Capítulo 42. «Miedos fortuitos»

Connor estaba comenzando a acostumbrarse a la oscuridad. Después de tantas pruebas, cada una más difícil que la otra, una cosa de había quedado principalmente en su cabeza, y era que no podía dejar las cosas al aire.

No veía nada. Trató de enfocarse en todo a su alrededor, de percibir algo más de lo que había a simple vista.

Entonces escuchó aquel gruñido. Era de alguna especie de animal, una bestia que estaba más allá de su entendimiento y que no podía ver, ni aunque lo intentara.

—¿Qué...? ¿Dónde estamos? —murmuró una voz cercana y conocida, Alannah.

—Esto me recuerda a... —eso venía de Amaris.

—Nuestros miedos, la prueba de nuestros miedos —farfulló Zedric con dificultad—. Esta bestia es... —se detuvo— más fuerte de lo que parece. Tenemos que superar nuestros miedos para vencerla, o simplemente no... —carraspeó— no verla a los ojos.

—Es demasiado tarde —murmuró Nathan. Connor enfocó su visión.

La cueva en la que estaban era bastante grande, tanto como para que Nathan y la bestia se vieran como un punto en la lejanía.

Connor observó cómo Nathan miró a la bestia con ojos entornados y, seguidamente, comenzó a llorar desconsoladamente.

—No, mamá, yo nunca seré un...

—¿Monstruo? —la bestia, un dragón enorme negro, con ojos verdes oscuros y una enorme cresta picuda, contestó de forma antinatural— Has abandonado la luz. No eres quién yo quiero que seas. La deshonra está sobre tí, y se llevará a todos a los que amas. ¡Eres un monstruo!

Nathan dejó de llorar. Sus ojos adquirieron un brillo violáceo, y en vez de atacar a la bestia, (que lo estaba provocando), se giró y un espeso humo oscuro comenzó a salir de él.

Las sombras. Connor no había sido conciente del poder que Nathan tenía hasta aquel momento.

Connor comenzó a correr. Escuchó al fuego salir de las manos de Zedric, que en vez de huir de enfrentó a la bestia con toda la valentía que tenía, escuchó a Amaris soltar un grito feroz también, y el familiar sonido del hielo materializándose viniendo de varias direcciones.

Sólo escuchaba su respiración. Los recuerdos vinieron a su mente, todo de aquella vez que, en el desierto, había visto sus más grandes miedos.

No quería recordar, no quería sufrir. Pensar en su familia...

Trató de huir, pero cuando chocó con pared supo que había perdido. Volvió la vista hacia atrás, hacia donde estaban sus amigos, a los cuales había dejado solo, cual cobarde, y observó una escena grotesca en todos los sentidos.

Se vió a sí mismo, como una bestia, y debajo de él a todos los que amaba descuartizados, con los intestinos y tripas de fuera.

—Tú me hiciste esto —dijo Amaris. Sus ojos eran...

Verdes, como los de la bestia.

Aún así, y antes de que cayera en cuenta de lo que realmente estaba sucediendo, Connor comenzó a delirar.

—Yo, no soy capaz de...

—¡Lo hiciste, viene de familia, y ahora todos, todos...!, ¡Ya no están!

Connor sintió que sus miembros se debilitaron. No quería pelear, no quería enfrentarse a todos sus pecados.

«Connor, eres el único que puede derrotarla —la voz de Zedric logró entrar a pesar de todo el caos en su mente—. Conviértete en ella, deja de guiarte por tú mente, trabaja con tus sentidos»

Conviértete en ella. Tres palabras que responderían a todos sus ruegos de libertad. Si tan solo estuviera en el bosque, solo, como un lobo.

Libertad, eso era lo que Connor deseaba, y, a menos que pusiera atención a las palabras de Zedric, no lo tendría.

Zedric soltó un grito de batalla. Por un momento la mente de Connor se sintió liberada, momento en que Zedric iluminó toda la habitación con su poder. Él y la bestia estaban conteniendo mano a mano, el fuego verde y pestilente de la bestia contra el vivaz y amarillento de Zedric.

Connor pudo ver a la bestia claramente. Era una especie de dragón, pero lo peculiar en ella era el tamaño de sus escamas. Parecían estar sobrepuestas unas sobre otras, tan largas como los miedos de las personas a las que se había llevado al otro mundo con sus engaños.

No había comido hacía mucho tiempo, estaba hambrienta. Connor percibía su necesidad, la necesidad de un alma salvaje confinada a la nada.

Pero la lucha no duró mucho tiempo. La bestia comenzó a hablar, las voces de miles de personas, Connor no podía darles un significado por lo rápido que iban.

El fuego de Zedric disminuyó. No había nadie más para ayudarle, todos habían caído al suelo, derrotados y envueltos por el miedo. La bestia se mantuvo dos segundos observando a Zedric, luego se agachó y lo tomó con su hocico hasta llevarlo a la esquina más lejana.

