Una semana después.

Pedí una botella de vino tinto al servicio de habitación y salí al balcón, donde el aire salado de Nueva Roma se entremezclaba con el vibrante murmullo de la ciudad. La urbe brillaba como una joya, deslustrada sólo por la oscuridad que comenzaba a arrastrar mi alma. Un océano de violetas y azules se extendía ante mí, el mar Mediterráneo al otro lado, un espejo de mi soledad.

Con el traje desabotonado y una sonrisa tan falsa como el vino que sostenía, me hundí en la hamaca flotante. El dorado líquido en mi copa era un nectar de más de doscientos años, costoso, un lujo que ahora se sentía como un veneno en mis venas.

—Me faltas, Sofía —susurré, dejando que las palabras se perdieran en el viento, como si el aire pudiera llevarme de regreso a ella, a su risa, a su luz.

Sofía había desaparecido de mi vida, sumergida en fiestas y risas ajenas. Yo, un espectador solitario atrapado en este departamento, observando la vida pasar frente a mí como una película en blanco y negro. Ella era mi razón, y sin embargo, cada celebración que compartía con otros era una puñalada en mi corazón.

—Sofía a veces es un poco incomprensible —me interrumpió una voz familiar que resonaba como un eco doloroso. Era Julieta, su mirada reflejaba una mezcla de compasión y preocupación.

—Lo sé —respondí, mi voz un susurro tembloroso—. Solo... necesito verla.

Julieta dudó antes de revelarme el secreto que encadenaba mi corazón, su voz un susurro entre el viento: —La vi ayer.

—¿Qué te ha dicho? —La intriga me apresó, pero también el miedo.

—Pide disculpas —me dijo, y esas palabras eran como cuchillas afiladas.

—¿Pero por qué? —protesté—. Si no me ha hecho nada.

Julieta vaciló, entonces pronunció la frase que desgarró mi mundo en mil pedazos:

—Para sacarnos de Marte en su nave, Sofía hizo un trato con Tomás. Su exnovio... Se acostaron.

Una ráfaga gélida recorrió mi cuerpo, el aire se volvió espeso y me faltó el aliento. Mis piernas temblaron bajo el peso de la revelación, y caí de espaldas, dejando que la oscuridad me envolviera.

—Déjame solo, Julieta —murmuré, la rabia ardía en mi pecho.

Cada instante compartido con ella se transformó en traición. Pensé que el amor era la esencia de su ser, pero había confundido el oro con el plomo. Tenía razón al estar enfurecido, no por ella, sino por mí mismo. Un mar de confusión se desbordó en mi mente; había estado equivocado.

—Lo hizo para cumplir tu sueño, Andrew... —intentó justificar Julieta, su voz un eco distante.

—¡Lo hizo porque es una egoísta! —grité, mi voz desgarrándose en la noche—. ¿Piensas que a mí me gusta estar aquí, huyendo de la ley? ¡Solo quería visitarla, no vivir este tormento!

Julieta se quedó en silencio un instante, antes de replicar—. Pero ella dijo...

—Ella miente —la interrumpí, con veneno etiquetado como verdad—. Sofía siempre ha manipulado, siempre ha utilizado a quienes la rodean. Fuimos peones en su juego; cuando ya no nos necesite, nos tirará como desperdicios.

—No creo que pienses eso en serio —argumentó Julieta, pero la incredulidad no podía ocultar su preocupación.

—Soy como un náufrago, Julie —declamé, mi voz era un eco desgarrado—. Cada vez que intento tocar sus costas, el hielo que ella ha formado entre nosotros me atrapa.

—De nada te sirve quedarte aquí encerrado, lamentándote —dijo Julieta, dándose la vuelta para marchar, su figura desaparecer tras la puerta—. Tienes que salir, buscar explicaciones. ¡Buscarla!

—Se acostó con su ex —murmuré como un mantra, una letanía de dolor.

—No quiero defenderla, pero era la única opción. Estamos siendo perseguidos por la ley.

—Que es culpa de ella.

—¡Ya deja de lamentarte, Andrew! —su voz resonó con fuerza en mi mente—. ¡Fuiste tú quien decidió seguirla sabiendo quién era!

Las palabras de Julieta me golpearon como el viento y el mar intentando derribar un faro.

—Tienesrazón... —cavilé, mi corazón y mi mente batallando una guerra de emociones—. Nodebí dejarla entrar en mi vida. Pero el peso de su ausencia se siente máspesado que cualquier culpa...