capitulo 13: preparándonos para el viaje y un nuevo amigo?


Elizabeth se había estado sintiendo más fuerte, aunque su hombro aún ardía levemente, pero la emoción de explorar el mundo que las rodeaba la impulsaba. Mientras el grupo se preparaba para continuar su viaje, ella escuchó un sonido peculiar que llamaba su atención. Era un quejido profundo y resonante, como si alguien estuviera en problemas.

-¿Chicas, escuchan eso?-preguntó, volviendo su mirada hacia el bosque denso que rodeaba el campamento.

-No lo sé, Elizabeth. Suena raro-respondió Emily, su voz un poco inquieta.

Sin embargo, la curiosidad de Elizabeth fue más fuerte que cualquier advertencia. Sin esperar respuesta, se adentró en el bosque, guiándose por el sonido. Cada paso la acercaba más a la fuente del quejido. El aire se volvía más denso, y la luz del sol apenas lograba filtrarse entre las hojas.

A medida que se adentraba, los quejidos se intensificaban. Finalmente, llegó a un claro donde se encontró con una escena impactante: un carnotauro, un poderoso dinosaurio de grandes garras y una apariencia feroz, estaba tumbado en el suelo. Su costado estaba manchado de sangre, y sus ojos reflejaban un dolor inmenso.

Elizabeth sintió un nudo en el estómago. A pesar de la feroz reputación de este dinosaurio, no podía ignorar su sufrimiento. Se acercó lentamente, manteniendo la calma.

-Hey, amigo-dijo suavemente-. Estoy aquí para ayudarte.

El carnotauro levantó la cabeza, sus ojos fijos en ella, llenos de desconfianza. Elizabeth se arrodilló a su lado, tratando de mostrarle que no era una amenaza. El sonido del corazón del dinosaurio era un tamborileo, una mezcla de dolor y temor.

-Voy a cuidar de ti, lo prometo-murmuró, buscando alguna forma de evaluar su herida. Mientras examinaba, notó que la herida no era tan profunda, pero la infección había comenzado a extenderse.

Un impulso de compasión la invadió, y sin pensar en las consecuencias, decidió que debía ayudarlo. Elizabeth sabía que había hierbas en el bosque que podían ser útiles para desinfectar la herida. Con determinación, se levantó y comenzó a buscar.

Regresó al carnotauro con las hierbas en mano y las aplicó cuidadosamente sobre la herida. El dinosaurio se estremeció, pero Elizabeth continuó, murmurando palabras tranquilizadoras. Era un acto de fe, una conexión que sentía que podían compartir. Después de varios momentos, el carnotauro dejó de moverse tanto, como si comenzara a confiar en ella.

-Creo que te voy a llamar Toro-dijo, sonriendo al ver que el carnotauro parecía más relajado. Esa sonrisa se convirtió en un brillo de esperanza.

Fue en ese momento, mientras acariciaba la cabeza de Toro, que se dio cuenta de algo extraño. Su implante comenzó a brillar suavemente, irradiando una luz tenue que iluminó el claro. Elizabeth se sintió sorprendida; la luz parecía pulsar al ritmo de su corazón.

-¿Qué es esto?-se preguntó en voz alta, mientras observaba cómo la luz se intensificaba con su emoción.

Toro, sintiendo el cambio en su entorno, la miró fijamente, como si estuviera esperando algo. De repente, la luz de su implante proyectó un holograma en el aire, mostrando imágenes de objetos y herramientas que podrían crear. Elizabeth parpadeó, incrédula.

-¿Puedo... crear cosas?-murmuró, tocando el holograma. La imagen se desvaneció, y su mente comenzó a trabajar rápidamente. Empezó a visualizar una montura para Toro, algo que le permitiría montarlo y que ambos pudieran colaborar.

Concentrándose, sintió el impulso de unir las ideas que danzaban en su mente. Las imágenes comenzaron a transformarse en algo tangible. Con un movimiento de sus manos, las formas comenzaron a tomar forma en el aire, y pronto, una montura básica se fue materializando.

Cuando terminó, la montura brillaba con un leve destello, como si la magia del implante hubiera cobrado vida. Elizabeth sonrió de satisfacción, mirando a Toro.

-Vamos a probar esto, amigo-dijo, colocándole la montura con cuidado. A medida que la ajustaba, el carnotauro se quedó quieto, como si entendiera que estaban creando un vínculo especial.

