CAPÍTULO IX


(Inglaterra)

La situación parecía complicarse para la corona, Eduardo no pudo montar su caballo y tampoco unirse a las tropas que enfrentaban el reciente golpe escoces, su corazón parecía débil y su salud no mejoraba, por ese motivo le encargo la tarea a su hijo; Eduardo II, para que detuviera a Wallace por todos los medios necesarios. Desde que la hechicera dejo de visitar al demonio; unos dos meses atrás, el gobernante solo contemplaba con hastió su habitación y las horrendas cortinas que se ondeaban con el viento dentro de la misma, decidiendo que debía hacer una renovación urgente en la recamara.

Helena en cambio, menguaba las horas de batallas y estrategias en estudiar en los libros y pergaminos aquellas magias curativas que su abuelo había dejado como recetario para evitar lo obvio, la muerte. En esos meses no pudo evitar sentirse culpable por las desgracias que acontecía sobre ellos, todos los sucesos ocurridos la señalaban como la causante de los infortunios pero la reina; Margarita, feliz de verla tomar decisiones correctas, la animaba a continuar con sus decretos.

Suspiro por milésima vez esa madrugada, sus ojos ensombrecidos por el cansancio y la fatiga se cerraron por un breve instante notando como la barrera de protección que había colocado en la habitación real se disipaba por una fracción corta de segundos.

–Esto no está bien... –susurro mientras posaba su mano derecha en la tela de su vestido, justo en su vientre. Se sentía mal, su cuerpo estaba al borde del colapso pero seguía insistiendo en conseguir lo que sabía era imposible, había confiado en las palabras de aquel espectro pero era obvio que aún quedaban residuos de él dentro del rey– No puedes seguir robando mi energía, estoy agotada.

– ¿A quién le hablas? –el príncipe Eduardo se mostró interesado en sus balbuceos, los ojos verdes de la mujer se abrieron en una mueca fatídica llena de espanto, ni siquiera lo había percibido por los alrededores. Él se mostró indeciso, apoyado en el marco de la puerta con sus manos cruzadas sobre su pecho y a su lado estaban dos de sus escoltas, con expresiones adormiladas y extrañadas– Esperen afuera.

Se separó de la puerta, llevando las manos a sus bolsillos, dirigiéndose a los chicos quienes se colocaron a ambos lados de la puerta, cerrándola para conversar de forma privada con ella antes de partir. Helena desvió su atención a los libros, huyendo de su presencia de una forma cobarde, queriendo evitar la conversación.

– ¿Resulta que ahora te comió la lengua el ratón?

Ella elevo un poco las comisuras de sus labios en una débil expresión divertida, la descubrió sin ningún esfuerzo.

–No, los ratones no se comen las lenguas de las personas. Solo estoy cansada pero no poder dormir si no consigo un remedio para mi señor...

– ¿Nuestro padre, querrás decir?

–Sí, eso... –su ánimo decaía cuando enfrentaba a ese chico tan perspicaz, ya no era un niño y ahora su apariencia era similar a la de su padre de joven con la única diferencia de que sus rasgos eran delicados y su cabello muchísimo más claro– ¿Te marcharas en busca de Wallace?

No lograba concentrarse en los pergaminos que tenía al frente, pensó en buscar en los libros pero una mano la sostuvo de la muñeca cuando quiso ir a los estantes. Asombrada se dio media vuelta para enfrentar directamente al chico.

– ¿Cuándo planeas decirlo?

– ¿De qué hablas? –el gesto que simulaba ser sereno se vio lleno de ansiedad, un nudo se formó en su garganta mientras esperaba alguna respuesta lejana a lo que pensaba– No puedo pensar en nada, deseo salvar a mi señor y si no logro encontrar esas respuestas esta noche, deberé partir a la cumbre del dragón. ¿Sabías que ese es el nombre de la cueva maldita?

Perfecto nombre para un lugar tan sombrío como aquel, donde nada crecía y todo moría a falta de nutrientes. Se decía que antes de ser maldita por el diablo habitaban seres gloriosos con escamas, gran tamaño y que escupían fuego pero luego de las travesías de Arturo, todo rastro de ellos se desvaneció o quizás solo emigraron a otro territorio donde no estuviera él.

Muchos temían ir al lugar porque pensaban que el ser que habitaba en las entrañas de la tierra era un espécimen extinto que odiaba a la humanidad por dejarlo atrapado en aquel sitio; nada lejano a la realidad, de allí su nombre. Mefistófeles se lo contó sin intención de profundizar en el tema cierto día que le pregunto por unas garras que vio sobre la roca, él siendo el dueño del sitio sabia la historia pero nunca le platico sobre porque había sido encerrado allí.

