1.2 | Reconocimiento
El día era nublado y la mayor parte del territorio era cubierto por grandes nubarrones, advirtiendo sobre una próxima lluvia.
Los concurrentes permanecían con la cabeza apuntando al suelo y sus manos entrelazadas a la altura de la pelvis. Maurice lloraba a cántaros, tratando de ser silencioso para mantener la compostura. Las manos enguantadas de Jules se posaban en sus hombros para darle confort en una situación tan devastadora.
Tras haber pasado un minuto ausentes de sonido, ambos erizos se encaminaron hasta quedar frente a la tumba donde descansaba el cuerpo sin vida de Bernadette. El mayor llevaba su dedo anular adornado con su anillo de matrimonio, sus comisuras se desplomaron y una gota salada rodó por su mejilla.
—Mi Bernie —lamentó arrojando una flor blanca a las entrañas de la tierra...
Maurice se situó adelante del ataúd, sus manos temblaban y su mandíbula tiritaba del cólera. Sollozó y dejó caer otro crisantemo a la fosa.
Ambos se apartaron, dejando el paso libre para los asistentes. El primero fue Sir Charles, el hermano de Jules y perteneciente al ejército del Reino, imitó el comportamiento de los dos anteriores, honrando a su cuñada Bernadette con una flor más.
Maurice se abrazó al cuerpo de su padre y empapó sus ropas de lágrimas, Jules permaneció estoico, observando al resto adornar el lecho de muerte de su amada con flores. La eriza se convirtió en una de las únicas dos defunciones a causa del incendio.
[...]
Maurice.
—Maurice —llamó desde el marco de la puerta de su habitación—. Tu comida se va a enfriar.
—No tengo hambre —cortó.
Jules exploró el cuarto del menor. La luz estaba apagada y el desayuno que le había preparado seguía intacto en el plato ubicado sobre el buró al lado de su cama.
—Debes de comer algo.
—Se me ha ido el apetito, papá —negó.
El erizo suspiró decepcionado por la conducta del chico. Empujó la puerta de madera y caminó hasta él para luego sentarse en el borde del colchón.
—Yo también la extraño —confesó—. Pero es necesario seguir adelante, solo hay que darle tiempo al tiempo.
—¿Por qué no me dejaste volver por ella?
Jules arrugó el entrecejo, frunció los labios y desvió su mirada hacia la derecha. Los informes forenses aseguraban que Bernadette había fallecido al instante de que sucediera la explosión, su hijo se habría encontrado con ambos cuerpos sin vida.
—No quería arriesgarme a perderte a ti también —sincerizó.
Maurice.
—Es solo que —me giré hacia mi padre—... Me siento culpable, si hubiese sido más rápido, quizás si nunca me hubiera detenido, ella estaría aquí y no bajo tierra.
—Nada de lo que ocurrió fue culpa tuya —entablaron contacto visual—. Hiciste todo lo que estuvo a tu alcance.
Me senté en el colchón, él giró su torso hacia mí y me brindó un cálido abrazo. Correspondí de inmediato.
El contacto fue prolongado, dependió de mí terminarlo. Me separé, sequé las lágrimas que de mis ojos emergían y le sonreí destrozado.
[...]
Falté a la escuela por toda una semana, mi padre se encargó de justificar por mí, el incidente del mercado había sido tan comentado que no tuvieron problema con registrarme mis asistencias.
El reloj sonó, lentamente me levanté y seguí con mi rutina matutina. Me cepillé los dientes, me metí a la ducha y salí en contados minutos. Vestí mi uniforme y me aseguré que mi mochila estuviese lista.
Bajé las escaleras, la casa yacía a oscuras. No me extrañé, rápidamente consideré la posibilidad de que mi padre ya se hubiese marchado a su trabajo. Entré a la cocina, suspiré al percatarme de la existencia una nota con la caligrafía de mi papá.
"Se me ha hecho tarde, no he podido prepararte el desayuno, en el refrigerador hay un postre. ¡Suerte en la escuela!
