Capitulo 21: Obelisco Rojo
Elizabeth se encontraba despierta antes que el resto del grupo, contemplando el paisaje desde lo alto de la colina cercana a su base. Las chicas ya habían explorado el Obelisco Verde, pero esa estructura, por familiar que fuera, aún guardaba misterios que no habían logrado desentrañar por completo.
Sin embargo, la atención de Elizabeth se desvió hacia otro punto en el horizonte: el Obelisco Rojo, distante y dominante en el paisaje. Su luz carmesí emitía una vibración diferente, algo que siempre había sentido, pero nunca se había atrevido a explorar completamente. Decidida a cambiar eso, llamó a las chicas para que la acompañaran en una nueva expedición.
—Vamos al Obelisco Rojo —anunció mientras las demás despertaban—. Creo que encontraremos más respuestas allí.
Con una mezcla de expectación y cautela, Emily, Sam, Nina, Iris, y Lana se prepararon para el viaje. Cada una montó a su respectivo compañero volador, con Elizabeth a la cabeza sobre Amber, su ágil Pteranodon. Dejaron atrás la base con el objetivo claro de descubrir los secretos que el Obelisco Rojo les había estado ocultando.
El vuelo fue largo y peligroso, con el terreno de Valguero transformándose de colinas y bosques a acantilados y llanuras áridas. Las criaturas voladoras maniobraban entre los vientos fuertes que soplaban a través de los desfiladeros, pero pronto, llegaron a la imponente estructura.
El Obelisco Rojo se alzaba aún más grandioso de cerca, su energía vibrante casi palpable en el aire. Al aterrizar, Elizabeth y las chicas descendieron con precaución, observando con atención cada detalle del lugar. Tras una breve exploración, Elizabeth descubrió una terminal similar a la del Obelisco Verde, pero con una interfaz ligeramente diferente. Se inclinó hacia la pantalla y la activó, observando cómo los gráficos empezaban a llenar el cristal.
Lo que apareció ante sus ojos era algo inesperado. Un mapa de Valguero se desplegó, marcando ubicaciones específicas en todo el territorio: cuevas repartidas por los rincones más peligrosos del Arca. Cuevas que contenían artefactos. Elizabeth empezó a leer con detenimiento, comprendiendo que esos artefactos eran la clave para algo mucho más grande.
—Aquí dice que... para poder avanzar y acceder a otros lugares, necesitamos recolectar estos artefactos —murmuró mientras las demás se reunían a su alrededor.
Emily se inclinó para ver mejor la pantalla. —¿Y para qué son exactamente?
Elizabeth frunció el ceño al continuar leyendo. —No solo necesitamos los artefactos. Parece que... tendremos que enfrentarnos a jefes. Criaturas enormes y poderosas que protegen el acceso a los portales hacia otros mundos.
—¿Jefes? —preguntó Nina, con una mezcla de emoción y preocupación—. ¿Qué tipo de criaturas?
Elizabeth pasó los dedos por las líneas de texto, deteniéndose en los nombres. —Aquí menciona a varios. Hay tres jefes principales en Valguero. Primero, el Megapithecus, un simio colosal que gobierna las montañas heladas. Luego, el Dragón, una criatura alada que controla las tierras volcánicas. Y finalmente, el Manticora, que es el más letal, con habilidades tanto en el aire como en tierra.
—Suena... intenso —dijo Sam, cruzando los brazos—. ¿Crees que estamos listas para algo así?
Elizabeth cerró los ojos por un momento, respirando profundamente. Sabía que no sería fácil, pero también entendía que era el único camino. Si querían progresar, si deseaban desbloquear los misterios del Arca y, posiblemente, encontrar una salida o descubrir más sobre su situación, tenían que enfrentarse a esos jefes y recolectar los artefactos necesarios.
—No sé si estamos listas aún —admitió finalmente—, pero tendremos que estarlo. Necesitamos prepararnos mejor, obtener más recursos, y sobre todo, domar criaturas más poderosas. Este será nuestro mayor desafío hasta ahora, pero si logramos recolectar todos los artefactos, podremos enfrentarnos a esos jefes y abrir los portales.
El ambiente se llenó de un silencio pesado mientras todas asimilaban lo que Elizabeth había dicho. Era claro que este nuevo descubrimiento no solo abría puertas hacia otros mundos, sino también hacia peligros inimaginables. Pero el grupo estaba unido y determinado a superar cualquier obstáculo.
Elizabeth apagó la terminal y se giró hacia las demás.
—Primero, necesitamos obtener esos artefactos. Las cuevas donde se encuentran están repartidas por todo Valguero. Algunas en lo profundo de las selvas, otras en las montañas, e incluso una en las zonas subterráneas.
—Será difícil —dijo Iris—. Pero si estamos juntas, lo lograremos.
Elizabeth asintió. —Nos dividiremos en equipos y empezaremos a planear las expediciones. No será fácil, pero sé que podemos hacerlo.
Y con eso, las chicas comenzaron a prepararse para lo que sin duda sería una de las misiones más peligrosas que jamás habían emprendido.
