Capítulo 1

—A ver, ¿y cómo sabes que no es real si ni siquiera intentaste hacerlo?

—Ay, por favor… ¿Ya escuchaste lo ridículo que suena? Invocar a un “demonio” con audios subliminales y magia negra. Es completamente absurdo.

—Bueno, a mí me funcionó. 

Tomás chasqueó la lengua, mientras movía la cabeza en un gesto negativo. Había visto esa ridiculez en redes sociales, porque al parecer se había vuelto una especie de moda el asuntito de invocar a un demonio que tomaba la forma de tu ser especial. A muchas personas se les había ido la olla con el asunto y empezaron a invocar demonios con forma de personas famosas. Leer sus experiencias era como entablar una conversación con un lunático; nada tenía ni una sola pizca de sentido. Lo peor de todo fue cuando Luisana, una de sus mejores amigas y compañera de estudios, le comentó, con mucho entusiasmo, que ella lo había intentado, y que la criatura ya le estaba dando señales.

—Mira, entiendo que tú quieras creer en esas tonterías, pero yo no, simplemente no me entra en la cabeza que algo así sea real, lo siento. Tal vez soy demasiado realista. 

—Te insisto —continuó ella—, inténtalo. Si realmente piensas que es una ridiculez, entonces no pasa nada si lo intentas, ¿verdad? Mira, hagamos una cosa: tú lo haces esta misma noche, y si en el correr de tres días no sucede nada, los dos nos olvidamos de esto. ¿Está bien? 

Tomás resopló. Le resultaba muy tentadora la idea de que Luisana admitiera que él tenía razón. Cuando se trataba de su orgullo, era capaz de hacer cualquier cosa. Incluso de invocar a un espectro.

—Está bien. ¿Qué se supone que hay que hacer? No pienso matar a ninguna gallina ni nada raro. 

La muchacha soltó una sonora carcajada.

—Es más simple que eso. Te voy a escribir todos los pasos a seguir por whatsapp, así te queda guardado. Cuando lo hagas me escribes. 

Se despidió de la chica esa tarde y cuando llegó a su casa se tumbó boca arriba en el sofá, con el teléfono en la mano. Comenzó a leer los pasos a seguir y cada cosa le parecía más hilarante que otra.

—Conseguir un lazo rojo, un dije de metal y crear una pulsera con él, luego dibujar un pentagrama en el suelo, poner una vela negra en cada punta del pentagrama, qué diablos… —chasqueó la lengua y deslizó la pantalla con el dedo pulgar para seguir leyendo — ¿Dónde diablos se supone que consiga cinco velas negras? En fin… ¿Qué más dice? Pronunciar el nombre del espectro… Efialtis… ¿Efialtis? —releyó—, cinco veces mientras caminas alrededor del pentagrama. Debes visualizar a tu persona especial en todo momento. Por el amor de Dios, esto es una estupidez. 

Comenzó a escribirle un mensaje a su amiga cuando terminó de leer todos los pasos. “¿Dónde consigo velas negras? ” escribió rápidamente y lo envió. La muchacha no tardó en responderle. 

“En una santería. Yo las conseguí ahí”

“Y no puedo usar las tuyas?"

“No lo sé… ¿Y si no funciona?"

“Ay, por favor. No creo que los demonios se fijen si las velas son nuevas o usadas”. 

“Bueno, está bien. Te las llevo en un rato. Mientras tanto deberías ir pensando qué forma quieres que tome. Podría convertirse en Federico... ”

Tomás sonrió. Luisana era la única que conocía su sucio secreto. Federico era uno de sus compañeros de clase. Un fortachón con cara bonita que las tenía a todas locas; a todas y a él. Aunque era consciente de que lo que sentía por Federico no era más que una fijación. Le gustaba físicamente, pero cuando abría la boca, todo su encanto desaparecía como por arte de magia. 

“Eso sería muy trillado. Voy a crear mi propio chico ideal  y si esta mierda es real tendré un maldito adonis a mis pies”. 