Con la montura asegurada, Elizabeth subió a Toro. La sensación de estar sobre un dinosaurio tan imponente era indescriptible. Se sintió libre, poderosa y conectada de una manera nueva con el mundo que las rodeaba.

Justo en ese momento, oyó voces a lo lejos. Era el grupo de Matthew. Elizabeth se preocupó, sabiendo que podrían alarmarse al no encontrarla. Decidió regresar al campamento, con Toro al lado, sintiéndose como una heroína.

Cuando llegó, el grupo quedó boquiabierto al ver a Elizabeth montada en el carnotauro. Las expresiones de sorpresa y asombro fueron evidentes.

-¿Qué... qué es eso?-preguntó Matthew, sus ojos muy abiertos.

-Conocí a Toro-dijo Elizabeth, su voz llena de orgullo. -Lo encontré herido, y ahora es mi compañero.

Mientras todos admiraban al carnotauro, Luna no pudo evitar lanzar un comentario mordaz.

-¿Y qué vas a hacer cuando se te escape?-dijo, cruzando los brazos con desdén.

Elizabeth sintió que la ira burbujeaba dentro de ella. Estaba cansada de los constantes comentarios despectivos de Luna. Con determinación, decidió que era suficiente.

-¿Sabes qué, Luna?-dijo con firmeza, haciendo que todos la miraran. -No necesito tus comentarios. Este es un logro para mí, y estoy orgullosa de ello. No todos deben ser como tú.

El grupo quedó en silencio, sorprendidos por la confrontación. Luna pareció ofendida, pero Elizabeth no se detuvo. Sabía que debía defenderse y a sus logros.

-Toro es un compañero fiel, y juntos vamos a superar lo que venga. Si no puedes apoyar eso, tal vez deberías reconsiderar tu lugar aquí-concluyó, sintiendo que se liberaba de un peso.

La tensión en el aire era palpable. Matthew observó la situación con interés, dándose cuenta de que Elizabeth había crecido y se había vuelto más fuerte.

A medida que la tensión disminuyó, Elizabeth sintió una renovada confianza en sí misma. Sabía que estaba en un camino nuevo, uno lleno de desafíos y oportunidades. Con Toro a su lado, se sentía lista para enfrentar cualquier obstáculo que se presentara en su camino.

Mientras el grupo se preparaba para continuar su viaje, Elizabeth sonrió al ver cómo su pequeño equipo había crecido, tanto en número como en fortaleza. Con su implante brillando débilmente y su compañero carnotauro, sabía que el futuro era prometedor.

Elizabeth se sintió invadida por una mezcla de orgullo y determinación al ver a su nuevo compañero, Toro, de pie junto a ella. Los murmullos del grupo comenzaron a desvanecerse mientras las miradas se enfocaban en el carnotauro, quien parecía estar tan interesado en su entorno como ellos lo estaban en él.

-Es impresionante, Elizabeth-dijo Matthew, acercándose para examinar más de cerca a Toro. -No solo lo cuidaste, sino que ahora lo tienes montado. Eso es un gran logro.

-Gracias, Matthew-respondió ella, sintiéndose más fuerte al recibir reconocimiento. -Me di cuenta de que, si cuidamos de nuestros compañeros, ellos nos devolverán el favor.

Emily sonrió, su emoción evidente. -No puedo esperar para ver qué aventuras nos esperan con Toro. ¡Va a ser genial!

Mientras el grupo comenzaba a organizar sus cosas para continuar, Luna se mantuvo a distancia, cruzando los brazos y mirando con desdén. Elizabeth decidió no dejar que eso la afectara más. Con Toro a su lado, sentía que podía enfrentar cualquier obstáculo.

Justo cuando estaban a punto de partir, un sonido sordo resonó en el bosque. Todos se detuvieron, alertas. Elizabeth se giró hacia la dirección del sonido, una mezcla de curiosidad y cautela llenando su pecho.

-¿Qué fue eso?-preguntó Iris, su voz temblorosa.

Matthew frunció el ceño. -No lo sé, pero podría ser un peligro. Deberíamos estar atentos.

Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su espalda. -Deberíamos investigar. Tal vez podamos ayudar.

Sin esperar a que alguien más respondiera, dio un paso hacia el sonido, Toro siguiéndola de cerca. A medida que se adentraban en el bosque, el sonido se hizo más fuerte, resonando como si alguien estuviera golpeando algo.

Llegaron a un claro donde encontraron a un grupo de criaturas, un par de dilophosaurios, atrapados en una trampa rudimentaria hecha de ramas y lianas. Los animales se movían frenéticamente, tratando de liberarse, pero solo conseguían enredarse más.

