando leyes confusas que solo lo beneficiaban a él.

Desde ese momento fue conocido como un villano incapaz de perdonar a sus infieles súbditos y eso solo contrariaba la hechicera, que por un instante se arrepintió de haberle salvado la vida.

Al año, Leonor dio a luz a su ultimo hijo; Eduardo; quien sería reconocido como Eduardo II, celebrando eventos consagrados como lo era la mesa redonda, torneos en su honor y banquetes deliciosos, convirtiéndose en su heredero al trono tras morir su hermano Alfonso; conde de Chester, de tan solo once años de edad. Tras enterarse de ese embarazo, el Rey se sintió extrañamente feliz, sus actos viles disminuyeron y envió a construir un castillo como regalo para su hijo mayor; Alfonso, pero al morir decidió que fuera entregado entonces al recién nacido. Helena cuido la construcción desde que comenzaron a pulir las primeras piedras y de manera inconsciente se alejó en trato del arquitecto, al cual rechazo frente del Rey en el momento en que él pidió su mano.

Eduardo, sin más que hacer, se disculpó con el hombre y dejo que ella decidiera qué camino tomaría, le daba un poco igual lo que ella decidiera hacer pues había algo en la actitud de la joven que le producía rencor y placer, a saber rechazado cualquier propuesta de matrimonio y en una de sus visitas al castillo de Conwy, logro recuperar aquella relación perdida que tenía con la joven, no en busca de algo intimo sino, esperando conseguir aquel amor paterno que ella le había prometido en su lecho y que aún no conciliaban en buenos términos, algo en su pecho lo habían transformado en un ser sin piedad pero cuando se trataba de ella, toda esa muralla construida con años de sufrimiento, días de muertes y un líquido viscoso que traspasaba su esófago, se desvanecían como un castillo de arena sobre las costas del mar.

La madrugada había caído silente y sin demora, todo aquel que había culminado su labor de trabajo se hallaban descansando en sus tiendas, permaneciendo en vigilia aquellos guardias que tomaban sus horarios nocturnos. El Rey sin poder dormir salió de su alcoba, la única terminada en todo el palacio, camino fuera de sus aposentos y paso por un lado de lo que sería la capilla católica llegando al patio interno, observando las flamas de las antorchas iluminar el terreno, fue cuando una duce voz le llego desde lo lejos, sobre las murallas, por el camino de ronda.

Subió sin entretenerse más, encontrándola a ella, sentada al borde del mismo, cantando sin apuro ni necesitad, simplemente contemplando la noche misma en todo su esplendor.

– ¿Aun despierta, Helena? –su voz erizo cada cabello de su cuerpo, trago el nudo formado en su garganta y soltó aquel suspiro reprimido desde hacía varios minutos, estaba a su espalda observando el mismo cielo que ella no dejaba de mirar– Es hermoso, es por esto que me gusta más la noche que el mismo día.

–Usted nunca podrá ser noche –el rey tomo asiento a su lado, ya no llevaba ninguna protección de metal ni su traje elegante– Su luz es muy radiante por lo tanto opaca la oscuridad.

–Te equivocas, Helena. Soy un simple mortal, un humano con errores y maldad –extendió su mano al cielo, apenas eran iluminados por las candelas que blandían su fuego en contra del viento– He asesinado sin piedad ni...

El silencio los rodeo cuando la chica acaricio su mano, subiendo su caricia hasta tener su palma sobre su pequeña mano.

–Un ideal exige sangre –le respondió sorprendiendo al mayor por la profundidad de sus pensamientos, no aceptaba que ahora, la pequeña que había encontrado una vez había desaparecido dejando a su lado una mujer de aspecto melancólico– Usted defiende al débil, le da valor a aquellos que por su naturaleza han sido desechados... me dio una oportunidad a mí. Lord Eduardo, mi señor...

–No... –soltó la mano femenina para apretar las propias sobre sus piernas–...hace frío, deberías ir a dormir, Helena.

–Ya no soy una niña, no necesitas preocuparte por mí. Además... –la chica se encogió de hombros evitando mirarlo de frente– Es mi deber como hechicera real protegerlo también, y eso hare.

–Aquí no nos sucederá nada, ¿Te niegas a obedecer a tu rey?

–Eso... –dijo molesta, levantándose de un solo movimiento para enfrentarlo con los ojos llenos de lágrimas, aquella simple palabra pronunciada de esa forma era motivo suficiente para ser ejecutada pero, había un lazo sentimental que los unía–...eso es lo más cruel que podías decirme. Yo... yo n-no podría... tú... usted... ¡Jamás le desobedecería!

–Entonces ve a dormir, es una orden –de los labios masculinos sobresalió una sonrisa llena de pesar, se acercó a ella y la abrazo con cariño, de forma paternal, muy lejos de lo que realmente buscaba de él– Me sentiría culpable si no te cuido como lo prometí una vez.

