capitulo 14: explorando el área,y no estamos solos?


El sol despuntaba lentamente en el horizonte, iluminando el campamento con suaves tonos dorados. El aire era fresco y la brisa acariciaba las hojas de los árboles cercanos, creando una sinfonía natural que Elizabeth encontró reconfortante. A pesar de los desafíos que habían enfrentado en los últimos días, se sentía en paz, al menos por un momento.

Esa mañana, Elizabeth había decidido tomarse un día para sí misma. Después de todo lo ocurrido, sentía la necesidad de desconectarse, de respirar y, sobre todo, de explorar a su propio ritmo. Sabía que era importante mantenerse unida al grupo, pero también necesitaba ese espacio para reflexionar, anotar sus pensamientos y, por supuesto, descubrir más sobre las criaturas y el entorno de Valguero.

—Hoy es mi día—murmuró para sí misma mientras se colocaba el diario en su mochila. Con una sonrisa, acarició la piel de **Toro**, su carnotauro fiel, quien esperaba con impaciencia a su lado.

—¿Lista para una pequeña aventura, Toro?—preguntó Elizabeth, dándole una palmada en el lomo.

Toro respondió con un gruñido suave, como si entendiera perfectamente lo que Elizabeth quería. Sin más dilación, montó sobre él y salió del campamento, dejando atrás el bullicio de sus compañeros, que se estaban ocupando de sus tareas cotidianas.

El paisaje que se desplegaba frente a ella mientras avanzaba era simplemente impresionante. Los árboles frondosos daban paso a colinas suaves, mientras un río cristalino corría paralelo al camino que seguían. A pesar de estar rodeada de un entorno tan salvaje, Elizabeth se sentía segura con Toro a su lado. Sabía que él la protegería de cualquier peligro que pudiera encontrarse.

Decidió dirigir sus pasos hacia una de las áreas que había visto desde la distancia durante sus viajes anteriores pero que nunca había tenido la oportunidad de explorar de cerca: una vasta pradera donde diferentes especies de dinosaurios parecían moverse con relativa tranquilidad.

A medida que se acercaban, divisó a lo lejos una manada de **iguanodontes** pastando pacíficamente. Los enormes herbívoros, con sus cuerpos robustos y bocas llenas de dientes para masticar plantas, caminaban lentamente por la pradera, sin prestar demasiada atención a la presencia de Elizabeth y Toro.

—Espectacular—susurró mientras sacaba su diario y comenzaba a escribir. "Iguanodonte: un herbívoro de tamaño impresionante, su andar es lento y majestuoso. Parece ser una criatura pacífica que no representa una amenaza para los humanos, al menos en su estado actual."

Mientras Toro observaba la manada con curiosidad, Elizabeth sacó un pequeño lápiz y dibujó un boceto rápido del **iguanodonte** en la página siguiente del diario. Aunque no era una artista experta, le gustaba dejar constancia visual de lo que veía, como una especie de diario de campo personal.

Tras observar un rato más a los iguanodontes, Elizabeth decidió continuar su viaje. No quería acercarse demasiado para no alterar a la manada ni poner en riesgo su seguridad. Sabía que aunque Toro era fuerte, lo mejor era evitar conflictos innecesarios.

Mientras avanzaban, Elizabeth mantuvo los ojos bien abiertos, atenta a cualquier otra especie que pudiera encontrarse. Fue entonces cuando divisó algo a lo lejos, justo en la linde del bosque: un **carnotauro** solitario, vagando entre los árboles.

—Otro carnotauro—murmuró mientras instaba a Toro a detenerse y observaba atentamente.

Aunque Toro era de la misma especie, Elizabeth sabía que los carnotauros podían ser territoriales, sobre todo si se sentían amenazados. Afortunadamente, este parecía más interesado en cazar que en ellos. Con su cuerpo ágil y musculoso, el carnotauro se movía con rapidez, sus pequeñas pero poderosas patas impulsándolo a través del bosque en busca de presas.

Elizabeth sacó nuevamente su diario y tomó nota de lo que veía. "Carnotauro: un depredador ágil y rápido, utiliza sus poderosas patas para moverse velozmente entre la vegetación densa. A pesar de su apariencia robusta, su velocidad es una de sus mayores ventajas en la caza."

No pudo evitar admirar la majestuosidad del carnotauro mientras lo veía desaparecer entre los árboles. Estos momentos, en los que podía observar a las criaturas en su entorno natural, le recordaban por qué amaba tanto la exploración. Era un mundo vasto y desconocido, y ella tenía el privilegio de estar aquí, documentando lo que veía.

Con el sol aún alto en el cielo, Elizabeth decidió seguir explorando. Se encontró con varios otros dinosaurios en su recorrido, algunos familiares, otros completamente nuevos para ella. Pasó cerca de un pequeño arroyo donde un grupo de **parasaurs** bebía agua tranquilamente, y anotó detalles sobre sus comportamientos y características.

