CAPÍTULO II
29 de Septiembre de 1240 (Inglaterra)
Ese día supo que no podría evadir más sus responsabilidades y seguidores, por eso había accedido a tener una reunión con ellos en su castillo, no abandonaría a su esposa en pleno estado de parto pero, como Monarca debía de responder a los barones. Todos estaban preocupados por el futuro de la corona; aclarando que dentro de todo eso estaban sus propiedades y bienes comunes, por lo tanto Enrique no estaba interesado en sus interpretaciones, era como escribir sobre una roca con una pluma sin tinta, nada cambiaría su parecer.
Justo cuando el Barón de Saboya exponía los beneficios que traerían sus peticiones a la casta, se escucharon unas pisadas presurosas descendiendo sobre las escaleras del norte, en ese instante cualquier esfuerzo ofrecido por sus súbditos fue en vano pues el rey ya estaba observando con temor hacía la fuente del sonido.
– ¡Mi rey! ¡Majestad, ha nacido...! –los gritos de júbilo de la misma señora que había recibido a Eduardo se apagaron al instante en que se percató de su impertinencia, estaba agitada por lo que supuso que había bajado todas las escaleras corriendo– ¡Oh, lo siento! No sabía que estaba ocupado... perdone mi...
El rey la miraba con una expectativa creciente, los barones acompañantes parecían disgustados por la interrupción pero a Enrique ya no le importaba el tema discutido, para él su familia era primordial y los presentes necesitaban que tomara enserio sus propuestas, entre las que estaban las nuevas estrategias de impuestos y una revolución en contra de Luis IX de Francia, supuesto usurpador del trono inglés en el país vecino.
–No te preocupes, Ingrid. No era nada importante –movió su mano derecha a un lado, indicándole que podía proseguir con su noticia, ganándose varias miradas sorprendidas por parte de su parlamento.
–Me disculpo nuevamente con todos ustedes, caballeros –hizo una reverencia y luego continuo con su objetivo inicial– Su hija ha nacido, es hermosa como su madre y le espera al lado de ella para conocerlo.
– ¿Hija? –desvió su mirada a todos los hombres que lo acompañaban, les mostró una de sus habituales sonrisas y todos imitaron su acción con algo de conmoción, era el rey el que tenían al frente y debían de celebrar sus triunfos y si para él una princesa era motivo de celebración, lo harían– ¡Han escuchado, ha nacido mi hija!
–Felicidades, su Alteza –comentó uno de ellos, llamado John Fitzgeoffrey– Ahora el reino puede contar con una futura princesa, regente de Inglaterra.
– ¿Una princesa? –añadió otro, al parecer más alegre que los demás, él respondía al nombre de Simón de Montfort– Espero considere a mi hijo como futuro pretendiente.
Las carcajadas fueron compartidas, inclusos por el rey.
–Ya veremos, Barón Montfort, por ahora quiero conocerla primero antes de pensar sobre su futuro. Si me disculpan, dejaremos está plática para otro día. Y... les estaré enviando las invitaciones para presentar a mi primera hija. Debemos celebrarlo como lo hicimos por el nacimiento de mi primogénito.
Todos asintieron, viendo como el rey se alejaba con la partera a su lado, conversando quizás de lo complicado o sencillo que había sido el parto y de la salud de ambas, madre e hija.
–El Rey no está tomando enserio lo de la cruzada –comentó el menor de los hermanos Hugh.
–Él debe platicarlo con sus consejeros –respondió el otro Hugh, el mayor.
– ¡Ustedes dos, callad! –regaño Ricardo, el hermano de Enrique– Es su descendencia, de ellos dependerá la prosperidad del reino.
–No intentes excusarlo, Ric –vocifero Clare, siempre apoyo las acciones reales, incluso colaboro en la construcción del Domus Conversorum (Hogar de conversos) presentada el año anterior por el mismísimo Rey, tenían el objetivo de convertir a los judíos en cristianos para evitar la explotación de los mismos; costumbre establecida por los anteriores reyes, que él deseaba arraigar desde la raíz pero como siempre, todo se le iba de las manos por su falta de atención y no terminaban sino con otro desastre por arreglar, desastre que no estaba mal en decir que había terminado por manchar su propia reputación, de allí su tono rencoroso en contra de él– Enrique debería tomar con mente fría la propuesta traída, si le importara la prosperidad del reino y el futuro de sus hijos; los príncipes, rescatar Francia debería ser su prioridad. Ingenuamente, nos traiciona con sus acciones.
