Capítulo 44. «Inframundo»
Miles de días, miles de amaneceres, pero ni un sólo despertar.
—Ranik, vuelve, vuelve, no puedes irte, no también tú... —murmuró Cara entre lágrimas. Ranik abrió los ojos.
No sabía porque, pero dormir no era para nada distinto a cuando estaba vivo. Su alma, al parecer, necesitaba descansar también en aquel estado inanimado.
—¿Todo está bien? —preguntó—. ¿Qué pasó?
Cara alzó la mirada. Había estado llorando en su regazo, pero al verlo despertar su rostro se iluminó y mostró un lado del todo distinto. Parecía decidida.
—Encontramos a los elfos, ¿Recuerdas? Sephira dijo que nos escondiéramos, pero, en vez de eso, luchamos. Tratamos de detenerlos de llegar a las puertas de la muerte y lo hicimos, pero sólo por poco tiempo. El alma de los demás se perdió, buscando más energía, pero la nuestra fue más fuerte que eso. El problema es que ahora Sephira está atrapada y a menos que...
Los recuerdos inundaron la mente de Ranik. El viaje, casi eterno, que habían hecho para llegar a aquel lugar. Las innumerables veces que se habían enfrentado a la guardia del rey del Inframundo. Las pruebas. Cada una más insoportable que la otra, todas con el propósito de derrotarlos en su camino a las puertas de la muerte.
Porque las puertas de la muerte eran todo menos lo que él había imaginado. El Inframundo, en sí, era sorprendente en mil y una formas distintas, y esto era así en mayor parte porque nunca le habían enseñado nada realmente verídico de él.
Podríamos resumir lo que había aprendido de una forma bastante vaga pero que abarcaría todo. El Inframundo era más que un lugar, sino una unión de distintas dimensiones en un mismo sitio.
Sus dos partes más conocidas eran las que abarcaban los humanos, pero no lo eran todo. Estaba el lugar al que iban las personas honorables, (bello, muy parecido al mundo de los vivos pero eterno en todas las formas posibles), y el campo del olvido, (que podría compararse con una mancha gris en el telar del Inframundo, sin vida y lleno de sufrimiento).
Aquellas dos caras podrían serlo todo, pero había más. Campos eternos llenos de animales que antes habían vivido, incluso de paisajes a imagen y semejanza de los que los habían recibido como mortales.
Habían otros campos y ciudades para los monstruos y criaturas fantásticas, todos distintos, llenos de extrañezas en su arte, comida y edificaciones.
Eran niveles, por así decir. Y, en el fondo, al final de la todo lo conocido, estaba la podredumbre. Dónde los seres más oscuros y maquiavélicos vivían. Hombres con culpa, monstruos sádicos, asesinos, y obradores de maldad.
Una capa de maldad que enrojecía la vista, que olía peor que nada, que se veía peor que nada. El origen de todo lo malo y la salida hacia todo lo bueno.
La cosa era qué, si te embarcabas en la misión de salir, de ir hacia las puertas de la muerte, primero tendrías que pasar por aquel lugar. Y no es que pasar las puertas de la muerte fuera lo difícil, sino el llegar a ellas.
Casi todos habían sucumbido. Primero Hiden, luego Iben, Elena. Sus mejores amigos y compañeros en tantas tribulaciones no murieron, pero sus almas tardarían en recomponer su energía después de todo aquello. Sephira sabía cómo serían las pruebas y siempre se daba el tiempo de prepararlos para ellas, pero era difícil no sucumbir a sus mayores debilidades.
Ranik se sintió furioso. Sephira, la persona más valiente que había conocido y que, en la última prueba, los ayudó a pesar de que sabía que perderían.
—¿Cómo escapamos? —preguntó Ranik—. Recuerdo la pelea, el rostro de... —se detuvo, no quería ni recordar el nombre de aquel ser monstruoso— Pero no recuerdo escapar. Ni siquiera recuerdo haber sido herido.
—Escapamos porque logré teletransportarnos antes de que nos atraparan. Estuviste apunto de irte, pero yo... —los ojos de Cara se pusieron vidriosos. Su respiración iba rápidamente, de veía más viva y pura que nunca.
—Dilo —insistió Ranik.
—No sé cómo lo hice. Es que tú estabas ahí, derrotado, y teníamos que irnos lo más pronto posible. No sabía que hacer, entonces estos, estos elfos vinieron hacia nosotros y yo...
