Capitulo 21:Continuación

Las chicas se reunieron en un claro cerca de la entrada de la Cueva de los Caídos, recuperándose de la intensa batalla que habían librado contra los peligros del camino. Elizabeth sostenía el Artefacto del Risco en sus manos, una esfera luminosa grabada con inscripciones antiguas que emitía un suave resplandor. Con cada latido de su corazón, sentía la sangre goteando de una herida en su brazo, pero su determinación no flaqueaba.

-Este es solo el comienzo -dijo, mirando a sus amigas con firmeza-. Ahora debemos encontrar el Artefacto del Cazador.

Emily, con un vendaje improvisado en su brazo, se acercó y preguntó, su voz llena de tensión:

-¿Sabemos exactamente dónde se encuentra ese artefacto?

-Está en una sección diferente de esta misma cueva, más profunda y peligrosa -respondió Elizabeth, frunciendo el ceño al recordar los horrores que habitaban en la oscuridad-. Necesitamos estar preparadas.

Con una sensación de urgencia, el grupo se dispuso a prepararse. Las chicas revisaron sus armas, asegurándose de que cada ballesta y lanza estuvieran listas. Elizabeth, decidida, sintió que no podía dejar que sus compañeras enfrentaran lo que venía solas.

-No solo necesitamos armas. Debemos estar listas para cualquier cosa que se cruce en nuestro camino. Estos artefactos son poderosos, y no estamos solas en esta búsqueda -les advirtió, tratando de infundir valor.

Después de atender sus heridas con un ungüento hecho de hierbas que habían recolectado, el grupo se sintió listo para continuar. Elizabeth decidió que era el momento de sacar a los dinosaurios de las criopods. Con un gesto firme, comenzó a liberar a sus compañeros.

El Thylacoleo de Elizabeth salió de su criopod, estirando sus garras afiladas y mirando a su alrededor con curiosidad. Elizabeth sonrió a su compañero, sabiendo que él solo obedecía a su llamada. A su lado, Sam liberó a su Dientes de Sable, que rugió con fuerza, mientras el Oso Temible de Nina, los raptores de Lana e Iris, y Rappy, la Raptora de Emily, se unieron al grupo.

-Estamos listos para lo que venga -anunció Elizabeth, sintiendo el ardor de su herida.

Con su equipo y dinosaurios listos, el grupo avanzó hacia la cueva. Elizabeth lideró el camino, su corazón latiendo con fuerza mientras cruzaban la oscura entrada. El aire se volvió denso y pesado, y un eco sutil llenaba el ambiente, como si la cueva misma respirara. Elizabeth y Sam mantuvieron sus armas listas, sabiendo que cualquier cosa podría suceder.

-Esto no se ve bien -dijo Sam, su voz resonando en la penumbra-. ¿Qué tal si nos encontramos con algo más que artefactos?

Antes de que pudieran responder, un sonido estruendoso resonó en la cueva. Un grupo de Onyc emergió de las sombras, lanzándose hacia ellas con sus alas extendidas y colmillos afilados.

-¡Defiéndanse! -gritó Elizabeth, mientras disparaba con su ballesta, intentando contener a los murciélagos que atacaban en picada.

El caos se desató. Los Onyc se abalanzaron sobre el grupo, mientras el Dientes de Sable de Sam saltaba y atacaba a uno de los murciélagos, desgarrando sus alas con sus afilados colmillos. El Thylacoleo de Elizabeth, ágil y feroz, se lanzó al combate solo por la orden de su dueña, desgarrando a los Onyc que intentaban rodearlas.

-¡No se detengan! -gritó Nina, mientras su Oso Temible embestía a uno de los Onyc que se acercaba demasiado-. ¡Ayuden a los demás!

Mientras luchaban, un Ravager apareció, rugiendo ferozmente y apuntando a Elizabeth.

-¡Cuidado! -gritó Sam, tratando de distraerlo-. ¡Thylacoleo, ataca!

El Thylacoleo obedeció, lanzándose hacia el Ravager con un salto poderoso. Elizabeth disparó con su ballesta, apuntando a los puntos débiles del Ravager mientras Sam se movía ágilmente, buscando una oportunidad para atacar. El Ravager, irritado, se volvió hacia el Thylacoleo, lanzando un feroz mordisco. Elizabeth sintió la tensión en el aire, el eco de la batalla resonando en la cueva mientras el Ravager y su compañero se enredaban en un mortal combate.

En medio de la lucha, el grupo se sintió abrumado por la cantidad de enemigos. Un par de Direwolves emergieron de la oscuridad, atacando a Emily y Rappy.

-¡Rappy, muerde! -gritó Emily, mientras su raptora luchaba valientemente contra los lobos que se abalanzaban sobre ellas.

Nina se unió a la pelea, usando su Oso Temible para embestir a los lobos, mientras Lana e Iris utilizaban sus lanzas para mantener a raya a los Onyc que volvían a atacar.

La batalla era feroz, la sangre salpicando el suelo de la cueva mientras los dinosaurios y las chicas luchaban codo a codo. Elizabeth sentía la adrenalina fluir a través de su cuerpo mientras esquivaba y disparaba, coordinando los movimientos de su equipo. Las chicas luchaban con valentía, pero el precio era alto: rasguños profundos y mordeduras que manaban sangre.

