Capitulo 18:Domesticado Dinos farmeadores

Las chicas estaban llenas de energía después de ese increíble despertar que les dio elizabeth y un delicioso desayuno preparado por Iris en el campamento. El sol comenzaba a asomar tímidamente por encima de las montañas, iluminando el paisaje con su luz dorada. El olor del fuego aún permanecía en el aire mientras recogían lo necesario para emprender la búsqueda de Ankylosaurios. Sabían que estos dinosaurios serían claves para recolectar metal de manera eficiente, un recurso esencial para las construcciones que tenían en mente.

Elizabeth, sentada cerca de la fogata, observaba el ir y venir de sus compañeras mientras revisaba su diario. A lo largo de los días, había documentado cada encuentro, cada nuevo descubrimiento en el Arca. Hoy, sus notas se centraban en los Ankylosaurios, criaturas robustas y poderosas, capaces de destrozar rocas con la fuerza de su cola.

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Entrada en el diario de Elizabeth - Día 27 en el Arca

El objetivo de hoy es claro: encontrar y domesticar Ankylosaurios. Son perfectos para recolectar metal debido a su fortaleza. He leído que son animales tranquilos, siempre y cuando no se sientan amenazados. Lo más difícil será mantener alejados a los depredadores mientras lo hacemos. Aunque el proceso de domesticación será lento, valdrá la pena. Las herramientas y estructuras que podremos fabricar con el metal nos permitirán mejorar nuestra base y aumentar nuestras posibilidades de sobrevivir en este entorno salvaje.

Hasta ahora, hemos visto un par de rastros cerca de la montaña. Tengo la sensación de que hoy será el día en que logremos nuestro objetivo. Fluffy, por supuesto, sigue siendo mi fiel acompañante.

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Cerrando el diario, Elizabeth acarició la pequeña cabeza de Fluffy, la nutria que había domesticado hace poco. La criatura se había vuelto inseparable de ella y solía acomodarse en su regazo mientras Elizabeth trabajaba o escribía.

—¿Todo listo? —preguntó Elizabeth, levantándose y ajustando su mochila.

—Sí, tenemos suficiente para una expedición larga —respondió Emily, quien estaba terminando de afilar una lanza junto a Sam. Las dos habían estado trabajando en un nuevo diseño, más resistente y ligero, para protegerse mejor en las montañas.

Emily miró a Sam con una sonrisa orgullosa y añadió: —Rappy también está lista. Ella y yo nos aseguraremos de mantener el camino despejado.

Sam, más enfocada en su trabajo, asintió sin decir mucho. Había pasado la última media hora asegurándose de que todas sus herramientas estuvieran en perfecto estado.

—Perfecto, entonces vamos —dijo Elizabeth mientras echaba un último vistazo a la zona antes de partir.

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El grupo se adentró en el denso bosque que rodeaba la base de las montañas. El camino era rocoso y empinado, pero todas sabían que encontrar Ankylosaurios les daría una ventaja significativa. Mientras caminaban, Elizabeth anotaba cualquier detalle importante que pudiera servir para futuras expediciones.

A medio camino, Sam rompió el silencio.

—¿Qué crees que encontremos primero? ¿Un Ankylosaurio o algún depredador? —preguntó con una mezcla de seriedad y humor.

—Con suerte, solo encontraremos Ankylosaurios —respondió Elizabeth, sonriendo—. Aunque no estaría mal toparse con uno de esos dinosaurios bola de los que hablé antes, los Doedicurus. Podrían ser útiles también.

Emily se rió mientras Rappy caminaba junto a ellas, siempre alerta.

—Sea lo que sea, tenemos que estar listas para cualquier cosa. Este lugar nunca deja de sorprendernos.

Tras varias horas de caminata, el grupo decidió hacer una breve pausa en una pequeña llanura entre las colinas. La vista era impresionante: podían ver el río que serpenteaba por el valle y las montañas que se alzaban imponentes a lo lejos. Elizabeth aprovechó el momento para actualizar su diario.

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Entrada en el diario de Elizabeth - Día 27, continuación

Hemos avanzado bastante. La montaña parece el lugar ideal para encontrar Ankylosaurios, pero el terreno es difícil. Aún no hemos visto rastros claros de ellos, pero no perderemos la esperanza. También estamos atentos a los Doedicurus, esos dinosaurios que enrollan sus cuerpos como bolas. Serían de gran ayuda para recolectar piedra y otros materiales pesados. La expedición va bien hasta ahora, y el equipo parece más unido que nunca.

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Elizabeth levantó la vista de su diario cuando vio que Emily y Sam estaban trabajando juntas cerca del fuego. Estaban afinando los últimos detalles de la lanza nueva que habían diseñado.

—¿Cómo va esa lanza? —preguntó Elizabeth con interés.

—Está quedando bastante bien —dijo Sam, levantando la lanza y observando su filo—. Usamos algo del metal que recolectamos antes. Es más ligera de lo que pensaba, pero muy resistente.

Emily asintió, mientras afilaba la punta.