– ¡Entiendo! –le respondió sin moverse, aspirando el aroma floral que emanaba del rey– Iré a dormir.

Eduardo se separó de ella y acaricio su melena llameante.

– ¿Te había dicho que, tu cabello me recuerda a una llama ardiente y poderosa?

–No, no lo habías hecho mi Lord –le respondió mientras limpiaba el camino húmedo que había dejado sus lágrimas.

– ¿Alguna vez me llamaras padre o simplemente Eduardo? –ambos comenzaron a caminar por la muralla, consiguiéndose con las escaleras que descendían hacia el patio interior del castillo.

–No, eso sería una falta de respeto de mi parte –le contesto con simpleza robándole una sonrisa al mayor.

– ¿Pero confesarme tu amor no lo es? –le acuso de forma divertida, ella sonrió como respuesta.

–No.

–Deberías poner tus ojos en otro caballero, no quiero imponerte un matrimonio forzado con ningún noble pero, me han llegado buenos pretendientes aspirando tu mano.

Ella se detuvo, indignada por esas palabras, llena de rabia y miedo.

–No deseo casarme con...

–Son dignos de ti, sino no los tendría en cuenta –él se detuvo algunos pasos más al frente sin voltearse a mirarla– Eres mi hija, yo te di el mismo derecho que mis hijos propios.

–No soy tu hija, mis padres eran brujos y hechiceros... y ellos están muertos.

–No me refiero a eso, Helena –le pidió con una mínima esperanza de ser escuchado– Solo deseo que seas feliz.

–Si nunca te duele no te hará feliz –le confeso en medio de un llanto quebradizo, pasando corriendo por su lado sin ninguna intención de detenerse.

Eduardo había decidido dejarla quemar aquella etapa, comprendía que la ausencia de una familia la habían transformado en alguien vulnerable y que siendo él su salvador, era normal que confundiera esos pensamientos de admiración con sentimientos de amor. La tomo por pura suerte de la muñeca, recibiendo una débil descarga eléctrica que lo expulso sin miramientos, cayó al suelo sorprendido por aquella reacción de rechazo y ella solo soltó un gemido de vergüenza, observándolo con sus grandes ojos esmeraldas.

–Y-Yo... no quise... fue un... no sabía... –los balbuceos no dejaban comprender que era lo que realmente deseaba explicar, Eduardo por su parte, se levantó del suelo, sacudiendo su ropa del polvo para luego acercarse a ella, pidiéndole en silencio que tomara su mano, la cual se veía azulada por la reciente descarga– ¿Te lastime?

Ella tomo su mano con cuidado, comenzando a brotar de la misma una luz verde que rodeaba a la del rey.

–Prefiero un lo siento que no poder sentir –le respondió recibiendo una mirada confusa por parte de la menor– Dicen que hay palabras apropiadas para momentos así, pero hay personas que no valen su significado. Dime, ¿Yo merezco una disculpa?

– ¡Si, mi Lord, sin lugar a duda! –al curarlo, soltó su mano e hizo una reverencia– Yo siento mucho...

–Lo siento, Helena. Soy un simple humano recuérdalo, cometo errores. Perdóname por no saber cómo ayudarte... –la interrumpió– Tu no debes disculparte, soy un mal hombre que no ha sabido valorar tu amor y que nunca podrá hacerlo. Helena, sé feliz.

Ella no tuvo el valor de responder, lo amaba y lo respetaba tanto que vio necesario y apropiado su silencio, Eduardo tenía una expresión de malestar y sabía que deseaba decirle algo que le había tomado años intentando expresar.

–Prométeme que si algún día tienes la oportunidad de redimir mi pecado... –ambos se observaron con atención, rodeados únicamente por la eterna oscuridad de la noche con sus brillantes estrellas–...lo harás sin dudarlo ni un segundo.

La chica asintió, sabiendo que aquello sería imposible pues había pactado con un demonio que al final de los tiempos la llevaría al infierno.

¿Cómo redimir un pecado si ella misma era la razón de aquel pecado?

Lo reconocía pero no deseaba preocupar más al regente.

━━━━━━✧❂✧━━━━━━


1290 (Inglaterra)

El Rey quería tener mucho poder en Gales, por eso creo el Castillo de Conwy y otros más por toda su extensión. Tuvo un gasto de 15.000 libras esterlinas únicamente en las defensas del que sería el hogar de su hijo; Eduardo II, la suma más alta que se había permitido en todos sus castillos. Al finalizar, en 1289 termino rodeado por cuatro torres en cada patio, el exterior y el interno. Su ideal en aquel palacio era crear una ciudad segura, protegida por murallas y en el interior del pueblo, el gran palacio. Se encontraba ubicado en las riveras, poseía un clima bastante cómodo, cerca de las costas norte de Gales.