Elizabeth se encontraba con las chicas cerca del obelisco rojo, organizando el plan del día. Después de varios días explorando el vasto y peligroso mapa, habían descubierto que necesitarían criaturas más fuertes y especializadas para acceder a las cuevas y, eventualmente, enfrentarse a los jefes finales. No era una misión sencilla, y sabían que cada paso debía ser cuidadosamente planeado.
Elizabeth repasó el mapa mentalmente. Los Thylacoleos, ágiles, fuertes y capaces de trepar a los árboles, serían una pieza clave en su equipo. Además, necesitaban algo rápido y feroz como los Dientes de Sable, perfectos para moverse rápidamente por terrenos irregulares. Sabían que los bosques de Redwood eran hogar de estas criaturas, así que se dividieron en parejas para abarcar más terreno y aumentar sus posibilidades de éxito. Elizabeth, decidida como siempre, eligió a Sam para acompañarla. Juntas formarían un equipo eficaz, combinando la estrategia de Elizabeth con la agilidad y rapidez de Sam.
—Vamos a necesitar algo rápido y fuerte para los jefes —dijo Elizabeth mientras ajustaba su equipo. Tenía su arco y flechas narcóticas listas para cualquier eventualidad. Sam asintió, revisando su suministro de dardos tranquilizantes.
Elizabeth y las chicas decidieron dividirse en equipos para abarcar más terreno y prepararse para la peligrosa misión que tenían por delante: domar dinosaurios que les permitieran explorar las cuevas en busca de los artefactos necesarios. Se agruparon en duplas: Elizabeth iría con Sam, Iris con Nina, y Lana con Emily. Cada grupo tenía una tarea clara, y Elizabeth y Sam decidieron dirigirse al imponente bosque de Redwood para buscar un Thylacoleo y un Dientes de Sable, criaturas que serían fundamentales para la expedición.
Mientras se preparaban para partir, Elizabeth repasó su objetivo. Sabía que los Thylacoleos eran bestias rápidas y peligrosas, capaces de saltar grandes distancias y trepar árboles con increíble agilidad. No solo eso, sino que también podían embestir a sus presas desde las alturas, derribando incluso a quienes estuvieran montados en Pteranodones. Sabía que domar uno sería una gran ventaja para las peligrosas incursiones en las cuevas.
—Un Thylacoleo es justo lo que necesitamos —dijo Elizabeth mientras ajustaba su equipo. Sam, por su parte, quería un Dientes de Sable, veloz y feroz, perfecto para maniobrar en terrenos complicados y defenderse en combates cerrados.
—Un Dientes de Sable nos dará la velocidad que necesitamos en las cuevas más estrechas —añadió Sam, mientras revisaba sus flechas narcóticas y se aseguraba de que llevaban suficiente carne para el proceso de domesticación.
Las demás chicas también se preparaban: Iris y Nina iban a buscar una pareja de Triceratops para usarlos como tanques en el combate, mientras que Lana y Emily iban en busca de una manada de Raptors que pudieran servir como exploradores. Todos sabían que los desafíos que les esperaban eran enormes, pero la determinación de cada una de ellas hacía que la tarea pareciera alcanzable.
Elizabeth y Sam se subieron a sus Pteranodones, Amber y el Viejo Azul, y despegaron en dirección a los densos bosques de Redwood. El vuelo era sereno, con el viento fresco acariciando sus rostros. A medida que se acercaban, las sombras de los gigantescos árboles se alzaban como columnas imponentes. El bosque de Redwood era un lugar de respeto, con sus árboles milenarios y la fauna letal que lo habitaba. Este no era un lugar donde pudieran permitirse errores.
Cuando aterrizaron en un claro, el silencio era abrumador. Las hojas crujían bajo sus pies mientras avanzaban cautelosamente. Ambas sabían que los Thylacoleos eran conocidos por emboscar a sus presas desde las alturas. Elizabeth mantuvo su arco en alto, lista para cualquier ataque sorpresa. No querían ser víctimas de uno de esos poderosos felinos trepadores.
—Mantente alerta —murmuró Elizabeth, sus ojos recorriendo las copas de los árboles.
De repente, un movimiento rápido entre las ramas llamó su atención. Antes de que pudiera reaccionar, un Thylacoleo se lanzó desde lo alto de un árbol con una velocidad sorprendente, sus garras extendidas en dirección a ellas. Elizabeth apenas logró esquivarlo, rodando por el suelo mientras el felino caía con fuerza en el lugar donde había estado segundos antes.
El Thylacoleo rugió, sus ojos feroces fijos en ellas. Era más grande de lo que esperaban, y su pelaje rojizo brillaba con un tono peligroso bajo la luz del sol filtrado. Con una agilidad asombrosa, saltó hacia otro árbol, trepando con rapidez y desapareciendo entre las sombras.
—¡Es más rápido de lo que pensaba! —gritó Sam, disparando una flecha narcótica que falló por milímetros.
El Thylacoleo no era solo rápido, era astuto. Saltaba de un árbol a otro, observándolas desde las alturas, esperando el momento perfecto para atacar de nuevo. Elizabeth sabía que, si no actuaban rápido, se convertirían en su próxima presa.
—Tenemos que atraerlo a tierra —dijo Elizabeth, su mente trabajando rápido. Recordó la trampa de red que llevaban en su equipo. Si lograban que el Thylacoleo saltara en el momento adecuado, podrían atraparlo y domesticarlo.
