1.13 | Perfidia inconsciente
Rob la paseaba tomándola de la mano, sus delgados dedos se escurrían entre los suyos. Amy escrutaba a cada individuo que se le atravesara, todos hablando de un tema en común, la efectiva respuesta de la milicia.
Pronto los rumores y el despilfarre de información comenzó entre los refugiados que Rob protegía. No se sabía con exactitud cómo, pero se conocía a los autores intelectuales del triunfo, entre ellos, la princesa Sally Alicia Acorn.
La gran parte seguía sin poder creer la gran capacidad de liderazgo de la menor. Pero su aparición no era lo único que captaba la atención de las masas, también la desbordante cantidad de historias que su llegada acarreaba. Comenzaron a filtrarse entre los soldados y, en cuestión de horas, refugiados.
Aquella información se trangiversó, algunos agregaban datos ficticios, otros tantos escépticos la minimizaban hasta hacerla parecer como un cúmulo sin importancia.
En el reino Acorn se había establecido una fuerte resistencia bajo el nombre de Freedom Fighters, estaba constituida por miembros con inimaginables capacidades.
Los más lunáticos defendían la idea de que el Rey Maximillian había previsto esta lucha y los Freedom Fighters era un organismo gubernamental encubierto. El resto rechazaba la idea rotundamente, argumentando que se trataba de seres comunes y corrientes con un gran desarrollo en sus respectivos campos.
Pero el tópico que no paraba de ser sonado de boca en boca era la existencia de un guerrero excepcional, algunos lo nombraban como Speed Demon, Blue Blur o simplemente, La Cosa Viva Más Rápida. No se conocían detalles exactos sobre él, edad, formación, lugar de nacimiento; lo único que tenían por seguro es el impacto positivo que estaba causando en la guerra.
—Rob —llamó—, la princesa se quedará por más días ¿no? —Indagó.
—No lo sé, Amy. Pero al menos seguirá aquí mañana por la mañana —aseguró—. ¿Por qué la pregunta?
—Porque si en algún momento llama a Blue Blur, quizá él venga a ayudarnos también —hipotisó.
Rob rio enternecido, paró de caminar y se agachó a su altura. Su prima vivía con miedo al igual que el resto de los civiles, el hecho de enterarse de la existencia de un héroe que estuviera estropeando los planes de Robotnik le transmitía un calor confortable, proveniente de un rayo de esperanza.
—Tal vez, pero no puedes esperar ser salvada siempre —se irguió—. Aún eres pequeña, pero hay un par de trucos que puedes empezar a practicar —tendió su mano, ella la asió.
[...]
Maurice.
Caminé adolorido por Knothole, apenas llegar había acudido al médico local, lo visitaba con tanta frecuencia que había llegado a apodarle El Doctor Cuak. ¿Hace falta explicar que es un pato?
Deambulé cojeando por el campamento mientras mis brazos dolían por el esfuerzo y mis heridas ardían debajo de los vendajes y gasas. Estaba enfadado, Rotor me había dejado a mi suerte.
Había pasado un fuerte dolor para subir a nuestro centro de operaciones, el sufrimiento fue en vano, ni él ni Cyrus estaban allí.
La noche me impedía preguntar a los lugareños por ellos, todos ya yacían dormidos. A lo lejos, observé a Antoine corriendo torpemente cargando un enredo de cables, posteriormente se internó en una de las cabañas pertenecientes a los militares.
Curioso, me acerqué al inmueble, las ventanas estaban cerradas y cubiertas por tablas.
—¿Hay alguna forma de despertarlo? —escuché la voz de Rotor.
Enserié el semblante y abrí la puerta con ultranza, dispuesto a reclamarle sobre su ausencia. Entré.
—¡Espero que tengas una muy, pero muy buena razón para haberme- —cesé al mirar el interior de la morada.
Rotor, Cyrus, Antoine y el médico militar permanecían rodeando una alta mesa de madera en la que descansaba un robian.
