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2 julio 1990

Todo marchaba de maravilla,  los cubiertos se escuchaban chocando contra la vajilla, las risas inundaban el lugar y las anécdotas no podían hacer falta.
Todo marchaba de maravilla excepto ella, su mente divagaba y su expresión se mantenía seria, no sabía cómo decírselos, ¿Cómo reaccionarían? Estaba volviéndose loca y un ataque de ansiedad le comenzaba a recorrer el pecho.

—¿Qué sucede cariño? No has tocado tu comida en toda la cena—irrumpió su madre en sus pensamientos haciendo que ella levantara la mirada.

—Vamos mamá, aquí en Corea las dietas son muy comunes—habló Amber, su hermana—Todo es muy diferente a Londres.

Amelie lo sabía, sabía que ella se había dado cuenta de que algo andaba mal y estaba cubriéndola justo en ese momento, la conocía mejor que nadie, mejor de lo que ella se conocía. Pero esta vez. En esta ocasión su padre no sé lo  permitió.

—No creo que sea eso, Amber—dijo tornándose serio—Amelie, ¿Hay algo que quieras decirnos? ¿Qué te tiene tan preocupada y distante?

Habló acomodándose en la silla, dejando los cubiertos sobre la mesa.

—¿Pasó algo, monstruo?—murmuró la rubia con notable preocupación, llamándole por su sobrenombre.

—Yo...

—Vamos querida, puedes hablar con nosotros—dijo su madre transmitiéndole un poco más de confianza en sí misma.

—Lo que sucede es que...—lo dudo un montón, las palabras parecían esconderse para no ser jamás pronunciadas, su respiración cada vez era más acelerada—Lo siento—soltó afligida.

—Hija, ¿Qué hiciste para disculparte así tan de pronto?—dijo su madre con sorpresa, quien miró a su esposo confundida y angustiada.

—Yo no lo quería de esta manera, lo juro—continuó la rubia causando más confusión a los otros tres presentes—No creí que, las cosas se darían así y...

—¿Qué no querías?—habló su padre—¿Qué hiciste, Amelie?

—Yo...

—Tú...¿Qué?—cuestionó siendo muy insistente. Amelie podía sentir como sus ojos perforaban su cuerpo.

—Es que papá, yo...

—¡Habla ya, por el amor de Dios!—exclamó  levantando un poco la voz.

—Estoy embarazada.

Y simplemente lo dijo.
El estupor en sus rostros era innegable.

—A ver, creo que no escuché bien—respiró tratando de calmarse—¿Qué rayos acabas de decir?—habló nuevamente sin poder creer una sola palabra de lo que su querida hija había dicho.

—Como lo escuchaste papá, estoy embarazada.

—Eso no puede ser posible, sólo es un malentendido—habló Amber riendo nerviosa, tratando de aligerar la tensión —Seguro sólo es un retraso, monstruo. Estás siendo muy paranoica.

—No. También creí que lo estaba siendo, pero me hice el test de embarazo dos veces, después de unos días fui al médico para corroborar que fuera cierto y lo fue...—río con incredulidad—Voy a tener un bebé.

El silencio reino por todo el cuarto. Una fuerte tensión los cubrió por completo.

—Rebecca, ¿Qué hora es? Debemos irnos—dijo su padre levantándose repentinamente de la silla.

—¡Papá!—lo llamo suplicante.

—Frank, por favor. Es tu hija.

—¡No, Rebecca! No—soltó casi gritando—¡Le dimos todo!—clamó mirando a su esposa, luego la miró a ella—Cuando quisiste venir a estudiar aquí, no te lo negué porque siempre quise lo mejor para ti y tu hermana, ¡¿Y así es como me pagas?!

—Padre...—murmuró Amber rodando los ojos.

—¿Al menos sabes quién demonios es el padre de la criatura que llevas ahí dentro? ¿Lo conoces bien?