–No me refiero a tus aventuras con ese... –reprimió un gruñido en su garganta– y tampoco sobre las encomiendas de nuestro padre, hablo de ti, de tu salud... –el joven le soltó la mano y comenzó a caminar hasta la entrada– Luego hablaremos de esto pero... –se detuvo y medito en las próximas palabras que diría, estaba muy disconforme con el mutismo que mantenía la pelirroja– te aconsejo no tomarle cariño, de ser un demonio yo mismo lo matare con mi espada.

Helena se quedó inmóvil, sin poder articular ninguna palabra, sabía que su hermano tenía razón. No se opondría si el caso llegase a ser así. Eduardo abrió la puerta y le miro una última vez, esperando su respuesta.

Las manos de la chica temblaron mientras sus ojos se cristalizaban con las lágrimas, dejándole en su rostro una expresión sombría y desesperada.

–Está bien... –culmino el tema con aquella confirmación, regresando su atención al librero que tenía a un lado de su cuerpo– Te lo agradecería de ser así, es lo mejor para todos.

¿Sería lo mejor?

Estaba cansada de fingir, de ocultar todo lo que pesaba sobre sus hombros. Desde que su cuerpo se vio afectado con la presencia de aquel ser demoníaco no hacía más que lamentarse, lo había provocado y por esa razón su amado también sufría.

Un descuido con un gran efecto colateral.

Sentía que su corazón moría con cada síntoma nuevo que aparecía y era su voluntad la que había lanzado la flecha final. Quería pedir ayuda pero temía ser rechazada, pocos creían en ella, sus acciones la habían llevado a ese dilema, podría rezar o actuar por si sola pero el resultado era el mismo: el miedo seguía creciendo, absorbiéndola por completo dentro de aquella terrible oscuridad, la única salida era aceptar la propuesta de su hermano o buscar al culpable de sus problemas actuales.

Por más desdichada que eso la hiciera sentir, aunque tuviera que despedirse de sus sueños más humanos, aunque fuera sangriento e inhumano, lo reconocía. No quería llorar ni sufrir pero nada más aliviaba su malestar, aun en ese momento seguía sin poder elegir entre su rey y aquel demonio, sus caminos se habían cruzado por su propia obsesión y ahora debía decidir, esperar o implorar por su rey.

¿Qué consecuencia traería otro nuevo pacto?

Provoco aquel acontecimiento con su ilusa idea de libertad, ahora sabía que él proveyó todo lo necesario para volverla a ver y que había permitido con dobles intenciones su partida. Él no tenía un corazón, no poseía sentimientos por lo tanto, lo que pediría era exactamente aquella misma vida por la que se debatía sin poder dormir o descansar.

Ella no quería, no podía y no debía pero tendría que separar tarde o temprano sus destinos, era tonto hacerse una ilusión que terminaría siendo tan efímera como el sonido de una campana.

Por otro lado, Wallace; lleno de odio y despecho, no dudo en ir en contra de los ingleses, proclamándose como una leyenda entre los rebeldes, obteniendo en su camino de liberación la unión de los demás clanes rebeldes del país, llevándolo a la victoria en la batalla del puente de Stirling y destruyendo la ciudad de York, matando una gran parte del ejército inglés y enviando la cabeza del sobrino de Eduardo con los que lograron sobrevivir y escapar.

Edward entro por las enormes puertas del castillo lleno de barro y sangre seca, su rostro desfigurado por la derrota solo avecinaba lo evidente, sin el Rey Eduardo y Helena al frente de la batalla los ingleses solo eran carne fresca para la espada enemiga.

– ¿Qué ha sucedido? –cuestiono Ginebra que venía corriendo por las escaleras, sus ojos parecían bañados con la desilusión de no haber podido acompañar a sus compañeros de batalla debido al nombramiento entregado por el Rey, volviéndola guardiana personal de la reina. Estaba tan absorta por los rumores que no pudo evitar observar las telas sucias y harapientas que llevaba el muchacho sobre las manos– ¿Dónde está mi hermano?

– ¿Qué hora es, Ginebra? –pregunto el joven en medio de un letargo incierto, la derrota le pesaba en los hombros.

– ¿Y qué diablos tienes que ver tú con la hora del día?

La muchacha se veía alterada, no ver al castaño con el que compartía lazos de sangre al lado del rubio y notar sus manos llenas de sangre le daban un mal presentimiento, todos en el castillo habían sido avisados esa mañana sobre la llegada de una pequeña parte del ejército por Helena y su percepción territorial, por obvios motivos, todos estaban a la expectativas de saber lo que había sucedido.

–Es verdad... –escucho decir detrás del hombre, Henry; hijo de Harry y hermano de Ginebra, entro a la sala con notorio cansancio, no llevaba puesta su armadura por lo que la hermana supuso que su tardanza se debía a su manía de retirar las piezas dañadas antes de entrar al castillo. La joven se mostró aliviada y la sonrisa del chico fue fresca solo por unos segundos, la realidad es que todos habían perdido gran parte de su honor– Al menos que las horas fuesen copas de jerez, que los minutos fueran capones, las campanadas alcahuetas, los relojes fuesen letreros de burdel y el mismo sol bendito una excitante muchacha vestida de color fuego, no veo la razón para algo tan superfluo como preguntar la hora del día.