El felino saltó una vez más, esta vez embistiendo a Sam, quien cayó al suelo con fuerza. Elizabeth corrió hacia ella, disparando flechas narcóticas para mantener al Thylacoleo a raya. El felino gruñó, saltando de nuevo hacia un árbol antes de que las flechas pudieran alcanzarlo.
—¡Ahora! —gritó Elizabeth mientras el Thylacoleo se lanzaba de nuevo hacia ellas.
Con un movimiento rápido, lanzó la trampa justo en el momento en que el Thylacoleo aterrizaba frente a ellas. La red se cerró sobre él, envolviéndolo por completo. El felino luchó, rugiendo furiosamente mientras intentaba liberarse. Las garras afiladas desgarraban la red, pero no lo suficientemente rápido. Sam se levantó rápidamente, disparando flechas narcóticas a la bestia.
El Thylacoleo se resistió durante varios minutos, su cuerpo lleno de flechas tranquilizantes, pero finalmente sus movimientos se volvieron más lentos. Con un último rugido, cayó inconsciente al suelo.
—Eso estuvo cerca —murmuró Sam, limpiándose el sudor de la frente.
Elizabeth se acercó al Thylacoleo inconsciente, su corazón todavía latiendo con fuerza por la adrenalina. Sabía que este dinosaurio sería una gran ventaja para el equipo. Su agilidad y capacidad para atacar desde las alturas lo convertían en un arma formidable.
Mientras comenzaban el proceso de domesticación, un rugido familiar resonó en la distancia. Esta vez era un Dientes de Sable, y parecía que venía directo hacia ellas. Sam lo vio primero, su figura moviéndose con rapidez entre los árboles. Era más pequeño que el Thylacoleo, pero igualmente peligroso debido a su velocidad y fiereza.
—¡Viene otro! —gritó Sam, cargando su arco.
El Dientes de Sable saltó sobre ellas con una rapidez sorprendente. Sam disparó una flecha, pero el felino la esquivó con facilidad, lanzándose sobre ella con las garras listas para atacar. Sam rodó por el suelo justo a tiempo, pero el Dientes de Sable no iba a detenerse.
Elizabeth sacó otra trampa y, con un movimiento rápido, la lanzó frente al Dientes de Sable. El felino, en su furia por atrapar a Sam, cayó directamente en la red. Al igual que el Thylacoleo, luchó ferozmente para liberarse, pero las flechas narcóticas de Elizabeth y Sam comenzaron a surtir efecto rápidamente.
—Este es tuyo, Sam —dijo Elizabeth con una sonrisa, observando cómo el Dientes de Sable se desplomaba inconsciente.
Sam sonrió aliviada, pero ambas sabían que aún tenían mucho trabajo por delante. El proceso de domesticación era largo, y necesitaban estar atentas a cualquier peligro en los alrededores. Pasaron horas alimentando y cuidando a ambos dinosaurios, asegurándose de que el proceso fuera exitoso.
Finalmente, cuando el sol empezaba a ponerse, el Thylacoleo y el Dientes de Sable despertaron. Ambos dinosaurios ahora eran parte del equipo, listos para enfrentar los desafíos que las esperaban en las cuevas de Valguero.
—Uno menos —dijo Elizabeth, acariciando al Thylacoleo, sintiendo la fuerza y el poder bajo su pelaje.
—Y uno más para la misión —agregó Sam, con una sonrisa mientras montaba a su recién domesticado Dientes de Sable.
Con sus nuevas monturas, ambas se dirigieron de regreso al campamento, sabiendo que esto era solo el comienzo de los desafíos que enfrentarían en Valguero. Las cuevas y los jefes finales aún las esperaban, pero ahora tenían la fuerza y el coraje para enfrentarlos.
Mientras el sol comenzaba a caer y la luz dorada se desvanecía en el horizonte, Elizabeth y Sam montaron en sus nuevos compañeros: el Thylacoleo y el Dientes de Sable. La emoción y el nerviosismo se entrelazaban mientras se adentraban en el denso bosque de Valguero. El aire fresco traía consigo el aroma de la vegetación y el eco distante de criaturas que habitaban el área, pero no podían bajar la guardia; sabían que el peligro acechaba en cada sombra.
—¿Crees que las demás estén teniendo éxito? —preguntó Sam, manteniendo su mirada atenta al entorno.
—Espero que sí. Necesitamos formar un equipo sólido —respondió Elizabeth, recordando los planes trazados con sus amigas.
Mientras avanzaban por un sendero cubierto de hojas, un rugido resonó en el aire, causando que ambos se detuvieran en seco. Elizabeth alzó la mano, haciendo señas a Sam para que se detuviera. El Thylacoleo, con sus ojos brillantes y su cuerpo tenso, se preparó para el combate. Sabían que un Tiranosaurio Rex estaba cerca; el sonido profundo y vibrante había dejado claro que eran ellos los que estaban en territorio ajeno.
—¡Es un Tiranosaurio! —susurró Elizabeth, la adrenalina fluyendo por sus venas.