-Oh, no-dijo Elizabeth, sintiendo una punzada de compasión. -Tienen que ayudar.

-¿Estás segura?-preguntó Matthew, un poco preocupado. -Podría ser peligroso.

-No puedo dejarlos así-respondió Elizabeth con firmeza. Miró a su grupo. -Necesitamos ayudarlos.

Sin más, se acercó a la trampa, Toro a su lado. Con cuidado, comenzó a deshacer los nudos, usando su habilidad para mantener la calma. Los dilophosaurios, al principio recelosos, empezaron a calmarse cuando vieron que no eran una amenaza.

Después de unos minutos, la trampa finalmente se deshizo, y los dinosaurios comenzaron a liberarse. Uno de los dilophosaurios se acercó a Elizabeth, inclinando la cabeza en señal de gratitud.

-Mira, se está agradeciendo-dijo Emily, emocionada.

Justo entonces, un grito desgarrador resonó en el aire, y todos se giraron para ver a Luna, quien había tropezado y caído en una zanja cercana. Elizabeth se sintió instantáneamente alarmada.

-¡Luna!-gritó, y sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia ella, con Toro siguiéndola.

Luna estaba intentando levantarse, pero el pánico en su mirada era evidente. Elizabeth llegó a su lado, ayudándola a salir de la zanja.

-¿Estás bien?-preguntó, su voz llena de preocupación.

Luna la miró con sorpresa, pero también con resentimiento. -Sí, solo fue un tropiezo... no es gran cosa.

Pero Elizabeth no se detuvo en las palabras de Luna. Se dio cuenta de que, a pesar de sus diferencias, era importante ser un equipo. -Vamos, volvamos al grupo.

Mientras regresaban, los demás miembros del grupo las esperaban, y Elizabeth sintió que su corazón se llenaba de calidez. Aunque había tensiones, ese momento de trabajo en equipo era vital.

Una vez de vuelta, Elizabeth se sintió más unida a su grupo. Con Toro a su lado y la experiencia de haber salvado a los dilophosaurios, supo que estaban listos para enfrentar lo que viniera.

Mientras el sol comenzaba a ocultarse, lanzando tonos dorados por el cielo, Elizabeth sonrió, sintiendo que cada desafío solo hacía que su equipo fuera más fuerte. Sabía que juntos podían conquistar cualquier obstáculo en este vasto y peligroso mundo.

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El amanecer comenzaba a iluminar el campamento, y el aire fresco de la mañana traía consigo una mezcla de emoción y nerviosismo. Elizabeth, montada sobre Toro, observaba el bullicio a su alrededor mientras el grupo se preparaba para su gran aventura hacia las Islas Olvidadas. Era un día importante, y cada uno de ellos sentía la anticipación de lo que les aguardaba.

-¿Estás lista para este nuevo desafío?-preguntó Nina, acercándose con una sonrisa de confianza mientras ajustaba su cinturón de herramientas.

-Más que lista-respondió Elizabeth, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a circular por su cuerpo. -He estado esperando esto desde que llegué a esta isla.

En un rincón del campamento, Lana e Iris se sentaron en el suelo, trenzando el cabello de Emily con cuidado y risas. Mientras Lana dividía los mechones, Iris aportaba su toque especial, entrelazando flores que habían recogido en su camino. La risa y los murmullos suaves llenaban el aire, convirtiendo esos momentos de preparación en una celebración de la amistad.

-Esto va a ser perfecto-dijo Lana, sonriendo satisfecha al ver cómo sus trenzas cobraban forma. -Nunca pensé que podríamos hacer algo tan divertido antes de un viaje.

-Es una buena manera de relajarnos y unirnos más-agregó Iris, guiñándole un ojo a Emily mientras le colocaba una flor detrás de la oreja. -Y te verás increíble, ¡como una guerrera lista para la aventura!

Emily sonrió, disfrutando de la atención y del cuidado de sus amigas. En un mundo donde la supervivencia era lo primordial, esos momentos simples se volvían sagrados, reforzando los lazos entre ellas.

Mientras tanto, Nina y Elizabeth estaban en un claro cercano, entrenando juntas. Ambas se movían con agilidad, practicando maniobras de combate y estrategias de defensa. Elizabeth había decidido que era esencial que cada uno de ellos mejorara sus habilidades, y Nina se convirtió en su socia de entrenamiento ideal.

