1.7 | Puericia



     Amy Rose sujetó con sus dedos la fría manivela metálica situada a un costado de su preciada caja musical. Según los relatos de su padre, mamá la había comprado para ella desde antes que naciera.

     Giró la manivela para tensar el muelle y las embriagantes melodías inundaron su canal auditivo. Sus notas eran frágiles y cambiantes, reflejando la más pura inestabilidad sentimental de su creador. "Las notas cuentan historias que solo nuestros oídos son capaces de vivirlas" comentaba su padre cada que la bailarina comenzaba a danzar.

     La eriza le dio múltiples vueltas hasta asegurarse de que la canción seguiría sonando por un largo rato, se metió entre las gruesas cobijas e, iluminándose con su linterna, empezó la lectura de su libro de cuentos infantiles.

     La trama consistía en la vida de un hada que vivía ciegamente enamorada de un príncipe, incluso si él confesaba estar flechado por la joven princesa del reino vecino, a quien tarde o temprano, él desposaría. Para ser un cuento infantil, era una historia triste acerca de un amor no correspondido, pero ni así dejaba de facinarle.

     El espontáneo chasquido de la puerta la devolvió a la realidad con un salto violento. Apagó su linterna y cerró el libro de un manotazo, se dejó caer sobre el colchón al momento, demostrando no ser capaz de pensar en una pose para dormir mínimamente creíble.

     Richard se recargó en el marco de la puerta, rio divertido por la actuación pueril y torpe de su hija. Se adentró en la habitación, cerró la caja de música, enmudeciéndola al instante. Posteriormente, situó sus dedos en el borde de las cobijas y tiró hacia abajo, se encontró con un par de ojos verdosos repletos de nerviosismo. Enserió su semblante, ella sonrió intentando esconder su fechoría.

—¿No se supone que tú ya deberías estar dormida desde hace una hora? —Rose rio.

—Puede...

—¿Y qué estás esperando?

—A que me dé sueño —excusó. Su padre suavizó el rostro.

—¿No puedes dormir? —Amy meneó su cabeza de lado a lado—. Yo tampoco —admitió curvando sus labios con actitud risueña.

—¿La fiesta de la señora Curie no te deja pegar ni un ojo? —Indagó divertida.

—Ni uno solo —respondió riendo—, además, su casa está tan iluminada que ni siquiera mis cortinas negras le hacen frente —quejó.

—¿Ya encendió los adornos? —Cuestionó emocionada.

—¿Quieres ir a echar un vistazo? —Sugirió, haciendo que Amy saliese de la cama de un salto.

     Richard siguió a Amy por el pasillo exterior a su habitación, frente a las escaleras se encontraba la pared adornada por tres grandes retratos con el rostro de cada integrante de la familia. Debajo del segundo cuadro, una puerta deslizante se desplegaba ante ellos, la eriza la corrió impaciente y salió al balcón, no obstante, su padre la aupó y permaneció inmóvil, oteando la glamorosa vivienda de su vecina.

     La señora Curie era una inexorable mujer de cincuenta y seis años, adinerada y accionista en múltiples empresas. El festejo de hoy lo hacía en nombre del cierre de un contrato con dos países que venderían su prestigiosa marca.

     Era una casa elegante y más grande que las del resto del vecindario, pintada de blanco y siendo resaltada por los adornos iluminados por bombillas pajizas. En la entrada se ceñía el logo de su compañía, una estrella de tres picos, la cual simbolizaba el dominio de la empresa en la tierra, el mar y el cielo.

     Detrás, las banderas de los países implicados y el símbolo de la paz entre ambos, un círculo con tres líneas en su interior. Pocos sabían del primigenio de éste, fue hecho con el propósito de alcanzar el desarme nuclear, las letras D y N estaban plasmadas dentro del círculo en alfabeto semáforo. Pese a su bello deseo pacífico, su creador se había inspirado en una pintura que mostraba a un campesino a punto de ser fusilado.

