09 - 💋ANDREW OLSSON💋
Era día laboral en el casino Marthouse. El horario nocturno estaba bastante movido y la gente entraba y salía del casino con una sonrisa o con notable disgusto. Algunos no se rendían y se quedaban hasta la mañana del día siguiente, esperanzados por recuperar lo perdido por culpa de su adicción. La barra, por su parte, también tenía un par de clientes esperando sus pedidos.
El robot Ar-For atendía las mesas y seguía las órdenes de algunos clientes.
Hace unas horas había escrito a mi padre para decirle que conseguí un departamento en el cuarto octante y que iría a visitarlo cada fin de mes. Ellos me felicitaron: al fin tenía un lugar donde vivir. La verdad era que vivir con Sofía, Julieta y Martín se había vuelto bastante cómodo. Más cómodo de lo que pensaba. Esos chicos actuaban totalmente desinteresados por mí, como si viviera allí desde hace tiempo.
Dormía con Sofía; en la misma cama para mi felicidad. Era un departamento relativamente reducido, pero la ubicación era una clara ventaja. El cuarto octante no era tan ruidoso como otros octantes del Domo Central, así que me gustaba un poco.
Miré mi reloj, faltaba poco para el descanso.
Les serví las bebidas a los clientes que estaban en la barra y Cher se acercó con paso lento y el rostro siempre sonriente. El casino estaba repleto de viejos pervertidos y borrachos indecentes, algunos se giraron para verle las nalgas a Cher descaradamente. Al menos unos lo disimulaban. A ella no le importaba, de hecho, sorprendentemente, se sentía bastante halagada.
Ya había hablado de ese tema conmigo: «Me siento bastante poderosa al saber que tengo algo que quieren pero no pueden tener.», había dicho aquella noche.
—Últimamente estás bastante feliz —comentó ella, bajando una bandeja con vasos usados sobre la barra.
—Es difícil no ocultar una sonrisa cuando hoy se cobra, ¿no te parece? —le contesté.
—Tienes razón —dijo ella—. Pero me refería a un tema entre tú y Soff, del que no me has comentado. Se supone que somos buenos amigos, compañeros, aliados, compadres. Es mi derecho saberlo.
No pude evitar ponerme rojo de la vergüenza. Me pregunté el motivo que cómo se había enterado Cher de que vivía con Sofía Caruso. Iba a contestarle, pero...
La puerta principal del casino Marthouse se abrió automáticamente y una figura se introdujo arrastrando los pies por la alfombra de la entrada. Era un rechoncho viejo trajeado de gris y con un sombrero del mismo color sobre la cabeza. El señor Charles Mora, dueño del casino.
—El señor Mora acaba de entrar —dije a Cher—. Deberíamos al menos fingir que trabajamos, ¿no?
—No me cambies de tema —insistió ella—. No te dejaré escapar de esta, Andrew Olsson.
—No es lo que parece.
—Al menos dame una pista. Una pequeña. Hace unas semanas ni siquiera se miraban y ahora...
—No —dije—. No digas lo que creo que vas a decir.
—¡Vamos! No se lo diré a nadie. Solo quiero que me confirmes las sospechas. Además ella ya me ha contado un par de cositas.
—¿Cositas? ¿Sofi dijo algo?
—¡Aww, le dices Sofi a Soff! Muy tierno.
—No quiero hablar de esto, Cher —insistí con un tono imperioso que nunca nadie oía—. Como tu superior te ordeno que vayas a atender las maquinitas. No dejes sola a Sofía entre esa gente.
—Eres muy terco —respondió ella con un largo bufido—. No te cuesta nada.
—Podría costarme el empleo si sigues dándole vueltas al asunto.
—Sabes cómo soy —contestó—: mientras más me lo niegas, más lo quiero.
Hubo un silencio de unos segundos.
—Está bien. Sí dormimos juntos. ¿Conforme?
—Sipi —dijo tranquila—. Por cierto, te mentí, Soff no me ha dicho nada. Sólo dijo que alquilaron juntos un departamento.
Maldije internamente y miré a Cher muy enojado. Obviamente no estaba enojado, solo confundido y hasta me dio gracia cómo ha conseguido sacarme información de manera tan astuta.
—Eres una maldita manipuladora, Cher —terminé diciéndole—. ¿En tu vida pasada trabajaste para la URSS?
—¿Para la qué? —Arrugó la frente.
—Nada, nada —dije, resignado—. Ve a atender las mesas y ni se te ocurra mencionar esto a alguien.
—Está bieeeeen —dijo ella mientras volvía a la sala de máquinas.
Cuando llegó la tan esperada hora del descanso, Sofía y yo subimos a la sala de empleados. Primero las escaleras, luego por el pasillo a la sala de vigilancia, luego por el pasillo y entramos a la sala completamente vacía. La habitación era pequeña, con una mesa para cenar, dos sofás, casilleros, perchas y una televisión. Sin embargo, también tenía dos baños y un balcón para fumar. En realidad solo Sofía fumaba, y se pasaba largos minutos mirando la ciudad desde el balcón.
Esta vez, ella no fue al balcón.
