Capítulo 7. «Peor enemigo»

—¿Es real? ¿Tú eres Skrain?

—Yo soy Skrain —respondió el Dios—. No eres el primero que se sorprende al verme. Los humanos suelen tener una idea muy rara de sus dioses. Nos creen viejos y poderosos, nos tienen tan por encima de lo que somos que, cuando llegan a conocernos, no les parecemos impresionantes.

—Sigo sin poder creérmelo —dijo Skrain de nuevo, acercándose para poder tocar al Dios y no logrando sentir nada más que puro aire—. Y es porque en realidad no estás aquí.

—Estoy en todas partes —respondió Skrain— Soy parte del aire, de la muerte. Mientras más sepas de mí más puedo mostrarme como soy.

—Tú... ¿Tienes un cuerpo? ¿Eres tal como puedo verte?

—Lo soy, pero estoy ligado a un astro que no me dejará ir a menos que mi poder aumente, y no aumentará a menos que todos en el mundo supieran de mí, creyeran y me volvieran más poderoso.

La curiosidad estaba llevando a Skrain al límite. Deseaba con todas sus fuerzas saber más, y, a la vez, era difícil creer todo lo que Skrain le estaba diciendo.

—¿La Luna y el Sol pueden dejar sus planetas? —preguntó como por impulso, lleno de curiosidad.

—Eso es algo que no puedes saber aún —respondió Skrain—. Seré explícito contigo, hijo. Estoy aquí porque quiero que sepas que yo no fui el que causó esto. La energía busca el equilibrio, la muerte hubiera llegado de cualquier manera a esa batalla. Tenía que suceder. No fue mi culpa, no fue culpa.

Skrain bajó la mirada. La sensación aun seguía quemando dentro de él, siendo imposible olvidarla.

—¿Crees que tenga alguna oportunidad de derrotar a Zara? ¿No sería más fácil que te la llevaras de una vez?

—Hay enemigos más grandes que ella,  en realidad —dijo el Dios—. Confía en mí y en que busco lo mejor para tí. Eres mi descendencia, yo te dí vida. Ahora, cuando vuelvas a la ciudad, dile a Sir Lanchman que reúna a todos los que pueda y que avance hasta la gran capital del segundo reino. Es la única oportunidad de que ganes, ya que está muy fuertemente fortificado y puedes ganarle a Silas.

🌙🌙🌙

—No creo que sea tan mala idea —fue lo que Amaris dijo después de oír el relato de Piperina acerca del compromiso forzado con Nathan— He tenido raras visiones en las que veo a Zedric como rey. Está solo, triste, mirando hacia las deriva como si nadie lo quisiera.

—¿Has llegado a ver tan lejos? —preguntó Piperina con incredulidad, a punto de escupir el té que acababa de tomar—. Siempre me sorprende lo poderosa que eres, pero eso no quiere decir que Nathan pueda ser un rey.

Entre tú y él hay química —argumentó Amaris—. Pensaste que las cosas entre ustedes no podrían avanzar porque no quería comprometerse, ¿Pero qué pasa ahora que el compromiso está decidido? ¿No crees que podrías ayudarlo a gobernar de buena forma? ¿No pensaste nunca que, si querías unirte a Skrain, tarde o temprano él se volvería un rey y tendría tanto poder como Nathan? A él también hubieras tenido que apoyarlo.

Y, de nuevo, el poder de Amaris estaba siendo tan grande como para que a Piperina le dieran escalofríos. Bajó la mirada, no creyendo que Amaris supiera tanto, pero, más que nada, avergonzada de que no había tenido la confianza suficiente con ella como para decirle todas esas cosas que llevaba pensando desde hace un tiempo.

—Skrain adquiriría el reino por la fuerza —musitó Piperina—. Y yo no estaba segura de que sucedería alguna vez. Yo no soy apta para gobernar, nunca querría tener tanto poder.

—Últimamente veo menos cosas y tengo más certezas —trató de explicar Amaris—. No es que vea mucho, es que veo retazos de cosas que podrían ser importantes. Sentí la soledad de Zedric, el anhelo de ser libre. Tú estarías con Nathan, defenderías el bien a pesar de todo. Las cosas van mejor en equipo.

—Acabo de regresar. Estoy sintiendo de nuevo los aires de mi hogar —Piperina observó la vista por la ventana, maravillándose por lo bonito que era el mar chocando contra las grandes rocas del puerto— Madre seguro querrá que ande con él en su campaña alrededor del reino, y de ahí no habrá vuelta atrás.

—No tienes que casarte con él sino quieres, pero puedes aceptar ser su prometida y podemos andar por el Reino Sol en su gira, juntas —Amaris siempre le sacaba lo bueno a todo, algo fantástico en todos los momentos, excepto ese— Conozco nueva magia, sé que encontraré las respuestas que necesito si busco en todas las bibliotecas posibles.

—No lo sé —Piperina apretó los labios, incomoda— Yo...