     Una luz brillante cruzó sobre sus cabezas, Amy y su padre rápidamente dirigieron la mirada hacia la estrella fugaz que surcaba el cielo nocturno.

—¿Qué es eso? —Interrogó la eriza.

—Depende a quién le preguntes —planteó— nuestros ancestros decían que las estrellas fugaces eran el ascenso o la caída de las almas. Yo, como el aburrido profesor que soy, te diría que son diminutas partículas que van muy, muy rápido por la atmósfera hasta calentarse y dejar esa cola luminosa.

—¿Y qué diría mamá? —Un pequeño resquicio se formó en la boca de Richard.

—Ella de hecho me lo escribió en una carta cuando teníamos dieciséis —cesó, se humedeció los labios y continuó—, le fascinaba la idea de que al morir, quien en vida hubiera alcanzado la pureza absoluta del alma, se le daba la oportunidad de regresar al mundo a visitar a sus seres queridos, verlos una vez más.

—¿Entonces mamá podría ser esa de allá? —Señaló el recorrido de la estrella.

—No, pequeña —enroscó sus brazos en la espalda de su hija—. Tu madre sería toda una constelación.

[...]

     La barahúnda del exterior forzó a los párpados de Amy a abrirse. Confusa, se sentó en su cama y prestó atención al alboroto, alcanzaba a oír voces y vehículos en su mayoría.

     Se despojó de las sábanas, pisó el tapete de fibra de nylon y se colocó sus pantuflas. Caminó fuera de su habitáculo, observó dubitativa a su padre erguido detrás de la balaustrada del balcón.

—¿Qué pasa? —Cuestionó.

     Richard no respondió, continuó escudriñando a los uniformados que se paseaban por el vecindario. Algunos iban armados y otros tantos solo contaban con megáfonos en sus manos.

—¡Por su seguridad! Se les solicita su colaboración y evacuación inmediata, Mercia podría estar bajo ataque —clamó uno de los soldados.

—¿Papá? —Volvió a llamarlo.

     El erizo consiguió escapar de su ensimismamiento, se giró hacia Amy y contuvo la respiración, manteniéndose difuso; preguntándose quién estaría amenazando atacar Mercia. Mantenían una excelente relación con los países vecinos, su calidad de vida era alta y su economía envidiable, un lugar de ensueño.

—Necesito que hagas algo por mí —pidió colocándose de cuclillas—. Ve a tu cuarto y empaca tus cosas ¿sí? Haz como si fuéramos de vacaciones —indicó con una sonrisa.

     Aún sin lograr comprenderlo del todo, Amy se devolvió sobre sus pasos, vació los cajones de su tocador y guardó su ropa en el bolso deportivo que solía utilizar cuando su padre y ella salían de la ciudad.

     Debatió sobre a cuál de sus juguetes llevaría en este viaje, optó por un peluche de Dot Warner, una de los tres personajes principales de una de sus caricaturas favoritas, los Animaniacs.

      Amy contempló su habitación en busca de algo más que empacar. Se distrajo con los pasos apresurados de su padre subiendo y bajando las escaleras.

—¿Ya tienes todas tus cosas? —Exclamó desde la planta baja.

      Miró su macuto con confusión, la celeridad de Richard debía tener algún motivo. No lo pensó más y cerró su maleta.

—Sí —conestó deslizando el cierre de su mochila hacia arriba.

      Richard subió a la habitación de Amy, tomó la correa del bolso y se la posicionó en su hombro derecho.

—Vámonos.

      La eriza asió la mano de su padre con temor, había mucho movimiento en su hogar a causa de la evacuación por parte del gobierno, aunque era algo que aún no comprendía del todo.

      Su andar era lento puesto que seguía presentando vestigios de somnolencia. Hacía unos minutos que ella se encontraba dormida placenteramente en su habitación, con sueños repletos de color y alegría, como cualquier pequeño de su edad.