—Si todo sale bien, esta lanza debería ser perfecta para enfrentarnos a cualquier peligro que encontremos en las montañas. Aunque, sinceramente, espero no tener que usarla demasiado.

Elizabeth sonrió, orgullosa del ingenio de su equipo. La creación de nuevas herramientas y armas les daba una ventaja en su supervivencia, y cada nueva invención les hacía sentir más seguras.

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Después de un breve descanso, el grupo retomó su marcha. El sonido de sus pasos sobre las rocas resonaba en el aire mientras las chicas se adentraban más en el terreno montañoso. Elizabeth caminaba al frente, Fluffy en su hombro, mientras escudriñaba el horizonte en busca de algún movimiento que indicara la presencia de los Ankylosaurios.

La tarde avanzaba, y justo cuando el sol comenzaba a ponerse, Elizabeth vio algo en la distancia. Un gran cuerpo acorazado, moviéndose lentamente entre las rocas. Era un Ankylosaurio, y su cola poderosa destrozaba las piedras a su alrededor.

—Ahí está —susurró Elizabeth emocionada, señalando la criatura—. Chicas, este es el momento.

El grupo se preparó en silencio, moviéndose con cautela para no asustar al Ankylosaurio. Sabían que tendrían que actuar con rapidez, pero también con precisión. El éxito de la misión dependía de su coordinación y habilidad.

Mientras Elizabeth ajustaba su arco con flechas narcóticas, sus pensamientos se centraban en una sola cosa: este dinosaurio representaba el siguiente gran paso en su aventura en el Arca.

Elizabeth ajustó la cuerda de su arco con cuidado, sintiendo la tensión y concentrándose en el Ankylosaurio que continuaba golpeando las rocas. Su cuerpo acorazado brillaba débilmente bajo la luz del sol que comenzaba a ocultarse. Sabía que necesitaban domesticar a esa criatura si querían avanzar con sus planes de obtener más metal para mejorar su base.

—Recuerden, tiene una piel gruesa. No podemos fallar muchos disparos —murmuró Elizabeth, mientras miraba a sus compañeras.

Emily y Sam estaban listas, sosteniendo sus propias armas. Sam observaba con cautela el entorno para asegurarse de que no hubiera depredadores cerca. Rappy, la fiel raptora de Emily, estaba atenta, moviendo su cabeza de un lado a otro en busca de cualquier amenaza.

—Creo que está solo, no veo más criaturas a su alrededor —dijo Emily, agachándose un poco para evaluar el terreno.

—Es ahora o nunca —respondió Sam, ajustando su lanza.

Elizabeth asintió, tomando una flecha narcótica y colocando cuidadosamente la punta en el arco. Fluffy, la pequeña nutria, permanecía quieta sobre su hombro, como si también comprendiera la importancia del momento.

Con precisión, Elizabeth tensó la cuerda, apuntando justo detrás de la cabeza del Ankylosaurio, donde las placas no eran tan gruesas. Un segundo después, soltó la flecha, y el proyectil voló por el aire, impactando en el punto exacto.

El Ankylosaurio lanzó un gruñido profundo y lento, pero no se movió mucho. Elizabeth disparó nuevamente, asegurándose de no darle tiempo a recuperarse. Las otras chicas siguieron su ejemplo, disparando flechas narcóticas hasta que el gran dinosaurio comenzó a tambalearse. Después de varios minutos, finalmente cayó al suelo, sedado.

—¡Lo logramos! —exclamó Sam con una sonrisa de alivio.

—Sí, pero no podemos relajarnos aún. Debemos alimentarlo para que se domestique —dijo Elizabeth mientras se acercaba cuidadosamente al Ankylosaurio caído.

Emily ya estaba revisando su inventario en busca de las bayas y vegetales necesarios para acelerar el proceso.

—Es increíble lo grande que es —comentó Emily mientras depositaba las bayas cerca de la boca del Ankylosaurio—. ¿Cuánto tiempo crees que tardará en domesticarlo?

—Un par de horas, tal vez menos si todo sale bien —respondió Elizabeth, limpiando el sudor de su frente. El proceso de domesticación no era fácil, pero la recompensa valdría la pena.

El tiempo pasó lento mientras vigilaban de cerca al Ankylosaurio. A lo lejos, podían escuchar los ruidos de otros animales moviéndose por el bosque. El aire era fresco, y el cielo ya comenzaba a teñirse de tonos rosados y naranjas.

Mientras tanto, Elizabeth decidió hacer algunas anotaciones en su diario sobre lo sucedido. Se sentó en una roca cercana, con Fluffy acomodada a su lado.

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Entrada en el diario de Elizabeth - Día 17, Tarde

Hoy ha sido un día productivo. Logramos sedar a un Ankylosaurio, lo que significa que pronto tendremos una nueva adición a nuestro grupo de trabajo. Esta criatura será fundamental para recolectar metal de las montañas. Es un animal impresionante, su piel acorazada y su fuerza lo convierten en una herramienta invaluable en este entorno salvaje. Las chicas han estado increíblemente coordinadas hoy; siento que estamos más unidas que nunca.