Ginebra se acercó a su molestoso hermano con delicadeza para abrazarlo, dedicándole una mirada recelosa al otro, quien no dejaba de mirar el bulto que llevaba en sus manos. Eduardo; quien bajaba las escaleras con mejor semblante, les observo con aspereza, ansioso de saber las noticias.

– ¿Qué ha sucedido? ¿Qué razones los trae tan deteriorados y ansiosos a mi presencia?

–Mi señor... –dijeron los tres guerreros, Ginebra por respeto y los otros dos por asuntos mayores, Edward continuo al mando de la información– El noble John, al mando de los hombres de Norfolk para combatir al rebelde William Wallace, ha caído en las rudas manos de ese escoces.

–Fueron masacrados un millar de sus hombres –continuo Henry, quien lamentaba la pérdida del padre de su amigo, quien no mostraba aparente dolor– Sus cadáveres sufrieron tales infamias y bestiales mutilaciones por las mujeres escocesas, que no podría narrarse sino con extrema vergüenza.

Helena quien venía descendiendo por las escaleras sintió una opresión en su pecho cuando escucho aquellas palabras; sin poderlo evitar, las lágrimas se hicieron presente al recordar a su viejo amigo John, aquel buen caballero no merecía una muerte tan descabellada como la pronunciada.

– ¿Dónde está el cuerpo de John? –pregunto la pelirroja cuando estuvo al lado del Rey, mismo que seguía en silencio, evaluando el informe.

–No pudo ser recuperado –respondió el hijo del difunto.

– ¿Y mi sobrino, David de Escocia? –por fin se hacía presente la voz del soberano, para él la familia era importante en un pequeño aspecto personal de su vida.

–Solo pudimos recuperar esto... –su rostro no mostraba signos de tristeza, Helena sentía lastima por él guerrero que tenía al frente, lo compadecía por saber lo doloroso que era perder a un padre y mientras ella analizaba su aspecto, los ojos de todos se fueron al bulto que llevaba entre sus manos, a medida que fueron elevándose al frente iban dejando caer la tela que tapaba la horripilante muestra de desprecio que le obsequiaba Wallace al regente.

Allí entre sus dedos yacía inerte el rostro desfigurado por miedo y dolor de su querido e inocente sobrino, regresándole la mirada sin vida desde las manos de aquel despojo de emociones llamado Edward. Helena y Ginebra soltaron un gemido lleno de pánico, volteando sus miradas a otro lugar en el mismo instante que comprendieron lo que había sucedido, siendo reconfortadas por Eduardo y Henry.

–Según parece, las noticias de este golpe interrumpen vuestros preparativos para expandir su gobierno, milord –la voz de Ralph de Monthermer, primo de aquel que en vida fue el dueño de dicha cabeza, se anunció en la instancia como una sombra que presagiaba muertes y sufrimientos, tomo en sus manos con pesar aquel miembro desmembrado y la abrazo a su pecho sin importarle marchar sus costosas telas con aquel fluido descompuesto que emanaba de él– Estás y otras, mi gracioso señor, porque más noticias ingratas que llegan del norte dicen lo siguiente: "El valiente Salisbury, o sea el joven Harry de Hereford, y el bravo Robert Bruce; hijo del sometido Robert Bruce Sr, ese escoces de reconocido valor por ser aspirante a la corona escocesa, se encontraron en Loudoun, donde libraron un sangriento combate".

– ¡¿Dónde está mi padre?! –exigió con apuro la guerrera que obedecía al nombre de Ginebra, Henry la detuvo antes de que corriera hacia el noble– ¡¿En dónde está?!

– ¡Cálmate, Gin! –apremio el joven, observando con nervios al caballero– ¿Esta nuestro padre con bien?

–A juzgar por sus descargas de artillería, y a lo que parece, según cuenta la noticia, cuyo mensajero montó a caballo en plena contienda, el resultado es bastante incierto.

El grito desgarrador de Ginebra; hija de Harry, se escuchó en todo el castillo, posiblemente aun puedan escucharse dentro de sus paredes ruinosas la incertidumbre y el pesar que broto de su garganta ese día. Su hermano; quien no lloraba pero se mostraba entristecido por tan fatídicas noticias, la abrazó con fuerza, dándole el apoyo que necesitaba en aquel momento, el ser una mujer no la convertían en alguien débil pero si la volvía más vulnerable e incapaz de controlar el sufrimiento de aquel informe.

Fue en ese doloroso instante que un joven delgado con gesto descontento y temblores en el cuerpo por la inseguridad de estar en dicho castillo se paró al lado del noble; quien también era yerno del Rey, ejerciendo una reverencia algo salida de las normativas inglesas, se notaba por sus características físicas y sus movimientos informales de que era un escoces.