Logrando alcanzar unos veintiún metros de altura.

Leonor, su esposa se mostró complacida con aquel regalo dedicado al infante y tras visitarlo a mitad del año, se quedó habitándolo por unos meses más. Fue cuando, de manera repentina, se vio azotada por una tos insistente, Eduardo no se mostró preocupado en aquel entonces pues ella misma le indico que era una alergia provocada por el cambio de estación y de clima.

Helena estuvo atenta de la reina en su estadía en el castillo y le preparo unos tés que según el libro de su abuelo le ayudaría con la alergia, funcionando solo por unos días. Mientras tanto, Eduardo envió un equipo de exploración a tierras escocesas para indagar sobre la producción de la misma, aconsejado por el barón de Brotherton.

Helena no estuvo de acuerdo pero las órdenes legítimas eran las del Rey.

En Noviembre de ese mismo año, la salud de Leonor de Castilla empeoro, no existía medicamentos o magias que lograran mejorar su estado pues sin saber que mal le aquejaba la hechicera no podía actuar. El soberano; ahora preocupado por su compañera, se quedó a su lado todos esos días, siendo el pequeño heredero cuidado por su abuela; Leonor de Provenza, en el palacio de Westminster.

De esa manera toda misión de invasión o conquista se vio neutralizada pues, el Rey no tenía otro interés que ver mejor a su esposa.

Cosa que no sucedió.

El 29 de Noviembre el cuerpo de la mujer no soporto la enfermedad, falleciendo de manera desoladora. Eduardo, se comprimió en su habitación todo ese día, llorando su perdida y sintiendo como esa parte de él, la que le motivaba a vivir, había sido arrancada de un solo golpe. De pronto, se vio en una marcha fúnebre por la misma ruta que había tomado junto a ella meses atrás para Conwy, esta vez de camino a Londres, donde descansaría el cadáver de su esposa.

Cada vez que caía la noche, descansaban en algunos puntos que el Rey con cautela vigilaba hasta el amanecer. Esa noche seria el último descanso de la caravana pues, a unas horas de marcha llegaría al palacio.

– ¿Esta seguro que debemos detenernos? –le pregunto Helena, sentada a un lado del hombre.

–Sí, los caballos están agotados y... –la chica soltó un suspiro, el Rey no comprendía como podía mantener la misma apariencia de hace casi diez años pero, se hacía una idea, Leonor; su esposa, le había relatado una terrible teoría a la cual no había deseado indagar–...tu estas muy cansada. Descansa...

– ¿Lo haces por mí? –no pudo evitar sentirse feliz, ahora que Leonor había fallecido, quizás Eduardo podría verla con otros ojos, así eso significara darle algo más al demonio para que le permitiera vivir a su lado.

–Haría lo que sea por ti –le dedico una sonrisa melancólica, Helena supo que él estaba perdido sin su amor y se sintió culpable por haber sentido esa alegría efímera en su pecho al saberla muerta– Eres mi hija.

La chica suspiro, no volvería a discutirle el tema.

– ¿Me llamaras algún día padre o simplemente Eduardo?

–No lo sé... tal vez –le dijo ella, antes de levantarse y dejarle un beso en la frente, él inclino su rostro en forma de respeto y ella se retiró a su tienda, donde apenas y pudo dormir.

Ambos se habían transformado en demonios, seres sin piedad ni sentimientos, ungidos únicamente por sus necesidades, ella de amarlo a él y él de amar a su difunta esposa.

¡Oh, musa del destino! Cruel fue tu causa al unir dos corazones que no estaban destinados a estar, ¿O es que, su lazo estaba aún muy lejos de concordar?

¿Existía una causa ajena a sus encuentros?

Inocentes de sus silencios, ambos amanecieron con muchas dudas, directos al entierro de una dama que jamás volverían a ver en sus vidas.

Así era el ciclo de la existencia.


━━━━━━✧❂✧━━━━━━



BUENO, DESPUÉS DE MUCHOS DOLORES DE CABEZAS Y DÍAS DE EVALUAR DIVERSOS DILEMAS, HE TERMINADO EL CAPITULO. ESPERO LO HAYAN DISFRUTADO.

PREGUNTA SERIA:

¿CREEN QUE LA DECISIÓN DE HELENA FUE LA CORRECTA?

PREGUNTA EN GENERAL:

¿HABRÁ ALGUNA CONSECUENCIA?

MUAJAJAJA

DISFRUTE ESTE CAPITULO COMO NO TIENEN NI IDEA, ¿PORQUE? PUES, YA EMPEZARON A NOTARSE ESOS SERES NO HUMANOS QUE TANTO AMO 

♥.♥

NOS VEMOS EN LA PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN MIS GATITOS

OXOXOXO BESOS OXOXOXO

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top