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Elizabeth levantó la vista cuando escuchó la risa de Emily y Sam. Parecía que Sam estaba enseñándole a Emily a usar una nueva técnica con la lanza que habían construido más temprano. Emily intentaba imitarla, pero sus movimientos eran más torpes que los de Sam, lo que provocó varias risas.

—Esas dos no se cansan nunca, ¿verdad? —dijo Elizabeth en voz baja, sonriendo.

Finalmente, después de un par de horas, el Ankylosaurio abrió los ojos, más calmado que antes. Había aceptado su nueva realidad como parte del grupo. Elizabeth se acercó, acariciando suavemente el costado del dinosaurio.

—Bienvenido a la familia —dijo en voz baja.

Fluffy, curiosa como siempre, trepó rápidamente por el brazo de Elizabeth y olisqueó al Ankylosaurio. La pequeña nutria parecía aprobar al nuevo miembro del equipo, lo que hizo sonreír a Elizabeth.

—Parece que Fluffy te ha dado su visto bueno —comentó Emily, acercándose a inspeccionar también.

—Perfecto. Ahora solo queda llevarlo de regreso a la base y empezar a trabajar con él —respondió Elizabeth mientras las chicas comenzaban a prepararse para el regreso.

El día había sido largo, pero satisfactorio. Con un nuevo aliado en el grupo, estaban más cerca de alcanzar sus objetivos.

Elizabeth revisó su implante, observando los materiales necesarios para la montura del Ankylosaurio que acababan de domesticar. Sus ojos recorrieron la lista: necesitaban piel, fibras de planta y algunos materiales metálicos. Con determinación, supo que estaba lista para la siguiente etapa.

—Voy a necesitar esa piel —murmuró para sí misma, levantándose con energía.

Salió del campamento, sintiendo la frescura de la mañana. El área estaba tranquila, con las chicas ocupadas en sus tareas diarias. Emily y Sam estaban alimentando al Ankylosaurio, mientras que Nina y Lana discutían sobre cómo organizar el área de descanso.

Elizabeth tomó su arco y un par de flechas, dirigiéndose hacia el área boscosa donde sabía que podía encontrar algunos parasaurios. Estos dinosaurios eran grandes y generalmente pacíficos, lo que los hacía un objetivo ideal. No quería asustarlos, así que avanzó con cuidado, escaneando el terreno.

Después de unos minutos de búsqueda, avistó un grupo de parasaurios pastando cerca de un claro. Se acercó con sigilo, recordando las técnicas que había practicado. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó un profundo aliento y tensó la cuerda de su arco, apuntando con precisión.

La flecha voló, impactando en el costado de uno de los parasaurios. El animal lanzó un grito, pero su resistencia fue breve, y pronto cayó al suelo. Elizabeth sintió un leve remordimiento, pero sabía que era necesario para el bienestar del grupo.

Mientras se acercaba al parasaurio caído, comenzó a trabajar rápidamente, retirando la piel con cuidado para no desperdiciar nada. Con el tiempo, había aprendido a hacerlo de manera eficiente. A su alrededor, el bosque continuaba tranquilo, y se sintió en paz con la naturaleza, aunque sabía que estaba tomando parte de ella.

Una vez que había conseguido la piel necesaria, se dirigió de regreso al campamento, cargando su botín con orgullo. Al llegar, encontró a las chicas aún ocupadas, pero pronto se acercaron a ver lo que había traído.

—¡Eso es perfecto! —exclamó Sam, observando la piel con admiración—. Ahora podemos trabajar en la montura.

—Sí, y mientras tanto, puedo preparar las fibras que necesitamos —dijo Elizabeth, dirigiéndose a la zona donde había visto algunas plantas adecuadas.

Con su implante, revisó las instrucciones sobre cómo crear la montura. Comenzó a recolectar fibras de plantas cercanas, asegurándose de que fueran fuertes y duraderas. El sol se movía lentamente en el cielo, marcando el paso del tiempo mientras se dedicaba a su tarea.

Después de un rato, logró reunir todo lo que necesitaba. Con las pieles extendidas y las fibras a su lado, se sentó en una roca y comenzó a trabajar. A medida que sus manos se movían, pensaba en cómo sería montar al Ankylosaurio, sintiendo una mezcla de emoción y anticipación.

Finalmente, cuando terminó de coser la montura, sintió una gran satisfacción. Había logrado crear algo útil y necesario para el grupo. Se levantó, observando su obra con orgullo. La montura se veía resistente y adecuada para el Ankylosaurio, lista para soportar el peso de quien se atreva a montar en él.

—¡Chicas, vengan a ver esto! —gritó, llamando a sus compañeras.

Emily, Nina, Lana y Sam se acercaron rápidamente, sus ojos brillando de emoción al ver la montura terminada.

—¡Increíble! —dijo Emily, admirando el trabajo de Elizabeth—. Esto es justo lo que necesitamos.

—Vamos a probarla en el Ankylosaurio —sugirió Sam, mirando a Elizabeth con un brillo de determinación.

—Sí, quiero ver cómo se siente —agregó Lana, sonriendo.