      Avizoró a sus vecinos abandonar sus casas con maletas en mano, la mayoría solía moverse a trote rápido. No entendía por qué todos lo hacían, su vecindario tenia fama de ser uno de los más protegidos y vigilados de la ciudad, ameritando una vida llena de privilegios en el aspecto de la seguridad.

       El aura de pánico se sentía en el aire, los ojos de la pequeña temblaban a causa del miedo, había algo que estaba no solo asustándola a ella, sino que también atemorizaba a los adultos. Amy era una niña pequeña que desconocía el funcionamiento del mundo, su mente solo le hacía teorizar que se trataría de uno de esos monstruos malignos que emergían de su cruel imaginación, y no de una posible invasión por parte de un hombre con un carácter apático y accionar caótico.

        Ambos erizos se desplazaron hasta llegar a un vehículo pickup perteneciente a la fuerza armada. Éste contaba con la particularidad de poseer una gran cabina en la parte trasera, pese a la falta de asientos, tenía largas tarimas que compartían la misma función.

—Ven, sube.

        Su padre colocó sus manos en las costillas de Amy, flexionó sus rodillas y la elevó del suelo para posteriormente trasladarla a la batea de la camioneta.

Acomódate —pidió subiendo tras de ella.

        El par se situó en la esquina derecha de la cabina, Amy se ubicó entre las piernas de su progenitor, recargando así su cabeza en su pecho que subía y descendía en cada calada de aire.

        Observó a las demás familias adineradas subir al automóvil, sus rostros pronto reflejaron una mueca de inconformidad.

—Ni siquiera hay asientos, ¿alguien sabe si luego vendrán por nosotros? —Interrogó una de las damas sujetada del brazo de su esposo.

         Amy se giró, el semblante de su padre se enserió con una clara molestia causada por el carácter de la tercera, los aristócratas solo pensaban en lujos y confort.

[...]

Maurice.

Observé la situación con un mohín de inconformidad, Cyrus permanecía con su mirada perdida en el suelo y un rastro de lágrimas ya seco sobre sus mejillas.

Al otro lado, mi tío Chuck yacía cruzado de brazos y con una mirada vahida, esbocé una sonrisa débil rememorando el reencuentro que habíamos tenido hacía unos días.

Él caminaba con un pequeño grupo de soldados —entre ellos Antoine— siguiendo sus pasos; Chuck era quien los guiaba, Armand no había conseguido escapar de las tropas enemigas. Cyrus y yo íbamos en dirección contraria a la suya, nos topamos de frente.

Recordaba a lujo de detalle cómo la seriedad de su rostro cambiaba en una fracción de segundo a una sonrisa ensanchada, para posteriormente compartir un abrazo fuerte y duradero. Me era un tanto difícil de admitir al principio, pero el cariño que le tenía iba en aumento, siempre lograba tranquilizarme e idear un plan.

Mi padre ausente y su carácter afable fueron factores clave para modificar mi conducta con él, había pasado de ser mi tío a convertirse en lo más cercano a una figura paterna, un ejemplo a seguir.

Aunque ahora... Sinceramente nos sentía a todos como una bola de inútiles.

—¿Nos quedaremos aquí? —Indagué con molestia.

—No lo creo, es muy probable que muevan el campamento a un sitio más seguro.

—No me refiero a la ubicación, quiero decir, ¿solo vamos a esperar a que alguien más lo resuelva?

Chuck había dejado el mandato, argumentaba que hoy más que nunca, tendría que demostrar su responsabilidad como tutor. Me gratificaba tener a alguien que se preocupase por mí, pero aborrecía que aquello implicara el sufrimiento de terceros.

—La milicia ya se está haciendo cargo —respondió con sequedad.

—¿Y confías en que lo lograrán? ¿Cómo piensan salvar a un pueblo que quiere matarlos? —Cuestioné irónico.

