goguryeo vs baekje
Reino de Baejke. Gobernante actual: Hwan Heerin.
El palacio de Baekje pocas veces se vestía de gala porque a Heerin no le gustaba destinar los fondos del reino para gastos personales ya que ese dinero sería mejor utilizado en comida para las aldeas cercanas y medicinas importadas.
Por eso esta noche incluso si estaba llevándose a cabo su boda lo único que estaba decorado era el pabellón principal con viejos adornos que habían pasado de generación en generación.
El gran salón "Mantenerse de Oro" llamado así desde la antigüedad era un gran espacio de paredes lacadas en negro con terminaciones en oro que formaban colas de dragones mezcladas entre sí y enormes flores de lotto. Las columnas que sostenían la estructura tenían un tapizado negro con pintura roja que formaban diferentes nombres en hanja*. Una enorme lámpara de papel con docenas de velas encendidas se imponía en el centro de la estancia.
Los inciensos de grueso calibre colocados en el largo mesón donde se levantaba una estatua celestial de Buda que habría estado allí desde siglos pasados impregnaban el ambiente. Las telas que caían desde el techo hasta el suelo con hermosos bordados en oro y estampados familiares daban un aire de solemnidad al lugar.
Los pocos invitados que se resumían a la corte, el jefe de guardias, la madre de Jimin y algunos otros personajes cercanos a la casa Hwan estaban sentados en el suelo sobre sus rodillas en una gran alfombra rubí llena de cojines y esperaban la entrada de Heerin.
Park Jimin estaba de pie junto al sacerdote cristiano vistiendo un hermoso hanbok masculino ceremonial de color negro con hilos de oro blanco que formaban remolinos en su pecho y un gran árbol en la espalda. Las largas mangas cubrían sus manos y el cinturón negro que hacía la separación de su torso y sus piernas le daba un aire de elegancia difícil de digerir. Su cabello rubio peinado hacia un lado hacia notar su impecable frente, sus pómulos levemente sonrojados junto a sus labios carnosos ponían en evidencia que Jimin era irresistiblemente encantador. Sus hermosos ojos rasgados de color café claro no se despegaban de la gran cortina blanco perla por la cual entraría Heerin a consumarlo como esposo ante los ojos de los dioses que conocían y a los cuales eran devotos.
Heerin por su parte creía en el Dios "extranjero" que llamaban el Mesías y que hasta ahora había logrado tener muchos seguidores en Japón y Jimin se afianzaba a las antiguas tradiciones del budismo oriental. Para ninguno era un problema la creencia del otro porque no importase que Dios los estuviera viendo, ante los ojos de cualquiera su amor era puro y devoto.
Por eso para esta noche habían dispuesto un lugar donde ambas religiones se hicieran testigos de su unión. En la Tierra o en el Cielo ellos seguirían unidos.
Podría parecer una decisión apresurada casarse justo la noche antes de que Heerin partiera a Goguryeo pero ambos sabían que era un viaje que podía significar un adiós para siempre, así que, prefirieron consumar su amor ante los ojos de Dios antes de que la muerte los separara para siempre.
Jimin dejó salir un largo suspiro y cerró los ojos lentamente sintiendo el olor dulzón que impregnaba la sala y quiso concentrarse en el sonido de su corazón dentro de su pecho antes que en los suaves susurros de los presentes. Quería guardar cada momento de su matrimonio en cada pedazo de su piel porque algo le decía que el concepto efímero de la vida iba a llegar a él más pronto de lo que hubiese deseado.
Cuando escuchó una leve exclamación por parte de una voz femenina Jimin abrió los ojos y la vio delante de él cruzando la cortina perlada. Hwan Heerin estaba hermosamente vestida con el más glorioso hanbok de color rojo que le doblaba en tamaño tanto en largo como en ancho. La cola se extendía detrás de ella y los hermosos acabados en dorado junto al cinturón del mismo color la hacían digna de su título de reina.