–He aquí un amigo querido, fiel y diligente, Sir Mornay de Escocia, quien no nos trae gratas noticias: el noble Bruce se ha aliado con Wallace para derrocar a su Alteza Real, Eduardo. Son Diez mil audaces escoceses y veintidós caballeros quienes proclaman venir a nadar en la sangre inglesa.

– ¿Quién creéis que soy para venir a mi propia cuna a querer retarme y derrotarme? –hablo con dureza. Frente de aquel traidor no podía mostrar debilidad– ¿Acaso no saben que Dios me ha entregado estás tierra?

–Oh, Sir Eduardo, no os equivoquéis, ellos no conocen de vista su poderío, se engañan por los rumores que dicen que el Soberano está muriendo dentro de su castillo –su acento era marcado y sus entonaciones algo erradas pero todos entendieron lo que expresaba.

– ¿Helena, que piensas de eso? –Eduardo se mostraba confiado, pese a que su condición física no fuera la de antaño.

–Mientras yo viva no podrán tocar tierra inglesa, iré al frente mi señor Eduardo y los detendré –le dijo con seguridad la mujer, el noble Mornay la observo desde los cabellos hasta los pies y sonrió con descaro– Si desean conocer el infierno, yo misma les abriré las puertas al averno.

Dicho eso un malestar sombrío los rodeo a todos, los cabellos de Helena danzaron en el aire como si estuviera debajo del agua y sus ojos verdes se tiñeron de rojo, acentuando su evidente magia y sus palabras amenazadoras.

–Mi amigo Lochlan y yo esperamos sus órdenes, no queremos unirnos al suicidio comunal que han creado el joven Robert y el demente de Wallace –continuo el chico con una voz temblorosa, temía ser asesinado por Helena– Pero a cambio de la información y de nuestro apoyo militar, deseamos conservas nuestras tierras y pertenencias en Escocia.

– ¿No es esta una honorable traición, Ralph? –le pregunto el Rey a su yerno con una sonrisa que no le llego a los ojos, se veía que ambos estaban decaído con la muerte de David de Escocia. El mencionado no alzo su mirada, se notaba en la forma en que sostenía la cabeza del difunto que en vida lo aprecio como a un hermano– Entonces ve y has justicia en nombre de mi querido sobrino. Una venganza esplendida, ¿Eh, Ralph? Has de este dolor una conquista de la que un familiar se puede jactar.

–Ah, con eso me entristece, y me haces pecar de envidia hacia el noble hijo de mi Rey. Tanto padre e hijo habéis sido bendecido. Mientras yo, al contemplar sus alabanzas y compararlo con el gris semblante de la muerte, veo la rebeldía y la deshonra nublar la frente de mi joven primo y sus también difuntos padres, quienes han muerto por sus lazos con la corona. ¿No sufrirán así mis hijos, vuestros nietos?

–No temas, haré horcas en Inglaterra en nombre de mi sobrino –le dijo con pesar– Y no seré yo quien colgara a los rebeldes. Ah... no, tú lo harás.

– ¿Yo?... –dijo con sorpresa, saboreando la posible tarea, aquello sería mucho más que una venganza, sería un llamado de justicia a su pesar– ¡Oh, excelente! Por Dios que seré un bravo juez.

–Ya estás juzgando mal –le reprendió el Soberano– Digo que te encargaras de los rebeldes, así que podrás ser un eximio verdugo. No involucres a su santidad, al Dios de lo justo, en actos viles de muertes y venganzas. Yo, tu Rey, te doy el permiso de juzgar a los que Dios perdonaría si le entregaran una oración y darle muerte con tus propias manos.

–Bien, gran Soberano, bien... así lo haré.

Eduardo estaba preocupado, sus actos malvados serian juzgados por ese mismo Dios que le había entregado muchas victorias, por alguna razón, en alguna parte de su camino se desvió a las tinieblas, a ese mundo infernal que lo arrastraba desde el calcañar y no le permitían huir de sus puertas. Por tal motivo se sentó a crear una estrategia con Helena y le dio órdenes claras y precisas para negociar con William Wallace, le advirtió que debía parecer una tregua, que no debía simpatizar con el enemigo para que se evitara luego los sentimientos de culpa y los remordimientos, todo sería una nube de humo para poner en marcha sus verdaderos planes, un engaño útil para lograr desembarcar otro ejercito mayor en contra de los escoceses y por lo mismo, debía tener alto cuidado a la hora de desenmascararse y dar la señal de entrada.

La joven accedió a la petición y marchó sin dudar ni un mísero segundo de sus próximas actuaciones, también deseaba ver a su hermano menor y aclarar algunos términos que habían dejado de por medio el día en que su padre le encargo la captura de aquel hombre, pero la historia no nos dice con exactitud lo que sucedió en aquellos oscuros días, Eduardo es un Rey lleno de misterios y Helena, desapareció de cualquier documento que pudiese relacionarla con la realeza, dejando en el olvido su nombre, su aspecto e incluso sus hazañas.