-¡No podemos quedarnos aquí! -exclamó Lana, con una herida en su costado que sangraba profusamente-. ¡Debemos salir!

Con un esfuerzo monumental, Elizabeth logró liberar un brazo y desenfundó su ballesta, disparando a las arañas que se acercaban. Con un movimiento rápido, logró cortarse de la telaraña y, junto a Sam, liberarse completamente. Nina, junto a su Oso Temible, luchaba contra otra araña, mientras Lana e Iris intentaban mantener a raya a las demás.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, lograron derrotar a la horda de Araneos. Sin embargo, el precio había sido alto: todas estaban heridas, algunas más que otras. Elizabeth se sentía débil, pero la determinación de continuar era más fuerte que el dolor.

-Lo tenemos -dijo Elizabeth, sosteniendo el Artefacto del Risco en sus manos-. Ahora debemos encontrar el Artefacto del Cazador.

Con el grupo tambaleándose, se dispusieron a seguir adelante, aunque cada paso era un desafío. Los ecos de sus respiraciones llenaban el silencio y la tensión de la cueva. En su camino, cada sombra parecía cobrar vida, un recordatorio constante de los peligros que acechaban en la oscuridad.

La cueva se volvió más estrecha y oscura a medida que avanzaban, y el aire se tornó frío. Los ecos de sus pasos resonaban, y de repente, un crujido rompió el silencio. Al girar, se encontraron con una nueva oleada de enemigos: una manada de raptors feroces, sus ojos destilando hambre. Sin tiempo para prepararse, las chicas se lanzaron a la batalla una vez más, sus gritos resonando en la cueva.

Elizabeth, sintiendo el ardor de su pierna herida, miró hacia abajo, viendo sangre brotar mientras su Thylacoleo se lanzaba al rescate, desmembrando a uno de los raptors.

-¡Luchad, no dejéis que se acerquen! -gritó Sam, su voz llena de desesperación.

Con las heridas abiertas y la sangre manando, cada chica luchaba con más ferocidad. La batalla era cruel; los raptors se lanzaban en picada, y el grupo no podía permitirse caer. Con determinación, se unieron, usando a sus dinosaurios como escudos y armas mientras luchaban por sobrevivir en ese infierno de sombras y sangre.

Cuando la última criatura cayó, el grupo se tambaleó, exhausto y cubierto de heridas. La cueva, llena de ecos y silencios, parecía reirse de su dolor. Elizabeth, a pesar de todo, sabía que no podían rendirse. Con una mirada de acero, se dirigió a sus amigas, listas para enfrentarse a lo que sea que viniera después, con la sangre aún fresca en sus manos y el ardor de la batalla en sus corazones.

El eco de las respiraciones pesadas resonaba en la oscuridad de la Cueva de los Caídos. Las chicas, marcadas por la batalla, se detuvieron un momento para evaluar su estado. Las heridas abiertas de Elizabeth, Sam, Nina, Emily, y el rastro de sangre que manaba de los cuerpos de sus dinosaurios les recordaban lo brutal que había sido la lucha. La cueva estaba impregnada del hedor de la sangre y la muerte, y un silencio ominoso se había apoderado del lugar tras la feroz pelea con los Pulmonoscorpius.

Elizabeth, con su Thylacoleo a su lado, se sintió débil, pero el deseo de encontrar el Artefacto del Cazador le dio fuerzas. Su voz resonó en la penumbra, fuerte y decidida, a pesar del dolor punzante que sentía.

-Debemos seguir adelante. El artefacto está cerca, y no podemos rendirnos ahora.

Aun con los cuerpos de los escorpiones caídos a su alrededor, el grupo avanzó. La cueva parecía engullirlas, cada paso resonando en el aire húmedo y frío. Elizabeth tomó la delantera, su Thylacoleo en posición de ataque, atento a cualquier movimiento. A medida que avanzaban, la luz de sus antorchas revelaba las paredes cubiertas de un musgo resbaladizo, una trampa en la que podían caer en cualquier momento.

De repente, un ruido perturbador interrumpió el silencio. Sam, que iba justo detrás, levantó la mano, pidiendo silencio. Las chicas contuvieron la respiración. En el silencio opresivo, pudieron escuchar el movimiento proveniente de una cámara cercana.

-¡Silencio! -susurró Sam.

La tensión se cortaba con un cuchillo mientras se asomaban a un gran espacio donde un grupo de Pulmonoscorpius se movía, sus grandes cuerpos brillando con la luz de las antorchas.

-No podemos permitir que nos atrapen aquí -dijo Nina, con su espada lista en la mano.

Sin previo aviso, uno de los escorpiones giró su cabeza y, en un instante, se lanzó hacia Elizabeth, sus pinzas abiertas buscando a su presa. Elizabeth reaccionó rápidamente, empujando a su Thylacoleo hacia adelante. La criatura chocó con el escorpión, y en un acto de ferocidad, le arrancó una pinza en un chorro de sangre oscura.

La batalla se desató. Los Pulmonoscorpius atacaron con salvajismo, y las chicas se lanzaron al combate. La escena se convirtió en un torbellino de movimiento, gritos y ecos de armas chocando contra escamas y piel. Elizabeth, moviendo su espada con destreza, disparaba su ballesta, viendo cómo las flechas se incrustaban en las criaturas que se abalanzaban sobre ellas. La atmósfera se llenó de un hedor a sangre mientras los escorpiones caían, pero el costo era alto.