Sonrió mientras escribía aquel mensaje. Podía imaginarse la cara de su amiga, y su carcajada mientras leía el mensaje. 

Para cuando ella llegó, Tomás ya tenía casi todo el asunto más o menos listo. 

—El blog de donde saqué las indicaciones dice que debes dejar la pulsera que hiciste en el centro del pentagrama. La hiciste bien, ¿cierto?

Tomás asintió, enseñándole la pulsera. Estaba hecha con un cordón rojo, y el dije era un arete de acero quirúrgico.  

—¿No tenías algo mejor? —preguntó Luisana, señalando el arete.

Tomás se encogió de hombros, mostrando una amplia sonrisa. 

—Pidió un dije de metal, ¿no? era lo único que tenía. 

Luisana chasqueó la lengua, luego colocó el dije en el centro del pentagrama.

—¿A quién te estás imaginando? —preguntó mientras encendía las velas.

—A nadie en específico. Te dije que voy a crear a mi adonis. 

—Cuéntame cómo es al menos. 

Tomás sonrió. 

—Alto, más alto que yo —comenzó, con los ojos cerrados—. Pelo negro, ojos miel. Buen cuerpo pero no muy marcado, ya sabes… sexy pero no con esteroides. —Ambos soltaron una carcajada—. Quiero que tenga una marca, algo que lo distinga. Quizás una cicatriz, sí, una cicatriz en la muñeca. 

—Wow, qué específico.

—Si ya me metí en esto, tengo que hacerlo bien, ¿verdad? 

—Bueno, sí, tienes razón. ¿Ya estás listo? 

Asintió. 

—Bien. 

Luisana apagó la luz para darle un toque más tétrico al asunto. La habitación quedó iluminada únicamente por la luz de las velas. Tomás soltó un suspiro, luego comenzó con el ritual.

—Efialtis, Efialtis —comenzó. La tenue llama de las velas se sacudió como si hubiese sido acariciada por una leve brisa —, Efialtis, Efialtis —continuó, y los latidos de su corazón se aceleraron—, Efialtis. 

Cuando pronunció el nombre por quinta vez, las velas se apagaron todas al mismo tiempo. La chica, que permaneció parada cerca de la puerta, pegó un grito y encendió la luz, dándole un manotazo a la llave. 

—¡Te lo dije! ¡Funcionó!

—Discúlpame, pero yo no estoy viendo a nadie más que a nosotros en esta habitación, solo se apagaron las velas. Pudo haber sido por el viento. 

La muchacha chasqueó la lengua. La incredulidad de su amigo le ponía los nervios de punta. 

—Tres días —dijo ella—. Todavía tienes tres días para comprobarlo. 

—Tres días en los cuales no va a pasar absolutamente nada, porque esto es un invento de internet, Luisana. 

—Bueno, ya lo veremos. 

Desde pequeño, Tomás siempre fue un chico valiente. Nunca le tuvo miedo al monstruo que vivía debajo de su cama, o a los fantasmas, o a la oscuridad. Cada vez que alguien intentaba asustarlo, él acababa la mala broma de forma tajante, porque para él, todas esas cosas no eran más que tonterías. De adulto se convirtió en el tipo de persona que critica las películas de terror. Ninguna le parecía lo suficientemente aterradora; cuando no era la trama, eran los efectos especiales. Era un incrédulo, su filosofía era que había que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos. 

Después de hacer el ritual, Luisana se quedó un rato más con él. Puso como excusa que quería hacerle compañía, pero la realidad era que quería asegurarse de que no pasara nada extraño. Y tal como Tomás supuso, nada pasó, pero su amiga seguía convencida de que el ritual había funcionado. 

Se metió a la cama con el teléfono entre las manos. Tenía tan poco interés en el asunto que hasta se había olvidado del dichoso ritual. Navegó un rato por internet hasta que le picaron los ojos. Cerca de las tres de la mañana, dejó el aparato sobre la mesa de luz y se acomodó para dormir.

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