14 - 💋SOFÍA CARUSO💋

La calle Vieja Luna era una ruta muy transitada. A los laterales había varios edificios de distintas formas. Por suerte no eran edificios residenciales, ya que estaban en el barrio Techniterra. La música se escuchaba estruendosa desde cada punto cardinal. Cada edificio tenía algo que lo diferenciaba de otro. Algunos eran casinos, otros bares, otros eran salones de evento, pero todos, sin excepciones, tenían moteles, estacionamientos privados y restaurantes.

Se había hecho de noche y los autos pasaban de un lado a otro con prisa. Mañana por la noche teníamos que trabajar, pero poco importaba eso ahora. Ya teníamos un truco para dormir poco y disfrutar de todo. Un poco de violeta en la lengua activaba el cerebro y triplicaba tu actividad. Aquello mejoró mi vida desde que lo inventé. Fue como si mi vida se multiplicara: no tenía tanta necesidad de dormir como lo tenían los demás y los días eran mucho más largos.

Andrew y yo vestíamos de vampiros esa noche. Esa era la temática según lo que decía la invitación que me había dado Mon-Luán. Esperábamos en la esquina del edificio Eskariote. Cada nivel del edificio era una fiesta distinta. La más exclusiva se encontraba en la terraza de Eskariote, donde nosotros debíamos ir.

Julieta y Martín aún no llegaban. Habían ido a comprar los disfraces de Conde y Condesa.

—¿Por qué debemos ir vestidos así? —preguntó Andrew. Él tenía un frac azul marino, una corbata roja y una capa roja que bajaba hasta el piso. Los colmillos falsos le dificultaba el habla. Le quedaba medio grande, pero era cute.

—Mon-Luán es muy estricta con lo de poner temáticas a sus fiestas. Todos debemos ir de góticos —contesté. Encendí un cigarrillo y comencé a fumar. Vestía con una larga saya morada con cola de sirena. Tenía un corsé por encima del vestido y una corona sobre su cabellera rubia—. Se están tardando demasiado.

—¡Chicos! —vociferó una voz entre la multitud. Era fácil reconocer a Martín. Estaba a un palmo por encima de los demás. Era un gigante.

—Al fin —suspiré con el cigarrillo en la mano. Sentía mis talones aprisionados por los zapatos de tacón que elegí. Debí traer unos más cómodos, aprovechando que no se verían por el largo vestido.

Julieta venía al lado de Martín. Ambos vestían de Conde y Condesa. Julieta se veía bastante sexy con ese vestido acampanado, resaltaba sus pechos. Los hacía ver más grandes de lo que eran. Apenas tenía maquillaje, solo los labios pintados en negro. Hace mucho no íbamos a fiestas juntas, pero no parecía emocionada.

—¿Ocurre algo, amor? —le pregunté, acercándome a Julieta.

—¿Podrías tirar tu cigarrillo? —dijo Julieta, espantando el humo con lentos movimientos de mano.

—Creí que ya estabas acostumbrada.

—No me gusta el olor a cigarrillo barato —contestó Julieta, sacando de su cartera una cajetilla de Julius Dorados. Era una marca muy exclusiva, difícil de encontrar.

Me quedé boquiabierta.

—¡Julieta! —grité y salté para abrazar a mi amiga—. ¡Esto es muy caro! Son como veinte pins por cajetilla.

Julieta cerró los ojos y se entregó al cariño. Andrew y Martín compartieron una mirada de confundidos.

—¿Has visto a alguien tan emocionada por una cajetilla de cigarrillos? —preguntó Andrew a Martín, que estaba cruzado de brazos.

En una esquina había una pelea, dos mujeres discutiendo; en ésta, dos mujeres abrazándose.

—Julieta podrá ser muy callada —comentó Martín, encogiéndose de hombros—, pero siempre se la pasa estudiando a la gente.

—Es como una espía —agregué yo—, siempre sabe lo que quieres.

—¿Sabes qué me dijo de ti hace unas horas? —preguntó el larguirucho—. Que eres un tipo aburrido y que te dejas llevar por Sofía porque es lo mejor que te ha pasado en la vida. Ella muestra lo que en realidad eres y habías reprimido.

Yo me reí.

Andrew entornó los ojos, pensativo, pero se tomó su tiempo para responder. Luego contempló la cima del edificio con una sonrisa nostálgica en el rostro.

—Tal vez lo sea —codició.

