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Ella quería hablarle, pero nunca reunía el coraje que creía suficiente. Se sentía pequeña, frágil como esas muñecas de porcelana que su abuela coleccionaba.
Bianca ya había sentido aquellas mariposas antes, cuando era pequeña, y la situación que vivía en el tren se asemejaba demasiado a la época en la cual sus manos sudaban cuando el niño que le gustaba le hablaba, una etapa que ella creía haber superado a sus dieciocho años.
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