—Cada día aprendo algo nuevo—dijo en voz baja mientras tomaba otro boceto rápido de los parasaurs.

Pero no todo era tranquilidad. A medida que avanzaba hacia una zona más rocosa, comenzó a notar marcas en el suelo. Huellas profundas que no reconocía de inmediato. Elizabeth detuvo a Toro y se inclinó para examinar las huellas más de cerca. Eran grandes y tenían una forma diferente a las que había visto hasta ahora.

—¿Qué habrá pasado por aquí?—se preguntó en voz alta mientras sacaba su diario y hacía un boceto de las huellas.

Continuaron avanzando, siguiendo las marcas hasta que llegaron a una elevación que ofrecía una vista panorámica de la zona. Desde allí, Elizabeth divisó en la distancia una serie de nidos en la cima de una montaña cercana. Grandes, sólidos, y claramente ocupados por alguna especie voladora.

—¿Qué será eso?—pensó, intrigada.

Consultó su implante, que comenzó a desplegar información en su mente. **Argentavis** fue el nombre que apareció. Eran aves enormes, similares a águilas, con una envergadura que les permitía surcar los cielos de Valguero como los verdaderos reyes del aire.

—Argentavis—murmuró mientras anotaba rápidamente en su diario. "Argentavis: una criatura voladora de tamaño colosal, con un poderío aéreo que la convierte en una de las especies dominantes en los cielos de Valguero. Sus nidos se encuentran en lo alto de las montañas, lejos de depredadores terrestres."

No solo escribió, sino que intentó también capturar la forma del ave en un dibujo. Aún no había visto a un Argentavis de cerca, pero la idea de encontrarse con uno le emocionaba. Anotar sus descubrimientos en su diario la hacía sentir más conectada con el entorno, y le ayudaba a procesar todo lo que estaba experimentando.

Cuando el sol comenzó a descender, Elizabeth decidió que era hora de regresar al campamento. Había cubierto bastante terreno y estaba satisfecha con todo lo que había aprendido ese día. Además, sentía que había vuelto a conectar consigo misma, algo que necesitaba desesperadamente después de los intensos enfrentamientos y desafíos recientes.

El viaje de vuelta fue tranquilo, y Toro caminaba con una calma que reflejaba el estado de ánimo de su dueña. El día había sido un éxito, un respiro necesario antes de los desafíos que seguramente les aguardaban.

De regreso en el campamento, el grupo la recibió con sonrisas y preguntas. Emily fue la primera en acercarse, curiosa por saber qué había descubierto.

—¿Cómo te fue?—preguntó mientras la ayudaba a desmontar de Toro.

—Increíble—respondió Elizabeth con una sonrisa. —Vi iguanodontes, carnotauros y hasta descubrí el nombre de unas enormes aves llamadas Argentavis. No me acerqué a ellas, pero logré ver sus nidos en la cima de una montaña.

—¿Argentavis?—repitió Matthew, uniéndose a la conversación. —He oído hablar de ellos. Son enormes, ¿verdad?

—Exactamente—dijo Elizabeth, mostrándoles las notas y dibujos en su diario.

El grupo se reunió alrededor de la fogata, escuchando atentamente mientras Elizabeth relataba sus descubrimientos del día. El ambiente en el campamento era cálido y acogedor, un recordatorio de que, aunque estaban en un mundo peligroso, todavía podían encontrar momentos de paz y camaradería.

Esa noche, mientras se acostaba en su tienda, Elizabeth se sintió en paz. Había hecho un progreso importante en su exploración y se había dado el tiempo que necesitaba para reflexionar y recargar energías. Pero más allá de eso, sentía que estaba preparada para lo que fuera que el mundo de Valguero les deparara.

—Mañana será otro día—susurró para sí misma mientras cerraba los ojos, con la esperanza de que sus aventuras continuaran llevándola a nuevos descubrimientos.

Y con esa idea en mente, Elizabeth se sumió en un sueño profundo, lista para lo que vendría a continuación.

El sol empezaba a descender por el horizonte, derramando un cálido resplandor anaranjado que cubría todo el paisaje. Elizabeth, sobre su fiel carnotauro, Toro, disfrutaba de ese momento, dejando que la brisa del atardecer despejara sus pensamientos. Los días habían sido duros, y después de todo lo que había pasado, sentía que se merecía un pequeño respiro. Desde que llegaron a Valguero, su vida había sido una sucesión de enfrentamientos, descubrimientos y momentos de tensión constante. Un día para ella misma era un lujo que no podía permitirse con frecuencia.