Un estruendo llenó el ambiente. Parecía venir del cielo, un sonido semejante al de un trueno al impactar en el cielo. Piperina fue directamente a la ventana, observando que, en el cielo, dos figuras aladas se detuvieron en dos de las rocas de las que rodeaban el palacio en el medio del mar.

Eran los dragones que Dahmer le había donado a Zedric, con Nathan, Harry, y él mismo en sus lomos. Los ojos de Nathan cayeron instantáneamente en Piperina, que, intimidada por la grandeza de aquellos dos animales, volvió en sus propios pasos y salió a recibir a sus invitados.

Zedric había extrañado a Amaris con todas sus fuerzas durante los meses que habían estado separados. Ya eran dos, y aunque había estado ocupado por entrenar y amaestrar a los dragones que Dahmer le había confiado, no habían disminuido el anhelo que tenía por verla de nuevo.

Las personas comenzaron a congregarse en la explanada del palacio, todos mirando la escena con admiración y miedo. Eran dragones, reales, y todos querían creer que era una cosa de su imaginación, pero no lo era.

—¿Pero qué es esto? —preguntó Piperina, incredulidad brillando en su tono de voz. Antes de que Nathan y Zedric pudieran explicar su reciente llegada sin aviso, la reina, que acababa de salir del palacio y abrirse paso entre toda la multitud, dijo:

—Piperina en realidad quiere decir que está muy sorprendida por su reciente e inesperada llegada. Nunca he viajado en un dragón, pero me imagino que deben de estar agotados. ¡Pasen! No siempre tenemos visitas tan importantes, deben saberlo.

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La incomodidad que llenó el ambiente fue de lo más molesta. La reina hacía y hacía preguntas durante la comida intentando conseguir información, Adaliah era incluso más elocuente, siempre incomodando al príncipe y a Nathan.

—Así que... —la reina dijo después de un rato, elegancia brillando en su tono de voz— Hemos hablado de su viaje, del rey, pero aun no me han confesado porque están aquí, aunque creo saberlo.

Zedric estaba a punto de decir la verdad. Hablar de la guerra, de que el reino de Harry estaba en peligro, de que necesitaban de Amaris y su clarividencia para saber el punto exacto en el que Zara se encontraba para poder emboscarla.

Sin embargo, y antes de que sucediera, Nathan se adelantó e interrumpió:

—Quería ver a mi prometida, Harry necesitaba ver a sus viejos amigos, a los que necesita ahora qué no puede volver a su hogar.

Zedric no tenía idea alguna de que existía aquel compromiso. Contuvo la respiración, confundido, pero no dijo nada y dejó que la reina, de la cual su rostro se había endurecido, dijera:

—Me alegra que esté aquí, Nathan. Es un honor tener cerca al que será el próximo miembro de nuestra familia. aun así, —suspiró— me apena mucho el hecho de que Harry no pueda volver a su hogar por lo grave de la situación.

—Es algo que no se puede remediar —dijo él, serio de tal forma que a Piperina le dieron escalofríos—. No sabíamos que algo así vendría y, a pesar de que nuestro reino está regido por la milicia, no usamos magia desde hace milenios y no estamos preparados para una guerra como esta.

Piperina entrecerró los ojos. No estaba de acuerdo para casarse con Nathan, pero, como siempre, su opinion no parecía tener ni un poco de validez.

Estaba furiosa, pero no lo demostraría para rebajarse y parecer una niña malcriada. En vez de eso dejó que la cena pasara, no siendo la menos sorprendida de la mesa, —ya que ese era Zedric—, y comió sin decir una mínima palabra.

Terminó la comida. La reina se disculpó diciendo que tenía un consejo muy importante, los jóvenes se trasladaron a un salón cercano en el que pudieran hablar mejor.

Una vez más el silencio llenó el ambiente. Piperina suspiró, apretó los labios, luego dijo:

—Nathan y yo necesitamos hablar, espero que puedan disculparnos, pero deben saber que hay mucho que discutir.

Nadie dijo nada. Nathan se levantó, Piperina lo tomó de la muñeca y lo llevó a la salita que estaba al lado. Era pequeña, toda de color amarillo claro, y la luz del sol entraba con tanta vivacidad como para que el cabello de Nathan, desordenado, brillara como nunca.

Él se veía distinto. Más serio, más callado.

—No quiero casarme contigo. —fue la forma en que ella rompió el silencio— Simplemente no estoy lista. Hay muchas cosas pasando y quiero vivir.

Nathan no dijo una palabra. La tomó de la muñeca, atrayéndole a sus brazos, luego la besó.

Piperina se dejó llevar, aun por primera vez. El beso fue cálido, tranquilo, y para nada lo que ella pudo haber imaginado.

Nathan estaba siendo amable, tanto que ella no podía alejarse, queriendo más y abrazándolo para acercarlo más a ella.

