12 - 💋SOFÍA CARUSO💋
Para mí era bastante fácil hacer como si no pasara nada, como si pudiera solucionar todo en algún momento. El truco estaba simplemente en improvisar con la vista en los planes. Si había algo que resolver, lo haría luego de resolver otra cosa más importante; como mi compra de ese día. Por eso no le daba importancia a que Andrew no hablara en todo el trayecto y estuviera pensativo.
—¿Estás pensando en Tomas? —pregunté al fin.
—¿Cómo que iremos a ver a tu ex? —preguntó Andrew luego de un largo rato callado mientras conducíamos los vehículos exploradores hacia las llanuras aledañas al Domo Central.
Pasamos por un montón de extrañas plantas y de unos cuantos autómatas estudiando la flora. Eso de que iríamos a ver a mi ex incomodaba mucho a Andrew a pesar de que no lo aparentaba.
—Sé que nos conocemos desde hace poco —continuó Andrew—, pero nunca lo mencionaste.
Estaba ligeramente inclinado sobre el manubrio del vehículo y aquel traje espacial resaltaba su esbelto cuerpo delgado. Quizás no era el cuerpo de adonis que muchas de mis amigas deseaban, pero tenía la altura y la complexión de un hombre que se cuidaba.
Sonreí esquivando un bache con el que siempre me topaba. Íbamos sobre los vehículos separados a como tres metros de distancia mientras acelerábamos hacia una dirección. Sin embargo, a pesar de la corta lejanía y de que llevábamos cascos, nos comunicábamos directamente a través de los comunicadores internos del uniforme.
No supe qué responder. Nunca le había hablado de Tomas y menos de su negocio. Es más, lo traje a eso sin advertirle siquiera. Aquello me hizo sentir un poco de culpabilidad, pero todo tenía un motivo.
—En el Octavo Domo trabajaba atendiendo la farmacia de mi familia —contesté al fin con la mirada al frente—. Él se encargaba del transporte interespacial. Tenía licencia de la U.T.E. Ya sabés, iba a la tierra con una carga de nuestras pastillas y regresaba con cosas interesantes. Nuestra relación no duró ni un año, pero fue... algo intensa.
—Esa palabra no es buena señal —dijo él—. Intensidad. Pasé por relaciones similares y cuando buscaba minimizar lo que me había pasado, la decía.
—No lo minimizo —dije—. Fue una mala relación.
—Y ¿cómo llegaron a esto?
—Un día para el otro desapareció —contesté—, al igual que la nave con provisiones.
—¿Te robó? —quiso saber.
Asentí.
—En mi vieja localidad se decía que perdieron el rumbo y se estrellaron con algún escombro espacial. Eso fue hasta hace poco, que me contactó para decirme que se robó la nave y se hizo una especie de pirata.
—Suena bastante ridículo.
—Y lo es —afirmé, esquivando un montículo de rocas rojas y polvorientas—. Espero que Tomas no te incomode. Suele ser un poco estresante.
—Que haga lo que le parezca —comentó él—. Según tú, solo iremos a hacer un intercambio y regresar.
Bufé divertida.
—¿Estás celoso? —pregunté. Amaba cuando los hombres se ponían celosos: me daba mucha ternura. En caso contrario, obviamente estaría disgustada y por ello lo comprendí. Odiaría ver a Andrew con otra, pero no quería admitirlo.
—¿Por qué lo estaría?
—Mirá, Andrew —dije, rodando los ojos, con la mirada al frente—. No importa lo mucho que te atraiga alguien física o mentalmente. Si solo te trae cosas malas, o te obligás a dejarlo atrás o te caés a un puto abismo. No se trata de reprimir las emociones, sino de madurar.
El silencio de Andrew significaba que lo estaba reflexionando.
Me detuve detrás de uno de esos picos rocosos a orillas de la llanura. Andrew estacionó su vehículo explorador al lado. Nos bajamos y subimos el montículo hasta llegar al otro lado. Justo al frente, había una nave estacionada con varios hombres dentro de trajes espaciales charlando alrededor de dos bolsos negros.