Mientras cabalgaba, el sonido de las pisadas pesadas de Toro retumbaba en el suelo seco, acompañado por el leve crujir de las hojas bajo sus patas. Elizabeth miraba a su alrededor, absorbiendo cada detalle del paisaje. La luz del sol que se filtraba entre los árboles iluminaba la flora diversa y las montañas a lo lejos, pintando un cuadro casi idílico. Sin embargo, algo en su interior le decía que no debía confiarse demasiado.

A pesar de la belleza de Valguero, cada rincón escondía un peligro. Sabía que este territorio, aparentemente tranquilo, podía convertirse en un infierno en cuestión de segundos.

—Vamos, Toro, exploremos un poco más —dijo, dándole unas suaves palmadas en el cuello al enorme carnotauro, que emitió un gruñido bajo de aprobación.

Decidió seguir un sendero que llevaba hacia un valle rodeado de colinas bajas, un área que no había tenido oportunidad de explorar en profundidad. Era un buen momento para desconectar un poco y, de paso, anotar en su diario las especies que había visto últimamente, como el Iguanodonte y carnotauro . A pesar de los peligros, siempre había algo nuevo y fascinante en este lugar, algo que le hacía querer seguir explorando, a pesar del riesgo.

Mientras avanzaban, Elizabeth sacó su diario de su bolsa y comenzó a hacer anotaciones sobre las últimas criaturas que había encontrado. Dibujó con detalle al iguanodonte, un dinosaurio que le había llamado la atención por su postura robusta pero ágil, y describió cómo el carnotauro se había convertido en una de las monturas más valiosas para su grupo debido a su velocidad y fuerza.

—Sería útil tener más de estos —pensó, reflexionando sobre cómo el carnotauro había demostrado ser un compañero valioso en las batallas más recientes. Con un equipo bien armado y los animales adecuados, podían dominar casi cualquier terreno.

Sin embargo, mientras escribía, algo la hizo detenerse. Una sensación fría recorrió su espalda, haciéndola enderezarse sobre Toro. Levantó la vista y escudriñó los alrededores. Todo estaba aparentemente en calma. Pero esa calma era inquietante. Un silencio inusual se había apoderado del bosque, como si las criaturas a su alrededor hubieran decidido guardar silencio al unísono.

—¿Qué está pasando? —susurró para sí misma, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir con más fuerza.

El silencio no era normal. El bosque siempre estaba lleno de sonidos: el canto de los pájaros, el susurro del viento entre las hojas, el crujido de ramas bajo las pisadas de pequeños animales. Pero ahora, todo estaba inmóvil. Incluso Toro, normalmente impasible, parecía incómodo, girando su cabeza de un lado a otro como si estuviera tratando de identificar una amenaza invisible.

Fue entonces cuando Elizabeth lo sintió. No estaban solos

Un escalofrío recorrió su piel mientras su instinto de supervivencia entraba en acción. Sabía reconocer cuando algo los estaba siguiendo. La primera señal era el silencio, seguido por esa molesta sensación de que cada movimiento que hacía era observado desde las sombras.

—Vamos, Toro —le dijo con calma, dándole una señal para que avanzara con más cautela.

El gran depredador obedeció, avanzando lentamente, pero sin perder su actitud alerta. Elizabeth comenzó a buscar en el suelo, sabiendo que, si había algo o alguien detrás de ellos, las pistas no tardarían en aparecer. Y entonces, lo vio.

Huellas.

Eran enormes, deformes y profundas, como si algo grande y pesado hubiera pasado recientemente. Pero lo que más le llamó la atención fue su forma: no eran las típicas huellas de un dinosaurio que caminaba en cuatro patas. Estas huellas pertenecían a algo que caminaba en dos patas y dejaba marcadas unas garras afiladas que se hundían en el suelo.

—Esto no es normal —murmuró, sintiendo cómo el miedo comenzaba a crecer en su interior.

Se agachó para examinar las marcas más de cerca. Eran recientes, muy recientes. Sea lo que fuera que las había dejado, estaba cerca. Demasiado cerca.

Al instante, su mente viajó a aquel día en que conocieron a Emily. Esa misma sensación de ser vigilada, de que algo las acechaba, había estado presente en aquel momento también. No podía ignorar la coincidencia.

—No puede ser lo mismo… —pensó, con el corazón latiendo más rápido.

Sin embargo, algo la perturbó aún más. Había estado llevando un registro detallado de todas las criaturas que había encontrado en Valguero. Si este era otro tipo de dinosaurio, debería haber algún registro en su diario. Pero cuando lo sacó y comenzó a hojear rápidamente las páginas, se detuvo en seco.

Una página estaba arrancada.

Elizabeth sintió cómo el aire se le escapaba del pecho. Nunca arrancaba páginas de su diario. Cada anotación, cada dibujo era importante para su supervivencia. ¿Quién lo habría hecho?.