-Recuerda, la clave está en la velocidad y la agilidad-le decía Elizabeth, esquivando un golpe imaginario. -No se trata solo de la fuerza.

-Entiendo-respondió Nina, ajustando su postura con determinación. -Pero a veces, la fuerza es necesaria.

-Cierto, pero no debes subestimar el poder de la estrategia. La mente es tan importante como el cuerpo-Elizabeth se movía rápida y fluidamente, esquivando y contraatacando, mientras ambas se empujaban al límite.

En el campamento, Matthew dirigía a su grupo, asegurándose de que cada uno estuviera preparado para el viaje. -Recuerden, debemos estar listos para cualquier eventualidad. Las Islas Olvidadas pueden ser peligrosas.

-Sí, lo sabemos-respondió uno de los miembros del grupo, asintiendo. -Pero tenemos a Toro y a Rappy con nosotros. No hay nada de qué preocuparnos.

Matthew sonrió, sintiéndose más seguro. Con Toro y el equipo de dinosaurios, el grupo contaba con un apoyo invaluable. Rappy, la pequeña raposa, dormía plácidamente junto a la nutria, formando una imagen adorable que contrastaba con la seriedad de su misión. Mientras tanto, los parasaurios pastaban tranquilos cerca, ajenos al alboroto del campamento.

-Vamos, preparen todo lo que puedan-ordenó Matthew. -Necesitaremos suficientes provisiones para el camino. Asegúrense de que todos los suministros estén listos.

A medida que el sol avanzaba en el cielo, el grupo se movía con una mezcla de ansiedad y emoción. Cada uno sabía que la jornada no sería fácil, pero el deseo de explorar lo desconocido superaba cualquier temor.

Con todo listo, Elizabeth decidió hacer una última inspección. Se acercó a Toro, acariciando su costado. -Vamos, amigo, hoy comenzamos una nueva aventura-dijo, sintiendo el vínculo que habían forjado.

Toro emitió un suave sonido, como si comprendiera lo que estaba por venir. Elizabeth se sintió tranquila, segura de que juntos podrían superar cualquier obstáculo.

Finalmente, con el grupo listo y el campamento en orden, Elizabeth hizo un llamado a todos. -¡Es hora de partir hacia las Islas Olvidadas!-gritó, su voz resonando en el aire.

Los miembros del grupo se reunieron alrededor, y Matthew alzó su mano en señal de unidad. -Recuerden, estamos juntos en esto. Debemos cuidarnos los unos a los otros.

Con un último vistazo a su campamento, el grupo comenzó a marchar. Elizabeth lideraba, montada en Toro, mientras que sus amigos la seguían con determinación.

El camino hacia las Islas Olvidadas serpenteaba a través de densos bosques y llanuras abiertas, cada paso cargado de promesas de descubrimientos. Los árboles se alzaban altos, como guardianes de secretos antiguos. Elizabeth respiró profundamente, sintiendo la frescura del aire en sus pulmones.

Durante el viaje, la camaradería del grupo floreció. Entre risas y anécdotas, la atmósfera se tornó ligera, permitiendo que se olvidaran, al menos momentáneamente, de los peligros que les aguardaban.

-¿Alguna vez han imaginado cómo serán las Islas Olvidadas?-preguntó Emily, todavía disfrutando de sus trenzas recién hechas.

-He oído que están llenas de misterios-respondió Matthew, mientras guiaba el camino. -Dicen que hay criaturas que jamás hemos visto.

-Me encantaría explorar esos misterios-dijo Iris, con los ojos brillantes de curiosidad. -Seguramente habrá tesoros ocultos y lugares inexplorados.

A medida que avanzaban, el paisaje comenzó a cambiar. Los árboles se volvían más escasos, y el terreno se tornaba más rocoso. Elizabeth notó que las montañas se alzaban a lo lejos, dibujando siluetas contra el horizonte.

-¿Estamos cerca?-preguntó Luna, mirando hacia el futuro con interés.

-Sí-respondió Matthew, señalando hacia las montañas. -Las Islas Olvidadas están más allá de esas montañas.

Mientras continuaban, la sensación de aventura se intensificó. Elizabeth miraba a su alrededor, observando cada pequeño detalle. La fauna y la flora eran diversas y vibrantes, un recordatorio de que estaban en un mundo que aún tenía mucho por ofrecer.

Después de horas de marcha, el grupo decidió hacer una pausa. Encontraron un pequeño arroyo, donde podían descansar y reabastecerse.

