07 - 💋SOFÍA CARUSO💋
No soy muy de consumir violeta solo por pasar el rato, como lo hace Martín. Pero algo en la inocencia de Andrew y en su afán por mantenerse en su zona de confort, me hizo querer insistir en que la probáramos juntos. Muchas de esas decisiones no eran planeadas, y podrían terminar mal; pero tenía el presentimiento de que ese día sería grandioso.
Las calles del cuarto octante en el Domo Central eran alargadas y descendían en forma lineal hacia el parque Siempreverde. A través de los complicados edificios, que se veían más duros y fuertes de día, se entrecruzaban puentes, pasarelas y tranvías colgantes que pasaban de un lado a otro, conectando octantes. Andrew y yo caminábamos con los brazos encadenados, totalmente poseídos por la sustancia.
Mis ojos ya eran de un evidente violeta oscuro, aunque los de Andrew eran un poco más claros. Obviamente yo ya era consumidora de Violeta en mi antigua localidad. En el tercer octante del Octavo Domo, mi familia tenía una fábrica estatal de medicamentos e importadora. Fue allí cuando creé la receta original y la probé para ir perfeccionándola.
Si tan solo no hubiera desaparecido sin avisar, haciendo lo que hice, ahora mismo hasta podría regresar. Pero no, ya no había vuelta atrás. Cuando yo abandonaba algo, ni siquiera lo pensaba dos veces para olvidarlo. La decisión ya fue tomada, había hecho lo que había hecho. Juré venganza y yo siempre cumplía mi palabra.
Andrew era una buena compañía; disipaba los pensamientos negativos y me hacía pensar en lo que haría yo para contentarlo. Nunca fui tan complaciente con un hombre, pero todo mi cuerpo parecía estar encariñado con él, como si se tratase de una adicción.
Desearía estar con él todo el día, con los brazos cruzados mientras vagábamos por la ciudad. Nunca en mi vida había conocido a alguien que no se espantara de mis actitudes. Unos me decían narcisista, y otros me llamaban simplemente loca. Él, por el contrario, parecía estar fascinado conmigo, cosa que no entendía.
Yo me encariñaba bastante rápido y, para evitar accidentes, prefería mostrarme como en realidad era apenas conociera a alguien. Si le gustaba, se quedaba, si no le gustaba, se iba de inmediato. Ambas cosas me servían de alguna manera. Estaba hasta las tetas (harta) de fingir amabilidad para conseguir trabajo, ética para mantener lazos falsos y estabilidad para no asustar a una posible conquista. Con Andrew, yo era completamente yo, y eso que apenas lo estaba conociendo.
Miré de soslayo a mi acompañante.
En la calle había muchas personas caminando con trajes, vestidos caros, camisetas de marca y accesorios valiosos que yo en otra ocasión estaría pensando en robar. Sin embargo, en ese momento estaba pensando en otras cosas. Estaba pensando en cómo alegrar el día a ese chico. Su rostro aguileño y sombrío mostraba que su trip (viaje) estaba siendo fantástico. Pesado tal vez, pero eso era porque la dosis era bastante para ser su primera vez. Era adorable.
—¿La estás pasando bien? —pregunté.
Andrew parecía recibir todo como una ola sonora que retumbaba en sus oídos como ecos melodiosos y distorsionados. No se veía nada relajado, de hecho parecía ir como una piedra, con los puños cerrados y con un ligero tic bajo el ojo izquierdo. Las pupilas estaban dilatadas a más no poder, si la policía nos cachara, nos revisarían y ambos estaríamos en problemas.
—¿Por qué..., por qué estamos afuera? —preguntó él, aturdido. Estaba más perdido que yo.
Dirigí la vista al frente.
—No lo recuerdo —respondí.
Todo el trayecto era corto, pero la entrada al parque Siempreverde se veía bastante más lejos de lo que recordaba y sentía como si hubiéramos caminado por horas.
Pasamos de nuevo varios de aquellos bares surrealistas que decoraban cada esquina entre los edificios, tiendas adornadas con carteles holográficos interactivos (uno era un unicornio) y farolas que dividían las cuadras y cuadras de veredas infestadas de personas que recorrían la ciudad de un lado a otro. A veces pensaba ¿dónde iban? Del trabajo a casa a dormir y de allí al trabajo. ¿Aquello era la vida de todos?