—El miedo hace que una comunidad se una más.

—Pero no es una comunidad, son dos, las cuales creen que el villano es el bando contrario cuando en realidad es Robotnik —expusé acercándome a él—. Necesitan unirse para hacer que esto funcione.

—Todos hablan de los problemas, pero nadie de las soluciones —enunció frustrado.

      El entorno se vio sumergido en tensión, siendo consumido por el silencio lentamente.

—Entonces vamos a hacer nuestras propias soluciones —enunció elevando su semblante con firmeza—. Fórmemos una resistencia.

      Cyrus vislumbró a Maurice con un gesto dubitativo, hacer una tercer comunidad sonaba como una peor idea.

       Mientras que para Charles, la voz de la experiencia le exigía a gritos aceptar la propuesta; podrían crear un grupo externo a las acciones del ejército pero persiguiendo el mismo propósito, y además, hacerlo respetando la ideología de las masas. Confluir a ambos entornos mediante la unión de intereses con el fin de evitar problemas entre ellos.

—Qué gran error haberte llamado Maurice y no Constantino —bromeó con sapiencia.

—¿Eso es un sí? —Inquirió sonriente—. Porque deberé de empezar a pensar en el nombre.

—Dejemos el nombre para después. Yo planeo, tú ejecutas.

—Voy a patear su calva hasta dejar sin folículos a ese Huevo.

[...]

—¿Me escuchas? —Cuestionó Cyrus.

—Fuerte y claro —articuló acercando su muñeca izquierda a su boca.

—¿Crees poder alejarte un poco más?

—Sin problemas.

      El polvo se esparcía por el aire en cada pisada que él daba al suelo durante su carrera. Una sonrisa ladina se trazaba en sus labios mientras que múltiples fragmentos verdosos se desprendían del césped.

       Chuck se había dedicado a trabajar en dispositivos de comunicación portátiles, en poco tiempo y con contados recursos había conseguido cuadruplicar la efectividad de un walkie talkie. Maurice cargaba en su muñeca, a manera de reloj, un transmisor con un rango que se esperaba fuera de treinta y dos kilómetros, todo en solo un diminuto cuadrado de aproximadamente 16cm².

Hay un pequeño grupo de robots adelante, quédate callado —indicó el erizo.

—Sé cuidadoso, Chuck me mata si se entera que te dejé hac-.

—Sí llevo suéter, mamá —bufoneó.

     Maurice se acercó a ellos a gran velocidad. Reduciendo a cada robot a un montón de cables y piezas metálicas inútiles apilados entre sí con ayuda de algo a lo que él mismo había llamado homing attack.

      Al terminar, percutió sus palmas en continuos movimientos de arriba hacia abajo, sacudiendo los residuos de sus manos con petulancia.

—Listo —informó hablando hacia el micrófono del artilugio.

—No sé para qué me pides silencio si seguramente fuiste de todo menos cauteloso.

—Seguiré avanzando.

      El erizo mantuvo sus pies estáticos al notar sutiles marcas de lo que parecían ser ruedas de rodadura por oruga, un sistema que permitía el desplazamiento de vehículos pesados. Arrugó el entrecejo y frunció los labios, últimamente, aquel método había sido muy frecuente en los modelos de combate de Robotnik.

      Los pastizales se encontraban aplanados y la lasca de las piedras yacía esparcida por la tierra agrietada; todo indicaba a que la continuidad con la que los pelotones robóticos cruzaban por allí era alta.

      Maurice se movió con delicadeza por la zona, cuidadoso de no dejar rastro de su presencia. Próximo a él se hallaba un risco, en cuanto se percató de la coexistencia de tropas enemigas en el fondo de éste, pegó su cuerpo a la tierra y presionó el botón colocado a la izquierda del dispositivo sujetado a su muñeca.

—La encontré.

—¿Qué cosa?

—Estoy enfrente de la fábrica de ese lunático.