-Vamos a aprovechar para hidratarnos-sugirió Elizabeth, desmontando de Toro y acercándose al agua.

Mientras todos se refrescaban, Elizabeth se sentó a la orilla del arroyo, observando cómo el agua corría sobre las piedras. Se sentía agradecida por cada paso que habían dado y por las amistades que se estaban forjando.

-¿Qué te preocupa?-le preguntó Nina, sentándose a su lado.

-Solo reflexionando sobre lo lejos que hemos llegado-respondió Elizabeth. -No puedo evitar sentir que estamos a punto de enfrentar algo grande.

Nina asintió. -Lo sé, pero también tenemos el apoyo de cada uno de nosotros. Eso es lo más importante.

Después de descansar, el grupo volvió a levantarse, listos para continuar su viaje. Mientras seguían el camino, el sonido de la naturaleza los acompañaba, y el ambiente se llenó de un espíritu de aventura.

Al acercarse a las montañas, la perspectiva de las Islas Olvidadas comenzó a cobrar vida. Elizabeth sintió su corazón acelerarse al imaginar todo lo que les esperaba. Sabía que cada paso que daban los acercaba más a lo desconocido, y esa incertidumbre era tanto aterradora como emocionante.

Finalmente, llegaron a la base de las montañas, y Elizabeth levantó la vista hacia la cima. La vista era impresionante; la luz del sol se filtraba entre las nubes, iluminando el sendero que conducía a las islas. Con un último suspiro profundo, dio un paso adelante, lista para afrontar el desafío.

-¡Adelante, equipo!-gritó, su voz resonando en el aire, mientras se adentraban en el sendero que los llevaría a las Islas Olvidadas.

El viaje había comenzado, y con cada paso, el grupo se sentía más unido, preparados para enfrentar todo lo que el destino les tenía reservado.

A medida que Elizabeth y su grupo avanzaban hacia las montañas, el paisaje se tornaba más escarpado y rocoso. El aire se volvía más fresco, y un ligero viento comenzaba a soplar, trayendo consigo el aroma fresco de la vegetación. Las montañas parecían desafiarles, con sus cumbres cubiertas de nubes y un manto de misterio que invitaba a explorar.

Mientras subían por el sendero, Elizabeth se dio cuenta de que la camaradería del grupo se fortalecía con cada paso. Conversaciones animadas llenaban el aire, y las risas resonaban en el eco de las rocas.

-¿Alguna vez se han preguntado qué secretos guardan estas islas?-preguntó Iris, mirando a su alrededor con curiosidad.

-Es posible que haya ruinas antiguas o criaturas que aún no hemos descubierto-respondió Matthew, su entusiasmo evidente. -Imagina lo que podríamos aprender.

-Y los peligros que podríamos enfrentar-interrumpió Luna, con un tono serio. -No olvidemos que no estamos solos aquí.

Elizabeth sintió que el comentario de Luna era una advertencia necesaria, pero no quería que el miedo nublara la emoción del viaje. -Tendremos que estar alertas, pero también debemos disfrutar de la aventura-dijo con firmeza. -No dejaremos que el miedo nos detenga.

Al llegar a un mirador natural, el grupo se detuvo a contemplar la vista. Las montañas se extendían a su alrededor, y a lo lejos, se podía vislumbrar el océano, sus olas brillando al sol. Era un recordatorio del vasto mundo que les rodeaba, lleno de posibilidades.

-Es impresionante-murmuró Emily, su mirada perdida en el horizonte. -Nunca había visto algo así.

-Y lo mejor está por venir-añadió Elizabeth, sintiendo una ola de esperanza y determinación.

Después de unos minutos de descanso, el grupo continuó su ascenso. El sendero se volvía más estrecho y desafiante, pero cada uno se ayudaba mutuamente, apoyándose en las rocas y en sus habilidades. Toro, siempre fiel, avanzaba a paso firme junto a Elizabeth.

Con el paso del tiempo, llegaron a un cruce en el camino. Dos senderos se extendían ante ellos: uno a la izquierda, que parecía más fácil, y otro a la derecha, que se adentraba en un bosque denso y sombrío.

-¿Cuál deberíamos tomar?-preguntó Nina, mirando ambos caminos con incertidumbre.

-El camino más difícil podría llevarnos a algo increíble-dijo Elizabeth, considerando las posibilidades. -Pero debemos estar preparados para lo que podamos encontrar.