-¡No os rindáis! -gritó Sam, lanzándose hacia un escorpión que se dirigía a Rappy, la raptora atrapada detrás de su Oso Temible. Con un movimiento rápido, Sam cortó la cola del Pulmonoscorpius justo a tiempo, pero no sin recibir un corte profundo en la pierna. La sangre comenzó a fluir, manchando el suelo mientras luchaba por mantenerse de pie.

Las chicas se enfrentaron a los escorpiones con valor, pero las mordidas y las picaduras comenzaron a acumularse. Elizabeth sintió un ardor punzante en su brazo cuando un escorpión logró golpearla, la ponzoña comenzando a hacer efecto. Sin embargo, la adrenalina mantenía su mente clara; no podía permitirse fallar.

El caos continuó, y con cada escorpión que caía, otro ocupaba su lugar. La batalla era brutal. Los gritos de guerra resonaban mientras los Pulmonoscorpius se desangraban, pero el precio era alto. La cueva se llenó de cuerpos caídos y el suelo cubierto de sangre. Elizabeth sentía su resistencia desvanecerse, pero no podía rendirse. Con cada ataque que lanzaba, una nueva herida se abría en su piel.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad de lucha, los Pulmonoscorpius fueron derrotados. El grupo se detuvo, jadeando, sus cuerpos cubiertos de heridas y sangre. Elizabeth miró a su alrededor; el suelo estaba cubierto de cuerpos y la habitación impregnada del hedor de la muerte. La batalla había sido ganada, pero a un alto costo.

-¿Estamos cerca? -preguntó Nina, apoyándose contra una roca, respirando pesadamente y tratando de contener la sangre que brotaba de su costado.

Elizabeth sintió un escalofrío de determinación.

-Sí, solo un poco más -respondió, aunque en su interior sentía el peso del miedo y la debilidad.

Con un esfuerzo, continuaron su camino. La cueva se volvía más oscura y húmeda, y el aire estaba impregnado de un olor a moho y a muerte. Cada paso era una batalla, y cuando llegaron a un nuevo cruce, se encontraron con un grupo de Araneos, criaturas enormes y aterradoras que se movían ágilmente en las sombras.

-¡Araneos! -gritó Elizabeth, levantando su ballesta-. ¡Atacad!

Las chicas se lanzaron a la batalla una vez más, sintiendo el miedo apoderarse de sus corazones. Las Araneos se lanzaron sobre ellas, sus mandíbulas afiladas listas para morder. Sam gritó cuando una de las criaturas la atrapó, arrastrándola hacia una telaraña viscosa. Elizabeth, sin pensarlo, corrió hacia ella, usando su espada para cortar las telarañas y liberar a su amiga.

Pero otra Araneos se giró rápidamente, atacando a Elizabeth. Sintiendo que estaba en peligro, logró esquivar el ataque, pero no sin recibir un corte profundo en su costado. La sangre comenzó a brotar, manchando su ropa y resbalando por su piel. La presión aumentaba y el aire estaba lleno de ecos de batalla, de gritos de rabia y miedo.

-¡No! -gritó Nina, mientras su Oso Temible se lanzaba hacia la araña. Sin embargo, no antes de que una segunda Araneos mordiera a Rappy, haciendo que la raptora gritara de dolor. La lucha fue intensa, cada chica sentía el ardor de sus heridas mientras su fuerza se agotaba. Pero no podían rendirse.

Elizabeth gritó órdenes a su grupo, su voz firme y llena de determinación a pesar de las lágrimas de dolor que querían brotar. La escena se convirtió en un espiral de horror. Las Araneos atacaban, mordiendo y apuñalando a sus presas con colmillos afilados. Las garras del Thylacoleo desgarraban la carne de las arañas, pero cada vez que una caía, otra ocupaba su lugar.

El suelo se convirtió en un campo de batalla cubierto de cuerpos y sangre. Las chicas lucharon juntas, empujándose mutuamente hacia adelante mientras sus dinosaurios atacaban con ferocidad. Las Araneos, ágiles y rápidas, se movían con una gracia mortal, buscando morder a las guerreras. Elizabeth sintió el miedo y la desesperación crecer en su interior.

Cuando finalmente la última Araneos fue derribada, las chicas se detuvieron, exhaustas, con sus cuerpos marcados por las heridas. Elizabeth miró a su alrededor; el suelo estaba cubierto de cuerpos, la habitación olía a muerte, y la sensación de triunfo se mezclaba con el horror de lo que habían enfrentado.

-¿Estamos cerca del artefacto? -preguntó Emily, apoyándose contra una roca, respirando con dificultad, tratando de contener el dolor.

Elizabeth sintió un escalofrío de determinación y miedo al mismo tiempo.

-Sí, solo un poco más -respondió, tratando de recordar el mapa de la cueva en su mente-. No podemos rendirnos ahora.

El camino se volvía más complicado, y con cada esquina, nuevas sombras acechaban en la oscuridad. Sabía que no podían permitirse bajar la guardia, y que, a pesar del dolor y las heridas, debían seguir adelante. La cueva no solo era un laberinto de sombras, sino un lugar donde su valentía se pondría a prueba.