El largo cabello dorado que normalmente le llegaba hasta las piernas ahora estaba recogido en un gran peinado levantado sobre su cabeza adornado de hermosas flores y pinzas largas de jade. El dragón bordado de hilo dorado que estaba en su pecho y en sus mangas la hacían lucir como una verdadera reina fiera capaz de quemar a cualquiera que osara a herir lo más preciado para ella.
Heerin lucía Magna.
Pero cuando su mirada cruzó con la de Jimin todo en ella se suavizó, desde su expresión altiva hasta la comisura de sus labios carmesí que se curvaron en una delicada sonrisa.
Los presentes hicieron silencio en el momento justo en el que ella entró a la sala y sólo su radiante presencia junto a la de Jimin era lo importante.
Heerin caminó lentamente deslizándose con gracia como si bailara sobre suaves nubes hasta llegar hasta donde estaba su futuro esposo quien extendió su mano y la recibió con la expresión más gentil que un ser humano pudiera tener en el rostro.
Así dio inicio a la ceremonia que tendría dos partes: Una cristiana y la otra budista. Ambos se entregaron en alma en cada paso de las ceremonias sin quitarse la mirada de encima, susurrando en contados silencios lo mucho que se amaban.
Para Jimin, Heerin era el dragón más hermoso que surcaba por su cielo y para Heerin, Jimin era el único árbol en la Tierra capaz de darle sombra. Una casa tan poderosa como Hwan se unía a un hombre sin trasfondo de poder alguno que juraba amarla más que al mismísimo cielo.
Y eso era todo lo que Heerin necesitaba incluso si estaba temblando del miedo debajo del hanbok porque tenía el persistente miedo en su corazón de que una vez que saliera en la mañana a su encuentro con Yoongi no volvería a poner un pie en el palacio. Y eso significaba no volver a ver a Jimin.
— In nomine patris et filii et spiritus sancti. Amen —dijo el sacerdote cuando la última ceremonia estaba llegando a su fin y dibujó una cruz en el aire dando finalmente la bendición a la santa unión de Park Jimin y Hwan Heerin.
Ambos se miraron tomados de la mano y sus mangas se mezclaron haciendo que sus manos se perdieran debajo de ellas. Dentro del pecho de Jimin el miedo estaba igual de latente que en el de Heerin pero aún así logró sonreírle y transmitirle la paz que necesitaba en ese momento.
— Si la muerte nos separa que la vida nos vuelva a unir en nuestro próximo encuentro —dijo el rubio cuando las pestañas de Heerin se humedecieron por cristalinas lágrimas que dejaban trazos en sus mejillas gracias al maquillaje que ahora empezaba a escurrirse en su rostro.
— Por los siglos de los siglos... —Heerin se entregó en un abrazo.
La madre de Jimin se levantó de su asiento y colocó sobre ambos un gran collar rojo tejido que los albergó a los dos. El collar había pasado por varias generaciones de la familia Park quienes tenían la creencia de que dos almas que están destinadas son unidas por un hilo rojo incapaz de romperse.
— Te quiero, Hee —dijo Jimin muy cerca de su oído y los pulmones de Heerin se llenaron de aire y vida.
Heerin lloró de forma serena, sin mucho ajetreo cuando él le tomó la mano y le besó la mejilla.
— Park Jimin —dijo tomando una mejilla del chico con su mano de la forma más delicada que existía —Aquí o allá, nuestro hilo rojo no podrá romperse. Por mucho que se estire e incluso si le doy la vuelta al mundo, espera por mí —miró el hilo del collar entre ellos —Tengo miedo y sé que tú también pero sabemos que mi partida es necesaria. Aún así, sé que nuestro destino nos unirá nuevamente.
Jimin la estrechó entre sus brazos e inhaló el dulce perfume que desprendía el dorado cabello de Heerin.
— ¿Destino? —le sonrió a Hee dejando que sus ojos se hicieran líneas —Destino me gusta —siguió —Y aunque le des la vuelta al mundo esperaré por ti para trazar nuevos caminos, Hee.