-Jules."
Sin presentar reparo alguno, revisé el refrigerador, el supuesto postre no era nada más que un yogurt a punto de terminarse.
No lo consideraba un mal padre, intentaba ser lo menos apático que se pudiera, comprendía la exigencia de su trabajo; ¡pero por Dios! ¿Un yogurt a medio comer?
Tomé dos tapas de pan integral y coloqué una rebanada de jamón sobre ellas. Busqué con la mirada la lechuga o los tomates.
En cuanto hallé los ingredientes, posicioné una hoja de lechuga y sujeté el mango de un cuchillo para partir el tomate en rodajas. Como era de esperarse, me corté con el filo en el intento. Algo era más que obvio, la cocina no era mi fuerte.
Esperé a que el leve sangrado parara, envolví mi almuerzo en servilletas de papel y lo metí a mi macuto. Caminé con las manos en los bolsillos hasta llegar a la parada del bus, no tardó mucho en llegar, yo era quien iba tarde.
El conductor no me dirigió la mirada, pasé por el pasillo, todos replicaron su actitud. Sentí un aura distinta, esta vez no se trataba de marginación, sino lástima. Cyrus me miró incrédulo desde lo lejos, el chico que iba en el asiento contiguo se levantó y cambió su lugar para permitir que me sentara a su lado.
—Eh, gracias.
—No es nada, Maurice —habló con velocidad, atropellando sus propias palabras con nerviosismo.
Me quité la mochila de la espalda y descansé en el asiento acolchado, situado a la izquierda de mi amigo.
—No creí que vendrías hoy.
—¿Y solo por eso me reemplazas? —cuestioné burlón.
—No, no, ni siquiera sé su nombre —cesó—. Yo... Am... Lamento lo que ocurrió —un silencio sepulcral se formó entre ambos.
Agradecí que el resto de alumnos conversaran, eso y el ruido de la carrocería deteriorándose sobre el camino sinuoso, eran lo único que impedía que el ambiente se pusiera aún más tenso.
—No hablemos de eso —evadí.
—Sí, sí, perdón —farfulló nuevamente.
Paseé mi vista por el interior del vehículo, todos platicaban animadamente. En ojos ajenos, no había ocurrido nada que ameritaba preocupación, los problemas se habían solucionado. Quisiera sentirme así, indiferente, mas no vacío.
Cyrus buscó tanteando con su mano en el interior de su mochila. Forjó una sonrisa cerrada y se enderezó.
—Por cierto —me giré hacia él—. En la pelea que tuviste con Jay dejaste tu discman tirado ahí, sin más.
—Estaba ocupado intentando no quedar inconsciente de un solo golpe. Además, Jay lo rompió.
—Creo que olvidas el pequeño hecho de que mi padre es inventor —enarqué mi ceja—. Incluso estoy aprendiendo un par de cosas —extrajo el aparato del bolso de su macuto—, debería de agradecerle a Jay, gracias a él tuve una de mis prácticas.
Cyrus estiró su mano, sujeté entre mis dedos el reproductor de música. Mi rostro se paralizó con una sonrisa ancha.
—¿Lo... Lo reparaste?
—Tss... Tampoco fue tan difícil —fanfarroneó.
—¿Por qué no venden más como tú?
—Eh, ¿porque es anatómica, genética y jurídicamente imposible?
—Eres increíble —despeiné su melena.
[...]
Mis clases volvieron, Cyrus intentó explicarme los temas vistos en las sesiones a las que yo no asistí. Quizá su estrategia le habría funcionado mejor si yo hubiese puesto atención.
Para cuando el receso llegó, ambos nos sentamos en los bordes de los escalones que daban con la cafetería de la escuela. El león sacó su comida y le pegó un mordisco, hice lo propio con la mía.
—¿Qué se supone que es eso?
—Un sándwich.
—Lo hiciste tú, ¿no?
—¿Por qué lo dices?