Cada chica, herida y cansada, continuó su lucha, dispuesta a enfrentarse a cualquier criatura que se interpusiera en su camino, unidas en su búsqueda por poder y supervivencia, luchando no solo por el artefacto, sino por sus vidas y su libertad. Con cada paso, el eco de sus corazones palpitaba en un ritmo frenético, y la certeza de que su lucha no había terminado aún las impulsaba a avanzar en el oscuro abismo que las rodeaba.

Elizabeth lideraba el grupo, avanzando con el cuerpo adolorido y la mente centrada en el objetivo. La oscuridad de la cueva parecía consumirlas, pero el deseo de encontrar el Artefacto del Cazador las empujaba hacia adelante. A pesar de las heridas y el agotamiento, la determinación ardía en sus corazones. La siguiente cámara estaba más allá, y el aire se sentía cargado de una tensión palpable, como si la cueva misma estuviera viva y expectante.

Mientras se adentraban más en la cueva, el suelo comenzó a temblar, y el eco de pasos resonó a través de la oscuridad. Elizabeth alzó la mano para detener a su grupo. Su Thylacoleo se mantuvo alerta, su pelaje erizado. Las chicas se miraron, el miedo reflejado en sus ojos.

-¿Qué fue eso? -susurró Nina, su voz apenas un murmullo.

Elizabeth apretó los dientes, sabiendo que no había tiempo para dudas. Con un gesto decidido, hizo avanzar a su grupo hacia la siguiente cámara. Cuando llegaron, se encontraron con una vista aterradora: un grupo de Ravagers, sus ojos brillantes en la penumbra, les aguardaba con ansias.

-¡Están aquí! -gritó Elizabeth, empujando a su Thylacoleo hacia adelante, lista para atacar. Las chicas se lanzaron a la batalla, sintiendo el impulso de sus dinosaurios detrás de ellas.

Los Ravagers se lanzaron hacia el grupo, su ferocidad era desmedida. Elizabeth sintió el viento del ataque de uno de ellos cerca de su rostro, pero logró esquivarlo. Sin embargo, no pudo evitar que otro la embistiera con fuerza, golpeándola y haciéndola caer al suelo. La dolorosa sacudida resonó en su cuerpo, pero no podía permitirse ceder. Se levantó rápidamente, su espada brillando con la luz de las antorchas mientras la batía contra el lomo del Ravager.

El dolor se acumulaba en su cuerpo mientras ella luchaba. La cueva parecía volverse un lugar de tortura; cada golpe que recibía parecía más fuerte que el anterior. Su sangre se mezclaba con la de las criaturas, un recordatorio constante del precio que estaban pagando por su ambición.

Nina se encontraba luchando junto a su Oso Temible, tratando de proteger a Sam, que había sido empujada a un lado y estaba cubierta de moretones. Sin embargo, cuando una de las criaturas la atacó, el Oso Temible se lanzó en su defensa, pero fue derribado por el peso del Ravager, haciendo que Nina gritara de dolor y desesperación.

-¡No! -gritó, corriendo hacia su compañero, pero un Ravager se giró hacia ella, sus garras afiladas listas para atacar. A pesar de su herida, Nina se mantuvo firme, lanzando su espada con una fuerza renovada y atravesando al Ravager. La criatura cayó con un rugido desgarrador, pero el costo era alto; Nina también había sido golpeada, su brazo herido colgando inerte a su lado.

Mientras tanto, Emily y Rappy se batían a su lado, pero el caos se extendía como un virus en la cueva. Elizabeth, viendo que sus amigas luchaban, gritó una orden.

-¡Juntas! ¡Debemos atacar en grupo!

Las chicas, a pesar de sus heridas, se unieron, formando un frente de ataque. Sus dinosaurios, heridos y agotados, se lanzaron al frente, enfrentándose a los Ravagers que parecían multiplicarse en cada esquina. Elizabeth se movió con determinación, su espada cortando y apuñalando en un ritmo frenético, pero cada movimiento le costaba más. El ardor de sus heridas se volvía insoportable, y comenzó a perder el enfoque. La cueva se nublaba ante sus ojos.

Fue entonces cuando la oscuridad se desvaneció, dejando al descubierto el camino hacia el artefacto. Sin embargo, no estaban solas. Una figura más grande que cualquier otra que habían encontrado hasta ahora se presentó ante ellas: un Carnotaurus, su enorme cabeza asomándose entre las sombras. La bestia rugió, resonando en toda la cueva, y Elizabeth sintió el terror recorrer su cuerpo.

-¡Retirada! -gritó Sam, pero era demasiado tarde. El Carnotaurus avanzó, y las chicas se vieron obligadas a luchar de nuevo.

El combate fue feroz. El Carnotaurus atacó con fuerza, embistiendo a las chicas y a sus dinosaurios, haciendo que todos retrocedieran. Elizabeth, con su cuerpo cansado y ensangrentado, supo que esta sería la batalla más dura.

Con su espada en alto, se lanzó hacia el Carnotaurus, dispuesta a arriesgarlo todo. Cuando el dinosaurio la atacó, logró esquivarlo, pero no sin recibir un golpe en la pierna que la hizo caer. La sangre manaba de su herida, y el dolor la hizo gritar.