Cuestionó y automáticamente las miradas fueron a ella.

—No. No lo conozco lo suficiente, fue...sólo, sólo fue de una noche.

—¡Mierda!—gritó botando todo lo que estaba arriba de la mesa, las tres mujeres se levantaron automáticamente, los cristales quedaron regados por todo el suelo—¡MIERDA!—volvió a gritar haciendo que las venas de su cuello sobresaltaran y su rostro se pusiera rojo.

—Mamá...—le habló a la mujer, quien no sabía de qué manera reaccionar en este momento.

—¡Estoy tan decepcionado de ti!—interrumpió Frank.

—¿Por qué? ¡¿Por qué ya no soy tu niña pequeña?!—respondió dejando que las lágrimas fluyeran—¿Por qué cometí un error?

—Hay de errores a errores. No te reconozco, Amelie. No reconozco a mi propia hija.

—Soy yo—murmuró casi sollozando—Soy tu hija y te amo. Y se que debe ser muy difícil para ustedes, pero yo también estoy asustada. Necesito que mi papi me abrace y me diga que todo va a estar bien.

—Rebecca, nos vamos—soltó tomando su abrigo.

—No, no—negó comenzando a sentirse lo suficientemente angustiada.

—Frank, por favor. Mira cómo está la niña—le pidió su esposa.

—Dije, nos vamos. Amber toma tus cosas—pero la rubia ni siquiera se inmutó.

—¡Amber!

—No—soltó tomando a Amelie por lo hombros—Me voy a quedar con mi hermana.

—Como quieras—soltó saliendo del departamento hecho una furia con su madre detrás.

El mutismo fue lo único presente. La rubia secó sus lágrimas bruscamente con la manga de su sudadera, y aún sintiéndose bastante afectada se agachó para poder recoger todos los pedazos de vidrio que adornaban el piso de madera.

—Melie—susurró su hermana mayor tomándola de los hombros.

—Qué desastre—habló sin detener su acción—Mamá me compró esta vajilla cuando le dije que me vendría a vivir sola mientras terminaba la universidad. Y ahora está hecha mil pedazos.

—Amelie...—le nombró obligándole a parar.

—Maldición, Amber. ¿Por qué hice eso? ¿En qué rayos estaba pensando cuando me metí con él?

—No lo sé. Tal vez no estabas pensando—le dijo la chica—Como sea, eso no importa ahora. Lo importante es ese pequeño que ahora crece en tu vientre.

—No puedo hacerlo, Amber. No me creo capaz de...

—No, Amelie no. Eres capaz de eso y más—le interrumpió mirándole fijo—Yo voy a ayudarte a criarlo, Eufemia va a ayudarte, no estás sola. Papá y mamá actuaron así porque la noticia les causó una impresión enorme, pero hablaré con ellos y veras que con el tiempo lo van a asimilar. Su niña tendrá un bebé, nos tomaste por sorpresa.

—No, esta vez será diferente. Ya no soy una niña.

—Para ellos siempre seguirás siéndolo, siempre nos han apoyado y lo harán otra vez, sólo démosles tiempo. Por ahora, hay que organizar ciertas cosas. Debo encontrarte un lugar nuevo para que mi sobrino y tú vivan cómodamente, no puedes tener a ese pequeño viviendo en un cuarto de azotea.

Mencionó haciendo que la otra riese.

—Es verdad.

—¿Has pensado que hacer respecto a la universidad?

—Bueno, obviamente la dejaré. Buscaré un empleo, y...

—Y ese chico deberá pagar al menos la mitad de los gastos.

—Respecto a eso...

—¿Qué? ¡¿No se lo has dicho, monstruo?!—cuestiono exaltada.

—La ultima vez que lo vi fue la noche en que dormimos juntos. Además, ¿Qué hará cuando se entere? Seguro no querrá hacerse responsable.

—Eso no lo sabes, hasta que se lo digas.

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