Con manos temblorosas, pasó los dedos por el borde rasgado, buscando algún indicio de qué información podría haber estado en esa página desaparecida. Y entonces lo vio. Al final de la página anterior, escrita con una presión fuerte y casi frenética, había una única letra.

R.

El pulso de Elizabeth se aceleró. R,¿Qué significaba eso? ¿Era una inicial? El primer nombre que le vino a la mente fue Ragnar, el líder del grupo que los había ayudado. Pero eso no tenía sentido. ¿Por qué alguien como él se tomaría la molestia de arrancar una página de su diario? Y, más inquietante aún, ¿por qué dejaría solo una letra?

Mientras trataba de procesar esta nueva información, un ruido fuerte y seco rompió el silencio a su alrededor. Las hojas crujieron detrás de ella, y Elizabeth se giró bruscamente, su mano yendo instintivamente hacia la empuñadura de su espada.

Algo se movía entre los arbustos.

Las hojas se agitaron, y entonces lo vio. Era una figura alta y encorvada, caminando en dos patas. No era humano. Sus garras brillaban a la luz tenue del atardecer, y sus ojos, si es que realmente los había visto, destellaron con una luz extraña y aterradora.

El terror la envolvió como un manto. No era un dinosaurio común. Ningún animal que hubiera encontrado en Valguero se movía de esa forma, con esa cautela calculadora, como un depredador que disfrutaba acechando a su presa.

Elizabeth sintió cómo el sudor frío le recorría la frente. No podía quedarse allí. Si esa cosa estaba cazándolos, debían moverse y rápido.

—Toro, vámonos —ordenó, subiendo rápidamente al lomo del carnotauro, que ahora también estaba nervioso.

Toro emitió un rugido bajo, como si también sintiera el peligro inminente. Elizabeth lo guió con rapidez, alejándose del lugar de las huellas. Pero mientras se alejaban, no podía dejar de pensar en esa página arrancada. Algo le decía que lo que estaba acechándolos no era solo un depredador en busca de comida.

Había algo más, algo que no podía explicar.

Mientras cabalgaban de vuelta al campamento, Elizabeth no dejaba de mirar hacia atrás, esperando ver de nuevo esa sombra entre los árboles. Pero, por el momento, lo único que veía era la oscuridad creciente del anochecer.

Cuando por fin llegaron a un lugar seguro, Elizabeth se bajó de Toro y se sentó sobre una roca. Con manos temblorosas, sacó su diario y comenzó a escribir todo lo que había visto: las huellas, la criatura, y la inquietante sensación de que las estaba cazando.

¿Que eres?, escribió al final de la página, como si de alguna manera eso le diera alguna respuesta.

Pero lo único que quedaba era el misterio. Y la letra R, que seguía atormentando sus pensamientos.

La noche caía sobre Valguero, y Elizabeth sabía que esta vez, la verdadera amenaza no era un dinosaurio cualquiera.

Elizabeth estaba inquieta. Habían pasado solo un par de días desde que la inquietante presencia había vuelto a acecharlas. Aún no había compartido todo lo que sabía con Ragnar, pero sabía que el momento había llegado. El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas de Valguero, cubriendo el paisaje con un tono anaranjado mientras las sombras se alargaban y se volvían cada vez más oscuras. A su alrededor, las chicas seguían con sus tareas cotidianas, pero Elizabeth no podía sacudirse la sensación de que algo mucho más profundo estaba en juego.

Había acordado hablar con Ragnar esa noche. Sabía que si alguien podía arrojar luz sobre lo que había estado sucediendo, era él. Aunque era reservado, Ragnar había demostrado ser alguien en quien se podía confiar. Su conocimiento de Valguero y su experiencia viviendo en este misterioso lugar lo convertían en la mejor opción para intentar entender los misterios que las rodeaban.

**Ragnar** estaba sentado cerca del fuego cuando Elizabeth se acercó. Sus ojos, siempre serios, se movieron hacia ella en cuanto notó su presencia. Llevaba un atuendo simple de pieles y cuero, y su espada descansaba a su lado, como si estuviera listo para cualquier eventualidad.

-Ragnar -dijo Elizabeth, sentándose frente a él-. Necesito hablar contigo. Hay algo que debes saber sobre lo que hemos visto en las últimas semanas.

Ragnar la observó en silencio por un momento antes de asentir lentamente.

-Lo suponía -dijo, su voz grave, aunque calmada-. He notado que tú y tus chicas han estado más alertas, más nerviosas. ¿Qué está pasando?

Elizabeth respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. Era difícil explicar lo que había sentido, lo que había visto. Finalmente, decidió comenzar desde el principio.

-Todo empezó hace algunos días cuando estábamos explorando -dijo-. Encontré huellas... pero no eran de dinosaurio. Eran grandes, deformes, y lo que sea que las dejó, caminaba en dos patas. Algo nos acechaba.

