CAPÍTULO 02

Cuando Larissa decidió sacarle provecho a su acceso permanente al paddock para ir a ver a su papá al terminar la carrera, ella podría o no haber tenido la esperanza de poder cruzarse con Charles Leclerc. No es que en realidad lo hubiera podido reconocer sin el traje, siendo que jamás lo había visto más allá de un rápido vistazo.

Para su desgracia, no se encontró con nadie en el camino a los boxes de Mercedes.

Era evidente que su padre no estaba feliz. Sin embargo, la expresión de su rostro se vio inmediatamente ablandada en el momento en que vio a Larissa. La expresión de ella, por su parte, era algo más. Ella no sonreía, no abiertamente al menos, pero si su padre había notado que era lo más parecido que ella había actuado a ser realmente feliz desde que era una niña, no lo mencionó.

—Bien, tenías razón —dijo Larissa, cruzándose de los brazos con una sonrisa.

Él soltó una risa, amplia, una que hizo que uno de los mecánicos que iba pasando se girara a mirarlo. Toto no lo reprendió, pero la mirada que le dio le dejó claro al sujeto qué debería volver al trabajo. Y a varios metros de distancia de su hija, también, de preferencia. El mecánico se alejó inmediatamente.

—Te gustó la Fórmula Uno, ¿eh? —dijo él.

—Sí, señor Wolff —admitió ella a regañadientes.

— ¿Señor Wolff? Respétame, soy tu padre, Larissa —reprochó, con el ceño fruncido.

—Ya. Bueno. Solo pensé que quizá un reportero o dos que no se hayan dedicado adecuadamente a investigar tu vida personal, podrían tener algunas dudas respecto a que te diga "papi" en medio del paddock.

—Estoy seguro de que son capaces de verificar esa información antes de publicarla.

—Que sean capaces de hacerlo, no significa que lo harán. Yo, de entre todas las personas, sé eso.

La alegría del hombre se había desvanecido rápidamente ante la conversación con Larissa. Ella tampoco estaba ya del mejor humor tampoco, el rubor de sus mejillas y el destello de adrenalina en sus ojos empezaban a difuminarse, y ninguno de los dos tenía un ánimo particular para aligerar el ambiente.

—Entonces te gustó la carrera... —atinó a decir Toto.

Larissa suspiró. No importaba si había descubierto un nuevo interés por ese mundo, no había forma de que dejara de molestarle que el deporte fuera la muletilla de su padre y su manera de escapar de las conversaciones incómodas. Le concedía, sin embargo, que ese no era el momento o el lugar para hablar nuevamente sobre la situación de Larissa.

—Sí... Yo... Es una de las mejores cosas que he visto en mi vida. Es... Gracias, por invitarme a venir contigo.

—Sí, bueno, no ha sido uno de nuestros mejores desempeños, pero Russell lo hizo bastante bien durante la clasificación ayer e hizo lo mejor que pudo contra Red Bull y Ferrari...

—Oh. Sí. Y, mmm. ¿Dónde están los pilotos ahora? Los que no ganaron, por supuesto. Sé que los ganadores deben estar en entrevistas posteriores al podio y todo eso...

Él la miró, parcialmente confundido, parcialmente sospechoso.

— ¿Te interesa conocer a los pilotos? Puedo presentártelos ahora, ellos no deben tardar en aparecer por aquí. Todos los pilotos deben estar en camino de regreso a su garaje. Puede que te lleves bien con Russell. Tiene más o menos tu edad.

—Seguro... —respondió Larissa, siguiéndole la corriente a su padre. No le interesaba particularmente conocer a Russell y Hamilton, sí, seguro que eran celebridades tanto como el resto de los pilotos, pero ella había crecido en la misma casa que Toto Wolff, él era su padre... Podía considerarse inmune a los famosos, al menos si eran pilotos.

Ella solo había preguntado por los pilotos debido a su breve lapsus de autocontrol, era un milagro que no hubiera mencionado directamente a Leclerc o su padre habría enloquecido.

Ahora debía quedarse de pie allí y conocer a los dos protegidos de su padre, a quienes ella estaba segura de que él quería tanto como a ella y a su madre, juntas.

Resultó que Russell fue el primero en llegar. Y Larissa sabía quién era porque tenía el traje de piloto, y sabía que ese no era Hamilton. Ella al menos podía identificar a Hamilton.

De hecho, ella podía identificar a un total de tres pilotos activos: Verstappen, Hamilton y Alonso. Fin.

George Russell era alto para el estándar de la Fórmula 1. Bastante alto. Se acercó de inmediato a ellos cuando Toto le hizo un ademán para que fuera. Era atractivo, en teoría. Solo... Había algo ligeramente extraño en sus ojos que incomodaba un poco a Larissa.

—George, te presento a mi hija, Larissa, tiene tu edad. Ella estará viajando con nosotros esta temporada y colaborando con el departamento de medios —dijo Wolff—. Larissa, este es George Russell, es nuestra joven promesa aquí en Mercedes.

—Mucho gusto —atinó a decir Larissa—. Esa fue una buena carrera, felicidades.

Larissa de verdad esperaba que el chico hubiera tenido una buena carrera, porque no le había prestado atención en absoluto, ni a él ni a Hamilton. Su atención se había centrado constantemente en los primeros lugares y en los últimos, y Mercedes no había estado en ninguno de los dos. No debió haber metido la pata, a pesar de todo, porque ni su padre ni Russell hicieron muecas ante su respuesta.

—Gracias. No ha sido mi mejor desempeño y espero que mejore durante la temporada, una vez que recupere ritmo —comentó Russell. Bueno, sí, tenía ojos extraños, pero también tenía un acento inglés magnífico así que estaba bien compensado.

— ¿Todos los pilotos son así? —preguntó Larissa, sin poder evitarlo.

— ¿Así cómo? —preguntó Russell.

—Autoexigentes.

—Ah, bueno, no, solo los buenos lo somos.

—Me alegra que ambos se lleven bien —dijo Toto, repentinamente, poniendo su mano sobre el hombro de Russell, haciendo que se sobresaltara.

Bueno, Larissa podía concederle que su piloto no era tan terrible como había esperado. Todavía no era el piloto que ella quería ver en ese momento, pero tampoco estaba tan mal. Suponía.

Le dirigió una sonrisa complaciente a su padre y asintió con la cabeza.

—Sí, papá.

—Estupendo. Bueno, George, ¿podrías llevar a Larissa a mi oficina y esperar un momento con ella mientras termino un pequeño pendiente? —preguntó Toto.

George titubeó un segundo, antes de asentir con la cabeza.

—Sí, claro.

Y Larissa tenía toda la intención de negarse, decirle a su padre que podía esperar ahí un rato o incluso podía irse de regreso al hotel por su cuenta. Habría hecho eso, en serio, lo habría dicho, si no hubiera tenido un pensamiento intrusivo repentino que dio paso a una idea, que dio paso a una decisión impulsiva.

—Muchas gracias —dijo Larissa a George—. Jamás podría orientarme en este sitio, casi me pierdo camino a acá. Tengo un sentido de la orientación terrible.

Pequeña e inocente mentirita. Nadie tenía por qué saberlo.

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