Nina, a pesar de estar herida, gritó para animar a sus amigas.

-¡No te rindas, Elizabeth! ¡Eres fuerte!

La determinación de Elizabeth creció al escuchar el aliento de sus amigas. A pesar de su debilidad, se puso de pie una vez más.

-¡No! ¡No vamos a perder aquí! -gritó, levantándose con su espada, buscando un punto vulnerable en el Carnotaurus.

Las chicas, apoyándose mutuamente, lanzaron su ataque final. Elizabeth y su Thylacoleo se movieron juntos, la bestia lanzándose al ataque una vez más. En un momento decisivo, Elizabeth utilizó toda su fuerza y, con un grito de rabia y dolor, atravesó al Carnotaurus, su espada hundiéndose en la carne de la criatura. La bestia rugió, pero el golpe fue mortal.

El Carnotaurus cayó de rodillas y, en su último suspiro, golpeó el suelo, provocando una pequeña sacudida que hizo tambalear a todas. El eco de su caída resonó en la cueva, pero la victoria tuvo un costo alto.

Elizabeth, exhausta y cubierta de heridas, se dejó caer de rodillas. La adrenalina comenzaba a desaparecer, y el dolor se intensificó. Miró a su alrededor; Sam, Nina y Emily también estaban heridas, pero seguían luchando.

-¿Estamos... estamos cerca del artefacto? -preguntó Emily, su voz débil pero llena de determinación.

Elizabeth asintió, tratando de mantener la compostura a pesar de su dolor.

-Sí, solo un poco más -respondió, su voz temblorosa, pero llena de esperanza.

Con esfuerzo, se levantaron y continuaron hacia la próxima cámara, las heridas ardiendo en sus cuerpos. El suelo estaba cubierto de sangre y restos de criaturas caídas, un recordatorio del infierno que habían enfrentado. A medida que se acercaban a un pequeño altar en el centro de la habitación, el brillo del Artefacto del Cazador se hizo visible, iluminando el lugar con una luz tenue pero poderosa.

Sin embargo, sabían que no estaban a salvo. El peligro aún acechaba, y el eco de sus corazones resonaba en el silencio de la cueva, una advertencia de que la batalla aún no había terminado. Pero el artefacto estaba tan cerca, un símbolo de su lucha y sacrificio. Con la última reserva de fuerza, Elizabeth avanzó hacia él, dispuesta a enfrentarse a lo que fuera necesario para reclamarlo.

Con el corazón latiendo con fuerza, Elizabeth avanzó hacia el altar donde el Artefacto del Cazador descansaba, brillando tenuemente en la oscuridad de la cueva. El lugar estaba bañado en una luz sobrenatural, y la energía del artefacto parecía pulsar con vida propia, atrayéndolas como un faro en la oscuridad. Sus amigas, heridas y agotadas, la siguieron, sus pasos lentos pero decididos.

-¡Lo tenemos! -gritó Nina, su voz un eco de esperanza en el silencio tenso de la cueva. Pero Elizabeth no pudo relajarse. Sabía que este momento era crucial, y que podrían ser atacadas en cualquier momento. El sacrificio de sus amigos y la lucha que habían enfrentado hasta ese momento no podía ser en vano.

Mientras se acercaban al artefacto, Elizabeth sintió una corriente de energía fluir a través de ella. Extendió la mano, y al tocar el artefacto, una oleada de poder recorrió su cuerpo. Sin embargo, justo en ese instante, un rugido resonó a través de la cueva, haciendo que el suelo temblara. Un escalofrío recorrió sus espinas, y el eco del sonido hizo que el aire se volviera pesado.

-¡Rápido, tomad el artefacto! -gritó Elizabeth, sintiendo que el peligro se acercaba.

Nina se acercó, y juntas, levantaron el artefacto del altar. Una luz brillante estalló a su alrededor, iluminando la cueva con un resplandor casi cegador. Elizabeth sintió que la fuerza de la cueva cambiaba, como si la naturaleza misma se retorcía en respuesta a su presencia. Sin embargo, esa luz también atrajo la atención de las criaturas que habían estado esperando en la penumbra.

Un grupo de Araneos, sus ojos brillantes de malicia, emergieron de las sombras, seguidos por una manada de Direwolves que salían de los rincones oscuros de la cueva. Elizabeth sintió cómo la adrenalina se disparaba en su cuerpo.

-¡No podemos quedarnos aquí! -gritó, la urgencia en su voz resonando en sus amigas. -¡Vamos a salir!

Las chicas comenzaron a retroceder, el artefacto asegurado en las manos de Nina. Sin embargo, las criaturas estaban cada vez más cerca, y Elizabeth sintió un pánico creciente.

Los Araneos se lanzaron hacia ellas con una velocidad aterradora, sus patas espinosas y venenosas listas para atacar. Elizabeth, consciente de que el tiempo se agotaba, giró rápidamente hacia la primera criatura y, con su espada en mano, golpeó con fuerza. El Araneo cayó, pero Elizabeth sintió que la presión aumentaba a medida que más de ellos se abalanzaban sobre su grupo.

-¡Cubridme! -gritó, mientras se enfrentaba a otro Araneo. La sangre manaba de su brazo, pero no podía detenerse. Cada golpe que daba era un recordatorio de lo que había perdido y lo que aún tenía que proteger.