Tras marchar del castillo con dos guerreros a su lado; Henry y Edward, la ciudad escocesa donde se hallaba Wallace se vio cercana en la rivera al pasar solo un día, su magia les concedía esos atributos positivos a sus caballos y ambos soldados se sentían conmocionados con tal demostración de poder. Al caer la noche, decidieron reposar ante el eminente combate, Helena no podía forzar su cuerpo.

– ¡Ten, un té de lirios! –el joven Edward le extendió una taza humeante, la de ojos verdes le regalo una sonrisa conmovida– Hay muchas buenas yerbas en el campo, mi padre decía que los lirios ayudaban a calmar los nervios.

–Gracias pero estoy bien, tómala tu –le dijo sin tomar la taza, se encontraba algo deprimida con los sucesos– Tu padre era un gran hombre, lamento su deceso.

–Lo sé, él nos enseñó todo lo que sabemos –movió la taza frente a sus ojos, invitándola a tomarla entre sus manos– Helena, debes descansar, lo sabes. Necesitas de este té... –observo de reojo a su compañero, aclarando su garganta para que el menor los observara– Nosotros hemos notado tu embarazo, nos preocupa tu estado –le dijo sin mucho miramientos, la chica les observo con vergüenza y algo de miedo, el vapor de la taza iba disminuyendo a medida que la temperatura bajaba– No te preocupes, no pensamos decir nada.

– ¿Y si no es humano?

– ¿Que hay con eso? –el tono usado por Edward pareció ofendido– Todos sabemos que tendrá la mitad de ambas especies.

La hechicera cubrió su vientre con algo de timidez, era ese mismo tema el que quería zanjar con su hermano, para nadie era un secreto el pacto que había realizado con aquel demonio. El heredero al trono inglés; Eduardo II, le dijo que si de su interior nacía un demonio, el mismo lo asesinaría con sus manos y ella aceptó su oferta como lo mejor para la nobleza, no deseaba darle vida a un demonio que arrastraría con su perversión a Inglaterra pero...

...con el paso de los días, su fe disminuía. No le importaba ser madre de un demonio, ella lo había comenzado a amar. Helena presiono sus manos en el vientre, intentando sentir aquel niño que crecía en su interior.

–Su origen no es lo importante, es lo que tú le des como individuo –le dijo con una sonrisa, retirando una de sus manos del abdomen para dejarle aquella bebida– Bébelo, mañana nos reuniremos en persona con Wallace...

–Querrás decir con el bárbaro de Wallace –interrumpió Henry– Él si es un demonio. Ese hombre no tiene escrúpulos, no merece siquiera ser llamado humano –escupió con rencor, mostrando su perfecto odio a los escoceses– Helena, si de ti nace un demonio seguramente tendrá más sentimientos que ese tal Wallace.

El joven no la repudiaba por su embarazo y eso le sorprendió, ¿Cuántos más habían notado su estado? Sabía la respuesta: Margarita; la reina y Eduardo; su hermano adoptivo. Sintiéndose conmovida por aquellas tétricas palabras intento disimular calma para luego hacerle ver la realidad, debía dejarle en claro lo que pensaba de sus palabras.

–Ningún Rey se salva de esa cualidad, Henry. Incluso el débil Eduardo; vuestro príncipe, tendrá un día que asesinar de esa forma atroz si es que ya no lo ha hecho –tomando pequeños sorbos de aquel té que descansaba entre sus manos pálidas le dedico un reproche al muchacho– Incluso nosotros hemos asesinado en nombre de nuestro Soberano, Rey de Inglaterra.

El guerrero le observo con horror, no podía imaginarse al dulce y querido príncipe como un cruel y sanguinario Rey. Entonces supuso que su actual dirigente; el Rey Eduardo, en su juventud no era un espectro con título como lo señalaban en la actualidad y que ellos mismos, habían actuado como un monstruo en arduas batallas, cercenando la vida de muchos que luchaban por un ideal diferente al suyo.

–Helena, nunca te vi como un monstruo –precisó el chico, dejando el tema a un lado por su bien mental y acostándose para dormir al lado de un árbol frondoso– Pienso que no debes temer pues, en tu vientre crece tu hijo, nada más. Eso quería decir...

– Gracias...

Sus ingenuos pensamientos nacieron de su ignorancia sobre aquellos temas oscuros, él no podía siquiera imaginar cómo actuaban los demonios verdaderos, aquellos que consumían sangre, carne y huesos.

Esos que pueden maldecirte con solo una caricia.

–No te preocupes, Helena –agrego el otro soldado– Termina tu té y descansa.

Henry no podía imaginar la crueldad a la que era capaz de llegar un demonio por simple capricho porque creció en un hogar santificado por la iglesia pero con Edward era otra historia, él si tenía una idea de lo que era el infierno con sus feroces y voraces demontres incluidos.

