Epílogo.

Han pasado casi tres meses desde que el proyecto fue presentado, desde que todo se sintió en su punto culminante. Tres meses desde que mis dudas desaparecieron, reemplazadas por una paz que, aunque difícil de encontrar en un principio, se había establecido de manera natural en mi vida. Elijah y yo… estábamos bien. Realmente bien.

Al principio, todo fue un poco extraño. Vivir juntos no había sido algo que hubiese planeado. No es que no lo quisiera, es que todo había sucedido tan rápido que incluso yo me sorprendí al dar ese paso. Dos meses después de todo lo vivido, y con las huellas del caos en el proyecto ya a lo lejos, simplemente lo tomé con la excusa de que necesitaba un cambio de escenario. Ben y Will, por supuesto, no entendieron del todo. Me conocían demasiado bien, sabían que no era un tipo de decisiones espontáneas. Pero los convencí con un pretexto tonto, algo sobre que necesitaba un poco de espacio para reflexionar o algo así. A pesar de sus miradas inquisitivas y las preguntas en sus ojos, al final me dejaron ir con una sonrisa nerviosa, confiando en mi juicio.

Elijah había sido paciente, como siempre. Al principio, los pequeños ajustes en la convivencia fueron un reto, por más que ya compartíamos tiempo juntos fuera de la universidad. Cada rincón de su apartamento era familiar, pero con una intimidad nueva que ambos estábamos descubriendo poco a poco. Las mañanas, el café que siempre hacíamos juntos, las pequeñas conversaciones sobre el día y los silencios cómodos que ya no necesitaban ser llenados. A veces me sorprendía cómo todo se sentía tan sencillo cuando, en realidad, nos estábamos arriesgando a lo desconocido.

Pero de todos los cambios que experimentamos, ninguno fue tan desafiante como contarle a nuestras familias lo que pasaba entre nosotros.

Recuerdo perfectamente el día en que le dije a mi madre que estaba con Elijah. Fue una conversación tensa al principio, porque ella, aunque siempre me había apoyado en lo que hiciera, no entendía muy bien la rapidez con la que habían ocurrido las cosas. Le expliqué cómo todo había sido un proceso, cómo me había tomado tiempo darme cuenta de lo que sentía. Y luego, con una sonrisa nerviosa, le conté que Elijah no solo era un buen amigo para mí, sino algo más.

—Me alegra que seas feliz, hijo. —Mi madre sonrió, aunque su mirada decía que aún había muchas preguntas por responder.

Por el lado de Elijah, el encuentro con su familia fue aún más complicado. Aunque su madre y él siempre habían sido cercanos, su padre era otro tema. Después de una conversación un tanto incómoda, Elijah le dijo que yo era más que un amigo para él, que nos habíamos convertido en algo importante. Lo recordaba, porque en sus ojos había ese miedo a la desaprobación que sentí por tanto tiempo. Pero, al igual que mi madre, su familia, con el tiempo, aceptó lo que éramos, con esa calidez distante de los que necesitan ver para creer.

Lo más difícil, sin embargo, fue contárselo a nuestros amigos, y en especial a Ben y Will. Había una parte de mí que temía que nuestra relación cambiara las dinámicas de la casa, que alterara las bromas y los momentos compartidos. Pero cuando finalmente les conté, ellos simplemente lo aceptaron con una mezcla de sorpresa y alegría. Ben, más cauteloso, me pidió que lo pensara bien, pero terminó sonriendo y dándome un abrazo. Will, con su habitual sarcasmo, nos hizo una broma sobre lo obvio, pero sus ojos brillaban con genuina felicidad.

En poco tiempo, la convivencia fue mucho más natural. Elijah y yo aprendimos a ser compañeros no solo en lo emocional, sino también en lo cotidiano. Compartíamos las tareas de la casa, discutíamos sobre pequeñas decisiones que antes no imaginábamos, pero siempre, siempre, con la confianza de que lo que nos unía era mucho más fuerte que cualquier inconveniente o diferencia.

Recuerdo la tarde que estábamos caminando por el parque, como tantas otras veces, sin prisas, disfrutando del momento. Un simple paseo bajo el cielo azul y despejado, sin más necesidad que estar el uno al lado del otro. Era un día común, pero para mí, era el tipo de día que me hacía darme cuenta de cuánto había cambiado desde aquel primer momento incómodo en el que estábamos en ese estudio de producción. La vida, en su simplicidad, ahora tenía un significado diferente.

Tomé su mano en silencio, sin necesidad de palabras. Elijah sonrió al sentirlo, y sus dedos se entrelazaron con los míos de forma que ya se sentía como algo normal, algo que no necesitaba ser explicado.

—¿Sabes? —dije después de un rato, con un tono relajado—, nunca pensé que las cosas terminarían así. No sé, me sentía tan perdido antes.

Elijah me miró, sus ojos reflejaban esa mezcla de cariño y complicidad que siempre me había gustado.

—Lo sé —respondió, su voz suave pero firme—. Yo tampoco, pero aquí estamos.

Me reí y lo miré, esa sonrisa que compartimos cada vez que algo parecía encajar de forma perfecta.

—¿Y qué va a pasar ahora? —pregunté, algo en broma, pero con el corazón lleno de sinceridad.

Él me dio un beso en la frente antes de responder:

—Lo que sea, siempre que sea contigo.

Y en ese momento, sentí que todo estaba en su lugar. No había más dudas, no había más miedos. Solo el amor. Y eso, al final, era todo lo que necesitábamos para seguir adelante.

El susurro del viento entre las hojas, las risas lejanas de los niños jugando en el parque y el suave latir de mi propio corazón me recordaron lo que antes había sido solo un eco en la oscuridad de la noche: ahora, aquí y ahora, todo lo que sentía por Elijah era tan real como la luz del día que nos envolvía. Un eco que había dejado de ser fugaz para convertirse en la melodía constante que acompañaba cada paso que dábamos juntos.

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Ahora si.
Esto le pone el fin a esta corta historia. ¿O no?

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