Ragnar no reaccionó de inmediato. Permaneció en silencio, escuchando atentamente.

-Desde ese momento, he tenido la sensación de que algo nos sigue -continuó Elizabeth-. Es como si una sombra se moviera entre los árboles, observándonos desde la oscuridad. Y luego, mientras revisaba mi diario, encontré una página arrancada, y solo quedaba una letra: "R". No sé qué significa, pero siento que está relacionado con lo que nos acecha.

Ragnar permaneció en silencio por unos instantes, su rostro sereno pero pensativo. Luego, tomó un largo respiro antes de comenzar a hablar.

-Valguero... -murmuró, casi en tono de reflexión-. Este lugar tiene una historia oscura, Elizabeth. No es solo un territorio salvaje lleno de dinosaurios y criaturas prehistóricas. Hay mucho más de lo que puedes ver a simple vista.

Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había sospechado que había algo más en Valguero, pero nunca había imaginado que pudiera ser tan profundo.

-¿Qué quieres decir? -preguntó, inclinándose un poco hacia adelante.

Ragnar se enderezó en su asiento, su mirada fija en las llamas del fuego. Era evidente que estaba a punto de compartir algo importante.

-Valguero fue alguna vez un lugar habitado por una civilización antigua -comenzó-. Una civilización que, según las leyendas, conocía secretos que desafiaban el tiempo y la naturaleza. Esta gente no solo vivía aquí, sino que controlaba las fuerzas que ahora vemos a nuestro alrededor. Criaturas que no deberían existir, y tecnologías que parecen fuera de lugar. Hay ruinas escondidas en estas tierras, vestigios de su presencia.

Elizabeth lo miró con los ojos muy abiertos.

-¿Tecnologías? ¿Cómo cuáles?

Ragnar la miró de reojo, como si evaluara cuánto debía revelar.

-Imagina una especie de poder que puede manipular la vida misma. Pueden crear y controlar seres vivos, moldear el entorno a su voluntad. Algunas personas creen que los dinosaurios que vemos en Valguero no son solo criaturas prehistóricas que sobrevivieron, sino que fueron recreados por estos antiguos habitantes. Criaturas que han sido alteradas o mejoradas para servir a sus propósitos.

Elizabeth sintió cómo su corazón comenzaba a latir más rápido. Todo esto parecía sacado de un sueño o una pesadilla, pero al mismo tiempo, encajaba con lo que habían estado experimentando.

-¿Y qué pasó con ellos? -preguntó-. Si eran tan poderosos, ¿por qué ya no están aquí?

Ragnar entrecerró los ojos, como si sopesara las palabras.

-Nadie sabe con certeza -dijo lentamente-. Algunas leyendas dicen que desaparecieron sin dejar rastro, que fueron consumidos por su propia ambición y poder. Otras historias sugieren que abandonaron Valguero cuando algo más oscuro fue liberado. Algo que no pudieron controlar.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Elizabeth. Todo esto sonaba cada vez más inquietante.

-¿Y crees que eso es lo que nos acecha? -preguntó con voz baja-. ¿Algo que dejaron atrás?

Ragnar asintió lentamente.

-Es posible -dijo-. Lo que describes, esas huellas deformes y la sensación de ser observada... No son los signos de un depredador común. He escuchado rumores sobre criaturas que no pertenecen a este mundo, entidades que habitan las sombras de Valguero. Los pocos que las han visto no viven para contarlo.

Elizabeth tragó saliva. Estaba claro que lo que enfrentaban era mucho más grande de lo que habían imaginado.

-¿Qué podemos hacer? -preguntó finalmente-. No podemos seguir corriendo sin saber lo que enfrentamos.

Ragnar inclinó la cabeza, como si estuviera considerando su respuesta.

-Primero, debemos investigar más. Si estas criaturas están relacionadas con la antigua civilización, puede que haya pistas en las ruinas. Hay templos antiguos en las montañas y en los lagos subterráneos. No será fácil, pero si quieres respuestas, es ahí donde debemos empezar.

Elizabeth lo miró a los ojos, reconociendo la gravedad de la situación. No era solo una cuestión de supervivencia en un mundo hostil, sino que se enfrentaban a fuerzas que iban más allá de la comprensión.

-Estoy lista -dijo, su voz firme-. No puedo permitir que algo así nos siga acechando. Si hay una forma de detenerlo o al menos entenderlo, debemos hacerlo.

Ragnar asintió con aprobación.

-Entonces mañana partiremos hacia las ruinas. No será un viaje fácil, pero es nuestra mejor oportunidad. Si encontramos algo, quizás podamos entender más sobre lo que realmente está ocurriendo en Valguero.