—¡¿Qué demo- —la morsa se me acercó rápidamente para tapar mi boca.
—No grites, es muy tarde, al resto no les será muy difícil escucharte —pidió.
—¿Qué hacen con un robian aquí? ¿Se golpearon en la cabeza o algo?
—Yo sí —terció Antoine.
Ninguno me respondió, la morsa volvió a su posición, situándose junto al coyote mientras Cyrus y el médico militar intercambiaban miradas nerviosas.
—Estabamos intentando reestablecer la energía cuando este sujeto salió de la nada —expuso el león—, por accidente Antoine le provocó una sobretensión. No nos ha dado respuesta alguna desde eso.
Deposité mi vista en el coyote, al instante levantó las manos a la altura de su cabeza en señal de inocencia.
—No fue mi intención —balbuceó—, a, además ya, ya la pagué, me electrocuté también, estamos a mano —explicó en casi galimatías.
—¿Saben si está vivo aún? —Inquirí volviendo a ellos.
—No lo sabemos —respondió Cyrus.
Escudriñé el cuerpo sobre la mesa, era un adulto de no más de cincuenta, de complexión delgada y estatura promedio. Era un ser vivo, alguien con una personalidad por detrás de ese metal, y ahora ni siquiera sabíamos si lidiábamos con su cadáver o no.
—Sinceramente, no creo que lo esté —intervino el médico militar—. Por lo que sé, la fuente de energía de los robians es la propia energía vital del anfitrión. Si la parte cibernética no responde, no tengo muchas esperanzas en que la orgánica lo haga.
El erizo agachó la mirada y apretó su entrecejo con sus dedos índice y pulgar. Brindó un leve masaje en la zona y levantó la cabeza.
—¿Cómo explicaremos esto? —Lamentó.
—Fue un accidente, Maurice —insistió la morsa.
—Y no digo que no lo fuera, pero no creo que algún civil lo apruebe. Las muertes son lo que nos hacen diferentes a la milicia.
—Entonces nadie tiene por qué enterarse —premisó el militar. Maurice frunció el ceño.
—Mentirles no es una opción. Eventualmente traerá más problemas.
—No necesariamente es mentir —apoyó el león—, manejémoslo como un secreto.
—¿Qué? —Interrogó incrédulo. Miró en dirección a la morsa— Rotor, dime que tú no perdiste la cabeza.
—Creo que Cyrus no está equivocado del todo, aún no es seguro que esté muerto. No diremos nada, al menos no lo haremos mientras no tengamos pruebas —terció.
—Al menos su familia debería de tener el derecho de saberlo —defendió.
—¿Y qué te hace creer que su familia no comentará nada? No puedes comprar su silencio, solo crearás histeria colectiva. Repetirás el mismo error —el uniformado posó su mano sobre el hombro del cobalto—. Tienes una buena intención, pero aún necesitas formar tu carácter. Batallar contra Robotnik no significa madurar, te queda mucho que aprender.
[...]
Volvió a su "centro de operaciones", se encerró en éste y jugó rebotando una pelota contra las paredes como único medio de distracción, se sentía abrumado.
El radio sonó con dificultad, Maurice arrugó la frente confuso. Caminó hasta el artefacto y giró las perillas hasta lograr aclarar la señal.
—¿Hola? —Contestó.
Del otro lado de la línea, Sally contuvo la respiración, formó una mueca de alivio y dejó escapar un suspiro.
—D. R. S. Z. M. A. H. D. M —deletreó.
—¿Podemos dejar de hablarnos en códigos ya?
—M. N.
—Okey, eso sí lo entendí. Pero dudo mucho que a alguien le sirva interceptar nuestra conversación.
—¿Por qué tienes que ser tan terco?
—La terquedad ya venía incluida en el paquete —bromeó.
—¿Están bien? ¿Cómo les fue?