—El pan está aplastado, el tomate tiene manchas verdes que, creo firmemente, no son muy saludables y estoy seguro que eso sabe más a pan seco que a jamón. ¿Desinfectaste la lechuga?
—¿La lechuga se desinfecta?
—Mejor no comas eso —me lo arrebató de las manos—. Vamos a ver si hay algo bueno en cafetería —sugirió.
Cyrus se levantó del frío suelo, comenzando a caminar hacia la cooperativa del instituto. Obligándome a ir con él.
Caminé por los pasillos de la cafetería con mi vista fija hacia enfrente, me sentía observado. Me formé en la fila, saqué algunos rings de mi bolsillo, era poco, por lo que debía administrarlo correctamente para decidirme qué comprar.
La fila avanzó con prontitud, no obstante, llegué con la cocinera. Ésta sujetó una charola de aluminio en sus manos y me sirvió de cada una de las opciones: fruta, puré de papa, leche con saborizantes envasada en una pequeña caja de cartón y, como postre, una gelatina. Alcé mis cejas e interpuse mis manos nervioso.
—No, no, solo la fruta.
—Considéralo cortesía de la casa, pequeño —me sonrió otorgándome la charola sin hacerme pagar ni un centavo.
Miré a mi amigo aún incrédulo de la amabilidad de la fémina. Él se mostró impaciente por marcharse para seguramente quitarme gran parte de mi comida.
—Gracias —correspondí con un tono dulce.
Me dirigí a una de las mesas apartadas de los demás alumnos y coloqué la comida en ésta.
—¿Te dieron todo eso gratis? ¿Cabe la posibilidad de que le gustes a la cocinera?
—¡Bleak! No sigas —reí asqueado.
—¿No lo ves? Te premiaron por ser un héroe —desvié la mirada.
—No digas tonterías —culminé el tema dándole una mordida a mi comida—. Iré por una pajilla para la leche —me erguí del asiento de plástico incorporado a la mesa.
Me aproximé a una pequeña mesa al lado de la cocina. En su superficie, se hallaban frascos y diversos recipientes que albergaban cubiertos desechables, servilletas de papel y pajillas.
Elegí y tomé una servilleta junto a un sorbete, para poder terminar mi almuerzo. Me giré para volver con Cyrus, pero terminé chocándome con el tórax del bravucón rutinario.
—Tenemos algo pendiente.
—No estoy de ánimos, Jay —traté retirarme pacíficamente. Mi contrincante me empujó.
—Me fracturaste la nariz —reí risueño.
—Sí, sí, y fue muy satisfactorio, pero no tengo tiempo para esto —reintenté mi escape, pero nuevamente no funcionó.
—Déjalo ya Jay —terció burlón—. Salva la poca dignidad que te queda.
Mi defensor era un chico de alto tamaño y bastante corpulento, pertenecía al equipo deportivo de la escuela y cursaba el cuarto grado, Rotor Walrus.
—No te recomendaría ganarte enemigos —finalizó el rubicundo para luego marcharse.
Los espectadores musitaban sobre lo que acababa de ocurrir. La mayoría de los ojos de los alumnos iban sobre ambos. Conecté mi vista con la suya.
—Gracias —sonreí tímidamente.
—Te debía una, Maurice —arqueé mi ceja izquierda—. Siento mucho lo de tu madre —comentó haciéndome borrar la curva de mis labios—. Pero si no fuera por ti, mi familia no estaría completa —agaché la mirada.
—No es nada, Rotor —di un paso en dirección a Cyrus.
—¿Qué hacen tu amigo y tú hasta allá? Siéntese con nosotros.
—¿"Nosotros"?
—Sí, los de deportes.
—Oh, em, tengo que tareas que copiar antes de la siguiente clase, llevo algo de prisa. Quizás otro día.
Rotor asintió no muy convencido y se marchó junto a sus compañeros, en cuanto me giré, Cyrus me observaba totalmente anonadado.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué dijiste que no?
Caminé hacia la mesa apartada en la que nos habíamos sentado anteriormente, incrusté la pajilla en el orificio de aluminio del cartón de leche.