Elizabeth se levantó lentamente, su mente llena de pensamientos oscuros y preguntas sin respuesta. Mientras se alejaba del fuego, sintió que el peso de la decisión que habían tomado se hacía más pesado con cada paso. Había algo en las sombras de Valguero, algo que las seguía, y la única manera de enfrentarlo era desenterrar los secretos que yacían en el corazón de esa tierra misteriosa.

Ella miró a su alrededor una última vez antes de regresar con las chicas. Se sentía más decidida que nunca, pero también consciente de que estaban a punto de entrar en un terreno desconocido y peligroso.

Los secretos de Valguero estaban por revelarse, y Elizabeth sabía que su vida, y la de todas las que la acompañaban, dependían de descubrir la verdad antes de que fuera demasiado tarde.

Al día siguiente, Elizabeth se despertó antes de que el sol siquiera asomara en el horizonte. La inquietud de la conversación con Ragnar seguía pesando sobre su mente, y aunque apenas había dormido, se sentía impulsada por la necesidad de encontrar respuestas. Sabía que lo que enfrentarían en las ruinas no sería fácil, pero la sensación de ser observada y las huellas deformes seguían atormentando su mente. Necesitaban averiguar qué era lo que las acechaba y cómo podrían detenerlo.

Después de equiparse, Elizabeth salió de su tienda y observó a las chicas prepararse también. Había decidido contarles la verdad sobre lo que había hablado con Ragnar. Sabía que no sería fácil, pero si iban a enfrentarse a lo desconocido, necesitaban estar todas en la misma página.

Nina fue la primera en acercarse.

-¿Entonces vamos a las ruinas? -preguntó mientras ajustaba la correa de su mochila, su ceño fruncido.

-Sí -respondió Elizabeth con seriedad-. No tenemos otra opción. Ragnar cree que lo que nos está acechando está relacionado con la antigua civilización que vivió aquí en Valguero. Es posible que encontremos respuestas en esas ruinas.

Nina la miró en silencio por un momento, sus ojos llenos de preocupación.

-¿Y si no encontramos nada? ¿Y si lo que está allá es peor que lo que ya hemos visto? -dijo Nina, dejando ver su miedo.

Elizabeth respiró hondo. No podía negar que compartía ese temor, pero sabía que debían seguir adelante.

-Lo sé -respondió-, pero no podemos quedarnos aquí esperando que algo nos ataque. Tenemos que actuar, y las ruinas son nuestra única pista. No les voy a mentir, esto no será fácil. Puede que sea peligroso, pero prefiero enfrentar el peligro sabiendo algo más de lo que sabemos ahora.

Las demás chicas, que habían estado escuchando, intercambiaron miradas silenciosas. Iris fue la primera en romper el silencio.

-Estamos contigo -dijo, con una determinación que no había mostrado antes-. Si esto nos puede dar respuestas, entonces iremos juntas.

Lana asintió, mostrando su apoyo también, mientras Emily, quien había permanecido en silencio durante toda la conversación, simplemente se levantó y comenzó a revisar su equipo. Parecía que, a pesar de sus miedos, estaban listas para enfrentar lo que venía.

Cuando estuvieron todas preparadas, Elizabeth fue a buscar a Ragnar. Lo encontró junto a **Toro**, su fiel carnotauro, que ya estaba listo para la travesía. Ragnar había sido extremadamente cuidadoso en la selección de los suministros y equipo, sabiendo que la travesía a las ruinas podía tomar días.

-Están listas -dijo Elizabeth cuando llegó junto a él.

Ragnar levantó la vista, asintiendo lentamente mientras ajustaba el arnés en su **allosaurio**, que gruñía de manera baja, como si también sintiera la tensión en el aire.

-Bien -respondió Ragnar-. Vamos a tener que atravesar terrenos difíciles antes de llegar a las ruinas. El área está plagada de criaturas peligrosas y el clima es impredecible. Debemos estar alerta en todo momento.

Elizabeth miró hacia donde las chicas estaban con sus equipos, observando cómo revisaban cada detalle, asegurándose de que nada se quedara atrás. Ella confiaba en ellas, pero la tensión seguía pesando en el aire. Sabía que, aunque estaban juntas, la incertidumbre de lo que encontrarían en esas ruinas era algo que compartían en silencio.

Partieron poco después del amanecer, cuando la luz del sol comenzaba a teñir el cielo con tonos anaranjados y dorados. La caminata fue silenciosa al principio, las únicas interrupciones eran los ruidos del entorno: el crujido de las hojas secas bajo sus pies, el rugido ocasional de un dinosaurio en la distancia y el suave viento que susurraba entre los árboles.

