13 - 💋MARTÍN GARCÍA💋

—¿Dónde crees que se metieron Andrew y Sofía? —me preguntó Julieta.

Mesitas coloridas, cuadros surrealistas decorativos, una barra llena de neón donde se atendía a los clientes. Estábamos sentados en una mesa para dos, en el pequeño comedor Dulce Bienvenida. El sitio tenía un ventanal enorme que daba a la calle, donde todavía había una multitud de personas. Un edificio en frente era uno de esos locales de venta de androides. Había varios escaparates con los androides haciendo movimientos programados tras el opaco vidrio color fucsia.

Tenía la boca llena. Me tomaba su tiempo para responder, pues primero debía saborear el helado de varios gustos frutales. En el Octavo Domo se había creado una nueva fruta, si es que se le podía llamar así a un tubo con líquidos combinados. Nunca la había probado hasta ahora. Trolimolla. "Descubrir un nuevo sabor". Debería tachar eso de mi lista.

—Apresúrate —insistió Julie. Su mirada era siempre la de inquietud, levantando una ceja tímidamente. No pude evitar notar también que jugueteaba con algo entre los dedos. Si no era un cubierto, podía ser cualquier cosa.

Levanté una mano como diciendo "espera".

Era un hombre que disfrutaba bastante del acto de comer, y por ello tenía gustos bastante delicados. Deglutí el helado con tanto placer que mis ojos chispeaban y por la comisura de mis labios resbalaban mis delatores.

A Julieta le gustaba mucho eso de mí. ¿Cómo lo sé? Me lo había dicho muchas veces. Era una buena compañía cuando estaban comiendo. Ella hablaba y yo la escuchaba, la apoyaba o le discutía, pero siempre estaba ahí.

Siempre que íbamos a uno de esos lugares, yo pedía un menú que tardaba mucho en decidir y luego, sin excepciones, un helado con dulce de leche en la copa. Julieta solo un café con leche o alguna malteada. Cuando yo terminaba mi último postre, hacía lo mismo. Los platos vacíos (hacía un esfuerzo enorme para no lamerlos), la copa la dejaba vacía y me lamía los dedos para luego limpiarme con una servilleta de papel esponjado.

—Te preocupas demasiado a veces —le dije aun con la boca medio llena.

—Es que se supone que era un día de amigos, ¿no? —dijo ella. Su voz delicada era como una morfina inyectada directamente en mi pecho.

—Yo todavía estoy contigo. No creo que vaya a ninguna parte si me sigues comprando helados. —Miré para un lado. Un cartel móvil pasaba una y otra vez el menú del local, mostrando esas delicias tentadoras—. Ellos se lo pierden.

—¿Qué estarán haciendo? —Julieta se recostó completamente contra el espaldero de la silla, soltando un bufido al aire y mirando al cielo.

—Tienen mucho dinero —contesté al fin—, son jóvenes y promiscuos. ¿Qué más podrían estar haciendo? Es su día libre, Julieta, dejemos que se diviertan.

—¿Y nosotros? —preguntó Julieta, bajando otra vez la mirada hacia mí. Sus ojos oscuros penetraron mi alma.

La pregunta, sin embargo, sonó más como un reclamo. Su mirada mostraba su disgusto. Estuvo casi una hora mirándome comer. ¿Cómo no aburrirse? Podría haber aprovechado el tiempo y vender Violeta. Tenían unos gramos aún, pero Sofía nos había dicho que hoy también era el día libre de ambos y que no nos preocupáramos por la venta.

Julieta siempre andaba preocupada.

—No me mires así, linda —le dije, poniendo los codos sobre la mesa. Luego puse mi cabeza sobre mis manos—. Nosotros ya nos divertimos ayer, ¿no te parece?

—Pero creí que hoy vinimos a este lugar, justo a un parque temático, para poder divertirnos. ¿No te parece?

Sonó el timbre del teléfono camaleón. Me llegó un mensaje. El teléfono era un modelo nuevo de una de las más grandes compañías de Marte, Brascall. Era una lámina de goma del tamaño de una mano (aunque mi mano era enorme y hacía que cualquier teléfono parezca pequeño), conectada a su portador por un comando de voz. Era el modelo Camaleón, ya que podías doblarlo en tu muñeca y usarlo como brazalete, camuflándose con tu piel.

Me arranqué el teléfono de la muñeca como si fuera una capa de piel y revisé la notificación, ignorando la pregunta de Julieta. Igual a ella no le importó, podría haber sido algo importante.