– ¿Puedo preguntarte algo, Helena? –Edward se animó a hablar cuando vio que había terminado su bebida, ella con ojos abrumados le observo en silencio esperando a que le dijera lo que tanto le inquietaba– ¿Crees que podamos ser perdonados el día de nuestro fallecimiento?

Lo medito mientras buscaba una respuesta que calmara su corazón, había perdido a su padre y ahora se encontraba en el dilema de recuperar su identidad. Él se encontraba solo en un mundo siniestro y fragmentado.

–Quisiera creer que mi padre partió al cielo pero... –dejo de hablar, recordar lo que por años le había robado el sueño le hacía sentir inseguro, como si fuese el mismo niño llorón de aquel entonces. No tenía la fuerza necesaria para proteger a la nación; entonces, ¿Dónde yacía su verdadero poder y porque seguía con vida?– ¿De qué se trata la vida y la muerte?

–No estoy segura –le expuso algo tímida, no tenía gran conocimiento del mundo oculto pues se negaba a cultivar la magia oscura de las brujas– Creo que todos, incluso lo más religiosos, deberán pagar una condena en aquel lugar.

– ¿En el infierno?

–Si, en ese lugar –finalizo el tema, no se atrevía a pronuncia su nombre por temor a ser tragada por sus pecados– ¿Edward, me tienes miedo?

Un sepulcral silencio los acompaño por varios minutos, cuando Helena creyó que no volverían a conversar lo escucho murmurar.

–Si...

– ¿Por qué? –hablo despacio para no despertar a Henry, quien se acababa de mover un poco debido al frío.

–Porque... –los ojos del joven se cerraron para evitar ofenderla con su mirada llena de reproche–...eres muy fuerte. Demasiado y... no quiero morir.

–Algún día moriremos todos –le recordó, acomodándose en una manta que había llevado para descansar, podría continuar el viaje sin ningún problema pero no quería arriesgar a su hijo así que se había preparado antes de partir– No debes temerle a ese insignificante detalle. Si le temes, ¿Para qué respiras si sabes qué morirás? Además, yo nunca les haría daño.

–Helena, siento que soy consumido por un enorme vacío –le confeso, él sabía lo que había vivido cuando una vez; de niño, ella le revivió– Yo debería estar muerto, la verdad no puede ser cambiada y aun así, tú me regresaste al mundo de los vivos.

–Ni la verdad, ni la realidad –bostezo como señal de culminación, no quería que aquel agujero creciera aún más– Sigues con vida, nadie puede negarte esa verdad.

El asintió, acomodándose a un lado de su amigo y compañero para vigilar los alrededores, más tarde podría descansar su mente agobiada. Helena no agrego nada más para evitar su incomodidad con aquel tema. Durante años él le aseguro de que había visitado el infierno y le creía.


━━━━━━✧❂✧━━━━━━


El llanto de un pequeño era desvanecido por el viento gélido que descendía desde la espinosa montaña. Miles de personas con aspecto desaliñado y ropas sucias caminaban en filas interminables a través del montículo mientras que en la cumbre se podían descifrar los gritos desgarradores que desaparecían para dejar en su lugar un nuevo tono de voz, un nuevo lamento o una nueva suplica.

No había un cielo que les acompañara, estaban sumergidos en un terrible agujero y solo podía ver lo que lo rodeaba por el fuego de muchas antorchas dispuestas a cada metro del camino. No reconocía el lugar, recordaba haber caído por un puente mientras jugaba con sus amigos; el príncipe Eduardo, Henry, Ginebra y Helena pero de allí, nada más.

Estaba sentado, arropando sus piernas con sus manos y ocultando su rostro en las rodillas al lado de una antorcha, evitando el barranco que no parecía tener fin y las personas que tropezaban y marchaban de forma fúnebre por el sendero sin aparente propósito o expresión, solo unos pocos lloraban o se quejaban pero eran neutralizados por los jueces del sitio.

– ¡Deja de llorar y camina humano!

Exigió un hombre fornido con un tono de piel acaramelado y muchas cicatrices, el niño le miro y en su cabeza distinguió lo que parecía ser una máscara de chacal. Estaba ornamentado con telas de lino fino, tejidos en terracota con negro y joyas metálicas en un tono dorado radiante por todo el cuerpo.

Aquel señor le pareció admirable, por tal motivo dejo de llorar por un leve momento.

– ¡¿No escuchas acaso, mugroso?! –grito otro hombre que venía bajando con aparente enojo en su voz y un látigo en su mano– Mueve tu puto trasero si no quieres que te lance a las fauces del devorador sin siquiera pasar por el juicio.

El niño tembló y comenzó a llorar nuevamente, no sabía dónde se encontraba ni lo que le había sucedido, todo lo que le rodeaba parecía salido de una pesadilla. La mano del moreno detuvo a su pálido compañero, bufando por lo bajo con aparente fastidio, agachándose a su altura para transmitirle más confianza.