Elizabeth asintió, sintiéndose animada por el apoyo de sus amigas. Juntas, se dirigieron hacia el Ankylosaurio, listas para poner a prueba su creación y seguir adelante con su emocionante aventura.

Al llegar al Ankylosaurio, el gran dinosaurio se encontraba tranquilo, mordisqueando algunas plantas cerca de la entrada del campamento. Elizabeth se acercó con la montura en sus manos, sintiendo una mezcla de nervios y emoción.

—Recuerda que necesitamos que esté tranquilo mientras le colocamos la montura —dijo Sam, acariciando la cabeza del dinosaurio para calmarlo.

—Sí, se supone que debemos acostumbrarlo a nuestra presencia —agregó Lana, mientras se unía a ellas.

Elizabeth se arrodilló junto al Ankylosaurio, mostrándole la montura de manera suave y cautelosa. El dinosaurio giró su cabeza, olfateando el material nuevo. Con un suave movimiento, Elizabeth comenzó a colocar la montura en su espalda, asegurándose de que quedara bien ajustada.

—¡Bien hecho! —exclamó Emily, observando con atención—. Parece que le gusta.

Una vez que la montura estuvo en su lugar, Elizabeth se dio una palmadita en la rodilla, animando al Ankylosaurio a moverse. El dinosaurio dio un paso hacia adelante, probando el nuevo equipo.

—Es un buen comienzo. Ahora, ¿quién se atreve a montarlo primero? —preguntó Nina, con una sonrisa traviesa.

—Creo que debería ser Sam y Emily —sugirió Lana—. Ellas pueden probarlo juntas.

Elizabeth asintió, y las dos chicas se acercaron, preparándose para subirse a la montura. Con la ayuda de Elizabeth y Lana, lograron acomodarse sobre el Ankylosaurio. A medida que se acomodaban, sintieron la gran musculatura del dinosaurio debajo de ellas.

—Es increíble, se siente tan fuerte —dijo Emily, aferrándose con cuidado mientras el dinosaurio comenzaba a moverse lentamente.

—Sí, y tiene una gran estabilidad —respondió Sam, disfrutando de la sensación de estar sobre el Ankylosaurio.

Después de un par de vueltas en círculo, el dinosaurio empezó a moverse más rápidamente, llevándolas a lo largo de la zona de campamento. Las chicas rieron y gritaron de emoción mientras el Ankylosaurio trotaba con confianza.

—¡Esto es genial! —exclamó Emily, mientras se aferraba a la montura—. ¡Vamos a explorar más!

Cuando finalmente se detuvieron, Elizabeth observó con una gran sonrisa en su rostro. Habían logrado no solo domesticar al Ankylosaurio, sino también crear un vínculo con él y compartir esa experiencia con sus amigas.

—¿Qué les parece si hacemos un recorrido por la zona? —propuso Elizabeth, aún llena de energía—. Podríamos buscar más dinosaurios para domesticar o explorar nuevas áreas.

Sam y Emily asintieron entusiasmadas, sabiendo que la aventura apenas comenzaba. Mientras se preparaban para salir, Elizabeth se sintió agradecida por el trabajo en equipo y la camaradería que habían construido. Con el Ankylosaurio como nuevo compañero, el futuro parecía lleno de posibilidades y nuevas aventuras.

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Mientras Elizabeth y las chicas planeaban su próxima aventura, la curiosidad de Elizabeth la llevó a explorar un poco más lejos, decidida a encontrar más dinosaurios que pudieran proporcionar materiales útiles. Caminó con cuidado entre los árboles, manteniendo los ojos abiertos para avistar cualquier criatura que pudiera serles de ayuda.

De repente, un movimiento a lo lejos atrajo su atención. Al acercarse, vio un impresionante Therizinosaurio, con sus largas garras y un pelaje distintivo que brillaba a la luz del sol. El dinosaurio estaba agachado, rasgando el pasto para sacar la fibra, y su elegante figura le resultó fascinante.

—¡Chicas, miren esto! —gritó Elizabeth, sintiéndose emocionada por el descubrimiento.

Sin embargo, al notar su presencia, el Therizinosaurio levantó la cabeza rápidamente, mostrando su enorme tamaño y una mirada alerta. En un instante, el dinosaurio lanzó un grito agudo que resonó en la zona, y antes de que Elizabeth pudiera reaccionar, comenzó a correr hacia ella con sorprendente velocidad.

—¡Cuidado! —gritó una de las chicas desde la distancia, pero ya era demasiado tarde.

Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su espalda y, sin pensarlo dos veces, giró sobre sus talones y comenzó a correr. Su corazón latía con fuerza mientras sus pies golpeaban el suelo, el sonido del Therizinosaurio resonando detrás de ella. La adrenalina la impulsaba a moverse más rápido, pero el dinosaurio estaba decidido a alcanzarla.

Mientras corría, Elizabeth se dio cuenta de que su única oportunidad era encontrar un lugar donde esconderse o un obstáculo que el dinosaurio no pudiera superar. Mirando rápidamente a su alrededor, divisó un grupo de árboles densos a su izquierda y se dirigió hacia allí, con la esperanza de que el Therizinosaurio no pudiera seguirla.