El paisaje era imponente, con montañas que se alzaban majestuosas en el horizonte y un denso bosque que parecía ocultar secretos en cada sombra. Mientras avanzaban, Elizabeth no podía evitar revisar su entorno en busca de alguna señal de las extrañas huellas que había visto días atrás. Cada crujido en la maleza, cada movimiento en los árboles la ponía en alerta. Sabía que estaban siendo observadas, aunque aún no podían ver por quién o por qué.

Ragnar caminaba al frente, liderando el grupo con la seguridad de alguien que conocía el terreno como la palma de su mano. Detrás de él, Elizabeth iba montada sobre Toro, sus ojos atentos a cada detalle a su alrededor. Las chicas seguían en fila, moviéndose con cautela, sus armas listas en caso de que algo o alguien las sorprendiera.

-Esto está demasiado tranquilo -murmuró **Nina**, caminando al lado de **Emily**.

-No me quejaré si sigue así -respondió Emily, aunque su mano nunca dejaba de aferrarse a la empuñadura de su arma.

A medida que se adentraban más en el bosque, Elizabeth comenzó a notar algo extraño en el ambiente. No era solo la quietud. Era como si el aire mismo se volviera más denso, más pesado. A cada paso, sentía que algo se estaba acercando.

Finalmente, después de horas de marcha, Ragnar levantó la mano, indicando que se detuvieran.

-Estamos cerca -dijo en voz baja-. Las ruinas están justo al otro lado de esta colina. Pero debemos tener cuidado. Este lugar no ha sido pisado por nadie en años, y no sabemos qué puede haber allí.

Elizabeth asintió, bajando de Toro y preparando su equipo. Las chicas hicieron lo mismo, revisando sus mochilas y asegurándose de que estaban listas para lo que fuera que encontraran al otro lado.

Cuando comenzaron a subir la colina, Elizabeth sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho. Había una sensación en el aire, algo antiguo y poderoso. Sabía que estaban a punto de descubrir algo importante, algo que podría cambiar el curso de sus vidas en Valguero.

Y cuando llegaron a la cima, lo vieron.

Ante ellas, en un claro oculto entre los árboles, se alzaban las ruinas de lo que alguna vez debió ser una estructura imponente. Grandes bloques de piedra cubiertos de musgo formaban las paredes de lo que quedaba del edificio. Alrededor, la vegetación había reclamado gran parte del lugar, pero aún se podían distinguir símbolos y grabados en las piedras.

-Esto... esto es increíble -murmuró iris, acercándose con cautela a una de las paredes.

Elizabeth también se acercó, pasando sus dedos por los antiguos grabados. Eran símbolos que nunca había visto antes, pero algo en ellos le resultaba inquietantemente familiar. Sacó su diario y comenzó a anotar lo que veía, sabiendo que cada detalle podría ser clave.

Ragnar se mantuvo a cierta distancia, observando el lugar con una expresión seria.

-Este lugar es peligroso -dijo en voz baja-. No solo por las criaturas que puedan estar cerca. Hay cosas aquí que no deberíamos despertar.

Elizabeth lo miró con una mezcla de curiosidad y preocupación.

-¿Qué quieres decir? -preguntó.

Ragnar señaló uno de los símbolos grabados en la piedra, un círculo con una línea atravesándolo.

-Este símbolo -explicó-. Es un signo de advertencia. Algo que los antiguos dejaron aquí para quienes vinieran después. Nos están diciendo que no debemos continuar.

Elizabeth lo miró, su mente procesando la información.

-¿Y qué haremos? -preguntó.

Ragnar la miró directamente a los ojos.

-La pregunta es: ¿Estás dispuesta a correr el riesgo?

Elizabeth sabía que no tenían otra opción.

Elizabeth había decidido alejarse un poco del grupo mientras exploraban las ruinas antiguas que habían encontrado. Con Toro a su lado, la curiosidad la guiaba, y sentía que había más por descubrir entre las piedras desgastadas por el tiempo.

A medida que se adentraba más en el área, sus ojos se posaron en una abertura oculta tras un denso manto de maleza. "Esto podría ser interesante", pensó, su corazón latiendo con emoción. Apartó las ramas con cuidado y se asomó, encontrando una cueva oscura que parecía esperar ser descubierta.

Con un ligero empujón, entró en la cueva, el aire fresco y húmedo envolviéndola. Al principio, la oscuridad la rodeó, pero pronto sus ojos se adaptaron y empezó a vislumbrar los contornos de la sala. Las paredes estaban cubiertas de extraños manuscritos y dibujos que parecían contar historias olvidadas.

"¡Increíble!", murmuró, acercándose a observar más de cerca. Los patrones eran complejos, con figuras de dinosaurios, escenas de caza y símbolos que no podía descifrar. Elizabeth sacó su diario y comenzó a anotar todo lo que veía, esbozando algunos de los dibujos.

