17 - 💋JULIETA YAMADA💋

—Ya apagué todas las cámaras del edificio —dije, volviéndome a poner el teléfono camaleón en la muñeca—. Pongámonos las máscaras ahora.

Hubo silencio, como una duda en el aire.

—¿Tan rápido ingresaste a la Caja Madre? —preguntó Andrew.

—Tres años estudiando Ingeniería Robótica y dos años de Informática sirvieron de algo al fin —respondí—. Además, la clave de ingreso era muy sencilla.

Los chicos se pusieron los collares en los cuellos y activaron su función con la voz de mando. Cada uno tenía una máscara holográfica distinta. Andrew un panecillo con ojos, Martín tenía una cabeza de gato animé, tenía una cabeza de mófin y Sofía un balón de basquetbol con lentes de sol.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, los cuatro salimos como si camináramos por una pasarela. La teatralidad de Sofía y Martín me animaba y divertía a Andrew, que caminábamos detrás sin tanta desvergüenza.

Cuando salimos del edificio Eskariote, la noche seguía viva y las fiestas todavía estaban repletas de gente.

—¿Cuál es el siguiente movimiento, cabeza de balón? —preguntó Martín a Sofía.

—Guantes —respondió ella. Nadie nos miraba extraño por llevar máscaras holográficas—. No debemos dejar huellas, así que volveremos a la tienda de disfraces de nuevo. Por suerte abre todos los días.

Primero fuimos a la tienda, a unas dos cuadras del lugar, y compramos cuatro pares de guantes negros. Todos nos los pusimos y regresamos al punto de partida: frente al edificio Eskariote. Sofía estaba confiada en su plan y veía en Martín esa misma actitud. Sin embargo, los ojos reflejaban inseguridad y los de Andrew algo de miedo.

Aunque en el fondo todos la seguían, no porque fuera convincente, sino porque confiaban en ella.

Siguiendo a la líder del grupo, subimos a uno de los muchos edificios estacionamientos de la ciudad. Veinticuatro plantas de estacionamientos con hileras de autos y vehículos de todo tipo. En cada columna de acero y hormigón, había una fuente de recarga eléctrica. Los motores de pulso se recargaban en las pocas estaciones que se encontraban generalmente en las partes superiores de los estacionamientos, pues los vehículos con ese motor podían llegar allí.

—Necesitamos un auto con un gran maletero y motor de pulso —dijo Sofía, mirando las largas filas de autos. Esta-ban en una de las últimas plantas. La mayoría eran solo autos compactos y eléctricos.

—¿Cómo vamos a robar un auto? —preguntó Andrew inseguro.

—Déjenme eso a mí —dije, viendo cómo un hombre estacionaba su camioneta en uno de los espacios. Tomé mi teléfono camaleón y volví a teclear la pantalla—. Voy a formatear el Kasov Assistent.

Era un ancho vehículo de suspensión con motor de pulso. Se movía con elegancia y no emitía sonido alguno. Era negro mate, pero de seguro tenía la capacidad de cambiar a cualquier color que quisiera el dueño. Kasovnakov (K.N.) era una marca rusa de autos de suspensión muy cara, segura y muy espaciosa. Por dentro debía ser como una sala de estar con el Kasov Assistent atendiendo tus necesidades. Todo un lujo.

—No, eso tomará tiempo —dijo Sofía.

—Ya lo hice —respondí. El automóvil se detuvo antes de estacionar y el hombre, supuestamente el dueño, fue a ver al vehículo.

—¿Kasov? —dijo el hombre. Era un tipo gordo, trajeado y con una barba roja y tupida. Tenía un reloj de oro en la muñeca y se había salido del auto a atender una llamada mientras el Assistant estacionaba solo—. Culminar actividades. ¡Vamos, te compré ayer!

Sofía se acercó por detrás y apuntó la punta del arma en su espalda, con cuidado por si había cámaras.

—Entra al vehículo, ahora.

—Lléveselo, es una basura. —El hombre ya estaba sudando por los nervios. ¿Una pistola? Nadie podía meter una al Domo Central, por eso daban aún más miedo. Ni siquiera la policía podía tenerlas.

—No, usted es testigo y no queremos una denuncia tan rápido.

—No denunciaré, lo prometo, hoy tengo una junta...

—Cállate y entra.

Me acerqué al vehículo, ahora sin dueño, pues yo había limpiado la experiencia. Lo miré maravillada, nunca había visto uno tan de cerca. En la universidad había estudiado vehículos eléctricos comunes o naves de pulso de baja categoría, pero esto... era una maravilla de la tecnología. Me saqué uno de los guantes. Acaricié el capó con suavidad y luego llegué a la puerta. El auto se encendió de nuevo, con un sonido casi angelical.

—Esperando instrucciones —dijo.

—Assistent, abre tus puertas —ordené. Me volví a poner el guante.

—Como usted desee. —Las puertas se abrieron—. ¿Có-mo desea el dueño que lo llamase?

—Ju... —Miré al hombre gordo que teníamos secuestrado y preferí no decir mi nombre. El auto ya sabía mi nombre gracias al contacto en la puerta, pero el sistema de seguridad exigía resguardar los datos de los dueños—. Dime Ju.

—Señorita Ju, bienvenida. ¿Cuántos invitados tienes hoy?

—Cuatro. —Los chicos comenzaron a entrar.

—Ju, deja de coquetear con el tablero de mando —dijo Sofía—. Ven y hablamos dentro.

Los asientos eran cómodos, de cuero y con bordados hermosos.

—¿Qué le hicieron a mi auto? —preguntó el hombretón. Estaba sentado al lado de Sofía, aun siendo apuntado por el arma.

—Volvió a nacer —dije, como si estuviera enamorada. El interior del vehículo tenía tantas cosas y detalles que yo no paraba de girar la cabeza de lado a lado, descubriendo algo nuevo.

—¿Cuál es el destino, Señorita Ju? —preguntó Assistent.

—Estación 14 del séptimo octante —dijo Sofía—. Debemos llegar antes de que amanezca.

—Estación 14 del séptimooctante —repetí y el vehículo comenzó a andar.

NOTA: ojalá tener un auto así.

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