Las chicas lucharon juntas, cada una con sus dinosaurios a su lado. El Oso Temible de Nina se lanzó hacia un grupo de Araneos, mientras que Sam utilizaba a su Diente de Sable para atacar a los Direwolves que se acercaban. El caos estalló en la cueva, y el eco de sus gritos y el sonido de las batallas llenaban el aire.

A medida que se retiraban, Elizabeth sintió que sus fuerzas flaqueaban, pero no podía rendirse. Sabía que el artefacto que llevaban era crucial para su supervivencia. En un momento de desesperación, cuando un Direwolf se abalanzó sobre ella, Elizabeth se giró y, con un movimiento decidido, le cortó la cabeza. La criatura cayó sin vida a sus pies, pero no podía permitirse sentir alivio; había más que venían.

Finalmente, lograron salir de la cámara, pero el camino de regreso estaba lleno de obstáculos. Los Araneos continuaban persiguiéndolas, y la manada de Direwolves estaba cerca. Elizabeth sintió que el sudor goteaba por su frente, su respiración era irregular y su visión se nublaba.

-¡Vamos! -gritó Sam, señalando una salida cercana. -¡Por allí!

Con determinación, las chicas corrieron hacia la salida, los dinosaurios luchando a su lado, pero las criaturas estaban cada vez más cerca. Elizabeth sintió que la presión aumentaba cuando el grupo de Araneos se abalanzó hacia ellas una vez más. Con una mirada rápida, decidió que no podrían permitir que los atacaran nuevamente.

-¡A la carga! -ordenó, levantando su espada mientras se lanzaba hacia el grupo de criaturas. Las chicas la siguieron, cada una luchando con todo lo que tenían.

La batalla se intensificó mientras atravesaban la cueva, y cada vez que una de ellas caía, se levantaba, sin rendirse. Las heridas eran profundas, pero el deseo de sobrevivir y proteger a sus amigas les daba la fuerza para seguir adelante.

Finalmente, llegaron a la salida de la cueva, pero las criaturas aún las perseguían. Elizabeth pudo ver la luz del exterior, pero antes de que pudieran alcanzar la libertad, el Carnotaurus apareció de nuevo, bloqueando su camino. Era la misma bestia que habían enfrentado antes, y su furia era evidente.

-¡No podemos parar ahora! -gritó Elizabeth, sintiendo que el terror se apoderaba de ella. -¡A luchar!

El Carnotaurus embistió, y Elizabeth, a pesar de sus heridas, corrió hacia él con su espada en alto. La sangre fluía de su cuerpo, y el dolor era insoportable, pero no podía permitir que sus amigas sufrieran. Con un movimiento rápido, logró apuñalarlo en un costado, pero el Carnotaurus giró su cabeza, lanzando a Elizabeth por el aire.

Ella cayó al suelo, sintiendo cómo el impacto resonaba en su cuerpo, pero antes de que pudiera moverse, el Carnotaurus se lanzó hacia ella. Sin embargo, el Thylacoleo, leal a Elizabeth, se interpuso entre ella y la bestia, atacando con ferocidad y distrayendo al dinosaurio lo suficiente como para que Elizabeth pudiera levantarse nuevamente.

Con lágrimas en los ojos, Elizabeth sintió el impulso de luchar. Juntas, las chicas y sus dinosaurios se lanzaron contra el Carnotaurus. La batalla fue brutal; las chicas estaban exhaustas, pero el deseo de vivir y el artefacto en sus manos las impulsaron a seguir adelante. Finalmente, en un último esfuerzo, lograron derribar al Carnotaurus, cayendo en una explosión de sangre y furia.

Apenas pudieron respirar, pero al ver el camino hacia la luz, sabían que estaban cerca de la libertad. Sin embargo, no podían permitir que su guardia cayera. Con el artefacto asegurado, las chicas salieron corriendo de la cueva, una luz brillante al final del túnel que prometía la salvación.

Cuando finalmente emergieron a la luz del día, se sintieron abrumadas por la victoria, pero también por el dolor y las heridas que llevaban. Estaban marcadas por la batalla, pero el artefacto en sus manos era un símbolo de su fuerza y resistencia.

Se dejaron caer en el suelo, exhaustas, pero con una nueva comprensión de su capacidad para enfrentar cualquier desafío. Habían luchado contra la oscuridad y habían sobrevivido. Elizabeth miró a sus amigas, sabiendo que juntas podían enfrentar cualquier cosa que el mundo les lanzara. Su amistad había sido su mayor arma, y aunque estaban heridas, su espíritu era indomable.

Juntas, se levantaron, listas para lo que vendría a continuación, dispuestas a continuar su lucha en un mundo lleno de peligros, pero con la convicción de que siempre lucharían unidas.

Las chicas, a pesar de las heridas que llevaban, se pusieron de pie con determinación, sus cuerpos cansados pero sus espíritus ardientes. El aire fresco del exterior les dio un nuevo aliento, y mientras se acomodaban, sintieron la conexión con sus dinosaurios, que también estaban agotados pero listos para la siguiente batalla.