Matthew asintió. -Creo que deberíamos tomar el camino más desafiante. No sabemos qué nos espera en el otro lado, y siempre podemos encontrar la forma de volver.

Con una decisión colectiva, el grupo optó por el sendero de la derecha. A medida que se adentraban en el bosque, la luz del sol se filtraba tenuemente a través de las hojas, creando un ambiente casi mágico.

Las sombras danzaban a su alrededor, y el sonido de hojas crujientes bajo sus pies acompañaba sus pasos. La emoción era palpable; sabían que estaban en un lugar especial.

-Mantengamos los ojos abiertos-dijo Elizabeth, su voz llena de determinación. -Nunca se sabe qué podría aparecer.

El sendero se volvía más intrincado, y a medida que avanzaban, comenzaron a escuchar ruidos a su alrededor. Algo se movía entre los árboles. Elizabeth levantó la vista, alertando a los demás. -¿Escucharon eso?-preguntó, su tono cambiando a uno más serio.

Luna, que estaba más cerca, miró en la dirección del sonido. -Podría ser un dinosaurio. Mantengamos la calma y preparemos nuestras armas.

Con rapidez, todos tomaron sus armas, preparados para cualquier eventualidad. Elizabeth se adelantó, sintiendo el pulso de la aventura en su pecho. Toro se posicionó a su lado, listo para protegerla.

De repente, un grupo de pequeños herbívoros emergió del denso follaje. Eran iguanodones, moviéndose en un grupo, ajenos a la presencia de los humanos. Elizabeth soltó un suspiro de alivio, riendo suavemente.

-No son una amenaza-dijo, sintiéndose un poco tonta por haber temido lo peor.

-Pero son adorables-añadió Iris, observando a las criaturas con fascinación. -Son más tranquilos de lo que pensé.

El grupo se relajó y comenzó a disfrutar del espectáculo. Los iguanodones pastaban felices, ignorando la presencia de los viajeros. Era un recordatorio de la vida salvaje que habitaba la isla y de la belleza que aún podía encontrarse en el mundo.

Continuaron su camino y pronto se encontraron con más dinosaurios. Un par de velocirraptores corrían juguetonamente entre los árboles, sus movimientos ágiles y rápidos capturaron la atención del grupo. Matthew se detuvo, señalando la escena.

-Miren eso-dijo con admiración. -Son increíbles.

A medida que avanzaban, Elizabeth notó que el terreno comenzaba a elevarse más abruptamente. Cuando llegaron a una pequeña cima, se detuvieron para tomar aliento y admirar el paisaje.

Desde esa altura, el grupo podía ver un vasto panorama que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Pero lo que realmente atrajo la atención de Elizabeth fue una serie de grandes nidos en la cima de una montaña cercana. Eran mucho más grandes que los de las aves comunes, y sus formas eran inconfundiblemente imponentes.

-¿Qué son esos nidos?-preguntó Emily, mirando con asombro.

Elizabeth se acercó, su implante comenzó a parpadear con información. Un nombre apareció en la pantalla: **Argentavis**. Ella frunció el ceño, recordando que había leído sobre esta criatura en su diario.

-Parece que son nidos de Argentavis, un ave prehistórica enorme-dijo, emocionada por el descubrimiento. -Voy a anotarlo en mi diario.

Mientras el grupo observaba los nidos, Elizabeth sacó su cuaderno y comenzó a dibujar. Con cada línea, capturaba la grandeza de las aves y su entorno. La conexión que sentía con la isla y sus criaturas era intensa, y sabía que debía registrar cada detalle.

-Esto es asombroso-murmuró mientras esbozaba las formas. -No puedo esperar a ver si podemos encontrarlas más de cerca.

El grupo se reunió alrededor de Elizabeth, admirando su dibujo y la información que había recopilado. Con el entusiasmo en el aire, decidieron que una vez que alcanzaran el campamento en la cima, buscarían una forma de acercarse a los nidos.

-Puede que tengamos que ser muy cautelosos-advirtió Luna, su tono más serio. -No queremos molestarlas.

-Definitivamente-acordó Matthew. -Pero sería increíble verlas volar.

Con un nuevo objetivo en mente, el grupo reanudó su camino hacia la cima de la montaña, sus corazones llenos de emoción por las aventuras que les aguardaban. Cada paso los acercaba más a un mundo de maravillas, y Elizabeth sabía que esta experiencia sería inolvidable.