—Chicos —les interrumpí, tomando de la mano a Julieta—. Todos los que viven una fiesta de Mon-Luán juran por sus muertos que en Marte las fiestas son mejores. Hoy estamos acá para divertirnos y conmemorar que... ¡conseguimos veinticinco mil pins en la cuenta de ahorro!

Todos quedaron callados.

—¿Tanto? ¿En cuatro meses? —dudó Martín con la boca abierta.

—Entonces hemos superado la meta —dijo Julieta.

Negué con la cabeza, solté a Julieta y volví para ponerme al lado de un desentendido Andrew Olsson.

—Nuestra meta era de quince mil anteriormente. Sin embargo, soy una nena ambiciosa. Me he pasado las últimas semanas viendo películas de Jackie Chan y hablando sobre la maravillosa vida en el planeta Tierra. Andrew. —Lo miré con sus ojos brillantes—. Este Domo es demasiado pequeño para nosotros. Compraremos una nave.

Todos permanecieron callados. Los ojos de Andrew temblaban. ¿25 mil? ¿En cuatro meses? El salario mínimo era de 2300 pins. Eso era mucho dinero.

—Sofía, estás loca —se burló Martín aplaudiendo con todas sus fuerzas y luego gritó: «¡Tendremos una puta nave!»

Julieta se echó a reír.

—Llegar a los cien mil será tarea fácil si seguimos en nuestro trabajo. Pero queremos llegar a los quinientos mil en menos de un año. —Saqué uno de los cigarrillos de Julius Dorado y me lo puse en la boca—. Pero no hablemos de eso ahora y volvámonos locos.

Subimos a la terraza del Eskariote con el ascensor. Era una fiesta distinta por cada piso del edificio. La gente no nos miraba extraño, porque era normal vestir de esas formas cada día. Es más, encontramos hasta gente vestida de superhéroes que iban al piso 6. Sin embargo, la mejor fiesta estaba en la cima. Ni siquiera llegamos aún y ya una pareja se estaba besuqueando en el ascensor.

Las puertas se abrieron. Los chicos salieron emocionados del ascensor y la música se empezó a oír. El suelo se movía y las cosas vibraban. La noche estaba fresca y la multitud eufórica. Había mujeres vestidas como prostitutas de cabaret y hombres vestidos de caballeros reales o de vampiros. Nos unimos a la fiesta, mezclándonos con las personas.

Había un bar en cada esquina de la terraza. Era un enorme espacio donde cabrían seis canchas de tenis. De hecho hasta había una cancha de tenis donde algunos hacían competencia de bailes. Un par de mesas de pool decoraban las esquinas, donde unos grupos gritaban y se insultaban. Cerca de unas mesas y sofás estaba una piscina con el agua cristalina y una docena de personas intercambiando saliva.

Martín y Sofía intercambiaron una mirada.

—¿Tienes lo que creo que tienes, Sofi? —me preguntó Martín.

Yo le sonreí.

—Solo un cuadro —dije. Luego le pasé un cartón de LSD-206 con un diseño bastante psicodélico. En esas fiestas, todos o por lo menos el noventa por ciento estaba bajo el efecto de un psicoactivo. Se notaba en los movimientos, en las miradas perdidas, en la gente dura como roca sentada en las barras.

—¡Miren, un pelotero! —exclamó Julieta, señalando hacia la cancha de tenis. A un lado estaba una piscina pequeña repleta de pelotas de colores.

—¡Vamos a divertirnos, Julie! —exclamé, ofreciéndole otro cartón a ella.

Julieta miró el LSD con tentación, pero dudando. Sin embargo, lo tomó y se lo puso en la lengua.

—Solo por hoy —me dijo.

Andrew y yo también no pusimos los cartones en la lengua y luego comenzamos a bailar. Éramos uno más en la fiesta de la terraza. En un par de horas, el tiempo había pasado rápido y el efecto fue excelente. Los colores eran más claros, la música se sentía más, los músculos se relajaron y las pupilas se encogían y dilataban al ritmo de los sonidos.

Todo se fue de las manos. Algunas parejas estaban apretando en un rincón o en los sofás, otras estaban haciendo beso de tres o desnudándose por apuestas. Era bien sabido sobre que en los encuentros de Mon-Luán todo podría perder el control, terminando en una orgía de lo más dantesca y sexual. Andrew y yo perdimos de vista a Julieta y Martín, como si se hubieran desaparecido. Sin embargo, no teníamos el suficiente control de las habilidades comunicativas como para buscarlos y al final solo nos unimos al desastre. 

NOTA: perdón si tardo mucho en editar esta historia, pero está quedando de puta madre. Arrivederchi.

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