La ceremonia terminó con la bendición del cielo y ambos se despidieron en un último adiós bajo las sábanas de seda de su habitación. Hicieron el amor uniéndose como fuego derretido entre las sábanas. Se acoplaron en cuerpo y alma antes de que el amanecer tocara cruelmente su ventana.
Heerin partió a las siete de la mañana y plantó un beso en los rosados labios de Jimin quien aguantó las lágrimas hasta que perdió la caravana de vista a través del camino fuera del palacio. Un pedazo de él se fue con ella y el ejército hasta el otro lado del país, y quiso no concentrarse en el profundo vacío que su partida le estaba dejando, pero sabía que Heerin necesitaba fortaleza y él sería su pilar.
Mientras tanto, Jimin quedaría custodiado por un guardia especial que Heerin encomendó para su seguridad hasta que ella regresara y se comunicarían a través de cartas cada vez que ella pudiera responderle.
Jimin se quedó de pie un largo rato en el balcón del palacio todavía con la mirada clavada en el camino y sólo pidió en silencio que por favor la promesa que se habían hecho la noche anterior se cumpliera.
— Que vuelvas a casa, Hee. Te esperaré por siempre.
***
El viaje hasta Goguryeo le tomaría un mes debido a que ambos reinos se encontraban en extremos opuestos y porque no sabían que se iban a encontrar en el camino. Yoongi ya estaba avisado que la joven reina iría a su encuentro pues se lo habían anunciado hacía una semana antes a través de un comunicado oficial cuando la idea había empezado a carcomer los pensamientos de Heerin. Así que, no esperaban ataques en el trayecto.
Aún así debían estar alertas.
Las primeras siete noches fueron las más temerosas ya que a pesar de la palabra de Yoongi de que no recibirían ataques, Heerin no terminaba de confiar en el gobernante. De él se podía esperar cualquier traición. Por eso, el jefe de la guardia real había encomendado a una cuadrilla entera de oficiales para el resguardo de Heerin.
Sin embargo, al amanecer del octavo día de viaje tal y como habían prometido Yoongi no habían sido atacados. Estaban cansados y horrorizados de todas las cosas horribles que habían visto a lo largo de los pueblos pero por lo menos sus cabezas aún estaban sobre sus cuellos y no habían perdido soldados en algún ataque sorpresa.
De vez en cuando Heerin dejaba provisiones de comida, medicinas y telas en algunos pueblos y villas por los que pasaban, y aunque el jefe de la guardia le había advertido acerca de cuidar provisiones para ellos mismos Heerin no podía hacer la vista gorda frente a la hambruna y la miseria que estaba azotando al país.
Así que en la noche del octavo día escribió la primera carta a Jimin.
"Siempre he querido ver el mundo de la forma en la que tú lo haces, libre, piadoso y pacífico. Ahora mismo necesito de tus ojos para ver luz entre las sombras que azotan nuestro país... Si pudieras ver todo el miedo del que he sido testigo en estos caminos sin fin seguramente encontrarías una respuesta más adecuada que la mía. Sólo puedo llorar y ofrecerles lo poco que he traído.
Te extraño tanto y miro al cielo todas las noches con la esperanza de que estemos buscando las mismas estrellas.
Espérame. Te amo tanto Park Jimin.
Tu Hee... o tu Hwan Heerin. O quizás no esté en los libros de historia pero siempre Park Heerin".
Para cuando ya estaban en el día diecisiete del viaje Hee sabía que la decisión que había tomado era la mejor. Luego de ver a casi medio país en la ruina, docenas de villas abandonadas o incendiadas, mujeres en los huesos, niños desnutridos y hombres sucumbiendo ante las heridas de la guerra y las enfermedades Heerin estaba más que segura que acabar con el reinado de Yoongi iba a ser el comienzo de un nuevo amanecer para Corea.
Si ella no lograba que firmara el acuerdo de paz entonces Japón llevaría a Goguryeo hasta las cenizas si era necesario para acabar con Yoongi. Heerin tampoco quería eso pero las dudas sobre si Yoongi aceptaría su petición eran enormes.