La miré luego de leer el mensaje.

—Es Sofía —expliqué.

—¿Dónde está? —preguntó Julie.

—Dice que se aburrieron y regresaron al departamento —contesté, volviendo a pegar el teléfono a mi piel—. Quiere que nos encontremos los cuatro en Techniterra.

Julieta suspiró. Su mirada cambió por un instante.

—Hay algo que no me cuentas —le dije.

—Sofía me había contado que tenía planes para el negocio. La producción de Violeta aumentó tanto como aumentaron los clientes.

—También incrementarán los peligros —convine—. ¿Para qué Soff quiere tanto dinero? Antes estaba conforme con superar dos sueldos mínimos vendiendo en pequeñas cantidades.

—Está actuando extraño últimamente —masculló Julieta.

—¿Crees que es por Andrew? —sugerí—. Me cae bien.

—Lo sé muy bien —coincidió Julieta, acomodando uno de sus mechones negros, cosa que hacía cuando pensaba mucho—. Se la pasan toda la mañana haciendo sus tontas competencias de macho.

—Se llaman apuestas —repliqué, irguiendo mi cuello orgulloso—. Es bueno, pero no tanto como yo.

Julieta bufó con una sonrisa.

—No le veo el sentido a apostar cual escupitajo tiene más agua.

—No lo entenderías.

—Es lo que dije. No lo entiendo.

Hubo silencio mientras llamaba a la mesera. La chica, Carina, de pelo corto rubio y con ojeras de mapache, estaba vestida con un delantal muy colorido. Se acercó a nosotros con un teléfono en la mano, donde tenía quizá la cuenta.

Me aclar la garganta antes de hablar.

—Necesitamos la cuenta. ¿Cuánto sería?

—Doce pins con cuarenta —respondió Carina.

Asentí. Era relativamente barato, considerando todo lo que comimos (o mejor dicho, comí). El primer café era gratis en estos lugares; una estrategia bastante buena para atraer clientes. Revisé mi teléfono de nuevo, busqué la cuenta de la empresa y le transferí el dinero. Cuando terminó la transacción, Carina se inclinó un poco.

—Hacen muy linda pareja, por cierto —dijo, con una enorme sonrisa—. Espero verlos de vuelta por aquí.

No pude evitar sonrojarme y Julieta también parecía incomoda. Sin embargo, solo asintió y se levantó.

—Bien —dijo Julieta—. Tal vez volvamos.

Entonces sentí un tirón cuando ella me sacó del local estirándome de la chaqueta que llevaba puesta. Una vez afuera, caminamos en dirección a la parada de bus más cercana. Los transportes públicos no abundaban, pero eran rápidos y efectivos. Tal vez había uno que otro vago durmiendo dentro, pero el espacio en esos buses era considerable.

Nos sentamos en la parada un rato largo. La parada estaba a un lado de la calle, cerca del semáforo. Había siete personas sentadas en los banquillos y había un par parados. Tenía el techo ondulado y varias luces de neón azul. La parada tenía carteles interactivos con una propaganda política repitiéndose en bucle una y otra vez. La presidenta de la República Marciana, Salia Huang, hacía el gesto de su partido mientras el Domo Central se mostraba de fondo con todo su esplendor.

—¿Dijo alguna otra indicación? —preguntó Julieta, sentada a mi lado izquierdo del banquillo.

—¿Sofía? No, ella es muy criptica —contesté—. Creo que nos tiene una sorpresa.

—Al menos que te mande una ubicación —sugirió Julie. Ella levantó sus piernas sobre las mías y se acomodó en su asiento, pensando en los planes de Sofía. Era una mujer muy impredecible y ello causaba cierta sensación de ansiedad.

Me llegó otro mensaje y lo leí.

—A dos cuadras del Hospital Central del tercer octante. En un edificio donde se suelen hacer conciertos.

—Espero que no sea lo que pienso que es —dijo. Puse una mano sobre las piernas de ella y comencé a presionar uno de sus muslos con cariño—. No quiero que vuelva a suceder lo de la última vez.

—Eso fue hace semanas, Julie —repliqué—. Además estarás con tus amigos, te cuidaremos. Si tienes otro de esos ataques, lo vamos a solucionar. ¿Estás de acuerdo?

Ella asintió y el bus llegó. 

nota: hola, marcianos. ¿Qué les pareció el capítulo? 

¿Les gusta la pareja Julie/ Martín? ¿Como sería el shipeo? A

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