Preparativos para la cena
Eliza caminaba en circulos mientras miraba al suelo, ya había pasado un día desde que recibió la carta de Jefferson. Obviamente sin que su esposo se enterara de la situación, de lo contrario se armaría un desastre y era lo que la pelinegra menos quería.
Hablando de Alexander...
El día anterior, cuando el caribeño se quedó todo el día con sus hijos en el parque y regresaron Alexander se acercó a su mujer y le pidió perdón por su falta de atención a la familia, ella lo perdonó casi la instante, estaba tan enamorada de él que no podía estar tanto tiempo enojada con su esposo. Y ahora que ya estaban reconciliados no quería hecharlo a perder por su nueva amistad con Jefferson. Aunque si lo pensaba mejor no era muy dificil el escapar de su marido, podría decirle que saldría un rato con los niños y listo, pero Alex no era estúpido, así que tendría que pensar en una mejor excusa, y más le valía pensar en algo rápido, estando a un día de tan dichosa cena con Thomas.
Para despejar su mente un momento le avisó a una de las sirvientas que saldría a dar un paseo por algunos minutos, después de informar su salida de su hogar se dispuso a caminar por las calles de la ciudad a la vez que observaba a sus alrededores, tal vez podría comprar algunas cosas faltantes en casa y así pensar de forma más calmada sobre su actual situación.
Al estar cerca del mercado fue aproximandose a los puestos de fruta y de más, saludando con amabilidad a quien estuviera cerca. Se dispuso a comprar cuando escuchó voces a su alrededor que parecían ser todo menos discretas.
"¿Escuchaste sobre el otro día? Es inimaginable"
"Parece que el señor Hamilton no es tan bueno como aparenta"
"Pobre mujer, no se merece algo así"
Al girarse todo el ruido se detuvo y las personas miraron hacia otro lado, fingiendo indeferencia. Eliza se quedó confundida, pero no prestó más atención y continuó con sus compras, ignorando a los testigos del ingreso de María a su hogar cuando estuvo ausente.
"No tengo tiempo para decirte la causa de mis problemas actuales; sólo que el señor Reynolds le ha escrito esta mañana y no sé si ha recibido la carta o no. Ha jurado que si no contesta, si no ve o no tiene noticias suyas hoy le escribirá a la señora Hamilton.
Él acaba de salir y estoy sola. Creo que será mejor que venga aquí un momento para que conozca la causa, entonces sabrás mejor cómo actuar.
Oh, Dios mío, siento más por ti que por mí misma y desearía nunca haber nacido para darte tanta infelicidad. No le responda; ni siquiera una línea.
Venga aquí pronto. No envíe ni deje nada en su poder".
Atte: María R.
Alexander se llevó una mano a su cabello y tiró del mismo con frustración al releer por tercera vez la carta que había recibido esa mañana justo después de salir de casa en dirección al trabajo, y menos mal la recibió antes de que se le notificara a su mujer. Se armaría un gran alboroto si ella se enteraba de su gran secreto con aquella otra mujer.
La carta era más que obvia con lo que quería transmitir, si no le pagaba pronto a James Eliza se enteraría de su amorio con María, y no podía permitirse eso. Conociendo a su esposa esta se lo contaría a Angélica, y sabiendo la actitud de esta lo buscaría y le daría un gran sermón junto a una gran paliza, y lo revelaría a los cuatro vientos, exponiendolo como un infiel descarado. Entonces lo despedirían de su trabajo, seguramente Eliza le pediría el divorcio y se alejaría junto a su hermana y sus hijos, sería juzgado por todos en la ciudad y probablemente el país. Su legado estaría hecho trizas.
Escondió la carta entre todo el papeleo en su escritorio y se dirigió donde el presidente Washington para pedirle permiso para salir unos momentos de su puesto con la excusa de "visitar a su esposa enferma". El presidente accedió al poco tiempo.
-Mandale saludos a tu esposa de mi parte, hijo- Dijo con una sonrisa conprensiva.
Y ni siquiera tuvo tiempo de corregirse cuando Hamilton se retiró del lugar a toda prisa.
Alexander rezaba porque Reynolds aún estuviera fuera de casa para poder ver a María sin ningún problema.
Mientras tanto, en el mismo lugar, Madison fruncía el ceño ante la confesión hecha por Jefferson pocos minutos atrás. Sí, le había contado sobre sus conversaciones con la mediana Schuyler, y este no lo procesó de la mejor manera.
-Thomas, estás loco-
Fue lo único que dijo, provocando que Jefferson rodase los ojos con fastidio.
-Por favor Jemmie, ¿Porqué estaría loco al invitarla a cenar?- Preguntó con una sonrisa a la vez que jugaba con una pluma.