Tenía que intentarlo.
Apretó el sobre que tenía en sus manos y lo colocó cerca de su almohadón. Ya cada vez faltaba menos para encontrarse con su principal enemigo y la desidia del tortuoso paso de los días la mantenía en un estado de ansiedad insaciable.
Eso y que no había recibido ni una sola carta de Jimin desde que salió de Baejke.
Sabía que la comunicación durante el viaje sería una tortura porque muchas veces los mensajeros tardaban días en encontrar las caravanas o porque son asesinados en el camino pero nunca pensó que la separación le fuese a afectar tanto. La magnitud de la tristeza y la soledad que sentía eran atroces sumado al miedo de que quizás muriera en cuanto pusiera un pie en Goguryeo.
Por eso los siguientes días se mantuvo lejos de esos pensamientos y se concentró en el camino y la misión que llevaba sobre sus hombros. Por la noches a manera de consuelo seguía escribiendo cartas a Jimin para sentirse más cerca de él y porque de alguna forma plasmar sus sentimientos en el papel la ayudaban a aflojar el nudo que llevaba en su pecho.
Así se mantuvo un poco más serena durante el resto del viaje pero cuando encontró el primer peaje de Goguryeo el miedo la hizo erizarse como un gato aterrado.
Si el camino hasta el reino vecino había sido horrible, cuando cruzó el primer portón para entrar a Goguryeo supo que las cosas estaban mucho peores allí. A donde quiera que fijase la mirada había miseria y penumbra. Heerin tuvo que obligarse muchas veces a cerrar la cortina de la caravana porque de otra forma terminaría parándose en cada villa a dejar lo poco de las guarniciones que le quedaba.
Tenía que ser fuerte por ella y por el bien del país así que ignoró el dolor constante en su pecho y mantuvo entre ceja y ceja el nombre de Min Yoongi. Había que acabar con todo de una vez por todas y sería pronto.
El día treinta y dos estaba frente al gran palacio de Goguryeo, herencia de la dinastía Min.
— Hemos llegado, majestad —anunció el jefe de los guardias cuando finalmente luego de siete largas horas la caravana se detuvo.
Heerin sintió cada músculo de su cuerpo tensarse ante el anuncio. Lentamente se bajó del cubículo que la había protegido durante un mes y su largo hanbok color crema rozó el pulcro piso del patio principal del palacio.
Goguryeo se levantó ante ella con su máximo esplendor bajo los intensos rayos de sol y cuando las avellanas pupilas de Heerin se encontraron con la majestuosa edificación delante de ella entendió parte del gran poder que albergaba Yoongi. El palacio de paredes carmesí y techos negros se extendía en todas direcciones inmutable.
Por primera vez en todo el viaje vio más de un metro cuadrado de suelo limpio sin personas moribundas arrastrándose o cadáveres. El piso del palacio estaba hecho de un cemento cuadrado impecable. La montaña tras el palacio le daba un aire de privacidad inquebrantable. A lo largo del palacio grandes antochas apagadas decoraban dispuestas en hileras.
Con horror Heerin notó que en largas hileras también habían personas vestidas de negro cubiertas en su totalidad arrodilladas sobre el suelo con las frentes pegadas a él. Totalmente en silencio aquellos cuerpos no se movían o emitían sonido alguno. Heerin empezó a dudar si estaban con vida.
Por otro lado, no había rastro de Min Yoongi por ningún lado.
— ¡Hace entrada! —gritó una gruesa voz masculina —¡Hwan Heerin del Reino de Baekje! —dijo el guardia real que estaba cerca de la gran puerta de madera del palacio para luego soplar un gran cuerno cuyo sonido retumbó en cada pared del palacio.
Luego de ello el silencio reinó de nuevo.
Los guardias de Heerin se colocaron en una hilera tras ella. El jefe de su ejército junto al segundo al mando se posicionaron a cada lado de Heerin en clara formación de defensa.