De repente, el enorme Tiranosaurio apareció entre los árboles, su imponente figura proyectando una sombra amenazante. Con su enorme boca llena de dientes afilados y su cola poderosa moviéndose con fuerza, se dirigía directamente hacia ellas.
—¡Rápido, prepárate! —gritó Elizabeth, sabiendo que la velocidad y agilidad del Thylacoleo serían su única ventaja.
El Thylacoleo, con su agilidad impresionante, saltó hacia el Tiranosaurio, buscando desviar su atención. Elizabeth se sintió confiada sobre su lomo, sintiendo cómo el felino se movía con gracia. Ella apuntó su arco y disparó, pero el tiro falló. El Tiranosaurio rugió furioso, girándose para enfrentar al Thylacoleo.
—¡Ahora, ataca! —gritó Elizabeth, instando a su compañero a embestir. El Thylacoleo se lanzó hacia el Tiranosaurio, sus garras listas para desgarrar la carne del gigantesco depredador.
Con un salto ágil, el Thylacoleo se abalanzó sobre la espalda del Tiranosaurio, rasgando la piel con sus garras. Elizabeth, aferrándose con fuerza, disparó otra flecha, esta vez impactando en la parte trasera del cuello del Tiranosaurio, causando que el monstruo se sacudiera y rugiera de dolor.
—¡Estamos en la pelea, Sam! —gritó mientras se reacomodaba, lista para disparar de nuevo.
El Tiranosaurio, enfurecido, lanzó un poderoso golpe con su cola, pero el Thylacoleo fue lo suficientemente ágil para esquivarlo, saltando hacia un lado. Sin embargo, el Tiranosaurio no se rendiría fácilmente; su resistencia y fuerza eran aterradoras.
—¡Necesitamos un plan! —exclamó Sam, viendo cómo el Tiranosaurio se preparaba para atacar nuevamente.
—Vamos a rodearlo. Si podemos distraerlo, tal vez podamos hacerle suficiente daño para que retroceda —propuso Elizabeth, pensando rápidamente.
El Thylacoleo, obedeciendo a Elizabeth, saltó y se movió con rapidez, atacando las patas traseras del Tiranosaurio con sus garras. Cada rasguño que causaba, producía una hemorragia, debilitando a la bestia con cada golpe. Elizabeth disparaba flechas mientras se movían, manteniendo la presión.
Sam, viendo la oportunidad, también se unió a la ofensiva. Con su Dientes de Sable, se acercó por el lado opuesto del Tiranosaurio, intentando flanquearlo y hacer que se centrara en su ataque. La estrategia estaba funcionando, el Tiranosaurio se encontraba cada vez más agitado, pero también más peligroso.
—¡Ahora! —gritó Elizabeth mientras su compañero felino se lanzaba hacia el Tiranosaurio, desgarrando aún más su carne. Con una precisión cuidadosa, disparó otra flecha, impactando en el flanco del gigante.
El Tiranosaurio, debilitado, comenzó a tambalearse, su rugido resonando por el bosque mientras se giraba en un intento desesperado por embestir al Thylacoleo. Sin embargo, su agilidad continuaba jugando a favor de Elizabeth y Sam, quienes aprovechaban cada movimiento.
Pero el tiempo no estaba de su lado. Elizabeth sabía que debían actuar rápido antes de que el Tiranosaurio pudiera recuperarse. Con un último salto, el Thylacoleo atacó con fuerza, rasgando el costado del Tiranosaurio con sus afiladas garras. Elizabeth, en el momento culminante, lanzó una flecha con todas sus fuerzas, atravesando la parte baja de la mandíbula del Tiranosaurio.
El gigantesco depredador cayó de rodillas, y con un último rugido de agonía, se desplomó al suelo. Elizabeth y Sam se miraron, el sudor corriendo por sus frentes, pero la sensación de triunfo era abrumadora.
—Lo logramos… —susurró Sam, aún procesando lo que acababan de conseguir.
—Sí, pero no podemos relajarnos. Debemos llevarlo al campamento y prepararnos para lo que venga —respondió Elizabeth, el corazón todavía latiendo con fuerza.
Con cuidado, se acercaron al Tiranosaurio caído, sabiendo que tendrían que utilizar su carne y recursos para nutrir al grupo. Se sintieron orgullosas de lo que habían logrado, pero también conscientes de que Valguero siempre traería nuevos desafíos. El cielo se oscurecía y una nueva aventura les aguardaba en la oscuridad. Ahora, con un Thylacoleo y un Dientes de Sable a su lado, estaban listas para enfrentarse a lo que el mundo les lanzara.
Con el Tiranosaurio Rex finalmente caído ante sus pies, Elizabeth y Sam tomaron un momento para recuperar el aliento. La adrenalina aún corría por sus venas, y el eco del rugido del dinosaurio resonaba en sus oídos. La victoria era dulce, pero el trabajo estaba lejos de haber terminado.
—No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Debemos asegurarnos de que no haya otros depredadores en la zona —dijo Elizabeth, mirando a su alrededor. Aunque el área parecía tranquila, los peligros siempre acechaban en Valguero.
Sam asintió, aún atónito por la lucha que acababan de enfrentar. Miró a su Dientes de Sable, que también respiraba con dificultad, pero se mantenía firme, listo para seguir.