-Permíteme explicartelo- James aclaró su garganta ─Hablas con Elizabeth HAMILTON Schuyler- Habló apoyando ambas manos sobre el escritorio de la oficina. -Repítete la pregunta Thomas, ¿Porqué estarías loco al enviarle cartas a la esposa de Alexander, y sobre todo, por invitarla a cenar?-
Thomas estuvo a punto de contestar pero fue interrumpido por el menor.
-Porque, oh sorpresa, es SU esposa- Finalizó fulminandolo con la mirada.
El virginiano quiso hablar de nuevo, pero esta vez las palabras no salieron de su boca, comenzaba a ponerse muy nervioso y a sudar frio. James sonrió con burla hacia su amigo.
-¿Ves? Ya estás pensandolo mejor y a darte cuenta de que estoy en lo cierto cuando digo que enloqueciste- Thomas negó con la cabeza y esta vez fue Madison quien rodó ambos ojos.
-¡N-no estoy loco!- Exclamó con nervios, a lo cual Madison asintió.
-Tienes razón, no estás loco- Aquello confundió al sureño y ladeó la cabeza, sin entender -Lo que pasa es que eres suicida- Dijo el, y Thomas se exaltó con más confusión.
-¿¡Ahora porqué!?- Preguntó frunciendo el ceño.
-Conoces a Hamilton y sabes lo impulsivo que es, si se entera que hablas con su esposa te matará, y probablemente discutirá con Elizabeth- Explicó -¿Sabes en qué problema meterías a los dos? Muy probablemente Alexander gritará a los cuatro vientos que intentaste hacerle algo a su esposa, como seducirla o algo así-.
Y cuando Thomas estuvo a punto de hablar, fue interrumpido de nuevo por James.
-Y hablando enserio...- Este miró a su amigo con duda -¿Porqué de repente hablas con la señora Hamilton?- Preguntó entrelazando sus manos, apoyando su mentón en ellas, poniendo todavía más nervioso a Thomas.
-Porqué... ¿Es una agradable persona?- Al ver como Madison arqueaba una ceja este tragó saliva.
-¿Es todo?- Dijo, alentandolo a que siguiera.
-Y... Porque somos amigos- James hizo el mismo gesto y el continuó -Y porque es una mujer muy simpática- El solo recuerdo de Elizabeth hizo que se ruborizara. Mads notó esto y sonrió al comprender lo que pasaba con su mejor amigo, pero para estar seguro le pondría una trampilla.
-¿Y porque te gusta?-.
-Y porque me gusta- Bingo.
Al darse cuenta de su error este se sobresaltó y negó repetidas veces con la cabeza mientras que James cantaba victoria en su cabeza al haberlo descubierto. Esto sería tan divertido.
Eliza regresaba a su hogar al pasar de una hora, llegó con algunas cosas nuevas para la casa al toparse con algunos puestos nuevos en la ciudad. Al entrar en su hogar fue recibida por una de las sirvientas, quien cargaba a la pequeña Angélica en brazos, y a la adulta se le notaba un semblante de angustia.
-Señora, la estaba esperando- Eliza se acercó con una sonrisa, que desapareció al ver el semblante adolorido que su pequeña tenía plasmado en su rostro.
-¿Que es lo que sucede?- Preguntó tomando a su hija en brazos, quien se aferró a ella gimoteando ligeramente.
-No lo sé señora, de repente empezó a balbusear que sentía dolor- Esto preocupó a la pelinegra, que empezó a monitorear los signos vitales de su hija con temor -Como usted no estaba no supe si llamar a un médico o esperar a que llegara, ¿Quiere que llame a alguien ahora que está aquí?-.
Eliza estuvo a punto de responder que sí, pero entonces una idea vino a su mente. Esa era la excusa perfecta para salir mañana.
-No será necesario- Habló al cabo de unos segundos, se dió la vuelta, dispuesta a subir con su hija a su habitación, pero antes, se giró de nuevo a la sirvienta -Mañana mismo la llevaré al médico personalmente, hagame un favor y suba algo de leche caliente a mi habitación por favor- Al recibir una respuesta afirmativa ahora sí subió a su recamara, siendo acompañada al poco tiempo por el pequeño Phillip, quien preguntaba por el estado de su hermana menor. Y Eliza se encargó de calmarlo, diciendo que estaría mejor pronto.
En cuanto la sirvienta subió aquel vaso con leche caliente sirvió un poco en el biberón de su hija, notando que esta la bebía haciendo breves muecas, por lo tanto, Eliza pudo deducir que se trataba de un dolor de dientes, tal vez porque estos continuaban creciendo, esto la tranquilizó, pero aún así a primera hora del día siguiente llevaría a su hija con algún medico, al igual que a Phillip, solo para a asegurarse de que estuvieran sanos. Quizá debía desistir de la invitación de Jefferson, la salud de sus hijos estaba sobre todas las cosas. Le escribiría después.