Mientras ascendían, la sensación de camaradería y descubrimiento los mantenía unidos. La jornada apenas comenzaba, y con Toro al lado, Elizabeth se sentía lista para enfrentar lo que viniera. La montaña no solo representaba un desafío físico, sino también un portal a nuevas experiencias y aprendizajes.

El ascenso hacia la cima de la montaña había sido una mezcla de asombro y desafío. Elizabeth y su grupo se sentían más unidos que nunca, compartiendo risas y relatos de aventuras pasadas. Pero mientras se adentraban en un bosque más denso, el ambiente comenzó a cambiar. La luz del sol se filtraba tenuemente a través de las hojas, creando un aura de inquietud que los envolvía.

-¿Sienten eso?-preguntó Emily, parando en seco y mirando a su alrededor.

-Sí, hay algo en el aire-respondió Iris, frunciendo el ceño. -No me gusta.

Elizabeth mantuvo la calma, recordando las palabras de su madre sobre escuchar a la naturaleza. Sin embargo, su instinto le decía que debían estar alerta. El sonido de hojas secas crujía bajo sus pies mientras avanzaban con precaución. Toro se mantenía cerca, sus músculos tensos y alerta.

De repente, un grito desgarrador resonó entre los árboles, y el grupo se detuvo, mirándose con preocupación. Antes de que pudieran reaccionar, una manada de **Deinonychus** apareció de entre la maleza, rodeándolos rápidamente. Sus ojos brillaban con un hambre feroz y sus garras afiladas relucían bajo la luz filtrada.

-¡Están aquí!-gritó Matthew, levantando su arma.

La manada atacó sin piedad, lanzándose hacia el grupo con una ferocidad aterradora. Elizabeth sintió que el corazón le latía con fuerza mientras trataba de mantener la calma. Con Toro a su lado, se preparó para enfrentar la amenaza. Las criaturas eran rápidas y coordinadas, y en un abrir y cerrar de ojos, los rodearon.

-¡Formen un círculo!-ordenó Elizabeth, intentando mantener la calma mientras miraba a sus amigos. -No dejen que se acerquen.

Los Deinonychus atacaban con precisión, saltando y mordiendo, mientras el grupo luchaba por mantenerse a salvo. Elizabeth se concentró en Toro, instándolo a moverse. El carnotauro se lanzó hacia un lado, embistiendo a uno de los atacantes y haciéndolo caer al suelo. El grupo se unió, defendiendo su posición, pero pronto se dieron cuenta de que estaban en desventaja.

-No vamos a aguantar mucho más-dijo Luna, con el sudor corriendo por su frente.

Justo cuando parecía que todo estaba perdido, un rugido resonante cortó el aire. Desde la distancia, un grupo más grande apareció, liderado por un hombre montado en un impresionante allosaurio. El líder era alto y robusto, con una presencia autoritaria que calmó de inmediato a Elizabeth y a su grupo.

-¡Aguanten, estamos aquí para ayudar!-gritó el líder, señalando a su tribu sus dinosaurio los cuales eran dos carnotauros y un Baryonyx que avanzaban rápidamente hacia ellos.

Los nuevos aliados atacaron con precisión, dispersando a los Deinonychus y desatando un caos entre sus filas. Elizabeth observó con asombro cómo el grupo se movía con una coordinación sorprendente, como si fueran uno solo.

-¡Alto!-gritó el líder mientras se acercaba, su voz fuerte y clara. -¡Bajen sus armas, están a salvo ahora!

Con la ayuda de estos extraños, Elizabeth y su grupo lograron reagrupase. El líder desmontó su allosaurio y se acercó con una mirada decidida.

-Soy **Ragnar**, y este es mi grupo-dijo con una sonrisa. -Vimos que estaban en problemas y decidimos intervenir.

-Gracias-respondió Elizabeth, todavía respirando con dificultad. -No sabíamos que estábamos rodeados. ¿Quiénes son ustedes?

-Nosotros somos un grupo de supervivientes que hemos estado explorando la isla-explicó Ragnar, mirando a cada miembro del grupo con interés. -Hemos estado buscando recursos y aliados. Pero más importante, hemos estado tratando de mantener a raya a los Deinonychus y otras criaturas.

Nina, todavía recuperándose de la adrenalina, preguntó: -¿Tienen un campamento? ¿Podemos unirnos a ustedes?

Ragnar asintió. -Sí, tenemos un refugio más adelante. Es seguro y podemos proveer alimentos y protección. ¿Cuál es su nombre?

-Soy Elizabeth, y estos son mis amigos-dijo, señalando a cada uno. -Nosotros hemos estado explorando también, pero no esperábamos encontrarnos con algo así.

