Capítulo único

Efecto Pigmalión

Kim Nanjoon & Oc

~Hold Me tight~


Sonreí por pura obligación porque el espera eso al hacer ese tipo de comentario y no es como que fuera la primera vez que le había escuchado decir aquello. Muerte temprana ¿A qué clase de persona le parece correcto hacer un chiste con la frase muerte temprana? Solo a Nam, y no es que seamos las personas más normales, en cambio esto me supera.

El "creo que moriré antes de tiempo" tampoco mejora mucho las cosas. Después de la décima o quinceava vez que lo oía simplemente ya no podía solo fingir que no lo había escuchado.

Me importan muy poco los vasos que se rompieron, las servilletas que quemo o esa sartén al que le rompió el mango. Todo eso se puede remplazar; pero él no, y me duele que no lo entienda. Miro de reojo las tiritas de gudetama que cubren los rasguños de sus manos.

Escondo una mueca de desaprobación en mi tazón de ramen. Las comisuras de mis labios se esconden entre la cantidad exagerada de fideos que me lleve a la boca y me abstraigo en la capa de pintura que parece que se está despegando de la pared sobre la televisión.

Balanceo mi plato de fideos sobre las rodillas y me refugio en el rincón más próximo que me aleje lo más posible de él. Llevo cerca de media hora viendo la pantalla sin realmente ponerle atención a la película, mucho menos volteo aun cuando siento su mirada calando en mí. Sus palabras solo se repiten una y otra vez, y me llena la cabeza de imágenes que preferiría evitar.

—¿Estas bien?—el silencio se rompe de pronto con ese ronco tono de voz suyo, me guardo un suspiro.

Estoy enojada...

—No, no tengo nada—hacer que esa frase no suene sospechosa es imposible, esa es la forma universal de decir que no solo pasa algo, sino también que muy posiblemente estés en problemas.

Pero no sé si contigo...

Los resortes del sillón crujen bajo el peso de Namjoon cuando se mueve para levantarse. Su cuerpo cubre la televisión frente a mí y estoy a punto de inclinarme sobre el brazo del sofá para volver a ver la imagen. Lo miro con cara de "te quitas de enfrente" porque se me hace inútil tratar de fingir que no estoy enojada.

Mi ceño se hace aún más pronunciado cuando toma mi cara entre sus manos y me aplasta los cachetes. No es como que ayude a mejorar mi humor; odio que hagan eso para hacerme sentir mejor cuando estoy enojada.

—Déjame—me quita el tazón a regañadientes y al dejarlo en la mesita de centro volcó ambos bowls de ramen. Lo veo revirar los ojos y la boca se le frunce en una sonrisa sarcástica.

—Obvio, tenía que ser yo...—si lo dice para reanimar el ambiente eligió la peor forma de hacerlo. Su sonrisa se congela y el coqueto hoyuelo de su mejilla solo me da ganas de darle unas cuantas cachetadas.

Con la expresión más seria que encuentro lo encaro y estoy a punto de reconsiderar las cosas cuando intento obligarlo a sentarse de vuelta en el sillón y me siento intimidada por esos casi veinte centímetros que nos diferencian en estatura. Dejo sus hombros y con las manos puestas en el centro de su pecho lo empujo de regreso a los mullidos cojines, se hunde en ellos con un eco sordo.

—Ni te atrevas a terminar esa horrible frase—me cuesta un mundo imprimir un decidido tono de voz aun con la boca seca por toda la sal de las palomitas. Delineo mi labio quebrado por la resequedad y lo atrapo entre mis dientes evitando hacer un puchero.

—No...—empieza a explicarse y lo detengo; ya se abrió esta lata de gusanos y no pienso cerrarla hasta que este vacía. Estando sentado, soy yo la que gana ventaja en altura y siento como si fuera la maestra regañando a un niño por decir algo inapropiado en clase.

—Nada, no hay excusa. Lo dices como si estuviera bien hablar de tu muerte—en principio solo fue un chiste, solo era su extraña suerte y esos puntos agregados de sorna cada vez que algo se rompía o se lastimaba, pero poco a poco sus palabras le dieron base a mi miedo y dieron forma a cada una de las pesadillas que no le cuento por miedo a preocuparlo. Temo que un día de tanto repetirlo sus palabras se cumplan.

Temo perderlo.

Sus ojos me miran directamente y estoy a punto de dar media vuelta, irme y hacer como que esto nada pasó. Sin embargo la fuerza con la que sus manos me retienen me lo impide, acuna mi cuerpo contra su pecho y me sienta sobre su regazo.

—Lo siento—su voz suena tan grave y profunda, como si susurrara un secreto dentro de una cueva.

Se está disculpando por ser él; lo hice sentir mal por simplemente ser él. Su mano me acaricia, sus dedos dibujan figuras amorfas por mis mejillas, mientras que su otra mano duplica la fuerza con la que toma mi cintura, como si tuviera miedo de que fuera a escapar.

Siento las esquinas dobladas del plástico que envuelve sus dedos rozar mi piel. Las yemas de sus dedos siguen las delgadas líneas que forman mis lágrimas e inútilmente trato de contenerlas.

—No, y-yo lo siento-to...—me ahogo e intento hablar sin tartamudear.

Las ásperas yemas de sus dedos siguen la línea de mi cabello y acomoda los mechones que me cubren el rostro.

A pesar de que sus manos estaban reticentes en soltarme, tan rápido como terminaron con su labor de apartar mi cabello y limpiaron mis lágrimas, estas se alejaron y deje de sentir ese suave calor que irradiaba. Y me quede allí, sentada sobre sus caderas, llorando como un niño.

Un largo escalofrío me recorre la piel cuando sus manos descansan sobre mis hombros y hacen lo mismo que yo hice hace solo unos minutos, me empujan hacia abajo contra su pecho y la suave y tibia franela de su camisa.

—No es la primera vez que lo piensas ¿verdad?... ¿Por qué no me lo dijiste antes?—sus dedos se abren paso a través del cuero cabelludo y se detiene hasta que el pegamento de las curitas se enreda con mi cabello—Te he escuchado llorar en la ducha por ello...—besa lo alto de mi cabeza exactamente quince veces antes de volver a hablar—dímelo, o no sabré que es lo que no te agrada o lo que te asusta.

"Yo también tengo miedo—se sincera y siento su pecho crecer por la larga aspiración que tomo—Es cuando te recuerdo pienso que tienes suficiente suerte para nosotros dos y que puedes protegerme a mi mejor que yo mismo—puedo sentir un sonrisa en su voz, es pequeña casi imperceptible pero ahí está.

Mis brazos tratan de rodearlo y termino dejándolos sobre mi regazo con las palmas sobre su estómago. Sintiendo el subir y bajar de su respiración. Pego la mejilla a su cuello y a solo unos centímetros de mis labios esta descubierta la línea de una clavícula cubierta de una tirante piel morena.

—Tómala toda; llévatela. No la quiero, solo quiero que tú estés bien—me froto contra él como un cachorro buscando una posición cómoda.


Terminamos de ver la película; puede que no sepa de qué va el final al contraria hay algo que si se –creo que ambos lo sabemos– y es que posiblemente la alfombra no pierda nunca esa mancha marrón por el caldo del ramen, pero no me podría importar menos porque ese par de brazos fuertes que no solo pueden cocinar carne deliciosa sino que también me acunan y los dulces mimos de esas manos ásperas estarán allí para mí.

—Tengo más que buena suerte—susurro y él parece no escucharme—porque no sé qué hice para merecerte—.

...

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