Elizabeth miró a su alrededor, asegurándose de que todas estaban bien. Nina, con su Oso Temible, estaba cubierta de rasguños y su rostro estaba pálido, pero la chispa de valentía brillaba en sus ojos. Sam, aún empuñando su espada ensangrentada, acarició a su Diente de Sable, que había luchado con ferocidad a su lado. Las otras chicas se unieron, cada una con sus respectivos dinosaurios, preparadas para dejar atrás la cueva de los Caídos.

-No podemos quedarnos aquí más tiempo -dijo Elizabeth, respirando profundamente. -Debemos volver a nuestra base y curarnos. No sabemos qué otras sorpresas nos esperan en este lugar.

Con un asentimiento unánime, las chicas se montaron en sus dinosaurios. Elizabeth se subió al Thylacoleo, que la miró con lealtad en sus ojos brillantes. A su lado, Nina se acomodó en el Oso Temible, y Sam se montó en su Diente de Sable, listas para avanzar. Los raptores de Iris y Lana, Rappy y el otro Raptor, esperaban ansiosos, listos para salir.

-Recuerden, tenemos que estar atentas -advirtió Elizabeth, sintiendo que la adrenalina aún corría por sus venas. -No hemos visto lo peor de esta cueva.

Las chicas emergieron finalmente de la cueva de los Caídos, el aire fresco del exterior les golpeó el rostro, revitalizándolas momentáneamente. Montadas en sus dinosaurios, miraron hacia atrás, sus corazones aún latiendo con la adrenalina de la batalla. Habían sobrevivido, pero el precio había sido alto.

Al llegar a su base, un refugio que habían construido con esmero, las chicas se apearon de sus monturas, sus cuerpos cansados y llenos de heridas. Lana e Iris, aunque también habían recibido golpes y moretones, se apresuraron a ayudar a sus amigas.

-¡Rápido! Necesitamos curar estas heridas antes de que sea tarde -dijo Lana, su voz tensa pero decidida.

Elizabeth, la líder del grupo, se apoyó en un tronco, jadeando mientras las demás la rodeaban. Su espalda estaba cubierta de profundas laceraciones que le habían dejado los Ravagers y los lobos temibles durante la feroz batalla. Las heridas eran extensas y sangraban, un recordatorio brutal de los peligros que habían enfrentado en la cueva.

-No puedo creer que hayas luchado así -dijo Iris, mientras se inclinaba para examinar las heridas de Elizabeth. -Esto es grave.

-Solo necesito un poco de agua y vendas -respondió Elizabeth, intentando mantener la calma. Su voz se entrecortaba por el dolor.

Mientras tanto, Sam, que había estado tratando de mover su brazo con cuidado, reveló su muñeca rota. La mirada de preocupación en el rostro de sus amigas era palpable.

-Esto duele, pero puedo soportarlo -dijo Sam, con una sonrisa forzada.

-No, no puedes -replicó Nina, mientras miraba su propio brazo, que estaba desgarrado y lleno de marcas. -Si no te curas bien, podrías lastimarte más.

Emily, de pie junto a ellas, mostró su propio brazo, donde las mordeduras de un Dilofo se notaban claramente. Estaba asustada, pero no podía permitir que eso la detuviera.

-También deberíamos atender nuestras heridas antes de que empeoren -sugirió, mirando a sus amigas con determinación.

Lana e Iris, sintiendo la urgencia del momento, comenzaron a buscar suministros. Reunieron agua y vendajes, mientras que las chicas, aún aturdidas por la batalla, intentaron mantener la calma y la cohesión del grupo.

Lana se acercó a Elizabeth, con el agua y las vendas en la mano. -Voy a hacer esto rápido, ¿de acuerdo? No puedo permitir que estas heridas se infecten.

Elizabeth asintió, su rostro se contrajo al sentir el contacto con el agua. Lana limpió las heridas, usando la tela de la venda para presionar suavemente, tratando de controlar la sangre que seguía fluyendo.

-Lo siento, esto va a doler un poco -advertió Lana, sabiendo que cada toque sería un recordatorio del peligro que habían enfrentado.

A pesar del dolor, Elizabeth sonrió, sintiéndose agradecida por la dedicación de sus amigas. -Gracias, Lana. Sabía que podía contar contigo.

Iris se ocupó de Sam, utilizando las vendas para estabilizar su muñeca rota. -No te preocupes, no será la primera vez que luchas con una herida así. Solo necesitas descansar.

Mientras tanto, Nina y Emily se atendían entre ellas, compartiendo risas nerviosas y tratando de mantener el ánimo en alto. Las más heridas intentaban no mostrar su debilidad, pero la crueldad de la experiencia había dejado cicatrices que serían difíciles de olvidar.

Finalmente, una vez que todas las heridas estaban atendidas, el grupo se reunió en el centro de su base. Miraron a su alrededor, sintiendo el alivio de haber sobrevivido, pero también el peso de lo que había ocurrido. La conexión entre ellas se había fortalecido, y aunque las cicatrices serían recordatorios de su aventura, cada una sabía que juntas podrían enfrentar cualquier desafío que el mundo de Ark les lanzara.

-Lo hicimos -dijo Elizabeth, su voz más fuerte ahora. -Sobrevivimos a la cueva.

-Y lo haremos de nuevo -agregó Sam, con una sonrisa decidida.