—Porque él no quiere estar con nosotros, tan solo se siente en deuda conmigo —concluí.
[...]
Llegué a mi hogar con la cabeza apuntando hacia abajo. Toqué la puerta con mis nudillos y esperé.
—Qué idiota —refunfuñé ensimismado.
Jules está trabajando, ¿cómo esperas que te abra la puerta? Olvidé llevar llaves.
Avizoré mi entorno con atención, nadie me observaba. Di cuatro grandes pasos para atrás y corrí para luego saltar, llegué al balcón de la habitación de mi padre.
Fruncí el ceño con molestia, levanté el pie y observé mi suela completamente desgastada y con orificios. Mi calzado terminó en muy mal estado después del día del incendio.
No tenía más opciones para usar, la muerte de Bernadette había dejado a la familia en una mala posición económica.
Entré a casa por la puerta del habitáculo de papá, la pared blanca frente a su cama estaba cubierta de medallas y periódicos enmarcados. Ambos indicaban los méritos de mis padres en la milicia.
Siempre quise saber qué se sentía ser reconocido por ser el responsable de salvar vidas, ellos nunca se quejaron. Pero ahora que por fin entiendo el sentimiento, no es lo que esperaba.
[...]
Desperté a causa del ruido de mi alarma. Cumplí con mi aseo personal, vestí mi uniforme y bajé a la cocina a prepararme mi desayuno. Como siempre, encontrándome una nota de mi padre disculpándose por la ausencia de éste.
Mi vida se había vuelto de lo más rutinaria posible.
Envolví mi comida en servilletas y trastos, proseguí a colocarlo estratégicamente para evitar que fuese presionado por mis útiles escolares.
Caminé hasta la parada del autobús, todo era idéntico y monótono desde hace semanas.
El trayecto me la pasé mirando por la ventana mientras escuchaba música en mi discman. El león aún no comprendía lo agradecido que estaba por devolverme mi único escape de la realidad.
Hoy era entrega de boletas, Cyrus llegaría a la escuela en el automóvil de su padre. Tuve que viajar solo.
Para mi fortuna, papá no iría a recoger mis papeles, no podía faltar al trabajo.
[...]
Me quedé recargado en la pared del salón enfrentado al mío. Todos los alumnos corrían por los pasillos mientras en las aulas se llevaban a cabo las juntas de padres.
Miré desde lo lejos a Cyrus conversando alegremente con el señor Lionel. A mi lado se situó un individuo robusto, volteé a verlo, Rotor se recargó en la pared por igual.
—¿Tu padre sigue en junta?
—Ni siquiera vino —respondí desinteresado—. Es militar, se le complica obtener permisos —ambos guardamos silencio—. ¿Y qué me dices de ti?
—Mi madre últimamente ha estado algo enferma, papá se quedó a cuidarla.
—Espero que se recupere pronto.
—Gracias, Maurice —se incorporó—. Debo irme, creo que la junta en mi salón ya acabó. Te veo en el receso.
—¿Seguro de querer desayunar con nosotros?
—¿Qué te hace creer que no querría en mi mesa al chico que le partió la cara a Jay? —reí viéndolo irse.
Rotor había sido insistente en su petición, solía darnos atisbos de querer convivir con nosotros más allá de pagar una deuda.
Me había vuelto un desconfiado, sin mi madre no podía evitar sentirme acogido por la soledad, aquello dio origen a nuevas inseguridades.
Sorprendentemente, Rotor ya no me transmitía esa sensación de recelo. Comencé a considerar hacerme su amigo.
[...]
Cyrus se la pasó platicando con cada miembro del equipo deportivo. Yo tan solo me limitaba a soltar ingeniosas bromas cada cierto tiempo, sonreí orgulloso al percatarme de que había logrado encajar con ellos, principalmente con la morsa.
Cada uno volvió a su aula, por casualidad, volvimos a juntarnos en la salida y proseguimos a irnos caminando a casa.