—¿Su fábrica? ¿Estás seguro?

—Por lo que veo, la sutileza no es precisamente una virtud suya.

—¿Qué ves?

—Montones de robots en la explanada, grandes pabellones y un enorme letrero con el nombre Ivo Robotnik escrito.

—Estoy empezando a cuestionarme quién de ustedes dos es más egocéntrico.

Maurice.

—Iré a revisar.

—Deja de pensar con los pies por un segundo ¿quieres? Iré por Chuck, no te muevas de ahí. Sé paciente.

—Pacientes hay en los hospitales, yo estoy a unos metros de poder acabar con esto.

Cyrus bufó detrás de la línea y se desconectó, desde hace ya unos días que su comportamiento ha pasado a ser sumamente irritable, o quizá yo me había vuelto más molesto, o incluso tal vez un poco de ambas. En este ambiente tan bélico nadie podía permanecer intacto.

—Maurice, muchacho, ¿sigues ahí? —Terció mi tío Chuck.

—Aquí estoy.

—¿Tienes los escáneres que te di?

—Los llevo en la mochila.

—Perfecto. Iniciaremos con la segunda fase, necesitamos un reconocimiento del lugar, colócalos en sitios estratégicos y tendremos un mapa en tiempo real. ¿Crees poder entrar?

—Me he colado en peores lugares para recuperar un balón.

—Asegúrate de no ser visto, mantén la velocidad. Si Robotnik descubre que eres tú quién planea destruir su fábrica te perseguirá siempre.

—Dalo por hecho, tío Chuck.

—Ten cuidado, muchacho —finalizó la transmisión.

Inconscientemente esbocé una sonrisa, aquel apodo se había vuelto algo común en su vocabulario. Sus "muchachos" me resultaban embebedoramente paternales.

Avizoré el entorno, se notaba que Robotnik había invertido tiempo en trabajar la empinada subida del risco, gracias a la ayuda dada por sus máquinas consiguió facilitar el trayecto sobre éste, obteniendo así una rampa lo suficientemente inclinada y lisa como para concederle el paso a sus creaciones pesadas.

Cercanos a la pendiente, se hallaba un grupo de robots, éstos contaban con un cuerpo hecho de metal bruñido de color anaranjado, ojos azules de gran tamaño, un cuerpo redondo con una cabeza en forma de cúpula y estatura relativamente pequeña a comparación de los swatbots.

Desconocía el por qué de su existencia, pero suponía que su propósito se encontraba en el área de producción y no en el campo de batalla. Cada uno halaba un patín hidráulico con un cargamento sobre de él, algunos con notables piezas de metal y otros con una sábana sobre de ellos.

Hice un mohín confiado, aquello parecía ser mi pase de entrada en potencia.

Extendí mi pierna izquierda mientras cambiaba mi centro de gravedad hacia atrás al deslizarme en la gravilla distribuida cuesta abajo en el terraplén.

Esperé impaciente a que el momento perfecto se me presentase. Me escabullí dentro del compartimento que uno de los robots transportaba, el espionaje se facilitaba significativamente cuando se tenía supervelocidad.

Vislumbré con ojos preocupados los contenedores cilíndricos situados en rejillas transportadas sobre el patín. El hecho de que fuésemos cubiertos por una tela lo suficientemente gruesa como para evitar que la luz entrara solo me angustiaba más.

Sea lo que sea, no pienso tocar nada.

Me puse en cuclillas y observé el suelo por el espacio creado entre cada brazo horizontal del patín. Coloqué mi mochila frente a mí y descorrí el cierre.

Así los escáneres con mis dedos índice y pulgar, Chuck había logrado hacerlos realmente pequeños, aunque había tenido una ligera guía dada por los planos del señor Lionel.

Arrojé los artilugios de manera periódica, procuré que la trayectoria de éstos culminara en los bordes de las paredes, esquinas o sitios difíciles de notar.