—Voy a revisar el área, por si acaso —dijo Sam mientras se movía sigilosamente, examinando los alrededores en busca de cualquier señal de vida. Elizabeth, por su parte, se acercó al Tiranosaurio para asegurarse de que estaba realmente fuera de combate.
Con cautela, Elizabeth inspeccionó el enorme cuerpo del dinosaurio. La sangre aún manaba de las heridas que habían infligido, pero sabía que no podían dejarlo ahí. Valguero era un lugar donde la vida podía ser cruel, y otros depredadores no tardarían en llegar si no se apresuraban.
—¡Sam! —llamó mientras retiraba su hacha de la espalda. —Necesitamos comenzar a desollarlo. Aprovechemos cada parte de este monstruo.
Sam regresó rápidamente, su mirada centrada en el Tiranosaurio. A pesar del tamaño de la bestia, ambos se sentían más seguros ahora que habían logrado derribarlo.
—De acuerdo. ¡Vamos a hacerlo! —dijo Sam, sacando su propia hacha.
El trabajo fue arduo. Con precisión y esfuerzo, comenzaron a retirar la piel del Tiranosaurio, tomando nota de las partes que podrían utilizar. La carne sería esencial para alimentar a su grupo, y los huesos podrían servir para fabricar herramientas o armas. Mientras trabajaban, Elizabeth no pudo evitar pensar en la valentía que habían demostrado al enfrentar a la criatura, y cómo eso fortalecería su reputación entre las demás chicas.
Después de lo que pareció una eternidad, finalmente lograron retirar una gran cantidad de carne y parte del cuero. Las primeras luces del alba comenzaron a asomarse en el horizonte, y el cielo se iluminó con tonos naranjas y púrpuras. El esfuerzo valió la pena, y pronto tenían un buen suministro de recursos.
—¡Eso es! Ahora, tenemos que llevar todo esto de regreso al campamento —dijo Elizabeth, sintiendo que su corazón se llenaba de orgullo.
Con el Tiranosaurio ya desollado, Elizabeth y Sam cargaron lo que pudieron en sus respectivos dinosaurios. El Dientes de Sable de Sam parecía no tener problemas en llevar una parte significativa de la carne, mientras que el Thylacoleo de Elizabeth, con su agilidad, llevaba su carga en su espalda, balanceándose de un lado a otro mientras se movían.
A medida que se dirigían de regreso al campamento, Elizabeth reflexionó sobre el próximo desafío que enfrentarían. Habían descubierto información sobre jefes y cuevas en el obelisco, y sabían que necesitarían más dinosaurios si querían estar a la altura de las circunstancias. El objetivo de domesticar criaturas más poderosas estaba cada vez más presente en su mente.
—Oye, Sam, ¿has pensado en qué dinosaurios deberíamos intentar domesticar a continuación? —preguntó Elizabeth mientras navegaban por el bosque.
—He estado pensando en un Giganotosaurio. Son increíblemente poderosos y nos darían una ventaja en combate —respondió Sam, su voz llena de emoción.
—Eso podría ser impresionante. Imagina tener a un Giganotosaurio en nuestro equipo. Podría ayudarnos a enfrentar a los jefes que descubrimos en el obelisco —dijo Elizabeth, sintiendo que la idea se hacía más atractiva con cada palabra.
Al llegar al campamento, fueron recibidas por el resto del grupo. Las chicas se encontraban en medio de varias actividades: Lana estaba organizando los recursos, Iris molía más plantas para crear remedios, y Emily cuidaba de Rappy, quien se movía alegremente entre las chicas.
—¡Miren lo que traemos! —gritó Sam, levantando un trozo de carne del Tiranosaurio.
Las chicas se acercaron, mostrando interés y emoción por lo que habían traído.
—¡Increíble! —exclamó Nina, sorprendida por la cantidad de carne. —Esto nos durará un tiempo.
Elizabeth, sintiéndose satisfecha, comenzó a organizar la carne en trozos más pequeños para su almacenamiento. Mientras lo hacía, se sintió invadida por una mezcla de orgullo y responsabilidad. Tenía que asegurarse de que su grupo estuviera bien alimentado y preparado para cualquier desafío futuro.
—Chicas, necesitamos hablar sobre los jefes y las cuevas que descubrimos en el obelisco —dijo Elizabeth, logrando captar la atención de todas.
Se sentaron alrededor de una fogata, y Elizabeth compartió lo que había aprendido. Habló de la necesidad de derrotar a los jefes para obtener artefactos y de cómo eso podría abrir nuevas posibilidades para ellas en Valguero.
—Para hacerlo, tendremos que formar un equipo fuerte, y eso significa que necesitamos más dinosaurios. Cada uno de ustedes debe pensar en qué dinosaurios les gustaría tener en nuestro grupo —sugirió Elizabeth.
Las chicas comenzaron a discutir sus ideas. Emily mencionó a los Argentavis, que podrían volar y servir como exploradores. Lana pensó en los Brontosaurios por su tamaño y fuerza, que podrían servir como defensores del campamento. Nina propuso la idea de buscar Triceratops, pues eran fuertes y buenos para el combate.
Mientras las ideas volaban, Elizabeth se sintió más esperanzada. Con cada conversación, con cada plan, sabía que se estaban volviendo más fuertes y unidas como grupo.