Saltó entre los árboles, sintiendo cómo las ramas y hojas la golpeaban, y finalmente se deslizó detrás de un tronco grueso. El rugido del Therizinosaurio se desvaneció un poco mientras el dinosaurio buscaba su rastro. Elizabeth se quedó en silencio, conteniendo la respiración, esperando que el dinosaurio se cansara y se fuera.

Pasaron unos momentos tensos, y el Therizinosaurio, finalmente confuso, empezó a dar vueltas en el área, buscando. Elizabeth sabía que tenía que actuar con rapidez. Su mente corría, considerando la posibilidad de domesticar al dinosaurio si lograba acercarse sin asustarlo.

Mientras Elizabeth se mantenía oculta detrás del tronco, el Therizinosaurio comenzó a buscarla con más determinación, sus grandes patas golpeando el suelo con fuerza. Cada paso del dinosaurio resonaba en el corazón de Elizabeth, que sentía cómo la adrenalina la invadía.

Desesperada, sacó su diario y hojeó las páginas rápidamente. Buscó información sobre el Therizinosaurio y, para su sorpresa, encontró lo que necesitaba: un breve párrafo que indicaba que eran criaturas sumamente territoriales. Sabía que no se cansarían de buscarla hasta encontrarla, lo que la llenó de temor al pensar en las garras afiladas del dinosaurio.

—Esto no puede ser bueno —susurró para sí misma, sintiendo el peso de la situación.

Sin más opciones, Elizabeth tomó una profunda respiración y decidió que lo único que podía hacer era intentar domesticar al dinosaurio. Con firmeza, salió de su escondite, decidida a enfrentar al Therizinosaurio. La bestia la vio de inmediato, y su mirada intensa se centró en ella.

Elizabeth se dirigió lentamente hacia un árbol cercano, intentando captar la atención del dinosaurio y mantener la calma. Con el corazón latiendo con fuerza, se colocó detrás del tronco, tratando de pensar con claridad. Sabía que debía actuar rápido.

Sostenía su arco con determinación y, cuando el dinosaurio se acercó, disparó las flechas tranquilizantes que había preparado. Con cada tiro, apuntó cuidadosamente a las zonas más vulnerables, asegurándose de que el Therizinosaurio no tuviera forma de escapar.

El dinosaurio, al principio sorprendido, comenzó a tambalearse al sentir el efecto de las flechas. Elizabeth no se detuvo; continuó disparando hasta que, finalmente, el Therizinosaurio cayó, rendido, contra el suelo. Con una mezcla de alivio y emoción, se acercó al dinosaurio, admirando su tamaño y fuerza.

—Lo logré —susurró, sintiendo una oleada de satisfacción. Sabía que había ganado un aliado poderoso para su grupo y que este nuevo amigo podría ayudarles en su camino hacia la supervivencia en esa isla tan peligrosa.

Con cuidado, se acercó al dinosaurio, sintiendo que había tomado la decisión correcta. Ahora, todo lo que quedaba era asegurar la montura y prepararse para llevar a su nuevo compañero de regreso con las chicas. Elizabeth sonrió al pensar en las posibilidades que se abrían ante ellas.

Elizabeth, aún temblando por la adrenalina, se desplomó en el suelo, sintiendo cómo la tensión de su cuerpo se desvanecía. El sonido del Therizinosaurio, ahora dormido a su lado, se mezcló con su respiración entrecortada. Sin embargo, el alivio fue breve; apenas tuvo tiempo para recuperar el aliento cuando escuchó los pasos apresurados de sus amigas.

Las chicas llegaron corriendo, con Toro y Rappy detrás de ellas, inquietos y alertas. Cuando se acercaron y vieron a Elizabeth en el suelo, sus rostros se llenaron de preocupación.

—¡Elizabeth! —exclamó Iris, agachándose a su lado—. ¿Estás bien?

—Solo un poco cansada —respondió Elizabeth, sonriendo débilmente mientras intentaba incorporarse. Pero las chicas, aún nerviosas, comenzaron a revisarla con cuidado.

—¿Te ha hecho daño el dinosaurio? —preguntó Sam, sus ojos recorriendo su cuerpo en busca de heridas.

—No, no. Solo... me asustó un poco —Elizabeth trató de tranquilizarlas, pero sentía cómo la fatiga comenzaba a apoderarse de ella.

Después de asegurarse de que estaba bien, las chicas se dieron cuenta del tamaño y la majestuosidad del Therizinosaurio dormido. Sus miradas se llenaron de asombro.

—¿Lo domesticaste? —preguntó Emily, incredulidad en su voz.

—Sí —respondió Elizabeth, con un tono de orgullo en su voz—. Fue un desafío, pero lo logré.

Las chicas celebraron su éxito, y mientras se reían y comentaban sobre la hazaña, Elizabeth sintió que la energía comenzaba a volver a ella. Sin embargo, en el fondo, sabía que necesitaba documentar la experiencia. Con una sonrisa, sacó su diario y comenzó a escribir.