–No le hagas caso, dime ¿Recuerdas algo? –pero no consiguió ninguna respuesta solo una mirada asustada. Pudo haberlo tomado por el brazo y haber acabado con su vida sin ningún miramiento pero en su frente mantenía el sello de un poderoso guardián y no podía ignorar esa marca o podría ser procesado por un ente mayor– Quiero ayudarte, ¿Me dejaras?

El niño lo observo y asintió con timidez, dejando de llorar por segunda ocasión.

–Estaba jugando en el río.

– ¡Anubis! Deja de hablar con ese mortal –regaño el mismo guardián con mascara de gato, su piel era nívea y sin imperfecciones, se encontraba golpeando con su látigo a los desafortunados difuntos que querían salirse de la fila en busca de una salvación que no encontrarían, ya después de la muerte no existía arrepentimientos que los ampararan del juicio– Eres muy blando para... –guardo silencio, sintiendo la presencia que surgía del cuerpo del menor– ¡Oh! ¿Es un híbrido...?

–Cállate por favor, lo asustas. ¿No tienes otras almas que torturar? –tras decir eso con un tono cansado el otro se alejó comprendiendo lo que sucedía con el niño, no podía ser enjuiciado por el momento– Eres muy joven aún, comprendo que no sepas lo que suceda y que estés muy asustado pero no te lastimaremos. Estoy aquí para guiar a los que se pierden y juzgar a lo que han cometido graves delitos.

Extendió su mano para ayudarlo a levantar, ignorando las quejas lejanas del otro vigilante.

– ¡Jah, maldito perro domesticado!

– ¿Puedo tocar tu frente?

El niño asintió temeroso, el juez de aquel infierno acaricio su rostro y de inmediato percibió la energía que lo protegía a través de aquel símbolo espiritual, reconociendo también la magia de un hechicero o un demonio al otro lado de la puerta, mismo que le llamaba a través de ese lazo que lo mantenía a la deriva.

La inconsciencia antes de la muerte.

Estaba intrigado y confundido con aquel extraño caso, no podía negar su ascenso, el niño había sido bautizado con aguas sagradas en la iglesia del gran Dios hebreo y un ángel había depositado en su cuerpo aquel enlace espiritual que lo resguardaba de las malas circunstancias además de su mezcla exótica en la sangre. Se podría decir que Edward estaba entre la vida y la muerte y lo estaban exigiendo a través de aquel enlace.

–Ven, acompáñame a la cumbre –el chico negó con el rostro, asustado de los gritos que escuchaba más arriba, reconociendo el fin de todo en aquel lugar. El hombre se retiró la máscara y le sonrió, sus ojos eran como el fuego líquido, lo contagiaban de sosiego y al mismo tiempo de una consumidora tristeza. El joven se dejó tomar por su mano divina y le siguió aliviado, observando todo lo que le rodeaba– Debes marcharte pronto, aun no es tu hora de juicio.

– ¿Estoy muerto?

El niño se detuvo cuando él lo hizo, prestando atención a como castigaban a las almas que llegaban al famoso juicio y luego buscando lo que le señalaba el hombre más allá del altar y la gran balanza dorada. Había una puerta refulgente que era rodeada por luces danzarinas que entraban y salían de la misma sin alejarse demasiado de ella.

–No, aun no estás muerto –le respondió, colocándose nuevamente su máscara y desabrochando de su cinturón una espada platinada que parecía emanar la misma energía que ascendía por aquel portal, justo en ese momento una luz proveniente de la entrada atravesó el arma para luego desaparecer en la misma– Ve a la puerta, camina sin mirar atrás. Nos volveremos a ver cuándo sea el momento justo.

– ¡No! –chillo tan pronto comprendió lo que significaría ir a la puerta, era muy pequeño para alcanzarla y debajo de ella había un abismo que se tragaba a todos los criminales que eran lanzados, aferrándose a su pierna con un aspecto aterrorizado. Se negó rotundamente a obedecer– No puedo, si voy caeré al pozo.

Hacia menos de un minuto había visto como le arrancaban el corazón a un hombre sin ningún tipo de cuidado, los alaridos dejaban expuestos su dolor al igual que el agujero dejaba entrever sus costillas, huesos quebrados y sangre coagulada, para luego presenciar como la abalanza caía al extremo contrario de una pluma dorada y marcaba una etiqueta platinada con su destino final, entonces el mismo ser que lo había descorazonado lo tomaba por el brazo y lo obligaba a caminar, lanzándolo al abismo sin importar sus suplicas, desapareciendo en medio de un grito agonizante.

Él hombre con mascara de perro soltó una ligera risa, sintiéndose enternecido frente al acto infantil que había demostrado el infante, parecía ignorar los gritos de los muertos como si todo aquello fuese agradable y relajante. Su rostro se desvió a sus demás compañeros que presenciaban con autentico fastidio la escena, por eso; Anubis, era el encargado de redirigir a aquellos que aún no estaban en su lista de difuntos, su paciencia y amabilidad le convertían en el indicado para la complicada tarea.

