CAPÍTULO 01

Objetivamente, Larissa sabía que debería estar un poco más emocionada. Al menos un poco. Ver un Grand Prix en persona era algo con lo que muchísima gente soñaba, pero ella todavía se sentía rencorosa del deporte tanto por su situación actual como por haber sido aquello que le robó la atención en su infancia.

Ni siquiera se había molestado en hacer acto de presencia en el paddock durante la clasificación y las pruebas, simplemente porque no se le exigía a ella como parte del equipo de medios. Estar presente en la carrera sí era, para su desgracia, una obligación. Aun así, ella se había reusado fervientemente a poner un solo pie en los boxes de Mercedes, a sabiendas del entusiasmo de su padre por presentarle a absolutamente todo el mundo y decirles a todos que le había conseguido un trabajo a su hija, una mujer de veinticinco años que había estado en el mercado laboral desde antes incluso de terminar la universidad.

Prefería no involucrarse en el mundo de la Fórmula 1 más de lo que se esperaba de ella.

Así, en lugar de acudir al recinto del equipo, ella se ofreció voluntaria para conseguir algunas tomas de entre el público, desde las gradas, lo que era probablemente el trabajo que nadie quería y que no tuvo ninguna dificultad en conseguir.

La primera carrera de la temporada era en el Circuito Internacional de Baréin. Donde, por cierto, casi todo el mundo hablaba árabe. Por supuesto había muchos que dominaban perfectamente el inglés, pero mientras estaba de pie entre la muchedumbre, esperando a que los autos salieran, Larissa no entendía ni una palabra de lo que decían a su alrededor.

Era la primera vez que iba a ver una carrera, y no le producía un particular entusiasmo. De igual forma, su trabajo allí no era más que tomar algunas fotos, videos o lo que pudiera, y quedarse ahí. No era a lo que estaba habituada, por supuesto, pero ella lo había pedido y debía ajustarse a ello. Incluso si sabía poco o nada sobre las carreras, apenas la información que había recogido en una capacitación rápida y lo que escuchó de su papá a lo largo de los años: las partes del proceso (pruebas, clasificación y carrera), que cambiaban de neumáticos, y, por supuesto, la obviedad suprema, que quien terminara las vueltas primero era el ganador.

No era demasiado un arte, si a ella le preguntaban.

Ella supo que era momento de que los autos salieran más por la reacción entusiasta de la gente a su alrededor que por haberlos visto en la gigantesca pantalla. Los autos desfilaron uno tras otro en las vueltas de formación, de forma irregular, para calentar las llantas, según Larissa había entendido.

Al frente estaba un auto de Red Bull, e incluso ella, desinformada como estaba, sabía que era el de Max Verstappen, el actual campeón del mundo. Detrás de él estaba un auto rojo de Ferrari, y no, ella no tenía idea de qué piloto lo conducía. Y finalmente atrás de ese, estaba un piloto de Mercedes, cuyo nombre escuchaba casi a diario de su padre junto con el de Hamilton, George Russell.

Salir de la carrera en tercera posición no estaba mal para Mercedes.

Pronto todos estuvieron en la formación designada.

Después el semáforo cambió a verde.

Y Larissa consideró por primera vez que quizá había cometido un error respecto a su percepción de la Fórmula 1.

Mist —susurró ella, en alemán. Nadie la escuchó, con todo el escándalo a su alrededor, con los gritos de fanáticos embravecidos y chismorreos entusiastas.

Nadie se había dado cuenta de que ese maldito segundo en que la luz se puso verde, en que los autos salieron a impresionante velocidad... El mundo cambió para siempre a sus ojos. Nunca lo había querido pensar, ni se le había ocurrido siquiera, pero parecía que eso sí que estaba en su herencia genética.

Podría haber vivido el resto de su vida sin saber lo mucho que amaría ver esos estúpidos carros dar vueltas en esa maldita pista, y habría vivido bien, pero no habría sido el destino que llevaba consigo, escrito en su sangre.

Se esforzó por mirar los autos cuando pasaron frente a ella, pero la vista se le emborronaba por instantes debido a la velocidad, y en el momento en que le fue posible, pasó a observar la pantalla.

Verstappen era el más rápido. Nada que ella no habría esperado. El auto de Ferrari, que aparentemente era de Leclerc, si había que creerle a la pantalla, era el que le seguía, cerca, pero no suficiente. Al menos hasta la cuarta curva, en la que la distancia aumentó aún más después de que el auto trastabilló. Y francamente Larissa no sabía qué era lo fascinante del asunto, no podía tratarse de los carros persiguiéndose entre sí y ya, y probablemente no era tampoco el aparente problema técnico del auto de Leclerc. Pero definitivamente debía haber un motivo por el que su corazón se saltó un latido.

Debía haber un motivo, ¿no?

Una razón por la que, contra todo pronóstico, le importaba una mierda donde estuvieran Russell y Hamilton, y sabía que seguramente la carrera sería para Max Verstappen, y, de todos modos, era ese maldito monoplaza rojo el que se llevaba sus expectativas, su fe, y su incondicional apoyo.

Las vueltas pasaban demasiado rápido como para que su cerebro lograra procesarlas por completo.

Leclerc perdía ritmo, y pronto era presionado también por el otro auto de Ferrari detrás de él. Hasta que Carlos Sainz lo pasa y el jadeo es simultáneo en las tribunas. Y Larissa agradecía no haberse interesado por eso hasta ese momento, porque su corazón no habría tolerado eso algunos años antes, mientras estaba aún en desarrollo.

En la vuelta 8, Leclerc realizó su primera parada en boxes para cambiar neumáticos, y volvió a la pista detrás de Verstappen y su compañero.

En la vuelta 15 tuvo que hacer una segunda parada, y Larissa habría ido gritar a alguien si tuviera a quien gritarle. Cuando volvió a la pista, estaba en cuarta posición, habiéndole pasado el otro Red Bull.

Y Larissa habría sollozado, sin saber si era alegría o espanto, cuando en la vuelta 38 logró la vuelta rápida de la carrera. Y habría llorado a lágrima tendida cuando al final fue Verstappen quien recuperó ese punto adicional.

Casi 40 segundos después de Verstappen, Charles Leclerc cruzó la línea de meta. Detrás de Pérez y Sainz.

Ni siquiera sabía de los resultados de Mercedes. No había tomado ni una mísera foto en toda la maldita carrera, y era un alivio porque, honestamente, la habría tomado del auto de Ferrari que había mantenido su atención.

Y Larissa no entendía cómo lo que esos pilotos hacían podía seguir las leyes de la física, pero, igual que su padre antes que ella, había encontrado su pasión en el deporte, e igual que su madre, había encontrado su sueño en un piloto en concreto.

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