—Hoy fue un día increíble —escribió—. Logré domesticar a un Therizinosaurio. Fue aterrador y emocionante al mismo tiempo. Ahora tengo que asegurarme de cuidar de él y llevarlo a casa.

Mientras escribía, sintió cómo sus amigas se reunían a su alrededor, curiosas por conocer todos los detalles de la aventura. Elizabeth se detuvo un momento, levantó la vista y sonrió.

—Tendremos que pensar en un nombre para él —dijo, sintiendo que la conexión con sus amigas y su nuevo compañero era más fuerte que nunca.

Las chicas comenzaron a proponer nombres, y Elizabeth se sintió agradecida por el apoyo que siempre tenían entre ellas. Era en esos momentos que comprendía que, no importa cuán desafiantes fueran los días, siempre tendrían la fuerza y la unidad necesarias para superar cualquier obstáculo en su camino.

Elizabeth terminó de escribir en su diario, su mente aún llena de la emoción del día. Mientras se sumergía en sus pensamientos, sintió un leve temblor en el suelo. Miró hacia el Therizinosaurio, que comenzaba a moverse, sacudiendo la cabeza como si despertara de un profundo sueño. Sus ojos, grandes y curiosos, se abrieron lentamente, y Elizabeth no pudo evitar admirar la belleza de su nuevo compañero.

Era un dinosaurio impresionante, con un plumaje que brillaba a la luz del sol y garras largas y afiladas que reflejaban un aire majestuoso. Elizabeth se sintió inspirada; sabía que para poder domesticarlo por completo, necesitaría una montura adecuada. Sacó su implante y comenzó a buscar información sobre lo que necesitaría.

—Voy a necesitar mucha piel y fibra —murmuró para sí misma, mientras revisaba los materiales requeridos para la montura—. Quizás un poco de metal también para reforzarla.

A medida que el Therizinosaurio se levantaba, sus movimientos eran lentos y cuidadosos. Elizabeth se acercó un poco más, intrigada por su comportamiento. El dinosaurio la observó con cautela, pero no parecía hostil. Era como si, en ese instante, ambos comprendieran que eran aliados.

Con determinación, Elizabeth empezó a buscar materiales a su alrededor. Las chicas, aún admiradas por la domesticación del dinosaurio, se pusieron a ayudarla. Sam y Emily comenzaron a recoger fibras de plantas cercanas, mientras que Iris se dirigió a buscar un poco de metal.

—Esto debería ser suficiente —dijo Sam, mostrando un manojo de fibras verdes y resistentes—. ¿Qué tal si comenzamos a trabajar en la montura ahora mismo?

Elizabeth asintió, sintiéndose animada por la colaboración de sus amigas. Se sentaron en el suelo, rodeadas de los materiales, y empezaron a trabajar en la montura. Usaron el metal para crear una estructura robusta, asegurándose de que fuera segura y cómoda para el Therizinosaurio.

—Esto es más complicado de lo que pensé —comentó Elizabeth, concentrándose mientras ataba las fibras alrededor del metal—. Pero creo que estamos haciendo un buen progreso.

Tras varias horas de trabajo, finalmente completaron la montura. Elizabeth se sentía satisfecha; el esfuerzo conjunto había valido la pena. Cuando terminaron, el Therizinosaurio se acercó, olfateando la nueva adición con curiosidad.

—Espero que te guste —dijo Elizabeth, acariciando suavemente su costado—. Vamos a ser un gran equipo.

Una vez que el dinosaurio se familiarizó con la montura, Elizabeth decidió que era momento de regresar a la base. Junto con las chicas, comenzaron el camino de regreso, charlando y riendo mientras disfrutaban de la compañía del nuevo miembro de su equipo.

Al llegar a la base, el ambiente se llenó de una sensación de logro. Mientras el sol se ponía, creando un paisaje espectacular, las chicas se prepararon para descansar. Se reunieron alrededor de una fogata, donde la calidez del fuego contrastaba con el aire fresco de la noche.

—No puedo creer que hayas logrado domesticar a un Therizinosaurio —dijo Nina, mirando a Elizabeth con admiración—. ¿Qué haremos a continuación?

—Bueno, ahora que tenemos un nuevo dinosaurio, podríamos explorar más —sugirió Elizabeth, sintiéndose llena de energía tras su aventura—. Pero, ¿dónde?

Nina pensó por un momento, y su expresión se iluminó.

—¿Recuerdan el obelisco que vimos cuando veníamos hacia las islas? Podría ser interesante investigar más sobre eso. Tal vez haya materiales útiles o incluso más dinos que podríamos domesticar.

Las chicas asintieron, emocionadas por la idea. Elizabeth sintió que su corazón latía con fuerza ante la perspectiva de la nueva aventura. El obelisco era un lugar misterioso y lleno de posibilidades, y el hecho de que lo explorarían juntas solo lo hacía más emocionante.

—¡Me encanta la idea! —exclamó Elizabeth—. Podríamos prepararnos con antelación, hacer un plan para asegurarnos de estar listas para cualquier cosa.