—Mañana, nos separaremos en duplas nuevamente y nos enfocaremos en encontrar a los dinosaurios que necesitamos —finalizó Elizabeth, sintiendo que la decisión era la correcta.
Las chicas se dispersaron, cada una con la determinación de hacer su parte para asegurar su futuro en Valguero. Mientras Elizabeth se retiraba a su área, miró hacia el cielo, contemplando el camino que tenían por delante. Aunque sabían que enfrentarían muchos desafíos, la valentía que habían demostrado y su creciente unión eran pruebas de que podían superar cualquier obstáculo que se les presentara.
Con una sonrisa en el rostro, Elizabeth se acostó, dejando que el cansancio la envolviera. Sabía que al despertar, un nuevo día traería nuevas oportunidades y desafíos en el vasto y peligroso mundo de Valguero.
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Era una mañana brillante en Valguero, y el sol comenzaba a elevarse, iluminando la densa vegetación de la base,Elizabeth se despertó con la energía del nuevo día fluyendo a través de ella, consciente de que hoy tenían un gran desafío por delante. Se reunió con Sam, Lana y Emily, quienes también parecían emocionadas pero nerviosas por la aventura que les esperaba.
Después de un desayuno rápido, comenzaron a prepararse para su expedición hacia las cuevas que habían descubierto en sus investigaciones. Sabían que necesitarían todo el equipo adecuado para enfrentarse a los peligros que podrían encontrar en su camino. Cada una de ellas se encargó de recolectar y organizar el equipo.
—Vamos a necesitar nuestras ballestas y lanzas —dijo Elizabeth, revisando los arcos y asegurándose de que las municiones estuvieran listas.
—Y no olviden las espadas —agregó Sam, mientras revisaba su armadura, asegurándose de que todo estuviera en orden.
Lana se ocupaba de los dos dientes de sable y del oso temible, asegurándose de que estuvieran bien alimentados y listos para acompañarlas. Mientras tanto, Emily verificaba a los raptores, asegurándose de que tuvieran suficiente comida y estuvieran enérgicos para la aventura.
Con todo el equipo listo, Elizabeth se detuvo un momento para revisar el mapa que habían trazado. Sus ojos se posaron en las marcas que habían hecho para las cuevas cercanas. Sabían que había varias cuevas en la región, algunas de las cuales prometían grandes tesoros, pero también albergaban peligros inminentes.
—Aquí —dijo Elizabeth, señalando el mapa—. Esta cueva parece ser la más cercana. Según lo que hemos leído, contiene artefactos del cazador, así como el Artefacto del Risco, el Artefacto del Guardián y el Artefacto de la Inmunidad. Estos artefactos son legendarios y pueden ayudarnos a comprender mejor el entorno y enfrentarnos a los desafíos que se avecinan.
Las chicas intercambiaron miradas, sintiendo la mezcla de emoción y nerviosismo. Cada una de ellas comprendía que se enfrentaban a un reto, pero estaban listas para apoyarse mutuamente.
—¿Están listas para esto? —preguntó Elizabeth, sintiendo la energía creciente en el grupo.
—Sí, estamos listas —respondieron al unísono.
Después de asegurarse de que todo estaba en su lugar, se dirigieron hacia donde tenían a sus Pteranodones. Los majestuosos reptiles estaban posados en los árboles, esperando pacientemente a que sus jinetes se prepararan. Elizabeth se sintió tranquila al verlos; sabía que serían fundamentales en su viaje hacia la cueva.
Cada chica montó su Pteranodón, asegurándose de que sus armas y provisiones estuvieran bien sujetas. Una vez listas, Elizabeth dio la señal y, con un poderoso aleteo, los Pteranodones se elevaron en el aire, llevando a las chicas hacia la cueva.
La brisa fresca las envolvía mientras volaban, y Elizabeth disfrutaba de la sensación de libertad que el vuelo proporcionaba. A medida que se acercaban a la ubicación de la cueva, comenzó a notar la densa vegetación que la rodeaba, un recordatorio de los peligros que podrían estar ocultos.
Finalmente, aterrizaron suavemente frente a la entrada de la cueva. Era imponente, con rocas que se alzaban hacia el cielo, formando un umbral natural que parecía dar la bienvenida y advertir al mismo tiempo. Elizabeth sacó su ballesta y la sostuvo firmemente, lista para cualquier eventualidad.
—¿Todo el mundo preparado? —preguntó, girándose para asegurarse de que cada una estaba lista.
—¡Listas! —respondieron, una mezcla de determinación y emoción en sus voces.
Con un último intercambio de miradas, las chicas cruzaron el umbral de la cueva. El interior era oscuro, y el eco de sus pasos resonaba en el aire, añadiendo un aire de misterio a su exploración. Las antorchas que llevaban iluminaban las paredes rocosas, revelando antiguos grabados y el rastro de agua que goteaba del techo.
Mientras se adentraban más, Elizabeth recordó las advertencias sobre las criaturas que podían habitar en el interior. Siguió avanzando con precaución, su mano firmemente en la ballesta, lista para actuar en cualquier momento. Aunque la cueva estaba en silencio, podía sentir la tensión en el aire.