-Lo entendemos-dijo Ragnar, mirando el caos dejado por los Deinonychus. -La isla está llena de sorpresas, algunas más peligrosas que otras. Pero juntos, podemos enfrentarlo.

Mientras el grupo se recuperaba, Ragnar comenzó a presentar a los miembros de su equipo:

- Sara, una guerrera hábil y astuta, siempre lista para combatir.
- Jaxon, un experto en rastreo, con un instinto excepcional para detectar peligros.
- Maya, una curandera que sabía cómo usar las hierbas y plantas de la isla para sanar heridas.

La dinámica del grupo era evidente; se apoyaban mutuamente, y la camaradería era palpable. Elizabeth se sintió aliviada al ver que tenían aliados en este mundo desafiante.

-Estamos agradecidos por su ayuda-dijo Elizabeth. -Deberíamos movernos pronto antes de que regresen más Deinonychus.

Ragnar asintió. -Tienes razón. Vamos, el campamento no está lejos. Les enseñaremos todo lo que sabemos sobre la isla.

Con Toro al lado y el grupo de Ragnar guiando el camino, Elizabeth se sintió más esperanzada. El peligro aún acechaba, pero ahora tenían un nuevo propósito y aliados en quienes confiar. Mientras caminaban, comenzaron a intercambiar historias sobre sus experiencias en la isla, descubriendo similitudes y compartiendo risas.

Mientras avanzaban, el paisaje comenzaba a cambiar nuevamente. Se adentraron en un área más abierta, donde los árboles se despejaban y un río corría junto al sendero. Elizabeth observó el brillo del agua y sintió una oleada de frescura.

-Este lugar es hermoso-dijo, admirando la naturaleza que les rodeaba.

-Y peligroso-añadió Jaxon, mirando en dirección al río. -Nunca se sabe qué puede estar acechando bajo el agua.

Después de unos minutos más de marcha, finalmente llegaron al campamento de Ragnar. Era un refugio impresionante, construido con troncos de árboles y cubierto con hojas grandes, lo que les proporcionaba un excelente camuflaje.

-Bienvenidos a nuestro hogar-anunció Ragnar, abriendo los brazos con orgullo.

El grupo se asentó rápidamente, y los nuevos aliados comenzaron a preparar una comida caliente. Elizabeth sintió el hambre en su estómago mientras se sentaba junto a sus amigos. La tensión se disipaba lentamente, y comenzaron a hablar sobre los próximos pasos.

-Mañana, podemos explorar juntos-sugirió Ragnar. -Hay una serie de cuevas cerca que contienen recursos útiles, y podríamos encontrarlas juntos.

-Suena genial-dijo Emily, mirando a sus amigos con emoción. -Después de lo que acabamos de pasar, sería genial tener una misión.

A medida que la noche caía, el campamento se iluminó con fogatas y el olor a comida llenaba el aire. Elizabeth observó cómo todos se relajaban, riendo y compartiendo historias. Por un momento, se sintió como si todo estuviera bien.

Sin embargo, en el fondo de su mente, sabía que la aventura apenas comenzaba. La isla tenía muchos secretos, y su grupo estaba destinado a descubrirlos todos. Con Ragnar y su equipo a su lado, Elizabeth se sintió lista para enfrentar cualquier desafío que pudiera surgir.

Cuando la noche se hizo más oscura, Elizabeth se retiró un momento para mirar las estrellas. Se sentó en una roca, reflexionando sobre todo lo que había sucedido. La luna brillaba intensamente, iluminando su camino hacia lo desconocido.

-¿Estás bien?-preguntó Iris, acercándose.

-Sí, solo pensando en lo lejos que hemos llegado-respondió Elizabeth, sonriendo. -Nunca imaginé que encontraríamos a otros sobrevivientes.

-Es bueno tener aliados-dijo Iris, mirando hacia el campamento. -Podemos enfrentarnos a cualquier cosa juntos.

-Así es-asintió Elizabeth, sintiendo una renovada determinación. -Juntos, somos más fuertes.

Con esas palabras, Elizabeth regresó al campamento, lista para afrontar los desafíos del día siguiente. El futuro se veía prometedor, y la unión de sus grupos podría ser la clave para sobrevivir en este mundo hostil.

Mientras se acomodaban para dormir, Elizabeth cerró los ojos con la esperanza de un nuevo amanecer y la promesa de aventuras aún por venir.

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