No había nadie del turno anterior en la sala: no estaban los cocineros y no estaban los guardias. Solo nosotros dos ahí, en hora de descanso. Habíamos acordado aparentar simplemente ser compañeros de trabajo, actuar con profesionalidad y respeto a la empresa, pero cuando nos miramos uno al otro en esa oscura penumbra, en nuestro largo silencio compartido, comprendimos todo.
O al menos yo.
Así que tomé de la muñeca a Sofía y me la llevé hasta el baño de mujeres.
—¿Qué hacés? —me dijo.
—Te quiero mostrar algo —bromeé.
Cerré la puerta y comenzamos a besuquearnos frente al enorme espejo. El beso pasó de mordeduras a meter lengua y juguetear un poco con las manos. Sofi retrocedió hasta el lavatorio y yo avancé con ella, apretándola frente al espejo.
—Sabes muy bien —musité tomando aire.
Ella me mordió suavemente la boca.
—Labial de cereza —dijo ella, sonriendo, mirando mis labios con atrevida lujuria.
Para mí, ella era una mujer muy ardiente. Sus caderas eran increíbles, su boca era sabrosa, sus glúteos tenían mucha carne y apretarlos era una delicia incomparable a ninguna otra sensación.
—Me calienta mucho tu cara de excitado —me susurró ella, mordiéndose el labio inferior.
—¿Si? —puse en duda.
—Los hombres siempre ponen esa cara —me dijo ella—, pero la tuya en especial me humedece mucho. Me hacés sentir deseada, Andrew.
—No puedo evitarlo —le dije—. Te deseo, Sofi. Cuando te veo quiero tocarte.
—Tocáme —sugirió ella.
Que me lo pidiera me encendió el doble. Sentí un cohete creciendo en mis pantalones. Entonces levanté su delantal, pasando mi mano por su muslo hasta llegar a su entrepierna, fría todavía. Ella estaba expectante.
Comencé a masturbarla con una mano sobre su pantalón, haciendo círculos con dos dedos cerca de la zona que yo sabía que a ella le gustaba. La tela era relativamente gruesa, pero eso no importaba, solo tenía que darle un poco más de presión. Sabía cómo debía mover los dedos en ese caso.
Ella comenzó a respirar de forma entrecortada, mientras mordía su labio inferior y yo le seguía frotando mis dedos en su intimidad. Gemía, pero despacio. Eran como suspiros que sostenía para no sonar muy fuerte. Era peligroso, pero eso de hacerlo en el baño del trabajo la encendía aún más.
—Estoy mojada, Andrew.
Yo seguía. Supuse que eso es lo que ella quería.
—Solo tengo esta ropa, mejor pará.
—Con el delantal podrás disimularlo.
—No —gimió ella—. Estoy muy húmeda.
Ella me detuvo, tomándome de la muñeca y sacando mi mano de su entrepierna y yo retrocedí unos pasos con una ceja levantada. No sabía lo que quería hacer Sofía, pero no podíamos estar mucho tiempo allí, encerrados en el baño.
—Quería hacerte feliz —dije.
—Podemos hacer otra cosa —dijo ella.
—¿Qué tienes en mente? —pregunté.
—Tengo que solucionar esto —dijo ella y palpó mi bulto, estaba duro. Sofía avanzó un poco de nuevo y se arrodilló. Comenzó a desatar el delantal a media cintura que yo llevaba y la arrojó al suelo.
Bajó el cierre de mi pantalón y me saqué la verga, mostrándola, libre y latiente.
Ella se volvió a morder el labio y lo tomó del tronco. Era bastante buena. La mayoría de mujeres solo conocen el chup chup y usan la mano como ayuda de vez en cuando. Sin embargo, nunca me lo habían chupado de mejor manera.
La admiraba.
Comenzó con una mordida al glande, pero sin que llegue a ser doloroso, dando solo una pequeña presión con los dientes. Luego metió el hongo en la boca y jugueteó con la lengua, llevándolo de un lado a otro. Consiguientemente, se metió el tronco hasta la garganta, llenándolo de saliva. Mientras más saliva, mejor. Subía y bajaba, haciendo ese sonidito de succión que tanto me calentaba.
Con la mano desocupada ella jugueteó con los huevos, como si fuera una delicada bola anti-estrés. Lo chupó por turnos, intercalando huevos y verga. Ella prefería la cabecita obviamente, pero lo que más quería era hacerme venir, como si fuera una misión.
Cuando me corrí, le pareció una eternidad.
Soff me miró con sus ardientes ojos verdes, aún arrodillada, con la boca llena. Estrellas, sí que se veía hermosa. Se levantó rápidamente y fue a por papel higiénico con el cual luego se limpió. Luego fue hasta el lavatorio y se enjuagó la boca con un poco de agua.
Nos dimos un corto beso y volvieron a la sala. Ahí, ella se puso a buscar algo entre los casilleros.
—¿Qué buscas? —le pregunté.
—¿No tenés sueño? —dijo ella, con la mano metida en su casillero.
—La verdad es que sí —contesté.
—Pues... —Ella sacó una pequeña bolsita de plástico del casillero. Dentro había unos gramos de Violeta—. Solo unos gramos y estaremos al cien por ciento de nuestras capacidades laborales.
Dudé por un segundo, pero me convenció de nuevo e inhalé un poco con ella antes de ingresar a nuestro siguiente turno.
NOTA: SEXOOO
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