Mientras exploraba, un brillo en la esquina de la cueva captó su atención. Se acercó y descubrió un arco tallado en madera, meticulosamente trabajado. Su diseño era intrincado, adornado con las mismas inscripciones que había visto en las paredes.

"¿Qué historia habrá detrás de esto?", pensó, sintiendo una conexión inmediata con el arco. Era como si un fragmento del pasado le hablara, revelándole secretos de una época lejana.

Decidió que debía llevarlo de vuelta al grupo. "Ragnar y los demás sabrán qué hacer con esto", reflexionó, ajustando el arco sobre su espalda. Mientras recorría la cueva, su atención fue atraída por un pequeño altar en el fondo, donde había objetos que parecían rituales: piedras pulidas, plumas y otros elementos de la naturaleza.

"Esto debe haber sido un lugar sagrado", se dijo a sí misma, sintiendo una mezcla de respeto y asombro. Cada objeto parecía contar una historia, un eco de las vidas que una vez habían habitado esas tierras.

Con una última mirada a los manuscritos y el altar, Elizabeth sintió que había encontrado algo significativo. "Esto podría ser la clave para entender más sobre Valguero", pensó mientras se preparaba para salir.

Regresó a la superficie con el arco y su diario, lista para compartir su descubrimiento con Ragnar y el resto del grupo. Mientras se acercaba a las ruinas, una nueva emoción la invadió. Había aprendido algo más sobre el mundo que la rodeaba y sabía que las aventuras apenas comenzaban.

Elizabeth se reunió con su grupo en las ruinas, sintiendo una mezcla de emoción y responsabilidad al compartir lo que había encontrado. Mientras los demás la rodeaban, ella les mostró el arco y les contó sobre los manuscritos en las paredes de la cueva.

-"Este lugar tiene una historia increíble. Los dibujos representan cómo vivían aquí, y creo que podríamos aprender mucho de ellos"-dijo, con entusiasmo en su voz.

Ragnar asintió, mirando el arco con interés. -"Eso podría ser útil. Si hay artefactos antiguos, quizás también haya más secretos por descubrir."

El grupo se acomodó en un círculo, y Elizabeth aprovechó la oportunidad para hablar sobre la situación actual que enfrentaban. -"Sé que estamos en una situación delicada, especialmente después del encuentro con los Deinonychus. Necesitamos planear con cuidado nuestros próximos pasos."

Nina, todavía un poco recelosa, cruzó los brazos. -"¿Y qué propones? No podemos quedarnos aquí mucho tiempo, pero tampoco podemos escapar sin un plan."

-"Estaba pensando en investigar más sobre la domesticación de criaturas como el Pteranodon," continuó Elizabeth, con determinación. -"Si logramos domar a uno, podríamos tener un gran aliado para explorar desde el aire y buscar recursos más fácilmente."

Sam, quien había estado meditando en silencio, levantó la vista. -"Eso suena prometedor, pero no será fácil. He oído que los Pteranodon son bastante esquivos y tienen sus propias maneras de sobrevivir."

-"Lo sé," respondió Elizabeth, tomando su diario. Comenzó a anotar algunos métodos que había escuchado sobre la domesticación de criaturas. -"Pero si podemos conseguir su confianza, tal vez podamos montar uno. He leído que pueden ser domesticados con paciencia y el alimento adecuado."

Ragnar sonrió. -"Creo que podríamos buscar un nido o un área donde puedan estar más activos. Si encontramos un Pteranodon joven, puede que sea más receptivo a la domesticación."

-"Exactamente," dijo Elizabeth, sintiendo la energía del grupo renovarse. -"Si podemos coordinar un plan para encontrarlos y usar algunas estrategias que investiguemos, podríamos lograrlo."

-"Me gustaría ayudar con eso," intervino Luna, ahora más interesada. -"Sé un par de trucos sobre cómo acercarse a los animales sin asustarlos. Tal vez podamos usar eso para atraer a un Pteranodon."

El grupo comenzó a discutir ideas, con cada miembro aportando su conocimiento y experiencia. La idea de domar un Pteranodon se transformó en un objetivo común, algo que unía sus fuerzas en lugar de dividirlas.

A medida que la conversación avanzaba, Elizabeth sintió que estaban construyendo un camino hacia adelante. Juntos, eran más fuertes, y cada desafío que enfrentaban se convertía en una oportunidad para crecer y aprender.

-"Mañana, nos dividiremos en equipos para buscar pistas sobre Pteranodon y prepararnos para nuestra misión," anunció Elizabeth, su voz llena de confianza.

Con un nuevo sentido de propósito, el grupo terminó su reunión, sintiendo que cada uno tenía un papel vital en la búsqueda. Elizabeth, satisfecha con los planes, se retiró a su rincón, pensando en las posibilidades que se avecinaban. La aventura continuaba, y cada día traía consigo nuevas oportunidades para explorar y descubrir.

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