—Mantengámonos juntas —dijo Elizabeth, dándose cuenta de la importancia de permanecer unidas en un lugar tan desconocido.
A medida que avanzaban, el aire se volvía más frío y la oscuridad más intensa. Las chicas se movieron con sigilo, preparadas para enfrentar cualquier cosa que pudiera surgir en su camino. Sabían que estaban en una nueva etapa de su aventura, y que los desafíos que les esperaban solo fortalecerían su vínculo y habilidades como grupo.
De repente, Elizabeth escuchó un murmullo en la oscuridad, seguido de un rápido aleteo. Un grupo de Onyc apareció repentinamente, volando en círculos alrededor de ellas. Las chicas se prepararon para el combate.
—¡Cuidado! —gritó Sam, mientras uno de los Onyc se lanzaba hacia ellas.
Las chicas se dispersaron, evitando el ataque, mientras Sam y Emily disparaban flechas hacia las criaturas. Elizabeth, por su parte, se movió ágilmente, tratando de no dejar que los Onyc las rodearan. La batalla fue rápida, pero intensa, y pronto lograron despejar el área.
Sin embargo, el eco de la lucha atrajo a otras criaturas. Desde las sombras, emergieron Ravagers y Direwolves, atraídos por el sonido del combate. Elizabeth y su grupo se prepararon para enfrentar una nueva amenaza.
—¡Más criaturas! —exclamó Lana, preparándose para el siguiente ataque.
Las chicas se agruparon, lanzando ataques coordinados mientras los Ravagers y Direwolves intentaban flanquearlas. Elizabeth luchaba con determinación, sintiendo la adrenalina fluir a través de ella mientras sus compañeras demostraban su valentía en la batalla.
A medida que la lucha continuaba, Elizabeth se dio cuenta de que necesitaban un plan. Ella y Lana comenzaron a utilizar sus habilidades de combate en conjunto, lanzando ataques rápidos y precisos, mientras Sam y Emily cubrían sus flancos.
Sin embargo, a pesar de su destreza, las criaturas eran feroces y numerosa. Una Direwolf logró alcanzar a Emily, quien recibió un mordisco profundo en la pierna, haciendo que cayera al suelo con un grito de dolor.
—¡Emily! —gritó Elizabeth, sintiendo el pánico invadirla.
Lana y Sam se apresuraron a ayudarla, pero la batalla era feroz. Las heridas comenzaban a acumularse, y cada movimiento se volvía más difícil. Sam recibió un rasguño profundo de un Ravager, que le dejó una marca roja en su brazo, mientras Elizabeth luchaba por mantener la calma.
—¡Sigue luchando! —gritó Lana, mientras apuñalaba a un Direwolf que se abalanzaba sobre ellas.
La lucha fue agotadora, y Elizabeth sentía que cada golpe que intercambiaban les costaba más. Sin embargo, un impulso de valentía las mantenía en movimiento. Sam, a pesar de su herida, disparó una flecha que impactó en la cabeza de un Ravager, derribándolo instantáneamente.
Finalmente, después de un esfuerzo constante, lograron acabar con los Ravagers y los Direwolves. Las chicas respiraban con dificultad, pero estaban listas para continuar. Sin embargo, sabían que los peligros de la cueva no habían terminado.
Al avanzar más adentro, se encontraron con un claro donde la luz se filtraba a través de las grietas del techo de la cueva. Allí, encontraron el primer pedestal, que contenía el artefacto del cazador. Elizabeth se acercó con cuidado, sintiendo que el corazón le latía con fuerza al ver la magnífica reliquia.
—¡Miren esto! —exclamó, señalando el artefacto que brillaba intensamente.
Sin embargo, sus ojos se posaron en el fondo de la cámara, donde estaban los artefactos del Risco, el Guardián y la Inmunidad, rodeados de un manto de oscuridad. Mientras se acercaban, comenzaron a escuchar ruidos provenientes de las sombras.
De repente, emergieron varios Pulmonoscorpius, sus ojos resplandecían en la penumbra, y sus cuerpos cubiertos de espinas se movían rápidamente. Elizabeth y su grupo se prepararon para el combate, sintiendo la adrenalina fluir a través de ellas.
—¡Listas, chicas! —gritó Elizabeth, levantando su ballesta y apuntando a uno de los Pulmonoscorpius que se acercaban rápidamente.
Con una rápida y certera acción, disparó, la flecha impactando en el costado de la criatura. Sin embargo, el Pulmonoscorpius no se detuvo, y en su furia, lanzó un aguijón hacia ellas, impactando en el hombro de Lana y haciéndola caer de rodillas.
—¡Cuidado! —gritó Sam, justo a tiempo para empujar a Emily fuera del camino.
Lana y Emily comenzaron a atacar a los Pulmonos
Lana y Emily comenzaron a atacar a los Pulmonoscorpius con toda su fuerza, utilizando sus espadas y lanzas. La batalla se tornó frenética mientras los escorpiones avanzaban, moviéndose con agilidad y amenazando a las chicas con sus aguijones. Elizabeth, sintiendo la presión del momento, dirigió su atención hacia el Pulmonoscorpius que había herido a Lana, decidida a proteger a su amiga.