Con la fogata chisporroteando a su alrededor, comenzaron a discutir los detalles de su próximo viaje. Las risas y las conversaciones llenaron el aire mientras compartían ideas y sueños sobre lo que podrían encontrar. Cada una de ellas aportaba algo diferente a la conversación, y Elizabeth no podía evitar sentirse agradecida por tener un grupo tan fuerte a su lado.

Mientras las estrellas comenzaban a brillar en el cielo, Elizabeth miró a sus amigas y al Therizinosaurio a su lado, sintiendo que estaban en el camino correcto. Habían formado un equipo formidable, y juntas enfrentarían cualquier desafío que se presentara en su aventura por el mundo de Ark.

La noche avanzaba, y la conversación sobre el obelisco se tornó más animada. Elizabeth se sentía inspirada, cada vez más emocionada por lo que les esperaba. Mientras las chicas continuaban discutiendo, ella decidió que era el momento perfecto para hacer algunas anotaciones en su diario sobre el Therizinosaurio y la experiencia de la jornada.

—¿Sabían que el Therizinosaurio tiene unas garras increíblemente largas? —comenzó a decir, mientras escribía—. Son perfectas para rasgar la vegetación, pero también son un arma formidable. ¡Necesito recordar cómo me sentí cuando lo domesticamos!

Las chicas se acercaron a leer lo que escribía. Sam se inclinó, curiosa.

—¿Y cómo lo llamaremos? —preguntó.

Elizabeth sonrió, pensando en la fuerte conexión que había sentido con el dinosaurio.

—Podría llamarse "Garras", por obvias razones —sugirió, riendo.

—O "Furia" —agregó Emily—. Suena poderoso.

Finalmente, decidieron que "Garras" sería un buen nombre, y Elizabeth lo anotó en su diario. Mientras tanto, el Therizinosaurio estaba cerca, rumiando la vegetación y observando a su nuevo grupo con curiosidad.

Al poco tiempo, el cansancio comenzó a hacerse notar. Las chicas se acomodaron en sus camas improvisadas, y la fogata se convirtió en el único punto de luz en la oscuridad de la noche. Elizabeth, aunque aún llena de energía, sintió que sus ojos comenzaban a cerrarse.

—Mañana será un gran día —dijo Iris, mientras se acomodaba en su lugar—. Espero que podamos conseguir más dinosaurios.

—Definitivamente —respondió Elizabeth—. Cada vez que encontramos uno, siento que nuestro grupo se vuelve más fuerte. Además, la idea del obelisco me tiene intrigada.

Las chicas intercambiaron ideas sobre lo que podrían encontrar en su expedición, desde recursos valiosos hasta misterios antiguos. Con cada palabra, la emoción crecía, y poco a poco se fueron quedando dormidas, soñando con las aventuras que les aguardaban.

A la mañana siguiente, el sol se asomó en el horizonte, iluminando la base con un resplandor dorado. Elizabeth se despertó con el canto de las aves y el suave murmullo del viento. Se estiró, sintiendo la satisfacción de un buen descanso y la adrenalina de un nuevo día por delante.

Las chicas comenzaron a levantarse, y pronto se reunieron para desayunar. Iris había preparado un festín sencillo con lo que tenían a mano, y mientras comían, la emoción por la próxima aventura era palpable.

—Hoy será un gran día —dijo Sam, con una sonrisa—. Vamos a armar todo lo que necesitamos para el viaje al obelisco.

Después de el desayuno, Elizabeth revisó su equipo, asegurándose de que tuvieran suficientes suministros, herramientas y, por supuesto, flechas tranquilizantes. Mientras lo hacía, recordó la importancia de estar preparadas para cualquier encuentro inesperado.

—¿Alguien tiene un mapa del área? —preguntó Nina, buscando entre sus cosas—. Sería útil para saber cómo llegar al obelisco.

Elizabeth sacó su implante y rápidamente buscó un mapa de la región. Lo proyectó en el aire para que todos pudieran verlo.

—Aquí está —dijo, señalando—. Si seguimos este camino, deberíamos llegar en un par de horas, siempre y cuando no nos desviemos.

—Perfecto —dijo Emily, mirando el mapa—. Y si encontramos más dinosaurios en el camino, mejor aún.

Después de unos minutos de organización y planificación, se dividieron las tareas. Elizabeth y Iris se encargarían de buscar más materiales para las monturas, mientras que Sam, Emily y Nina se encargarían de recolectar comida y agua para el viaje.

Con todo listo, comenzaron la caminata hacia el obelisco, un sentido de aventura y camaradería llenando el aire. Elizabeth podía sentir la emoción burbujear dentro de ella. Cada paso que daban la acercaba más a un mundo lleno de posibilidades, y sabía que, sin importar los desafíos que enfrentaran, lo harían juntas.

A medida que se adentraban en el bosque, la vegetación se volvía más densa, y los sonidos de la naturaleza los rodeaban. Los pájaros cantaban, y el susurro del viento entre las hojas creaba una sinfonía tranquila.