–Así es, el soberano ha perdido la causa de nuestros objetivos –atribuyó Ricardo en respuesta pero su contrincante era un erudito en el reino; astuto y voraz, supo leer en sus palabras sus verdaderas intenciones– Dime, además, si le has sondeado, ¿Acusas al Rey por antiguo rencores o más dignamente, como un buen amigo deberías, por alguna conocida prueba de traición decir, que... desconoces las acciones reales? Clare, hasta donde pude entender de tus palabras sinuosas, el asunto aparenta peligro y tus acusaciones apuntan a vuestra Alteza.
–No he insinuado nada como eso –la voz nerviosa del rubio dejaban en claro que, Ricardo había logrado su cometido– Vosotros, todos, sois testigos de mí preocupación, compartiendo vuestro temor.
Ninguno se atrevió a apoyarlo o respaldarlo, en dicha posición desvió su atención a los azulejos que estaban en las paredes del recinto, pisaba hielo frágil y no deseaba caer al abismo que había debajo de él.
–Entonces, llamadles a nuestra presencia. Cara a cara, y con adusto ceño enfrentados, vamos a escuchar al acusador y al acusado hablar libremente –culminó glorioso la disputa, todos dejaron de murmurar sobre las acciones del soberano y Clare, fastidiado por su comprometedoras palabras suspiro derrotado.
–Tienes razón, Ricardo. Lamento haber argumentado de esa forma tan ruin sin tomar en cuenta los recaudos del rey.
–Vamos amigos, no debemos desaprovechar estos tiempos de festejos en discusiones –intervino Montfort, era el único que permanecía con una sonrisa o al menos intentaba simularla– ¡Muchos años de días felices viva mi gracioso soberano, nuestro amadísimo amigo y señor! ¿No creen?
Y tal como había ocurrido el año anterior tras nacer su heredero, el rey ofreció fiestas conmemorativas al nombre de su recién nacida hija y donó grandes cantidades de dinero a los pobre como agradecimiento a su Dios, bautizada con el nombre de Margarita, en honor a una de las hermanas de su esposa, la reina.
– ¡Que cada día os traiga más felicidad, hasta que los Cielos, envidiando el buen anhelo de la Tierra, añadan un título inmortal a vuestra corona! –todos estaban alrededor de la sala real, los más importantes personajes acompañaban a los reyes en su dichosa celebración, al lado de Leonor estaba Keith con Eduardo dormido en sus brazos y frente de ambas permanecía Margarita en su cuna, igual de dormida que su hermano. Montfort aprovechó el momento para entregar sus ofrendas a la niña y con todos los objetos valiosos traídos por sus sirvientes ofreció un brindis a nombre de la niña– ¡Larga vida a la princesa, Margarita! Que su belleza sea comparable a la de la Reina y su grandeza a la del Rey.
– ¡Que así sea! –respondió el Barón rubio, Clare estaba algo conmocionado con la discusión transcurrida con Ricardo en días anteriores pero, no por eso se negaría a entregar su obsequio– ¡He aquí, acudo a la invitación real para conocer a la pequeña, princesa! ¡Larga vida a la radiante, Margarita!
– ¡Larga vida! –gritaron los hermanos Hugh junto a Ricardo.
–Os agradecemos a todos –respondió la reina de forma adusta, todos tenían un humor festivo excepto ella– Aunque nos adulan solamente, como se desprenderían de la causa que os trae, tal es, acusar a mi marido de alta traición.
Todos aguardaron silencio excepto Enrique que sonrió de manera desprevenida; como un adolescente que ha sido capturado en medio de una travesura, otorgándole al asunto un matiz desequilibrado, en cambio Leonor mantuvo su postura agresiva, dejando en claro que la plática anterior donde Clare acuso de traidor al Rey había sido comentado a ella, el aludido observo a Ricardo que con un gesto de incomprensión le dejo a entender que, de sus labios jamás habían salidos tales aseveraciones.
–Querida Leonor, ¿Cuál es tu objeción contra nuestros barones, aquí presentes? –quiso saber el Rey, algo había escuchado de sus labios pero, debido a su tranquila forma de ser no lo había tomado con la seriedad urgida.