—Bien —observó su vendaje en la muñeca, el cual comenzaba a tornarse rojizo—, nada de qué preocuparse —el recuerdo del agua salada quemando su pecho profanó su mente—. Todo está bajo control.
—Me alegra oír eso. Debo de irme, no podemos hablar por mucho tiempo.
—¿No hay ninguna manera de platicar sin tener que hablar en códigos que me hagan sentir como un analfabeto?
—Podemos discutirlo otro día.
—Necesito hablar contigo —Sally dejó escapar una exhalación.
—Ve por algo para escribir —inconscientemente, el erizo dibujó una sonrisa en su rostro—. ¿Listo? QBF QVNF, RAGERTNE CEBIVFVBARF, PNEGN.
—¿Te parece que hablo ruso?
—Espero que lo descifres tú y no Cyrus o Rotor. Suerte.
Maurice chasqueó la lengua, pese a que aborrecía el método, agradecía que Sally le obsequiara la excusa perfecta para mantener a su mente ocupada.
[...]
Rotor y Cyrus escrutaban al erizo, quien descansaba sentado en el piso, recargando su espalda en la pared. Maurice seguía sin dirigirles la mirada, mucho menos entablar una charla con ellos.
El león optó por guardar silencio, la relación que mantenía con el azulado se había deteriorado a tal grado que le impedía sentirse cómodo al hablarle de forma espontánea. Sin embargo, la morsa no solía aguantar durante mucho tiempo la culpabilidad que la ley del hielo le instalaba en su conciencia.
—¡De acuerdo! ¡Lo siento! —Maurice levantó la vista— Pero deja de fingir que esa hoja es lo único que coexiste contigo.
—No estoy ignorándolos, estoy concentrado intentando resolver otro de los códigos de Sally —explicó.
—Si saben que romperse la cabeza mutuamente con códigos no es lo más romántico del mundo ¿verdad?
—Ya localicé lo que asumo son A y E, se repiten con frecuencia, pero sigo sin saber cómo relacionar el resto. A es equivalente a N y E a R.
—¿Ya probaste con el cifrado César? —Terció Cyrus.
—¿Olvidas que tú eras quien respondía los exámenes? —Planteó retóricamente.
—En ese modelo Julio César dividía el alfabeto en dos mitades de trece letras cada una —anduvo hasta el erizo, tomó su lápiz y escribió sobre el folio—. De modo que:
a→n, b→o, c→p, d→q, e→r, f→s, g→t, h→u, i→v, j→w, k→x, l→y, m→z.
Maurice asió el tubular de madera y transcribió el mensaje con el grafito. Pronto las letras se ordenaron para formar palabras coherentes.
Dos días. Entregar provisiones. Carta.
El erizo curveó sus labios, pese a que había hecho caso omiso a las instrucciones de Sally, lo había descifrado. Entendía el porqué del código, si Eggman interceptaba la señal podría jugar la misma carta al adelantarse a atacar.
En dos días un nuevo avión logístico saldría con dirección a Mercia para entregar más provisiones y, si el erizo lo pedía, también cartas.
—¿Y bien? ¿Qué dice? —Indagó el león.
—Gracias, Cyrus —evitó.
El de orbes verdes se incorporó del suelo, tomó una hoja más y se dirigió a la puerta. El chico de pelaje garzo situó su extremidad derecha sobre la perilla, intentó girarla, una breve sensación de ardor lo invadió e instantáneamente quitó la mano, para luego cambiarla por la izquierda.
Rotor, extrañado por el comportamiento de su amigo, arrugó el entrecejo y entreabrió los labios.
—¿Aún te sigue doliendo? —Interrogó.
—Doc dijo que debería de darle un reposo a mi mano.
—¿Reposo? ¿Pues qué te pasó?
—En resumen, me suturó —abrió la puerta—. Considérenme zurdo por los próximos días.