Eolo era una enorme nave metálica parecida a una afeitadora eléctrica gigante y plateada. Tenía un par de alerones delanteros con los Motores de Pulso apagados.
Pude distinguir fácilmente a Tomas. Era el que más llamaba la atención. Vestido con el traje espacial que solían usar los transportistas, de color kaki y negro con un viejo casco que combinaba con el uniforme. Estaba al frente del grupo, solitario, cargando un rifle de pulso color plata. Aquella arma lo hacía ver mucho más amenazador. A mi aún me sorprendía hasta dónde podía llegar ese chico para servirme.
Y eso me parecía totalmente atractivo.
Andrew y yo bajamos del cúmulo en dirección hacia Eolo. Levantamos las manos para mostrar que no llevábamos armas, pero Tomas les hizo un gesto para que las bajaran de inmediato, pues ya me había reconocido. Finalmente, llegamos hasta estar uno frente a otro: yo mirando a través del casco los ojos claros de Tomas.
—Ya era hora —musitó Tomas, registrándome con la mirada mientras sus hombres comenzaban a adentrarse a la nave—. ¿Te han dicho lo sensual que te ves dentro de ese traje?
Solté una risita.
—Se lo dije yo. —Andrew se acercó por detrás de mí y miró fijamente a Tomas, quien pasó su rifle de una mano a otra.
—¿Quién es ese, Soff? —preguntó Tom, ignorando a Andrew.
—Es..., es un compañero de trabajo.
—Creí que no íbamos a involucrar a nadie más —protestó Tomas, tensando los músculos de su muñeca y con la sonrisa completamente borrada.
—Duermo con él —contesté—. Eso lo hace ser de confianza. ¿No te parece?
Andrew, que seguramente no se esperaba esa respuesta, me sonrió. Tomas, por el contrario, pareció incomodarse con la confesión.
Parece que yo lo estaba provocando, pero en realidad estaba impaciente por hacer el intercambio e irme. Sea lo que fuere que estaba pensando Tomas de mí, no me importaba. No podía hacerme reclamaciones sin ningún derecho. Mucho menos después de lo que pasó.
Tomas no hizo ninguna mueca.
—Duermes con él. —Señaló a Andrew sin despegar los ojos claros de mí. Su mirada era intensa y reveladora—. Sofía Caruso, creí que tenías buen gusto.
—No estamos acá para insultarnos, Tomas. —Miré de soslayo a los bolsos negros que estaban detrás de él. ahí estaba lo que me interesaba—. Vengo por lo mío.
Él me miró con seriedad. Se le había borrado la sonrisa. El ambiente estaba tenso hasta que soltó una carcajada. Miró a Andrew con una maquiavélica sonrisa, esa que hacía que me dejara de gustar.
—¿Hace cuánto que te la coges, Andrew?
—No te incumbe, idiota —contestó. Muy pocas veces pude ver al pelinegro hacerse el valiente. Lo cierto es que le sentaba bastante bien.
Tomas dio un paso adelante como para ir a dar una golpiza a Andrew, pero me interpuse de inmediato. No había tiempo para marcar territorio como animales.
—Andrew —llamé—. Ignorále y pasále la mochila.
Andrew le tendió la mochila y Tomas lo arrancó casi que con recelo. Abrió la mochila y la revisó.
Dos quilos y medio de Violeta descansaba al fondo de uno de los compartimientos. Tomas llamó a Duncan, el que parecía ser su mano derecha, y le cedió la mochila para que luego se metiese a la nave.
Después, volvió la atención a nosotros.
—Dos mil quinientos gramos más tres mil pins —dijo Tomas—. Ya sabes mi cuenta.
—¿Me vas a cobrar más que el doble? —reclamé totalmente sorprendida—. ¿Sos pelotudo o te hiciste socialista, Tomas?
