Capítulo 40. «Una recapitulación»

Un baile.

Hacía mucho tiempo que Zedric no asistía a uno. Recordaba aquellos primeros días en su niñez, cuando su padre lo llevaba temprano a la cama.

Él se escabullía por los pasadizos, buscando llegar al gran salón para ver toda la danza y a las hermosas mujeres con vestidos mucho más atrevidos que los de la cena. 

Las cosas eran muy diferentes desde entonces. Ahora estaban organizando el baile en nombre suyo y de sus amigos, el mismo rey de los elfos los había mandado a vestirse conforme a sus tradiciones, les había ordenado que comer, beber, y hacer en su reino. Una especie de prueba de sumisión que hacía a Zedric tener los pelos de punta.

—No sé tú —Nathan, desde el otro lado de la habitación, sacó a Zedric de su aturdimiento—. Pero me gusta mucho poder usar otro color aparte del rojo, amarillo, naranja y negro. Es revitalizante.

Nathan salió de los vestidores usando un vistoso traje morado, la vestimenta de los elfos era mucho menos pomposa, con cortes que hacían ver el cuerpo de Nathan mucho más cuadrado y, al mismo tiempo, elegante.

—Y combina con mis dos personalidades —agregó él—. La oscura y la luminosa.

—Pareces mucho más feliz —agregó Zedric con voz plana, tratando de no provocar a Nathan— Creí que estarías más preocupado después de qué...

—¿De qué Amaris averiguó mi más grande secreto? Lo estoy, pero no quiero ni demostrarlo. Bailaré, trataré de hacer que Piperina y ella se reconcilien, todo lo que sea necesario para que las cosas salgan bien.

—Desearía ser como tú y tener todo un plan en mente —musitó Zedric con incomodidad—. Pero si la visión de Amaris es correcta, el invierno está a menos de un mes de llegar. Necesitamos un ejército, un muy buen ejército, tan bueno que sea capaz de detener a los monstruos de salir de las puertas de la muerte.

—Tenemos dos buenos ejércitos y, si todo sale bien aquí, tendremos tres buenos ejércitos unidos en sólo uno. No te preocupes por eso.

—Tal vez el Reino Luna si se defienda, ¿Pero el nuestro? Mi padre no dejará ir a sus huestes tan lejos si tiene que dejar a su reino desprotegido.

Nathan apretó los labios. Zedric no entendía como podía estar tan tranquilo cuando Harry y él llevaban debatiendo durante semanas la forma de corregir aquel desastre. El rey estaba furioso con Zedric, cada noche enviaba misivas sobre lo mal que le iba a ir cuando regresara y de lo bien que le iba a Calum con su campaña.

¿Y si perdía a su reino también? ¿Calum podía unirse a Zara y al mismo tiempo dar el rostro en sus campañas?

Suspiró. Se arregló el traje oscuro que le habían dado por última vez, era de un azul casi negro, hombreras doradas y varias incrustaciones de joyas de todos los colores. Definitivamente no era lo que usaba comúnmente.

—Ganaremos Zedric, y haré lo que sea para conseguirlo, incluso convertirme en una bestia monstruosa o en un dios loco con tal de ganar y mantener todo lo que siempre hemos tenido. ¿Cómo puedes convertirte un buen rey y mejorar si no tienes un reino que gobernar? Lo conseguiremos.

☀️☀️☀️

Aquella fue una noche llena de estrellas. Amaris las observó con parsimonia, tratando de no intimidarse por lo mágico que parecía ese lugar comparado con su casa.

De alguna forma los elfos se habían escondido por miles de años, y era por la extraña barrera de magia que los protegía y los sacaba y volvía constantemente de vuelta al mar, haciendo aquella isla, por las noches, en una ciudad flotante.

La altura estaba mareándola. Todo a su alrededor estaba oscuro, la parte más alta de la isla, —dónde vivían los elfos mayores, reyes, duques, e inmortales—, era lujosa, luminosa, y estaba toda construida con adoquines blancos y puros.

La roca era tan lisa y brillosa como la misma Luna, y cambiaba de color respecto a la magia que deambulaba sobre ella, abundante en aquella zona.

—El rey los ha recibido bien porque sabe que son buenos —dijo Friedrich con lentitud mientras conducía a los hombres por los pasillos del, por así decir, palacio de aquella clase—. Pocos llegan tan lejos.

—¿Pocos? —preguntó Skrain, como siempre nada se le podía pasar—. ¿Ha habido más?

—Pocos significa que ha habido más —se burló Friedrich—. Pero cada caso es distinto y no hablaré de eso.

Skrain entrecerró los ojos. Zedric se mantuvo observando el arte de aquel lugar, tan antiguo pero, al mismo tiempo, tan bien conservado que parecía haber sido pintado el día anterior.

Friedrich se detuvo. Connor por poco y choca con Nathan, que sonrió y lo detuvo antes de que sucediera.

—Bueno, esta es la entrada este. Por aquí me ha ordenado que los traiga el rey. Ustedes... —suspiró, buscando una forma de explicarse—. Digamos que por la entrada oeste entraran las damas, y, de hecho, tal vez ya lo hayan hecho. El punto es que estas dos entradas son muy... visibles. Todos se fijarán en ustedes, a eso me refiero.

El ambiente se puso tenso enseguida. El gran portal frente a ellos parecía brillante, las voces, risas, y música de oían después de ellas. Friedrich abrió.

Zedric avanzó, cegado por la luz, y notó que aquella entrada daba otro pasillo que se dividía, a su vez, en tres partes. En el medio estaban las escaleras, amplias y que llevaban al gran salón de baile, mientras que alrededor estaban dos amplios pasillos en los que estaban el comedor y una sala de juegos bastante interesante.