–Primero, que el cielo sea testigo de mi alegato –pronuncio segura de sí misma, levantándose de su trono– Con la devoción del amor de una reina, y libre de cualquier odio mal concebido, vengo en apelar ante la presencia de todos que mis argumentos sean escuchados. Ahora, me dirijo a ustedes; Ricardo de Clare y mi cuñado; Ricardo, y señalo claro mis saludos; por lo que voy a decir, mi cuerpo estará bien en esta Tierra, o mi alma divina lo pagara en el Cielo, os advierto, no permitiré que murmuren en contra de mi esposo, en su propio palacio. Por lo tanto, os acuso a ambos de traidores, demasiados buenos para ser así, y demasiado malos para vivir, ya que cuanto más claro es el cielo, más feas parecen las nubes que flotan en él.
El silencio se extendió por toda la sala, nadie se sentía capaz de responderle a la reina por lo que Ricardo; el hermano de Enrique, se sintió avergonzado de suponer que manteniendo aquella enfrenta en secreto mantendría al Rey contento pero, al contrario de lo pensado, ahora era acusado por su cuñada, y que manera de hacerlo, esa niña era de temer. Enrique se levantó de su puesto y susurro algo a su mujer, dejándola sorprendida en el sitio, luego hizo una reverencia para los presentes y sonrió de manera gentil, restándole importancia a lo que, aparentemente había sucedido.
–Perdonad a mi reina, deberán entender que ella, mejor que nadie, desea mi bien –pronuncio al finalizar su inclinación, todos quedaron inhibido ante el acto, cosa que Ricardo no pudo pasar por alto.
–En primer lugar, la reverencia de vuestra Alteza no era necesaria, siendo nosotros los culpables de la turbación de la Reina. Pido su compresión y disculpas por nuestras malas acciones. Perdonadme pues, hermano, por no haber acercado mi inquietud a su juicio –Ricardo observo a Leonor, directamente a sus ojos plateados– Al ser usted la que os reclama, no puedo soltar a riendas sueltas y espuelas a mi libre respuesta. Me avergüenzo de nuestros actos.
–De lo contrario... –añadió Clare, siendo el otro aludido de la sala–...le haríamos tragar por duplicado esos términos de traición por la garganta.
Enrique mostrándose divertido al asunto, tomo por los hombros a una Leonor exasperada y culmino el debate de ipso facto.
–Dejando a un lado la realeza de mi sangre, yo desafío a Clare en nombre de Leonor, y escupo sobre él; el llamarme cobarde y traidor. Además, afirmo, y lo probare en combate, que jamás os traicionaría a ustedes, mis súbditos. ¿Una vez dicho esto, aceptarían mis disculpas por tomar en menos sus preocupaciones? –los presentes se dedicaron a observarse entre ellos, algo aludidos por el incidente– ¡Ah, hermano mío! No avergüences tu tez, de saber que el mal me descendería, seguro estoy que no dudarías en ponerte en mi lugar, promoviendo mi bien.
Con aquellas palabras fue sellada la promesa del rey con los barones, el tiempo por su lado fue transcurriendo en silencio, como lo haría un ladrón arrogante por la noche tardía, apelando por vuestros ocios que le impidió escuchar entonces, los consejos de sus eruditos, guiados por las palabras de los barones y endulzado por las promesas de la victoria incierta. Al siguiente año, el Rey estuvo en una rebelión en contra de Luis IX de Francia; llamada la campaña de Poutou (1241), y por esas fechas también nació su tercera hija; Beatriz (1242), dándole homenaje con dicho nombre a la madre de su esposa. Enrique tardo un verano completo en respaldar y apoyar a su padrastro y Hugo X de Lusignan, quienes dirigían parte de sus ejércitos en nombre de la corona Inglesa pero, el último cambio de bando al verse superado por el Rey Francés, rodeándolos por sorpresa.
Ricardo, el hermano del Rey, tomó el control del asunto ocurrido y distrajo a los franceses para que Enrique huyera a Burdeos, donde se resguardo de todo mal, dando por cumplidas las palabras de Enrique sobre él, entregaría su vida si de eso dependía su pueblo. Dejando como resultado un fracaso, llegando a una tregua de cinco años con Francia a cambio de Ricardo y el bienestar de los demás cautivos.
