Capítulo 3


Aquello parecía una visión, o por lo menos, esperaba que lo fuera. Sentía las gotas de sudor escurriéndose por sus sienes, y la madera fría del respaldo de la cama chocando contra su espalda. Era como si todas las sensaciones se hubieran intensificado, incluso sentía su respiración y sus propios latidos retumbando en sus oídos.

Aquella silueta que se encontraba sentada frente a él, se deslizó hacia su cama. Esta vez no se trataba solo de una sombra, era una silueta completamente formada, como si una persona estuviese cubierta por oscuridad.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca de su rostro, Tomás pudo ver un par de ojos amarillos, rasgados, y una sonrisa macabra. Tragó saliva cuando, al tratar de hablar, descubrió que se le había secado la garganta. Aquella silueta deslizó la mano por su pecho en una caricia sutil.

—Solo un poco más — susurró sobre su oído.

Tomás permaneció inmóvil mientras aquel espectro se alejaba de él para regresar a su sitio. Supo de inmediato que aquello tenía que ver con el ritual cuando la criatura se paró sobre el pentagrama y desapareció frente a sus ojos, como si el suelo se lo hubiese tragado.

No pudo volver a dormir hasta que la luz del día iluminó su habitación.

. . .

—¿Por qué no viniste a clase?

Tomás sostenía el teléfono con el hombro mientras arrastraba el armario desde su antigua ubicación hasta ese rincón, donde había dibujado el pentagrama. Su lógica lo llevó a deducir que si había algo saliendo y entrando por ahí, todo lo que había que hacer era bloquearle el paso.

—Pasé una mala noche y no me sentía bien para ir.

—¿Estás bien? ¿Quieres que vaya a hacerte un poco de compañía?

—No, no... —Le dio el último empujón al mueble y soltó un suspiro cuando el pentagrama salió de su vista—. Me voy a preparar algo caliente y voy a dormir toda la tarde. Una buena siesta es lo que necesito.

—No será por lo que me contaste la otra vez, ¿no? Si te están pasando cosas raras me lo tienes que contar. Ese es el trato.

Tomás soltó un bufido que lo dejó en evidencia.

—No puede ser posible que esta mierda sea real, Luisana. Me estoy volviendo loco o algo por el estilo.

—A veces no creer es mucho peor que hacerlo. Voy para tu casa, te llevo algo rico para comer y me cuentas qué fue lo que pasó.

Tomás acabó cediendo, más que nada porque, a pesar de que necesitaba una buena siesta a rabiar, también le hacía falta un poco de compañía.

Su amiga llegó media hora más tarde, con una chocolatada caliente y algunos bocadillos dulces y salados.

Tomás lucía terrible. Luisana estaba acostumbrada a verlo siempre impecable, porque así era su personalidad, pero ese chico desaliñado, con ojeras, rostro pálido y en pijama, era todo lo contrario a lo que ella conocía de su mejor amigo.

—Te ves horrible —comentó, preocupada.

—La estoy pasando fatal. Ya no sé qué mierda es real y qué no. No sé si lo que pasó anoche lo soñé o si fue real. No he podido borrar el maldito pentagrama del piso, y lo dibujé con tiza. ¿Cómo es posible que la tiza no salga del parquet ni siquiera cepillándola? ¡Es una locura! ¿A ti te pasó algo así?

La muchacha se removió inquieta. Llevaba algunos días queriendo hablar con él para decírselo, pero sabía que Tomás no se lo iba a tomar nada bien. Y más con lo que le estaba sucediendo.

—Bueno, necesito confesarte algo... —comenzó, jugando con sus dedos—. Yo no... bueno...

Al ver la cara de Tomás, supo que la conversación no acabaría nada bien.

—¿Tú no qué? —preguntó con los dientes apretados.

—No hice el ritual —contestó rápidamente.

Tomás dejó el vaso de chocolatada sobre la mesa de forma brusca, salpicando la superficie.

—¿Me estás jodiendo? ¿Y por qué mierda me hiciste hacerlo si ni siquiera sabías de qué se trataba?

—¡Es que quería saber si realmente funcionaba! 

—¿¡Y por qué mierda no lo hiciste tú!? Ahora tengo un maldito demonio metido en mi casa. ¡Grandioso!

Tomás se levantó y Luisana fue detrás de él.

—¡Lo siento mucho! —dijo, metiéndose al cuarto —. No te enojes conmigo, por favor. Tuve toda la intención de hacerlo pero me dio mucho miedo y no me atreví. ¡Lo siento!

—Si esa cosa me mata, va a ser tu culpa, Luisana.

La chica dio un vistazo por la habitación. La cama estaba desarreglada y con algunas cosas encima, y en el suelo quedó la huella del mueble que Tomás había arrastrado.