Nathan soltó un gemido ahogado. Era el momento de terminar, así que se alejó inmediatamente y la miró sin creer lo que ella había hecho. Lo había correspondido.

—En algún momento tendrás que casarte, ¿Por qué no conmigo, a quién no podrías rechazar por la pasión que hay entre nosotros?

Piperina bajó la mirada. La propuesta era tentadora, pero el recuerdo de cierta persona de ojos grises seguía en su mente, rasgando en su interior.

—Amaris quiere que te acepte para calmar los ánimos de mi madre y seguir con su búsqueda de revivir a nuestros amigos. Cree que si vamos al Reino Sol, en la gira...

Nathan pareció encresparse al oír esto.

—¿Revivir? ¿Cree ella poder revivirlos?

—Dice que con el conjuro y la magia suficiente es posible.

Los ojos de Nathan parecieron iluminarse. Los recuerdos brillaban en ellos, el vínculo que, con la muerte de Ailum, se había roto.

—Le diré a Zedric que hagamos nuestra gira en conjunto. Dejémonos de tácticas, seamos honestos y que el pueblo decida quien gobierne. Tú y Amaris vendrán con nosotros.

—Pero no creo que sea posible —Piperina ya estaba perdiendo los estribos, ella también quería creerlo, traer a Ranik de vuelta, a Elena, la tan pura y dedicada, pero era imposible— ¿Revivirlos?

—¿Por qué no? Ven con nosotros a la gira, vayamos a la guerra y ganemos, unámonos con Skrain y vayamos a luchar contra Zara. Seguro que es posible ganar.

A Piperina le costaba admitirlo, pero la idea le pareció fascinante. Ir por el Reino Sol, traer a sus amigos de vuelta. Por un momento fue creíble y luego, como hija de Erydas, tan fuerte y con los pies bien puestos en la tierra, recordó que era imposible.

Aun así, quería creer.

—No quiero casarme contigo —volvió a aclarar—. Creo que hay... —dudó— Puede haber algo entre nosotros, pero no sé si esto es...

—No hay que definirlo, tan simple como eso. Estoy dispuesto a dejarlo en el momento en que lo desees, incluso.

🌙🌙🌙

La ciudad Caliztya había cambiado mucho desde la última vez que Skrain la había visitado.

Grandes murallas la rodeaban, altas y forjadas por completo de arena. Las personas hacían largas filas para poder entrar, miles de refugiados buscando un lugar para descansar en el medio de tanta confusión.


—Zara cada vez está más cerca —dijo Yian apreciativamente—. Esas personas vienen de la tercera colonia del Reino Luna, al sureste del continente. Puedo reconocerlo por su acento y forma de caminar.

—Yo también soy originario de este continente, —murmuró Skrain mientras trataba de pasar desapercibido, aun cuando llevaba la capa puesta las personas reparaban en él irremediablemente— no necesito que me des lecciones de cosas con las que estoy familiarizado.

—Todo ha cambiado desde que te marchaste. Estas murallas no existían, el rey Federico no había unido fuerzas con el rey Adrián. Las dos colonias sufren, Zara se ha hecho con tres ejércitos que, si bien no son muy numerosos, unidos han tomado bastante poder.

Skrain rodó los ojos. Las personas solían causarle incomodidad, los problemas siempre eran agobiantes y Yian no hacía nada para mejorarlo. Hablaba como sino tuviera esperanzas, como sino confiara en su poder.

Una mujer chocó contra Skrain antes de que él pudiera notarlo. Las afueras de la ciudad estaban atestadas de personas, el espacio personal que podía conseguirse era mínimo.

—Monstruo —dijo la mujer en un murmullo bajo. Estaba tocando el brazo desnudo de Skrain, podía verlo al verdadero él—. ¿Qué eres?

Yian se adelantó antes de que Skrain pudiera reaccionar y, con voz queda y profunda, musitó:

—Él es un joven, un joven apuesto y fuerte muy parecido a ese nieto que acaba de perder. Nos ha dicho eso, ahora irá a su hogar y le dirá a sus nietos que visto a un joven caritativo que le tuvo caridad y le dió un poco de dinero para que pudiera mantenerse. Ahora largo.

Por un leve momento, apenas imperceptible, los ojos de la mujer cambiaron de color y se volvieron morados. Yian exhaló, esta se marchó, Skrain no hizo más que entrecerrar los ojos, para luego decir:

—Tú mayor defecto es que no tienes fé en tí mismo. ¿Cómo quieres ganar sino confías en que puedes hacerlo?

🌙🌙🌙

N/A. ¡Hola! Sé que ha pasado un poco de tiempo y lo siento, pero la universidad y el trabajo drenan todo de mí. Imagínense, debería de estar leyendo poemas de Aristóteles y pensamiento complejo,  —unas 60 páginas—, pero estoy aquí porque los amo.

Como sea, espero que les haya gustado el capítulo y les prometo que intentaré actualizar lo más pronto posible.

Saludos,

Angie. <3

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