—¡No te rindas, Lana! ¡Nos tenemos unas a otras! —gritó Elizabeth, lanzando otra flecha que perforó el caparazón del Pulmonoscorpius. La criatura se sacudió, pero siguió avanzando, su mirada fija en ellas.
Lana, con el dolor del aguijón ardiendo en su hombro, se esforzó por levantarse. Con cada aliento, sentía que la batalla se hacía más intensa, pero su determinación era inquebrantable. Con un rápido movimiento, se lanzó hacia el Pulmonoscorpius, asestándole un golpe directo en su cuerpo, logrando finalmente derribarlo.
Mientras tanto, Sam y Emily se enfrentaban a otros Pulmonoscorpius. Sam, a pesar de su herida en el brazo, se movía con valentía, usando su espada con destreza. Emily disparaba su ballesta con precisión, derribando a uno de los escorpiones que se acercaba demasiado.
—¡Estamos casi allí! —gritó Emily, manteniéndose concentrada en el combate. Sin embargo, el sudor y el cansancio comenzaban a hacer mella en su energía.
Con un último esfuerzo, Elizabeth decidió que debían cambiar de táctica. Las chicas formaron un círculo, uniendo sus fuerzas para atacar a los escorpiones que aún permanecían en pie. Elizabeth coordinó el ataque, gritando órdenes y asegurándose de que todas estuvieran alineadas.
—¡Ahora! ¡Al mismo tiempo! —ordenó.
En perfecta sincronía, dispararon, golpearon y apuñalaron a los Pulmonoscorpius que quedaban. El eco de sus gritos resonó en la cueva mientras luchaban con todas sus fuerzas. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el último Pulmonoscorpius cayó al suelo, derrotado.
Exhaustas y heridas, las chicas respiraban pesadamente, pero una sensación de triunfo comenzó a llenar la cueva. Elizabeth se dio un momento para observar a su alrededor; a pesar del caos, había algo brillante en la luz que se filtraba del exterior.
—¡Lo logramos! —exclamó, levantando su ballesta en señal de victoria.
Sin embargo, su alegría fue breve. El sonido de pasos resonó en la cueva, y del oscuro pasillo, emergió un grupo de Araneo. Las criaturas arañas avanzaban, sus ojos brillantes centelleando en la oscuridad, y el terror llenó el aire. Elizabeth sintió que su corazón latía con fuerza, pero rápidamente tomó una decisión.
—¡Debemos seguir adelante y conseguir los artefactos! —gritó.
Las chicas se prepararon de nuevo, sabiendo que el verdadero desafío aún no había terminado. La cueva era un laberinto de peligros, y el aire se tornaba denso con la sensación de inminente peligro.
Con paso firme, avanzaron hacia el pedestal que sostenía el Artefacto del Risco. Elizabeth llegó primero y, con cautela, extendió su mano hacia el artefacto. Justo cuando lo tocó, el suelo tembló y una avalancha de piedras comenzó a caer de las paredes de la cueva.
—¡Rápido! —gritó Sam, tratando de mantener la calma mientras las piedras caían a su alrededor.
Las chicas se movieron rápidamente, tratando de encontrar una salida mientras el sonido de la caída de rocas llenaba el aire. Elizabeth sintió que su corazón se aceleraba mientras corrían por el oscuro pasillo, sintiendo el peligro de cerca.
En su intento por escapar, Emily tropezó, cayendo al suelo. Elizabeth no podía dejarla atrás.
—¡Emily! —gritó, dándose la vuelta.
Sam y Lana, aunque también heridas, no dudaron y se lanzaron a ayudar. Mientras tanto, una de las Araneo se acercó, preparando su ataque. Elizabeth, en un momento de inspiración, levantó su ballesta y disparó, impactando en la criatura justo cuando estaba a punto de abalanzarse sobre ellas.
Con la Araneo caída, las chicas ayudaron a Emily a levantarse, y juntas continuaron corriendo. Finalmente, encontraron una salida que conducía a una cueva más amplia donde la luz del día se filtraba. Con un último esfuerzo, lograron salir al aire libre, tambaleándose y exhaustas.
Al respirar el aire fresco y sentirse aliviadas, se dieron cuenta de que habían logrado escapar de la cueva, aunque no sin heridas y cicatrices. Elizabeth miró hacia atrás, recordando todo lo que habían enfrentado. En su mano, sostenía el Artefacto del Risco, que brillaba intensamente bajo la luz del sol.
—Lo logramos, chicas. —dijo Elizabeth, sintiendo una oleada de emoción—. Pero tenemos más por hacer.
Las chicas, aunque cansadas y heridas, sintieron una renovada determinación. A pesar de los peligros y desafíos, habían sobrevivido juntas y ahora poseían uno de los artefactos más importantes.
—Vamos a buscar los otros artefactos —dijo Lana, con una sonrisa cansada pero decidida.
—Sí, vamos a demostrar que nada puede detenernos —agregó Sam, levantando su espada en señal de victoria.
Con un nuevo sentido de unidad y propósito, las chicas comenzaron su viaje de regreso, listas para enfrentar los próximos desafíos que les aguardaban en Valguero, y con la certeza de que, juntas, podían superar cualquier obstáculo.
CONTINUARA....
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