      Las ruedas del patín giraban en intervalos de un segundo. Pronto, el traqueo de éstas se vio engullido por el estentóreo ruido de las máquinas pertenecientes al área de producción.

      El cargamento en el que el erizo era transportado de manera infraganti cruzó por la ancha puerta de metal grisáceo que custodiaba la entrada. Maurice sintió a su vehículo detenerse y maldijo ensimismado.

—Materiales, directos a la banda transportadora —ordenó una voz vacía—. Químicos, a la planta de tratamiento.

      La tracción en las ruedas fue reactivada, sin embargo, aquello seguía sin indicar la salvación para el de púas garzas. Si no se apresuraba a encontrar el modo de salir, sería arrojado a un estanque de profundidad acentuada, repleto de químicos.

      Desesperado, lanzó otro escáner y desenroscó la tapa de uno de los contenedores cilíndricos, sintiendo un fuerte ardor en su nariz al instante. Empujó el bidón fuera del enrejado y apretó sus fosas nasales con sus dedos.

—¡Idiota, el dióxido de silicio es fotosensible! —Escuchó la protesta dictada por una voz ronca.

      Maurice miró por el resquicio formado entre la plataforma y la caída de la tela. La sustancia se extendió por el suelo hasta llegar al estrecho sendero de cables situados en el suelo. El erizo sintió su pecho presionado a consecuencia de la falta de aire, rogando porque su redención llegara en breve.

       En cuanto los químicos entraron en contacto con el cableado, el aislante de éste empezó a derretirse, mientras que el interior se fraccionaba. La iluminación de las luces comenzó a atenuarse, parpadeó un par de veces y finalmente se extinguió.

       Maurice comprendió que aquella sería su única oportunidad, abandonó el transporte y se desplazó con su tan distintiva velocidad sobre el suelo bañado de la luz rojiza del metal fundido. La maquinaria se detuvo entre estruendosos chirridos. El entorno se mostraba envuelto en neblina remolineante proveniente del sistema de refrigeración.

       Una vez lo bastante lejos del "accidente", Maurice tomó una profunda bocadaba de aire, respiró con agitación y dibujó una sonrisa en su rostro. Abrió su mochila nuevamente, sustrajo los escáneres restantes y corrió por el resto de la fábrica antes de que restablecieran la electricidad.

[...]

—Hay algo que sigo sin entender ¿cómo es que estoy intacto de aquella visita a la fábrica?

—No tengo ni idea, pero no pienso contradecir los estudios de Chuck —el mencionado rio.

—El dióxido de silicio suele irritar las vías respiratorias, solo tuviste un poco de ardor —explicó.

—¿Solo me irritó? Vi cómo esa cosa corroía el cableado de Robotnik —testificó.

—Para tener un pH tan alto debió de haberse mezclado con algún ácido, en el cualquiera de los casos, no te expusiste por mucho tiempo. Además, para correr tan deprisa tus moléculas deben de acelerarse, supongo que aquello trae como efecto secundario el que te cures en menos tiempo —argumentó.

—Eso explicaría porque los moratones de Jay te duraban un día y a mí una semana —hipotisó Cyrus—. ¿Ya tienes la carga en tu mochila? —Indagó.

—Lista —respondió.

—Bien, observa —pidió. Frente a ellos se desplegó un holograma tridimensinal del mapa de la fábrica, proyectado en colores verdosos.

—Wow —ahogó una exclamación—. ¿Y eso?

—¿Te gusta? Estaba en los planos de papá, Chuck me ayudó a construirlo, por no decir que él fue quien lo hizo —Maurice emitió un chiflido de admiración—. Volviendo al tema, tu tío y yo formulamos esta ruta, es la más corta y estratégica para desmantelar la fábrica. El radio de tu muñeca te avisará cada que debas dejar una carga explosiva.

—Resumiendo, corro por ahí poniendo pólvora cada que esta cosa —señaló su muñeca derecha— haga ruido.