—¿Dónde está el pentagrama?

—Lo escondí. Si seguía viéndolo iba a volverme loco. Le puse ese mueble encima.

—Déjame ayudarte a ordenar un poco, esto está hecho un desastre. También puedo quedarme a dormir, por si llega a pasar algo. Cualquier cosa, si el espectro aparece, que nos mate a los dos.

Tomás le dedicó una mirada de reproche.

—Muy graciosa. Me muero de la risa.

A pesar de su molestia, Tomás acabó accediendo a que su amiga pasara la noche con él. Le provocaba pavor pensar en revivir la situación de la noche anterior estando solo, y aunque estaba convencido de que el mueble ayudaría a que la criatura no pudiera pasar, no estaba seguro de que fuera un método cien por ciento efectivo.

Pidieron pizza para cenar y se distrajeron mirando una serie. Luego conversaron hasta que Tomás ya no pudo más. Llevaba más de veinticuatro horas sin dormir y su cuerpo le pedía a gritos un buen descanso. Le cedió la cama a Luisana y él se tumbó en el suelo, con el colchón inflable que solían usar cuando se iban de viaje o de campamento. Se quedó dormido de inmediato, y a mitad de la noche, escuchó un crujido, como si alguien estuviera arañando algo. Se sentía tan exhausto que apenas tuvo fuerzas para abrir los ojos, y cuando lo hizo, lo primero que pensó fue en despertar a Luisana, pero estaba tan aterrado que ni siquiera pudo moverse de su sitio.

Aquellos ojos amarillos lo miraban desde la esquina de la habitación. Tomás se quedó inmóvil al principio, pero luego, cuando escuchó a su amiga removerse en la cama, pronunció su nombre una y otra vez en un susurro, pero la chica estaba tan dormida que ni siquiera lo escuchó.

Se cubrió con las sábanas hasta la cabeza y apretó los ojos. Esperaba que ese viejo truco fuera efectivo esta vez, pero al sentir el peso sobre el colchón, supo que era otra gran mentira.

—Por favor, déjame, por favor... —rogó en un susurro.

—Pero si tú me llamaste.

Tomás abrió los ojos de par en par. Aquella voz sonó rasposa, melódica y varonil. No se escuchó como la voz de un espectro horrible.

Asomó la cabeza por encima de las frazadas, y lo que se encontró fue algo totalmente distinto de lo que él esperaba.

Aquel chico de su imaginación había cobrado vida, y estaba justo encima de él.

—¿Qué...? ¿Quién eres?

El muchacho le dedicó una sonrisa seductora, y Tomás sintió que su cuerpo se convertía en gelatina.

—Baja la voz, no querrás despertar a tu amiga, ¿o sí?

De repente, el chico desapareció de su vista. Tomás se sentó sobre el colchón, mirando a su alrededor, y entonces lo vio, parado en la puerta semiabierta de la habitación. No le dijo nada, solo lo invitó a seguirlo, haciéndole un gesto con la mano.

Tomás ni siquiera sabía porqué estaba obedeciendo a aquel desconocido. Había una fuerza, algo que lo incitaba a hacer todo lo que él dijera sin poner objeciones. Y es que solo bastaba con mirar aquellos ojos ambarinos, tupidos de pestañas negras para caer rendido a sus pies.

Caminó en puntillas hasta el comedor, buscándolo con la mirada. Entonces, sintió que alguien lo abrazaba por detrás, y aquel tacto volvió a resultarle familiar.

—Solo un poco más— Susurró sobre su oído, mientras metía las dos manos dentro de los pantalones de Tomás.

La primer caricia se sintió como la mismísima gloria. Tuvo que apoyar las dos manos contra la pared cuando le empezaron a temblar las piernas. El desconocido lo tocaba con completo descaro, como si ya conociera cada rincón de su cuerpo de memoria. Sus manos cálidas lo estimularon hasta conseguir el primer orgasmo, y luego comenzaron a acariciar sus glúteos. Tomás apenas tenía fuerzas para jadear. Se sentía exhausto, excesivamente relajado. Apoyó la frente contra la pared, cerrando los ojos. No sabía exactamente lo que ese chico le estaba haciendo, pero no quería dejar de sentir ese delicioso cosquilleo que le recorría todo el cuerpo. Inclinó el trasero hacia atrás, y casi de inmediato, el chico se hundió dentro de él de una sola estocada. Tomás no sintió dolor, solo la sensación de que aquel demonio lo estaba llenando. Entreabrió la boca y dejó que los jadeos escaparan de su garganta. No supo cuántos orgasmos tuvo ni en qué momento se acabó, puesto que el cansancio era tan grande que acabó quedándose profundamente dormido. 

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