Y así las horas pasaron en el hogar Hamilton-Schuyler, hasta que llegó la hora de la cena, donde Eliza y sus dos hijos se disponían a cenar con tranquilidad, al menos hasta que el sonido de la puerta principal abriendose se hizo presente, llamando la atención de los residentes de la casa, que Eliza o alguna sirvienta recordara nadie más tenía las llaves de la casa, y ningún otro familiar tenía copias de sus llaves, la azabache temió, ¿Se trataría de algún ladrón?
-Ya llegué- Dijo Alexander, adentrandose al comedor ante el aroma de la cena recién servida, aliviando a su mujer, quien se levantóbde su lugar para darle la bienvenida a su esposo.
-Llegaste temprano hoy, cariño- Habló ella, dándole un corto beso en los labios a su marido, a la vez que se encargaba de despojarlo de su saco
-Me da tanto gusto, sientate querido, justo estamos por cenar, me imagino que por tanto trabajo debes estar hambriento-.
El caribeño negó con la cabeza antes de suspirar con cansancio.
-No tengo hambre hoy Betsey, tal vez mañana- Contestó después de haber saludado con un beso en la frente a sus hijos, recibiendo una mirada fulminante por parte de Eliza.
-Alexander- Llamó en un tono amenazante, haciendo que su esposo suspirase de nuevo.
-De acuerdo, de acuerdo, ¿Que hay de cenar?- Preguntó tomando asiento junto a su mujer, brindándole una apenas visible sonrisa para intentar disimular su agotamiento.
Alegres de que su padre se encontrara después de mucho tiempo en una cena con ellos, Angélica y Phillip (O más bien solo el varón, la pequeña apenas y podía formular palabras correctamente) se dedicaron a contarle su día a su padre, quien fingía escuchar a sus pequeños, ya que su mente estaba en otro lado en esos momentos. Pero aún así se podría decir que disfrutó su cena hasta que terminó, y vaya que lo hizo, ya que sin darse cuenta había comido tres platos.
-...¡Entonces, seré el mejor poeta de todos!- Exclama Phillip, mientras la sirvienta recogía su plato ya vacio
-¿Verdad papá?- Preguntó con un brillo en su mirada, que derritió el corazón de los adultos.
-Claro que sí hijo- Contestó -Sé que nos vas a sorprender algún día-.
-Y hasta que ese día llegue, el pequeño poeta debe de irse a descansar- Dijo Eliza, dando pequeñas risas. El infante hizo un puchero, provocando que Alexander rodase ambos ojos y hablase.
-Haz caso a tu madre hijo, ya es algo tarde como para que estés despierto- Eliza lo miró sonriente, al ver como Phillip obedecía a su habitación, acompañado de su hermana menor y una de las sirvientas.
Alexander estuvo por levantarse de su silla pero Eliza lo detuvo al tomarlo de la mano.
-Me alegra que hayas salido temprano del trabajo- Habló antes de levantarse sin soltar su mano -¿A que se debió que no te quedaras trabajando más tiempo?- Alex sudó frió, y no le quedó de otra más que mentir, por milésima vez. Hizo un gesto indignado.
-¿Es que no puedo pasar tiempo con mi hermosa esposa y mis hijos?- Preguntó con fingido enojo, causando risas en su esposa.
-No, no, está bien querido- Dijo aferrandose a su brazo, dandole un beso en la mejilla poco después -Anda, vayamos a dormir Alex- Propuso comenzando a caminar aún aferrada a el, pero Alexander negó.
-No puedo Eliza, aún tengo trabajo que terminar- Dijo rápidamente
-Además, no estoy cansado- Su esposa hizo un puchero y el supo que recibiría un sermón de su parte.
-Cariño, ¿Te haz visto en un espejo?- Tomó el rostro de su esposo entre sus brazos -Tienes muchas ojeras, y una mala postura cuando te sientas- Dijo con preocupación -Vamos Alex, solo esta noche, duerme conmigo- Más que pedido, fue casi una suplica, a Alexander no le gustaba ver a su esposa así, por lo que asintió.
-Bien, no trabajaré- Accedió, provocando una sonrisa en el rostro de su mujer -Pero, puedo aprovechar mi tiempo en otra cosa- El tono de su voz se tornó picaro de un momento a otro, sonrojando a la mujer, quien al poco tiempo cargó en sus brazos desprevenidamente haciendo que se aferrara a el nuevamente para no caer -Demosle a Phillip el hermanito que tanto quiere~-.
-¡A-alexander!- La azabache cubrió su rostro con vergüenza mientras era llevada por su marido hacia su habitación, esto mientras el se reía de la actitud apenada de su esposa.
Esa noche ambos volvieron a dormir juntos tal y como dijeron, sin que Eliza se imaginara que su marido solo quería librarse de la culpa al pasar gran parte del día acostandose con una mujer que no era su esposa, y gastando gran parte de su dinero en mantener sus constantes aventuras en el anonimato.
Al menos, por ahora.
-Hola:D
-Adios:D
*Volver a desparecer por mil años*
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