—Sí —suspiró—. Justo eso.

—Hecho, me voy.

—Asegúrate de estar lejos cuando detones los explosivos —terció Charles—. Eres muy rápido, pero no quiero tomar riesgos. Si te forzas a correr de la onda expansiva podrías experimentar un infarto —el infante torció sus labios en un semblante incómodo.

—¿Gracias?

[...]

     La velocidad se apoderaba de su cuerpo, una vivaz sensación eléctrica recorría sus nervios, mientras que la adrenalina se trasladaba por todo su torrente. El entorno pasaba a su lado como una exhalación.

      Maurice no podía evitar experimentar una cierta gracia morbosa, le parecía irónico que aquellos robots de los que hace unos días pensaba "su propósito se encontraba en el área de producción y no en el campo de batalla" ahora estaban disparándole.

      Había aprendido una lección: todo lo salido de Robotnik ameritaba un desastre.

       Giró su cabeza unos cuántos grados y observó la inmensa estructura rectangular que dejaba atrás. Seguro de sí, presionó el detonador. Su sentido auditivo fue golpeado por la fortísima explosión, se resguardó detrás del tronco de un árbol, una ola de aire caliente impactó su pelaje simultáneo a la sacudida agresiva a las hojas del brioso abedul.

—¿Muchacho? ¿Estás bien? —Interrogó Chuck del otro lado de la línea.

—Veme preparando uno de tus chili dogs, ya voy de camino.

[...]

     En cuanto las plantas de sus pies tocaron la tierra perteneciente al refugio, la algazara de los pobladores se hizo presente. Sir Charles se había encargado de informarles que su misión resultó con un rotundo éxito.

      Maurice fue felicitado y enaltecido por la mayoría de los individuos, Cyrus lo miraba con una sonrisa dibujada en los labios, a su diestra, Rotor se mantenía cruzado de brazos y con una curvatura en su boca.

—¡Rotor! —Exclamó a modo de saludo.

—Tardaste en saludar, llevo tres días aquí —informó.

—¿Tres días? ¿Y cómo es que no te había visto?

—Por lo que veo últimamente andas un poco ocupado.

—Sí —rascó su cabeza—... Esto de estar en una resistencia no es tan fácil como creí —admitió avergonzado.

—¿Solo son ustedes tres? —Preguntó haciendo referencia a Cyrus y Chuck.

—Solo nosotros —afirmó colocando sus manos en su cadera.

     Él se encargaba de la acción y Chuck de la planificación y certeza tecnológica. Pese a que Cyrus no era un experto, era útil y necesario como el ayudante de Charles.

      Maurice observó a Rotor con atención, no se desempeñaba mal físicamente hablando, pero lo que él más disfrutaba era la robótica. Tal vez Chuck podría agilizar el proceso con dos ayudantes.

—Si pensamos hacer un cambio, necesitaremos más que eso —enunció con porte.

—¿Me está proponiendo lo que creo, joven Maurice? —Respondió por igual.

—Rotor The Walrus, sea usted bienvenido a los Freedom Fighters —pregonó dando una reverencia.

—¿Freedom Fighters? —Terció Cyrus.

—Si no te gusta el nombre, forma tu propia resistencia y llámala como quieras —fingió indignación.

      El erizo sintió el abrupto tacto de su tío Chuck, el brazo izquierdo del mayor recorría por detrás de su cabeza y palmeaba su hombro siniestro, dedicándole una mirada orgullosa.

      No obstante, el vocerio alegre mermó hasta convertirse en débiles farfullos. El motivo era la presencia de un grupo de militares que patrullaban la zona. Maurice escudriñó el semblante de los habitantes, lo que antes reflejaba felicidad y agasajo, había sido reemplazado por expresiones de molestia.

—Charles —llamó uno de los uniformados—. Necesito hablar con usted.

Escrito: 04/01/2020.
Publicado: 24/10/2020.

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