Las chicas asintieron, sintiéndose listas para cualquier aventura que viniera a continuación, pero por ahora, sabían que debían descansar y curarse. Habían enfrentado la oscuridad y salido adelante, y eso era solo el comienzo de su historia en la isla.

Con las heridas finalmente tratadas, las chicas se sentaron alrededor de una fogata que habían encendido en el centro de su base. Las llamas danzaban en la oscuridad, iluminando sus rostros cansados pero determinados. El olor del humo y la tierra húmeda de la isla llenaba el aire mientras cada una trataba de encontrar consuelo en la compañía de las demás.

-¿Qué hacemos ahora? -preguntó Nina, mirando a Elizabeth, quien aún tenía una expresión de concentración. La experiencia en la cueva había dejado una marca profunda en todos, y la adrenalina comenzaba a desvanecerse, dejando al descubierto el agotamiento físico y emocional.

-Necesitamos planear nuestro próximo movimiento -respondió Elizabeth, inclinándose hacia delante, sintiendo un tirón doloroso en su espalda. -No podemos quedarnos aquí para siempre. El artefacto que conseguimos es solo el comienzo. Hay más que explorar en Valguero.

-Pero... -empezó Sam, mirando su muñeca vendada-, ¿no deberíamos descansar un poco más? Todavía estoy sintiendo el dolor de la batalla.

Lana asintió, cruzando los brazos sobre las rodillas. -Lo que enfrentamos en esa cueva fue brutal. Necesitamos estar al cien por ciento antes de salir otra vez.

-Cierto, pero no podemos quedarnos inactivas -replicó Elizabeth con una mezcla de firmeza y preocupación. -Los peligros de esta isla no se detienen por nuestra fatiga. Debemos ser proactivas.

Iris, quien había estado observando las estrellas, intervino: -Podríamos hacer una exploración ligera mañana. Conocer mejor el área y ver si hay más criaturas que podemos domar. Si encontramos algo fuerte, podría ayudarnos en futuras batallas.

-Eso suena bien -dijo Emily, mirando a su alrededor con renovada energía. -Además, nuestros dinosaurios también necesitan moverse. Estar encerrados en la base no les hace bien.

-¿Y qué tal si descansamos y curamos a nuestros dinos heridos? -sugirió Nina. -Es importante que estén en buena forma para lo que venga.

Elizabeth asintió, satisfecha con las ideas que surgían entre el grupo. -Hagamos eso. Cada uno de nosotros debería dedicar un tiempo a cuidar de sus dinosaurios. Nuestros compañeros deben recuperarse para estar listos para el próximo desafío.

Con un nuevo propósito, se levantaron y comenzaron a revisar a sus dinosaurios. El thylacoleo de Elizabeth, ágil y atento, parecía sentir la energía renovada del grupo, pero también el desgaste de la batalla. Mientras tanto, los dientes de sable de Sam, que se habían estado comportando de manera inquieta, se acercaron a ella, listos para recibir atención y cariño.

Lana, con el oso temible a su lado, comenzó a revisar las heridas del animal, limpiando cuidadosamente las cortaduras con hierbas que habían recolectado. Iris y Nina se unieron, tratando de calmar a sus raptores, que aún parecían agitados por la intensa experiencia en la cueva.

Elizabeth se acercó a su thylacoleo, sintiendo un nudo en su pecho al ver las marcas de pelea en su pelaje. Con movimientos suaves, acarició su lomo, y el dinosaurio, reconociendo su tacto, se relajó un poco. Ella sabía que el vínculo entre ellos era fuerte; juntos habían enfrentado muchos desafíos.

Mientras cada una cuidaba de sus compañeros, el ambiente se volvió más relajado. Las chicas intercambiaban anécdotas sobre la batalla, tratando de encontrar humor en lo que había sido una experiencia tan intensa. Hablaban de cómo el thylacoleo de Elizabeth había hecho volar a los lobos temibles y cómo los dientes de sable de Sam habían luchado con valentía.

Al terminar de atender a sus dinosaurios, las chicas se reunieron de nuevo alrededor de la fogata, respirando pesadamente, pero satisfechas por haber cuidado de sus fieles compañeros. La noche continuaba, y aunque el cansancio comenzaba a pesar sobre sus cuerpos, cada una sabía que estaban más preparadas que antes.

-Mañana será un gran día -dijo Elizabeth, sonriendo. -Debemos estar listas para todo.

-De acuerdo, pero ahora debemos descansar -insistió Sam, con un tono de voz que no admitía discusión.

Y así, con la luna brillando sobre ellas, se retiraron a sus camas improvisadas, con la esperanza de un nuevo amanecer que traería nuevas oportunidades y desafíos. Pero en sus corazones, todas sabían que Valguero era un lugar impredecible, lleno de sorpresas tanto buenas como malas, y estaban listas para enfrentar lo que viniera. La aventura apenas comenzaba, y su vínculo como grupo se había vuelto inquebrantable.

Mientras se acomodaban para dormir, Elizabeth cerró los ojos, dejando que el sonido de la isla la arrullara. Sin embargo, en su mente, aún resonaban los ecos de la batalla en la cueva. Sabía que los peligros no se habían desvanecido, y que cada día sería una prueba de su fortaleza y resistencia. Pero con su grupo a su lado, se sentía lista para cualquier desafío.

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