—¿Por qué no mejor vienes descalzo? —se mofó al ver mis tenis—. ¿En verdad eso te sucede siempre que corres?
—Estoy a dos pares más de dejar a mi familia en bancarrota —reí.
—¿Cuándo pasa eso? Nunca te he visto corriendo.
—No me gusta hacerlo, termino asustando a todos.
—¿Y qué lo que digan los demás? Ya quisiera poder correr a esa velocidad, sería un running back legendario —dibujé una sonrisa ladina—. ¿Y también eres igual de rápido en las demás cosas? ¿Si te digo una multiplicación de seis dígitos puedes hacerla más rápido que el resto?
—No funciona así —respondí.
—Hay muchos seises en matemáticas que lo confirman —burló Cyrus.
[...]
Cyrus y yo nos la pasamos el resto de la semana en compañía de Rotor. Era un gran sujeto después de todo.
Era lunes nuevamente. Bostecé cansado de la rutina, aún aferrado a la almohada, me di la vuelta y abrí un ojo.
El sueño se apartó de mí en tan solo un segundo. Tenía diez minutos para ducharme, cambiarme y hacerme el almuerzo.
Salí de la cama de un salto, corrí hasta la regadera, abrí una de las llaves y el agua fría me sacó un respingo. Con mucha fuerza de voluntad, me metí a la ducha, no había tenido tiempo para encender el calentador.
Terminé con mi baño lo más antes posible, llegué apresurado a mi cuarto. Me coloqué el uniforme sin brindarle atención, quedando totalmente desaliñado. Ajusté mis zapatos y corrí por las escaleras, ya no alcanzaré mi autobús, no tengo tiempo para el desayuno.
Abrí la puerta con brusquedad, cerré abruptamente y aceleré sin mirar al frente. Mi cuerpo se impactó sutilmente con el pecho de un erizo de mediana edad, sus púas presentaban un color azul claro. Me aparté y alcé la vista, traía una caja alargada en sus manos.
—¿Tío Chuck?
Éste me miró y dibujó una curva en sus labios.
—Justo a ti quería ver —me incorporé.
—Voy tarde a la escuela —intenté terminar la conversación.
—Me lo agradecerás —me entregó la caja.
Dubitativo, la abrí. Enarqué mis cejas al notar la existencia de un par de tenis rojos con una franja blanca.
—Gracias, gracias, gracias, Tío Chuck. Pero en verdad llevó prisa —traté de retirarme. Él me tomó del hombro.
—Pruebátelos —ordenó.
Resignado, me senté en la acera y me coloqué el calzado. Debía admitir que eran cómodos, o quizá todo me parecía cómodo después de pasar tanto tiempo con una suela que prácticamente me permitía sentir el áspero piso.
—Corre —pidió al verme de pie con ellos.
—Justo eso iba a hacer, voy tardísimo.
Agradecí nuevamente y di media vuelta para empezar a trotar siguiendo la ruta del autobús.
—No, no —frené ante su exclamación—. Corre —enfatizó.
Miré mis pies por unos segundos, llevé la vista hacia enfrente y me quedé quieto. ¿Estaba entendiendo mal o él realmente le estaba diciendo tal incoherencia?
Suspiré y cerré mis ojos. Encorvé mi espalda y flexioné mis rodillas.
Me desplacé con mi inusual velocidad por al menos siete metros, paré. Levanté uno de mis pies del suelo y observé incrédulo su estado incólume, ninguno de mis anteriores calzados habían soportado un pequeño desliz de tal aceleración.
—Sé que tardé, pero es muy difícil encontrar algo que pueda aguantar tus carreras... Feliz cumpleaños, muchacho.
Miré a mi tío con una mueca de sorpresa, mis comisuras se levantaron y una sonrisa se trazó en mi rostro.
Volví a dirigir mi vista al camino y salí corriendo a toda velocidad en dirección a la escuela.
Escrito: 29/09/2019.
Publicado: 19/09/2020.
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