¿Trabajar para conseguir dinero para el departamento que alquilaste para estar más cerca del trabajo?
Yo ya no quería eso. Había quedado más que clara mi independencia cuando me largué de casa y tomé todo lo que quería, haciendo cosas que muchos tacharían de "peligroso". ¿Todos acaso eran criados para aceptar y rendirse? ¿Para cumplir un sueño simple impuesto por los mediocres? Por suerte, aquello estaba a punto de terminar. Tenía un plan. Un buen plan.
De pronto, volví de mi delirio místico fundado por la Violeta y miré a Andrew de vuelta.
—A Siempreverde —recordé.
—Ahh, por supuesto. El parque.
Y seguimos.
Al cabo de unos minutos, ya habíamos entrado al parque sin darme cuenta, como si mi cuerpo tuviera memoria del camino entero.
El parque abarcaba quizá tres kilómetros de largo por tres de ancho y era un cuadrado casi perfecto (desde el espacio podía verse hermoso). Tenía un campo de golf pequeño, un par de plazas y una increíble cantidad de árboles alrededor de un lago artificial en forma de riñón. Era un lago perfectamente azul y reflejaba la cúspide del domo. Caminamos dentro hasta llegar al muelle del lago, donde había caminos de cemento que se unían y cruzaban como venas. Las parejas caminaban de la mano y las madres solteras paseaban con carriolas a sus bebés. Algunos iban para hacer ejercicios al aire libre y otros solo fumaban viendo a las aves autómatas desde una banca podrida por el tiempo.
Había un par de botes rojos de plástico atados a un muelle pequeño. Tomé de la mano a Andrew y lo llevé hasta uno de esos botes. Entramos y él revisó en los compartimientos si había remos. Encontró cuatro, sacó dos y me ofreció uno.
—Gracias, caballero —le dije. Desaté la soga que amarraba el bote y comenzamos a ser llevados por la corriente, que nos tiraba con lentitud hacia el centro.
Me senté a un lado del bote, en un asiento acolchonado color blanco de cuero y comencé a remar. Andrew remedó el acto y pronto llegamos hasta el centro.
¿Qué tenía que hacer? No lo sabía, pero eso era lo menos importante. Estábamos muy viajados y quería divertirme con Andrew aprovechando que era un día feriado. Paramos de remar y guardamos los remos.
Lo miré y él entendió las señales que hacía con los ojos y con los movimientos de las manos. No era difícil de entender. Quería acostarme. Era un lindo día y la luz del sol que se filtraba por el domo no molestaba la vista como lo hacía al mediodía.
Ambos nos acostamos en el bote, mirando las placas en forma de pentágono del domo central. Apenas se veían las líneas de las placas, pero si te fijabas bien, se hacían cada vez más obvias. Estábamos bajo una cúpula gigante de acero y vidrio reforzado. Al menos uno de los nueve que había en el planeta.
Giré la cabeza para volver a mirar el rostro de mi acompañante. Estaba teniendo otro tipo de viaje, quizás la dosis fue demasiado. Debería darle algo para bajar esa inyección de adrenalina que generaba la Violeta, pensé.
—Tomá —dije y le pasé una pastilla rosada con un símbolo egipcio en el centro. Era una famosa sustancia tranquilizante que solo se les recetaba a las personas con ansiedad—. Alpradronina. Julieta no los usa y me las regala para que las use en momentos en los que sienta que se me sube el pánico.
Luego tomé una y la tragué sin masticar.
Andrew tomó la pastilla y se la metió en la boca sin pensarlo dos veces. Su cerebro tal vez estaba activado y quizá se sintiera mucho más activo e inteligente, pero la realidad era que solo activaba el poder de decisión. Al menos esa era la teoría que tenía yo sobre mi propio producto.
El efecto de la sustancia tardó un par de minutos en actuar. Me sentí como si recibiera el golpe repentino de una gigantesca ola. Todo era más lento. La alpradronina tenía una fuerte dosis de cannabis y solía meter un poco de esas pastillas en mi receta de Violeta.