—Recuerden, mantengan los ojos abiertos —dijo Elizabeth, recordando las precauciones que siempre debían tener—. No sabemos qué podríamos encontrar.

Las chicas asintieron, y Elizabeth se sintió aliviada al ver que todas estaban comprometidas. Con cada paso, se acercaban al misterio del obelisco, y el futuro prometía aventuras que nunca habrían imaginado.

La noche avanzaba, y la conversación sobre el obelisco se tornó más animada. Elizabeth se sentía inspirada, cada vez más emocionada por lo que les esperaba. Mientras las chicas continuaban discutiendo, ella decidió que era el momento perfecto para hacer algunas anotaciones en su diario sobre el Therizinosaurio y la experiencia de la jornada.

—¿Sabían que el Therizinosaurio tiene unas garras increíblemente largas? —comenzó a decir, mientras escribía—. Son perfectas para rasgar la vegetación, pero también son un arma formidable. ¡Necesito recordar cómo me sentí cuando lo domesticamos!

Las chicas se acercaron a leer lo que escribía. Sam se inclinó, curiosa.

—¿Y cómo lo llamaremos? —preguntó.

Elizabeth sonrió, pensando en la fuerte conexión que había sentido con el dinosaurio.

—Podría llamarse "Garras", por obvias razones —sugirió, riendo.

—O "Furia" —agregó Emily—. Suena poderoso.

Finalmente, decidieron que "Garras" sería un buen nombre, y Elizabeth lo anotó en su diario. Mientras tanto, el Therizinosaurio estaba cerca, rumiando la vegetación y observando a su nuevo grupo con curiosidad.

Al poco tiempo, el cansancio comenzó a hacerse notar. Las chicas se acomodaron en sus camas improvisadas, y la fogata se convirtió en el único punto de luz en la oscuridad de la noche. Elizabeth, aunque aún llena de energía, sintió que sus ojos comenzaban a cerrarse.

—Mañana será un gran día —dijo Iris, mientras se acomodaba en su lugar—. Espero que podamos conseguir más dinosaurios.

—Definitivamente —respondió Elizabeth—. Cada vez que encontramos uno, siento que nuestro grupo se vuelve más fuerte. Además, la idea del obelisco me tiene intrigada.

Las chicas intercambiaron ideas sobre lo que podrían encontrar en su expedición, desde recursos valiosos hasta misterios antiguos. Con cada palabra, la emoción crecía, y poco a poco se fueron quedando dormidas, soñando con las aventuras que les aguardaban.

A la mañana siguiente, el sol se asomó en el horizonte, iluminando la base con un resplandor dorado. Elizabeth se despertó con el canto de las aves y el suave murmullo del viento. Se estiró, sintiendo la satisfacción de un buen descanso y la adrenalina de un nuevo día por delante.

Las chicas comenzaron a levantarse, y pronto se reunieron para desayunar. Iris había preparado un festín sencillo con lo que tenían a mano, y mientras comían, la emoción por la próxima aventura era palpable.

—Hoy será un gran día —dijo Sam, con una sonrisa—. Vamos a armar todo lo que necesitamos para el viaje al obelisco.

Después de el desayuno, Elizabeth revisó su equipo, asegurándose de que tuvieran suficientes suministros, herramientas y, por supuesto, flechas tranquilizantes. Mientras lo hacía, recordó la importancia de estar preparadas para cualquier encuentro inesperado.

—¿Alguien tiene un mapa del área? —preguntó Nina, buscando entre sus cosas—. Sería útil para saber cómo llegar al obelisco.

Elizabeth sacó su implante y rápidamente buscó un mapa de la región. Lo proyectó en el aire para que todos pudieran verlo.

—Aquí está —dijo, señalando—. Si seguimos este camino, deberíamos llegar en un par de horas, siempre y cuando no nos desviemos.

—Perfecto —dijo Emily, mirando el mapa—. Y si encontramos más dinosaurios en el camino, mejor aún.

Después de unos minutos de organización y planificación, se dividieron las tareas. Elizabeth y Iris se encargarían de buscar más materiales para las monturas, mientras que Sam, Emily y Nina se encargarían de recolectar comida y agua para el viaje.

Con todo listo, comenzaron la caminata hacia el obelisco, un sentido de aventura y camaradería llenando el aire. Elizabeth podía sentir la emoción burbujear dentro de ella. Cada paso que daban la acercaba más a un mundo lleno de posibilidades, y sabía que, sin importar los desafíos que enfrentaran, lo harían juntas.

A medida que se adentraban en el bosque, la vegetación se volvía más densa, y los sonidos de la naturaleza los rodeaban. Los pájaros cantaban, y el susurro del viento entre las hojas creaba una sinfonía tranquila.

—Recuerden, mantengan los ojos abiertos —dijo Elizabeth, recordando las precauciones que siempre debían tener—. No sabemos qué podríamos encontrar.

Las chicas asintieron, y Elizabeth se sintió aliviada al ver que todas estaban comprometidas. Con cada paso, se acercaban al misterio del obelisco, y el futuro prometía aventuras que nunca habrían imaginado.

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