¡Que Rey tan insulso! Habiendo probado la traición, continuo por ese camino empinado, siendo tomado en menos por sus dirigentes y enemigos. ¡Pobre Enrique! ¿Acaso es un pecado ser de buen corazón? ¿Ser un soñador y desear el bien? Por esas razones, su reino se vio afligido en numerosas oportunidades, envuelto en sus confusas políticas y su falta de atención. Ciertamente era astuto, temido y respetado pero, todo aquello se vio reemplazado a medida que que sus hijos crecían y él envejecía. En 1245 nació su cuarto hijo, Leonor se vio comprometida durante todo el embarazo, sintiéndose culpable por la salud de su esposa donó lo poco que tenía a la iglesia y al nacer el niño, Edmundo; nombre otorgado por un santo del siglo IX, cambio su forma de actuar. Ahora, no buscaba a su esposa en la alcoba pero tampoco le era infiel, la amaba demasiado y ella le daba su espacio, quizás, solo quizás, el gran Rey comenzaba a ceder en la desesperación.
Su preocupación se extendió he hizo visible cuando una nueva revolución se creó en su contra, un golpe pequeño pero significativo,. Por esa razón envió a sus príncipes al castillo de Windsor, donde crecieron junto a su madre y otras nodrizas aparte de Keith. Por esas fechas, cerca de 1250 se ampliaron rumores sobre sacrificios de niños, los cuales dejaron como resultado una amplia cadena de muertes y culpables.
En una de sus muchas visitas a su familia, Leonor quedo en cinta nuevamente, naciendo su quinta hija, Catalina (1253) pero, prontamente enfermó sin razón alguna. Buscó nuevamente a Héctor; el hechicero, para que curara el mal de la niña pero, lo único que logro fue extender su angustia. Su hija falleció a los tres años de edad por una enfermedad degenerativa, un golpe profundo a su corazón, momento de debilidad que no dudaron en aprovechar sus seguidores, conformando un ejército en su contra.
Para entonces, en 1258, sus políticas sobre los judíos eran cada vez más confusas y ellos descontentos con su monarca, apoyaron las acciones de sus traicioneros súbditos. De allí, explotó una revuelta contra la corona real, los barones armaron a sus ejércitos y fueron en contra de Enrique, pagados y dotados por la propia Reina, que veía en su esposo la próxima demencia pero Eduardo, que contaba ya con diecinueve años y un matrimonio prematuro, se opuso a la revolución, para él era inconcebible que accediera a destronar a su padre por beneficios tan egoístas, si bien sus últimas acciones no eran del todo clara, reconocía que era un excelente líder. Pero, luego convencido por Montfort y su oferta de no derrocar la corona, aprobó las demandas de los radicales en entregar las provisiones de Westminster, ese mismo año, introdujo también los límites adicionales a los barones y funcionarios reales locales que demandaban preocupados por el poder real y las promociones de cambios moderados. En los siguientes cuatro años, Enrique no pudo controlar las demandas y el estallido social que eso producía, por lo que a finales de 1259 realizo su promesa en Oxford, accediendo también a un tratado de paz con Luis IX, visitándolo con Leonor para ultimar los detalles, siendo escoltado por Simón de Montfort y sus guardias de élite.
Esos documentos tardaron un tiempo en ser redactados, terminados y firmados, para cuando regreso a Inglaterra en Abril de 1260 a retomar el poder y control de su nación se consiguió con un conflicto protagonizado por su hijo; Eduardo, Clare y Pedro de Montfort. Todo había sido mediado por su hermano; Ricardo, quien evitó la confrontación militar, siendo en su ausencia un heraldo entre ellos. Luego de la confronta entre padre, hijo y barones, su relación había sido fracturada pero, en esa fecha donde su padre regreso de Francia, Eduardo se reconcilio con él y Montfort fue enviado a juicio por sus acciones en contra del próximo Rey. Clare se mostró más impermeable al asunto pero Eduardo, se mostró receloso en sus propuestas.
En Octubre, una nueva coalición entre ellos le arrebato el poder a Enrique por algunos meses, el concilio de los barones se vio afectado, colapsando debido al caos interno. Fue cuando se vio liberado de las promesas hechas a los barones en Oxford que, dando un contragolpe junto a su hijo; Eduardo, que retomó el control de sus castillos.