Perdimos la noción del paso del tiempo. Estábamos tan relajados que sonreíamos sin ningún solo sentido. Estábamos felices. Nos mirábamos a los ojos y creíamos estarnos comunicando telepáticamente mientras el bote se tambaleaba de un lado a otro.
Nos reímos bastante esa tarde.
¿Qué hora era? Nadie se preocupó por saberlo. Quizás estuvimos unas tres o cuatro ahí.
—Ey —lo llamé—, por lo de anoche..., perdón si no soy muy buena en..., ya sabés.
Andrew dejó de verme y miró el cielo artificial.
—¡Nah! —dijo totalmente serio—. Tampoco estás hablando con un profesional con años en la materia. Lo cierto es que no estuviste nada mal. Yo sin embargo... Siempre tengo malas experiencias. Eso fue muy bueno, aunque no me gusta hacer comparaciones.
—¿Malas experiencias? —Me pegué más al cuerpo de Andrew y también miré hacia el cielo—. Me interesa. Contáme una..., dale, dale.
Él dudó un segundo, pero continuó.
—Cuando cumplí la mayoría de edad —dijo Andrew—, nueve meses después de mi cumpleaños perdí mi virginidad. Fueron los peores quince minutos de mi vida para esa época.
—¿Quince minutos? —pregunté sorprendida—. Eso es bastante para una primera vez.
Él se rio.
—Bueno —dijo—, es que estuvimos unos diez minutos viendo donde iba cada cosa.
—Como yo anoche —bromeé.
Andrew se echó a reir.
—Perdón por quitarle toda la seriedad —le dije—. Continúa, porfis.
—Era una chica muy extraña —continuó—. Lo hicimos en su casa mientras sus padres estaban durmiendo. Nos escucharon porque obviamente era su primera vez. Además estaba ebrio y vomité en los zapatos de su padre.
—¡Mierda! ¡Una noche inolvidable!
—Nunca la volví a ver, por suerte.
—¿Cómo la conociste?
—Conocí a esa chica en una aplicación de citas. Ya sabes, no soy mucho de salir a fiestas e invitar tragos a cualquier mujer que me parezca atractiva. Soy de esos que dan corazones a una descripción bajo una foto de una mujer bonita porque se siente realmente solo.
—Eso es muy triste de por sí. Pero descuida, todos lo hicimos alguna vez.
—Creo que tu forma favorita de conocer gente es robarle algo —se burló él.
—Decís eso, pero te gustó.
Él sonrió.
—Pero eso no es todo lo que pasó —agregó Andrew, avergonzado—. Conocí a un par de chicas más en esa aplicación después, porque no soy de rendirse luego de un fracaso sexual. Lo peor es que siempre me consigo la forma de terminar en la misma cama que una mujer con problemas psicológicos.
—Pues, Andrew —dije mientras me giraba y rodeaba con el brazo izquierdo el torso del chico—, en eso no has cambiado mucho desde entonces.
Él se echó a reír.
A mí me parecía una risa bastante contagiosa, así que también me reí por unos segundos hasta que ambos paramos y seguimos mirando el cielo artificial. Un par de nubes surcaron la cúspide y las seguimos con la mirada. No eran nubes reales.
—¿Conocés algún tipo de música para oír y relajarte? —pregunté—. No soy una chica de un solo género musical. Para estas pastillas necesitaremos estar calmados y disfrutar.
Andrew buscó en sus bolsillos su teléfono. No era uno de última generación, pero es un modelo actual y con todo lo que debería tener uno de la marca Gunang para esa época. Tenía lo importante: reproductor de música y cámara. Hay una cantidad infinita de música en internet y Andrew conocía bien cual estilo le transportaba a un buen momento.
—Gustavo Cerati —me había dicho, ofreciéndome unos aparatos auriculares inalámbricos y luego se puso unos a sí mismo—. Te va a encantar. ¡Si es que existe un dios, esta es su voz!
Reprodujo Un lago en el cielo. Quiero ser suaveee, para evitar tu pureeeezaaa. Apago tu fuego, enciende mi agua. Puede que no haya ceeertezaaas.
NOTA: Hola, corremund... Digo, viajero. ¿Te está gustando la historia? Bueno, al parecer sí, ya que has llegado hasta aquí.
¿Qué te parece la relación entre Sofi y Andrew?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top