—¿Tú qué?
—Se las arrebaté —Ranik entrecerró los ojos. No entendía lo que sucedía, pero trató de no demostrar su miedo y escepticismo hasta que Cara explicara todo— Su vida. La muerte no es la muerte como nosotros la imaginamos. El fin de toda energía, el cambio de existencia completa. Nuestra alma sigue viva, pero nuestro cuerpo no. Y esa vida, por más pequeña que parezca, requiere de energía que se puede quitar, arrebatar como un juguete a un niño pequeño. Nuestros amigos por poco pierden toda esa energía, por poco esfuman su existencia por completo, pero yo, como último recurso, los dejé ir a una fuente infinita de energía. La ciudad a la que llegamos en primer lugar. Lo que pasó con estos elfos fue que...
—Les quitaste su energía y me la diste a mí. Me salvaste.
—Los maté. Los maté de verdad y ahora ya no existe nada de ellos.
La mirada de Cara se puso vidriosa. Sus ojos, mieles, observaban el horizonte frente a ellos con tristeza palpable.
Estaban en el medio de la nada, literalmente. Debían ser los campos de pena, porque habían personas apareciendo de cuando en cuando en los distintos lugares del llano, grises, muertas, sin vida.
Ranik pensó. Trató de encontrar la manera de consolarla.
—Tiene que valer la pena. Sephira, vayamos por ella, entonces podremos irnos a descansar con nuestros amigos.
—Creí que estar muerta sería distinto. Cuando Skrain se llevó mi vida yo... —se detuvo, ahogando la respiración— lo sentí hacerlo y pude hacerlo detenido, pero dejé que se llevara mi alma, dejé que me matara. No tenía muchas cosas por las que quedsrme. Amo a mi padre, sí, pero estaba cansada de todo. Incluso a pesar de estar con ustedes, en esta misión tan importante... —suspiró—, no le encontraba un propósito a mí vida. Sentía que quería descansar, irme, y tal vez entendería todo como siempre quise entenderlo.
—Siempre, pase lo que pase, y como humanos, idealizamos las cosas. El amor, la vida, la muerte. Creemos que deben ser de cierta forma y cuando los tenemos...
—No son lo que pensamos.
—El punto es que estés satisfecha con lo que eres, con lo que haces, que sepas que has dado todo de tí. Qué aprecies todos esos momentos buenos, a todas esas personas que hicieron que las cosas valieran la pena. No necesitas entender las cosas para disfrutarlas.
—No fue malo irme. De no haber estado aquí no habría podido salvarlos. Tenemos que hacer que esto valga la pena.
—Me alegra oír eso —respondió Ranik—. Ahora tenemos que idear un plan.
🌙🌙🌙
El primer paso a llevar a cabo para que el plan funcionara era escabullirse por las colinas funerarias. Las llamaban así porque miles de objetos antiguos de encontraban ahí, objetos con valor para las personas muertas y que se habían quedado en el camino al centro del Inframundo.
—Ranik... ¡Ranik!
—¿Escuchaste eso? —preguntó él. Giró su rostro, buscando a Amaris, (de quién parecía que venía aquella voz), entre todo aquel conjunto de basura.
Había cosas bonitas. Juguetes, joyas, hasta espadas que parecían tener la mejor y más elegante hechura que pudieras encontrar. Aún así, también había algunas cosas extrañas, llenas de sangre, rotas. Ropa, zapatos, muebles, comida incluso.
Era algo bastante macabro y todo estaba encimado, a medio dejar. Sería difícil encontrar a Amaris entre todos esos escombros.
—Te está llamando —contestó Cara—. Cada vez estamos más cerca de ella y ella está más cerca de nosotros.
—¿Amaris morirá?
—No, vendrá al Inframundo. Estará en las puertas de la muerte para la gran batalla. Te explicaré eso luego.
Ranik enmudeció. El poder de Cara no dejaba de ser apabullante e inesperado. Iba a hablar cuando, de improviso, dos Crouss de interpusieron en su camino. Iban platicando animadamente, riendo mientras masticaban algún tipo de carne.
—La vida está cada vez más cerca, amigo, la vida está cada vez más cerca —repitió el elfo más enano unas tres veces mientras caminaban.