– ¡Serás un idiota ignorante, humano mugroso! –le regaño el de mascara de gato, acercándose a ellos y agachándose para tenerlo a su altura, su tono de piel era tan pálido que podría ser gris en su totalidad. Edward lo comparo con su salvador y supo que era mucho más delgado y pequeño o tal vez más delgada y pequeña, por su voz no podía distinguir si era un hombre o una mujer– No caerás al fondo porque Anubis no te ha sentenciado, debes volver a tu casa, al mundo de los vivos y esa es la única forma.

– ¿No caeré?

–Sin sentencia el abismo está cerrado, no caerás –Anubis escucho como el otro juez chasqueaba su lengua con fastidio, se notaba que se esforzaba para no gritarle a la criatura–Suelta a mi compañero y vete. Nos estorbas.

El niño busco la mentira en sus palabras, observando a quien le trasmitía más confianza.

–Anda...

Asintió más tranquilo y se soltó de su pierna, caminando de forma lenta y cuidadosa, notando como el vacío se acercaba y no había más suelo que lo mantuviera en la seguridad de la superficie pero de forma extraordinaria, cuando coloco un pie en la nada, no cayo, algo invisible le permitía el paso hasta la puerta y eso borro su temor de caer, observando con más atención lo que había debajo de él.

Era un abismo rocoso y empinado que te llevaba a un mar de fuego, autentico, ardiente, abrazador y las personas después de sufrir cierto tiempo en brío eran jaladas a las orillas por cadenas con anzuelos al rojo vivo que se les pegaba a la piel con tan solo tocarlos; chamuscándolo y cocinándolos aún más, para luego ser interceptados por seres con aspecto macabro.

Ellos leían las inscripciones que llevaban marcadas en el platino metal del juicio y los llevaban a su sentencia final. Seres con cuernos, colas o alas, negros, rojos o azules, con piel o sin ella, derretidos, en huesos o sin forma que pudiera ser descritas. Seres que al tocarlos les arrancaban el poco cabello o la poca piel que aun conservaran en sus cabezas, todo desde la raíz, dejándoles el cráneo expuesto; sin ojos, ni labios, ni nariz y mucho menos orejas.

Algo horrible.

Deseó darse la vuelta y correr a la protección del que se hacía llamar Anubis pero entonces escucho una voz familiar, dulce y tranquilizadora.

"–No te mueras por favor... ¡Vamos! Debes escupir toda el agua y respirar..."

– ¿Helena...? –murmuro angustiado, extendiendo su mano hacia la puerta, corriendo en un impulso valiente por salir de aquel sitio, siendo tragado por la luz de la vida– ¡Helenaaa!

Y de esa forma, aquel niño tuvo una experiencia cercana con la muerte y Helena; con su magia, logro extraerlo de su posible destino pero nunca pudo borrar lo que había visto, recuerdos que por años le provoco pesadillas y desmayos.

"–Nos volveremos a ver, híbrido..."

Aun recordaba aquel susurro antes de regresar a la vida.

Cuando abrió los ojos se encontró con el cabello húmedo y rojo de Helena, sus ojos opacados por las lágrimas se cerraron por la alegría de verlo de vuelta y los gritos de los demás niños le dio a entender que estaba vivo.


━━━━━━✧❂✧━━━━━━


Aquel día que cayó al río mientras jugaba con sus amigos supo que su vida debía tener un propósito especial o un objetivo específico, tan grande como para que los jueces del infierno le permitieran volver a la vida por otro periodo, porque todo ser humano no podía huir de aquel destino y no podía evitar sentir como su espíritu se rompía en pedazos. No había servido para nada, no pudo proteger a su madre, tampoco a su padre, estaba enloqueciendo pero sin perder la razón, continuando como si nada hubiese ocurrido en aquel retorcido mundo.

–Híbrido... –balbuceo sin ninguna emoción. Aún no sabía lo que era realmente, a que ser pertenecía su otra mitad pero reconocía que no era un humano del todo y esa soledad que lo acompañó desde aquel acontecimiento era muy necesaria para llenar sus expectativas, no deseaba lastimar a nadie. Su mirada se enfocó en Helena y pensó en las dificultades que viviría aquella criatura con el cual compartía una similitud, ambos eran mitad humano– No puedo ganar... contra ti.

Todo lo que sus ojos presenciaron aquella vez sería el futuro de cada hombre o mujer, niño y anciano, sin discriminación ni ventajas, nadie saldría ileso de aquel juicio y él, algún día moriría para volver a enfrentar a aquel extraño ser, sintiéndose aún más vacío.

Al borde del olvido.

...


..


.

"–Nos volveremos a ver, híbrido..."

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top