Maurice abandonó el habitáculo, Cyrus torció la boca con inconformidad. Rotor bufó frustrado. Aun si habían conseguido tener una conversación los tres, el sentimiento de rechazo seguía presente en el ambiente.
—Dudo que el enojo se le haya pasado para mañana —compartió derrotado.
—Vete acostumbrando, él lleva casi un mes evitándome.
Cyrus dio la vuelta, encendió la computadora para iniciar su búsqueda en los archivos de Robotnik. Por ahora lo único que venía a su mente era analizar plano por plano hasta hallar algo que le funcionara.
—Creo que deberemos de hacer un muy buen trabajo con el robian si queremos componer nuestra amistad.
Mientras los píxeles del monitor se iluminaban en la pantalla de inicio, las palabras de Rotor causaron una lluvia de ideas en el cerebro de Cyrus. Y de pronto, ni la luz del computador igualó a los refulgentes iris del león.
—Te va a sonar descabellado —advirtió girándose hacia la morsa—, pero creo que ya sé cómo salir de este embrollo.
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Rob y Mari-An permanecían sentados en el bordo de un peñasco. Desde arriba conseguían una amplia visión del refugio en el que habitaban. Tenían el apoyo del ejército en la zona noreste y sureste, los propios refugiados tendrían que encargarse de la vigilancia del hemisferio restante.
El erizo oteaba al poblado, sujetando fuertemente su arco con su mano izquierda. Su pareja replicaba su comportamiento, llevando entre sus manos una linterna sorda y, en su rostro, una mueca de preocupación.
—¿Crees que Amy se despierte?
—Espero que no. De cualquier modo, le pedí a la señora de enfrente que eche un vistazo de vez en cuando.
—Debiste de haberle quitado el sueño.
—Prefiero una noche sin dormir a que Amy ande paseándose por el refugio a estas horas de la noche.
Ambos fueron consumidos por el sonete de la noche, el viento soplaba, las hojas de los árboles se sacudían y los grillos tocaban la banda sonora del manto nocturno.
—Rob... ¿Qué harás con ella?
—¿Con Amy?
—¿No hay nadie más de tú familia que quisiera cuidarla? —Él frunció la frente sin apartar su vista del horizonte— ¿O nosotros la-.
—No me siento listo para actuar como un padre, Mari-An.
—Pero ¿entonces qué pasará con ella? Es tan solo una niña, necesita a alguien que la críe.
Rob ladeó la cabeza, una brillante luz ámbar se desplazaba desde la diestra. Aunque se encontrara lejos, seguía representando un peligro para los habitantes.
—¿Sabes si los militares harían algún recorrido en el perímetro? —Preguntó señalando en dirección del orbe.
Mari-An se levantó e intercambió miradas con su pareja. Decididos, ambos se dirigieron hacia la anomalía con un solo propósito.
—Uno de nosotros debería volver, en el peor de los casos, alguno tendrá que cuidar a Amy.
—Si esa cosa nos pasa, ya no habrá a quién cuidar.
El par recorrió veloz por el extenso terreno, frenaron a varios metros de distancia, se resguardaron detrás de la maleza. Rob asió uno de sus proyectiles, lo colocó sobre el reposaflechas del arco, contuvo la respiración mientras apuntaba y estiró la cuerda.
Su vista quedaba sobre la espalda metálica de un robot, aún dubitativo en si se trataba de un swatbot o un robian, no disparó. No obstante, el ser se giró.
Rob dejó de tensar la cuerda y bajó su arco. Mari-An tomó una profunda calada de aire sin dar fe de lo que sus ojos eran testigos. Un robian enchapado en metal bruñido, a diferencia del resto, poseía una notable variación en su pierna. Desde la rodilla hasta la planta del pie parecían estar cubiertos por placas metálicas con un grosor mayor al resto.
—¿Richard?
Escrito: 31/03/2020.
Publicado: 12/12/2020.
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