Sólo entonces Connor entendió lo que sucedía, y que la bestia sabía que faltaba él, él entre todos sus amigos.

No podía mirarla. Tenía que convertirse en algún animal ciego, pero nada se le venía a la mente. Las palabras de su padre estaban pegadas en su mente, donde decía, «El instinto te hará ser lo que debas ser», el principio más usado entre los cambiaformas.

Gritó. El dolor emergió por todo su cuerpo, la familiar sensación de que estaba convirtiéndose en algo nuevo, no en lo mismo de siempre. Así, de repente, ya no era el mismo, era un topo.

Recordaba a los topos de los viajes que hacía en las campañas de su padre. Había topos de ciudad, pequeños y escurridizos, pero también había topos de campo, grandes, voluptuosos y, —lo que importaba—, ciegos.

Connor podía ver todo por medio de su nariz. Sentía a la bestia persiguiéndolo, así que se movía de un lado para el otro esquivándola.

Si tan solo pudiera usar el hielo para detenerla, congelar su cerebro y mandarla al inframundo...

El problema era que aquella forma era nueva para Connor. Si hubiera entrenado antes con ella probablemente podría usar el hielo, pero así, sin conocimientos previos, apenas si podía moverse ágilmente.

La bestia estaba cerca. Su rapidez estaba siendo constante, mientras que Connor estaba cansándose. Si no actuaba pronto todo iría mal y la prueba terminaría.

En un acto desesperado, Connor usó la última arma que recordaba de las clases que tomaba con su padre. Dió un golpe firme en el suelo y, de improviso, comenzó a crecer.

Ser un cambiaformas, uno bueno, implicaba poder manejar tú apariencia no solo por inspiración de otras especies, sino también por el tamaño y la potencia de la bestia en la que te convertías. Pronto Connor ya no fue un topo normal, sino que ya medía dos metros más y abarcaba gran parte de la cueva.

La bestia fue hacia él. Connor usó sus garras y dientes filosos, pero la bestia tenía fuego, así que el ataque, por más bueno que fuera, no duró mucho.

Pronto la bestia estaba sobre él. Connor comenzó a atragantarse con el humo de su hocico, tan débil lo puso este extraño elemento que tuvo que volver a su forma original, como humano.

La bestia gruñó, él alzó sus manos, conteniendo los dientes de la bestia y esperando a que el hielo trajera su espada de vuelta. Cuando la espada estuvo de vuelta Connor la impactó en su garganta, haciendo que la bestia soltara un chillido y que el humo de multiplicara.

El veneno estaba en su sangre, y podía sentirlo. Le hacía desear ceder, unirse a sus amigos y...

El rostro de Suzzet vino a su mente. «No temas», le había advertido. Justo entonces sintió venir hacia él todos aquellos pensamientos oscuros, sus peores miedos materializándose.

Eran los mismos de la vez en que habían quedado atrapados debajo del desierto. Perder a su familia, —lo que ya había sucedido—, volverse un monstruo salvaje, —lo que no había sido tan malo al final de cuentas—.

La bestia no estaba buscando sus mayores miedos, sino que los había recogido de aquella mala experiencia que al final tampoco habían podido superar.

«Conviértete en ella —también había dicho Zedric— Es la única forma de vencerla»

Connor regresó a las lecciones que le daba su padre de nuevo. Recordó que, ante todo, existía el último plan. Dejarse llevar, convertirse, por el instinto animal, en la bestia que se necesitaba en aquel momento para de derrotar a aquel animal.

Así es como supo que no debía de convertirse en la bestia, sino en algo más. En su némesis. Suspiró, se concentró, y tan rápido como había pensado en todo eso sintió que su cuerpo cambió, que un nuevo respiro de vida le llenó, haciéndose más grande, más fuerte, menos él mismo.

Lo que sea en lo que se convirtió del tamaño de aquel animal, sus ojos también eran brillantes, pero azules, y su piel, escamosa, era negra pero brillaba en tantos colores como los del arcoiris.

La bestia chilló, asustada, y fue a esconderse en lo más lejos de la cueva, huyendo de él.

Connor se sentía salvaje. De pronto le entraron ganas de rugir, cosa que no pudo reprimir, dejando salir un extraño sonido que no era para nada normal, tenía un toque de mágico e incluso sobrenatural.

La habitación se llenó de luz. Connor vió a sus amigos despertar, salir de su letargo, y parecer más aliviados y tranquilos que nunca.

Aquello no tenía sentido, era extraño, y hacía que todo pareciera irreal y mágico al mismo tiempo. Sus sentidos estaban sobrecargados, no lograba percibir más allá de la luz y la sensación de alivio que transmitía a sus amigos.

Al menos los estaba ayudando, al menos...

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