Ahora estaban en territorio enemigo y cualquier cosa podría pasar.
— Manténgase cerca de nosotros, majestad —dijo el líder de los guardias colocando una mano sobre la empuñadura de su espada.
El silencio pronto fue reemplazado por el repique de los zapatos de una horda de soldados de Goguryeo que fueron entrando lentamente en formación por cada lado del patio principal vistiendo sus ropas de batalla. Eran alrededor de cincuenta.
El aire se atascó en los pulmones de Heerin y el ambiente estaba tan tenso que se podría cortar el aire con los dedos. Si Yoongi los recibía con un ataque no podían hacer nada pues los soldados del reino los superaban en número.
Heerin y sus escoltas observaron en silecio como cada guardia que entró se posicionó frente a los cuerpos vestidos de negro que todavía permanecían en aquella posición de entrega.
Los soldados no se dirigieron hacia ellos en ningún momento y más bien parecían ignorarlos.
— ¿Es esta una clase de acto de bienvenida? —preguntó así mismo el segundo al mando con un toque de amargura en su voz y Heerin frunció el ceño.
Un segundo sonido del cuerno la espabiló y sus escoltas se pusieron alerta. Los soldados de Goguryeo por su parte sacaron sus espadas y las empuñaron frente a los cuerpos vestidos de negro.
El sonido leve de unos tambores empezó a contaminar el aire hasta que en cuestión de segundos todo lo que Heerin podía escuchar era el repique contínuo de un ritmo aterrador.
Si era una ceremonia de bienvenida Yoongi tenía pésimo gusto.
De pronto el incesante repique de los tambores cesó y los soldados se mantuvieron en la misma posición. Un tercer sonido del cuerpo repicó en el aire y todos giraron sus cabezas hacia el gran balcón de madera negra frente al pabellón principal del palacio.
— ¡Anunciamos la llegada de su majestad! —gritó el hombre que había anunciado la llegada de Heerin —¡Gobernante del Reino de Goguryeo, Min Yoongi!
Tantos los escoltas de Heerin como ella se tensaron en su lugar. Por primera vez estaría cara a cara con la persona responsable de tanta miseria en Corea y quien la arrancó del seno de su hogar y de los brazos de Jimin para arriesgar su propia vida.
Todo se mantuvo en silencio por eternos segundos hasta que una silueta masculina se asomó en el gran balcón dispuesto para que todos pudieran admirar al gran Min.
Y ahí estaba con su larga cabellera rubia sostenida con una cola alta, una cinta negra en la frente, ropajes negros sencillos con acabados en hilo de oro y una mirada de completa y mortal oscuridad que se paseó lentamente por todos los presentes y finalmente se clavó en el inmaculado rostro de Hwan Heerin.
Antes de que ella diera un paso hacia delante o siquiera formara algún pensamiento vio como el brazo derecho de Min Yoongi se levantó extendiendo su pulgar hacia arriba, luego en un movimiento lento lo dirigió hacia abajo sin despegar la mirada de Heerin.
Los guardias que hasta ahora se habían quedado como estatuas empuñaron sus espadas en el aire y finalmente la hoja de acero silbó en el viento a gran velocidad y a continuación todos los cuerpos vestidos de negros yacían decapitados en el suelo.
Min Yoongi nunca rompió el contacto visual con Hwan Heerin. Allí fue cuando ella lo supo.
Entre los dos gobernantes había una declaración de guerra y quizás un acuerdo de paz estaba muy lejos de lo que Yoongi tenía en mente. Había quedado claro luego de la ceremonia que había planeado para darle la bienvenida.
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linduras me tardé más de la cuenta escribiendo este capítulo y se me hizo muy tarde. mañana les dejo el último y extra. gracias por leer y dejen sus dudas~ lo que no les responda es porque puede ser spoiler y lo dejo para el final. un abrazo.
pd. revisen el último capítulo de eden (creo que es el 57 antes del epílogo) porque parte del diálogo de acá de jimin con hee tiene que ver con ese capítulo. :)
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