Ranik apretó los puños. Aquella última pelea, en la que había estado apunto de irse, debería haber tenido mejores resultados. La ruptura temporal que habían hecho, (en el Inframundo el tiempo iba distinto, Cara encontró una forma de quebrantar la continuidad entre el Inframundo y el mundo de los vivos), debió alejar a los elfos el suficiente tiempo como para que las puertas de la muerte estuvieran más resguardadas, y, aún así, esos monstruosos seres seguían teniendo esperanza, como si nada hubiera sucedido.
—No les pongas atención —insistió Cara—. Yo me encargaré de dormirlos pero antes tienes que tomarlos por sorpresa.
—Voy enseguida —contestó. Fue lentalmente, agachándose detrás de una gran pila de cosas y esperando que los militares no lo notaran.
Entonces los tuvo frente a él. No eran grandes ni fuertes, como los que había visto antes en el campo de batalla, sino uno delgado y el otro pequeño y casi esquelético.
Esto le dió confianza.
—Alto ahí —dijo. Los elfos voltearon, sorprendidos, y él murmuró—: Crece, hielo de muerte.
Tal vez en el Inframundo no podía usar completamente sus capacidades con el hielo, pero, aún así, podía usarlas. Lo más denso que lograba crear era una espada, así que trató de intimidarlos irguiéndose en su lugar y sonriendo de oreja a oreja.
Los elfos parecían débiles, pero no lo eran en absoluto. Corrieron hacia él velozmente, sacando sus propias espadas y combatiendo con él vivazmente. Ranik apenas si podía con ambos. Buscó energía en sí mismo, la magia de la vida de Amaris que aún conservaba, y golpeó. Golpeó con fuerza y supo darles bien justo en sus puntos más débiles en el momento exacto.
Terminó con uno de esos elfos de una rasgadura en el estómago. Estaba en el suelo, adolorido, la conocida sustancia blanca del poder de su alma salía lentamente de su cuerpo inmortal.
Ranik exhaló. Hasta aquel momento no había notado lo que estaba haciendo. Matar, matar de verdad. Por poco y no nota que el otro elfo venía hacia él, poderoso, alzando su filosa daga con heroísmo auténtico.
Lo detuvo de un movimiento, bajó lentamente su espada y dejó que se deformara en una especie de gancho que perforó el estómago del oscuro ser.
Cara se materializó entonces. La energía de su magia atrapó a los monstruos como si de otra parte de su cuerpo se tratara, luego se infiltró en ellos y les sanó sus heridas.
—Olvidarán todo. Sus vida pasada, su vida actual. Luego irán hasta el paraíso de los elfos y buscarán resguardo —murmuró Cara en sus oídos. Luego comenzó a quitarles sus armaduras, razón por la que los habían interceptado en primer lugar.
🌙🌙🌙
—Trata de no moverte mucho. Camina erguido, con fuerza, serio y sin hacer muchas expresiones, de otra forma no podré camuflajearnos a ambos —murmuró Cara con lentitud mientras caminaban a través de los miles de cuerpos de Crouss ansiosos de vida y carne.
Afortunadamente ellos no tenían ni el uno ni el otro.
—Entendido —murmuró Ranik en respuesta. Trataba de sacarse a Amaris de la cabeza, la sensación de que estaba con él, cuando estaba seguro de que aquello era imposible.
Estaban apunto de llegar a su destino. Detrás de ellos se encontraban las montañas de la angustia, y frente a ellos miles y miles d aae tiendas de Crouss hambrientos de poder. Caminaban en fila, practicando tácticas de defensa y de organización.
Había un guardia apostado frente a sus defensas, como retén.
—Soldados, alto —mandó. Ranik se irguió en su lugar, recordando todo el entrenamiento que su padre le había dado antes de mandarlo de lleno al mar. Era algo prioritario en la vida de un guerrero, de un alto duque que gobernaría una provincia—. Arriba sus máscaras.
Ranik sintió que su respiración comenzó a ralentizarse. Se quitó la máscara con lentitud, temiendo que aquel furioso guardia viera a través de la ilusión de Cara y distinguiera sus orejas de humano.
Pero el hombre no los vió más de una vez. Rodó los ojos, miró a los siguientes, y dijo:
—Pasen, pero recuerden, seres mal educados, que al saludar y presentarse hay que hacer una reverencia.
Risas resonaron por el lugar. Guardias contra los que había peleado antes lo estaban mirando, se estaban burlando de él y al mismo tiempo el engaño de Cara se cernía sobre ellos, fuerte.
El plan estaba destinado a salir bien si ella tenía tanto poder, pensó Ranik antes de dar el siguiente paso.
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