Las guerras oscurecían el panorama de Inglaterra, era inevitable y Eduardo, como sucesor de Enrique se vio envuelto en dicho apremio. Pedro de Montfort y Clare se opusieron con todo lo que poseían, obligando a los esposos; Leonor y Enrique, a conformar un ejército a gran escala, debido a que la corona estaba en la pérdida total de sus bienes tuvieron que negociar propiedades con otros duques, en busca de apoyo y armamentos. Clare, al verse acorralado cambio de bando nuevamente, siendo ladino conjeturó que Enrique, al verlo arrepentido le perdonaría la ofensa y tal como advirtió, acaeció. Leonor nunca le quito los ojos de encima, ella era más rígida a la hora de gobernar pero, era su esposo el que tenía la última palabra. En medio de todo el bullicio, Montfort fue exiliado a Francia y toda la resistencia que ellos habían creado fue derrumbada.
1263: La beligerancia había dejado desbastadas distintas regiones; como consecuencia, las enfermedades se hicieron presentes luego de que la peste de la muerte los invitara al país. La autoridad se vio pérdida nuevamente y el estado retrocedió, dejando a su paso otra guerra civil. Ingleses contra ingleses, hermanos contra hermano e hijos contra padres, acciones que desmantelaron la burguesía real. En Octubre del mismo año, Eduardo acompañado de su padre, Bigod y los barones conservadores se enfrentaron en una segunda ocasión contra Montfort, Clare y los radicales. Los rebeldes aprovecharon dicho momento para emplear violencia en las aldeas cercanas, asesinando a sus habitantes e intentando destruir los registros de sus deudas con los prestamistas judíos.
Montfort capturo finalmente a la pareja real pero fue traicionado por los rebeldes que dejaron libre a los reyes, en ese mismo momento que se jugaba la vida de los regentes, Eduardo su hijo mayor, los esperaba en Windsor junto a un ejército que había reunido para la causa. Finalmente, en 1264 detonó a gran escala el conflicto, el Rey introdujo su tropa a los territorios de Montfort; en las tierras medias, y avanzo al sureste para reocupar la ruta francesa. En Lewes culminó el enfrentamiento el 14 de Mayo de dicho año, el Rey; debilitado por tantas colisiones de fuerza cerril, perdió la batalla.
Ricardo; hermano del Rey, se ofreció como añagaza para que padre e hijo se retiraran del sitio.
–No podemos dejar a Ricardo en esas condicione, morirá en cuestión de días –le repetía el Rey a su hijo, su mirada estaba opacada por la senectud y el desfallecimiento.
Su hijo avergonzado por la derrota soltó un suspiro.
–Entreguémonos, ya pensaremos en una forma de huir pero, por ahora debemos dar por terminada éste cataclismo –el príncipe se retiró los guantes de cuero y observo sus manos mullidas por los golpes que había recibido en su espada– Ya hay muchos muertos en esta tierra nuestra, pecado que nos impedirá limpiar nuestra sangre de la culpa.
–Culpa mía, hijo. Culpa de mis ingenuos sentimientos. Si alguien puede huir de esa prisión, debes ser tu Eduardo. Mañana nos entregamos a las manos de Dios y que sea él, juzgándonos por nuestras acciones.
– ¡Que así sea, padre!
El día nombrado llegó, ambos fueron encarcelados junto a Ricardo donde él les informo que, un espía de Leonor se había infiltrado entre la hueste de Montfort y le entrego un reporte donde la Reina había acordado con el Rey de Francia; su cuñado, para unir sus potencias en un próximo rescate. Gracias a ese mismo espía, Eduardo logró escapar en Mayo, refugiándose en Francia junto con su madre, su tía (Margarita, hermana mayor de Leonor) y su esposo (El Rey Luis IX), reuniendo e integrando un nuevo regimiento para un contraataque en los meses venideros.
━━━━━━✧❂✧━━━━━━
Y... las cosas van tomando la forma deseada :D ¡Yeiii! Pronto podre comenzar a platicarle sobre Helena y su triste historia. Después de todo, la novela es sobre ella.
Paciencia, mis amores, paciencia.
Todo llegará a su tiempo, déjenme darle forma a esta locura.
:D
¡Ah! No olviden dejar sus estrellitas y comentarios, enserio no les miento cuando les digo que es el alimento de todo escritor.
Besos
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top