—No tiene nada que ver una cosa con la otra —contestó él—. Han muerto dos de mis hombres solo para conseguir estas pastillas y ni siquiera me dices la verdad. ¿Crees que es un juego? —Se acercó mucho a mi rostro, mirando a través del casco y apuntó hacia su nave Eolo con la mano enguantada—. No. Mis hombres corren riesgos. Vas a pagar más porque esta mañana corrí riesgos y perdí.
Bingo. Lo tenía.
—¿Esta mañana? —pregunté confundida—. Te dije el horario de salida de la nave de Farmanautica, y no decía que sería a la mañana. ¡Tenías que robar a la nave que salía ayer a la noche, no al de hoy!
—Anoche estaba ocupado.
—Alcoholizándote y cogiéndote putas de seguro —vociferé—. Te gustan tanto los robots, ¿por qué no metés tu pija en una licuadora a ver qué pasa?
—Exageras —me dijo—. Igual no veo mucha diferencia si lo hacía ayer u hoy.
—Tenían menos seguridad ayer —le dije—, porque los había comprado, imbécil. No podés cobrarme más porque no sabés hacerme caso. Te di un puto horario junto con las indicaciones.
—¡Está bien! —aceptó Tomas, rendido—. Mil quinientos entonces. Si bajo más, seguro que se amotinan.
—Me sorprende que no lo hicieran ya —le contesté. Me abrí paso y tomé los bolsos.
Andrew fue a ayudarme. Tomas permaneció inmóvil, pensativo, con el rifle de pulso entre las manos.
—Ahí dentro te dejé un regalito, Sofi —dijo.
—¿En serio? ¿Por qué?
—¿Sabes qué fecha es?
—Diecisiete de Taurus del 2502-1 —contesté.
—Sería nuestro aniversario.
Cargué uno de los bolsos sobre mis hombros y caminé hasta estar a un lado de Tomas. Lo miré de reojo, recordando viejos tiempos, preguntándome sobre las cosas que hubieran pasado si seguíamos juntos. Quizá ya estaríamos casados o cuidando una granja vertical como siempre decíamos que deseábamos tener.
Suspiré, aliviada de no tener esa vida.
—Si estuviéramos juntos, obviamente —contradije, dando media vuelta—. Hoy es solo un número.
Me dispuse a irme, pero Tomas la detuvo.
—Antes de irte. Cuéntame ¿cómo consigues la Violeta a tan buen precio? —Hizo una mueca de duda, como si estuviera haciendo cálculos en la cabeza—. Dentro del Domo Central lo venden a quince el gramo, diez con suerte. Pero tú me los vendes a cinco el gramo. ¡Es precio de reventa! No sé, me parece muy sospechoso.
Sabía que Tomas era un tipo inteligente cuando no estaba ebrio. Temía que terminaría por descubrir que le ocultaba algo en los tratos.
Con las pastillas cocinaba la Violeta y todo el mundo amaba esa receta. Había dentro y fuera de los domos personas que pagarían lo que fuera por mi sustancia. Sin embargo, si Tomas sabía que todo un monopolio de la sustancia dependía de él, se tomaría varias libertades.
—Son mis asuntos —respondí tratando de terminar con la conversación—. No hagas preguntas que no puedo responder, Tomas.
Tomas solo sonrió insatisfecho. Parecía reconocer cuando me ponía nerviosa. Ocultaba algo en mis gestos. Algo que él estaba seguro de que descubriría. Pero no era así. Yo siempre estaba un paso delante.
—Espero que te guste el regalo —dijo.
Andrew ya se había subido al montículo para regresar a los vehículos. Tenía uno de los bolsos en la espalda.
Asentí y me encaminé también a esa dirección hasta llegar junto a Andrew. Solo quedaba regresar a ExploMarte, buscar a los chicos y volver al departamento para cocinar toda la noche.
Mientras conducíamos nuestros vehículos exploradores, vimos como Eolo, la nave de Tomas, se elevaba detrás y regresaba hacia el espacio. ¿Dónde irían ahora? La nave pasó la escasa atmósfera del planeta y desapareció de la vista.
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