La mayoría de los asistentes estaban en el baile. A diferencia de los bailes del Reino Sol y Luna, —qué si bien no eran iguales solían ser bastantes parecidos—, en aquel baile las vestimentas eran mucho más sencillas, holgadas, pero también, al mismo tiempo, pulcras y elegantes.

Los vestidos de las mujeres estaban hechos con suma maestría. La mayoría eran de seda, con una majestuosa caída y hombros descubiertos.

Y aquello no fue lo único que llamó su atención. También le interesó la forma en que las mujeres estaban maquilladas, —algo mucho menos discreto y familiar—, así como el hecho de que la música no fuera tan movida y estuviera casi toda entonada a base de instrumentos de viento, lenta y romántica.

Las personas realmente estaban observándolos. Zedric sintió enseguida los pensamientos de todos viniendo hacia él, así que trató de contenerse un poco para no perder la cordura.

—Les dije que era una entrada muy llamativa —se burló entonces Friedrich. Su mirada se enfocó en las escaleras que estaban al lado contrario de ellos y de dónde las chicas, también vestidas bajo el mandato del rey, venían.

Cómo siempre, Amaris fue la primera que llamó su atención. La había visto antes vestida de rojo, pero aquel vestido quedaba en ella tan bien que le cortaba la respiración. Su cabello estaba agarrado dejando ver por completo su rostro, maquillado igual de rojo en los ojos y labios, un rojo como la sangre que se difuminaba en los puntos exactos.

—El rey busca lo que les queda mejor, pero hizo esto más porque quería retarlos, sacarlos de su zona de confort, conoce a sus reinos muy bien —dijo Friedrich de nuevo mientras los conducía al centro de la pista, donde el rey los esperaba.

—¡Aquí están, nuestros forasteros! —anunció Friedrich a la multitud cuando hubieron llegado al centro de la pista los chicos y las chicas—. Se han probado en nuestras tierras y en las de los artesanos, ahora vienen aquí, a probarse frente a ustedes, los que lo han visto todo. ¡Denles una buena bienvenida!

El rey se adelantó, al parecer siendo el que debía dar comienzo al baile.

—¿Me haría el honor? —le preguntó a Piperina, a quien alcanzó primero—. Hace mucho que una hija de Erydas no viene a nuestras tierras.

Piperina era la única que vestía de acuerdo a su ascendencia. Su vestido era verde esmeralda, más pomposo que el de las otras, con un tul con caída llena de luminosos cristales y mangas del mismo material. Su cabello estaba agarrado en un moño elaborado y sus ojos perfilados de verde y rojo cenizo, al igual que sus labios.

—Claro que acepto, al contrario, usted me está concediendo el honor a mí. 

Zedric se hubiera sentido impresionado por la elegancia y buena dicción de Piperina, digna de una buena noble, de no haber sido distraído por un par de pensamientos que venían hacia él provenientes de Alannah.

Eran pensamientos oscuros, tanto que Zedric llegó a preguntarse porque no los había notado antes. Celos, envidia, enojo. Hacia Piperina por tenerlo todo.

☀️☀️☀️

El rey de los elfos era extraño. Obviamente no era humano, se le notaba la inmortalidad más que a los demás elfos, seguro porque era el más viejo entre ellos.

Tenía este aire de sabiduría. Sus rasgos eran firmes, con una seguridad palpable. Su cabello castaño, largo, lacio, y una barba espesa no muy larga. Era alto, pero no robusto, más bien delgado.

—Creí que no habían tenido visitas como las mías desde hace mucho tiempo, pero hizo énfasis en la frase, «una hija de Erydas», ¿Qué tengo yo de especial? —contestó Piperina en un intento de hacer el baile menos protocolario, más familiar.

El rey sonrió. Era bueno bailando, sabía guiar bien a Piperina y al mismo tiempo parecía estar observando todo a su alrededor.

—Ha sido un ciclo. Primero vino a mí una hija de Skrain, luego una hija de la Luna, le siguió uno del Sol, y el ciclo se cierra aquí, con usted. Todos vinieron a pedir algo, todos influyeron en la formación de esta nueva etapa, y la culminación está cerca.

—¿El ciclo tiene algo que ver con estas «eras», de las que tanto he oído hablar últimamente? Suzzet también sabía de ellas y nos dijo que eran muy importantes para ustedes, incluso.

—Sí, es lo mismo.

—¿Entonces usted me ayudará como los ayudó a ellos?

—Tal vez. Creo saber que es lo qué quieren, pero necesito una propuesta y un plan concretos. De no ser así, una problemática y total sumisión respecto a lo que mis consejeros y un servidor decidamos para resolverlo. Tan simple como eso.

Piperina contuvo la respiración. Sabía que la canción estaba por terminar, pero no fue eso lo que le hizo dudar antes de responder, sino que no estaba segura de lo que tenía que pedir. ¿Un ejército? ¿Ayuda para saber dónde estaban las puertas de la muerte? ¿Realmente sabía si era seguro ir hacia allá? ¿Qué era exactamente lo que Zara quería? ¿Amaris se enojaría si tomaba una mala decisión?

Al final, dejó las cosas a la deriva, contestando:

—Por supuesto qué tenemos un plan y una solución preparados. Le encantará saber todo el drama qué hay allá fuera.

—Me encantaría escucharlo después del baile.

🌙🌙🌙

El baile terminó varios segundos después. La banda se silenció y el rey invitó a todos a pasar al comedor para la gran cena.

Amaris se apresuró a alcanzar a Zedric. Acababa de bailar con la hija del rey y estaba riendo animadamente con Nathan, así que aprovechó y lo tomó de la muñeca antes de que la cena comenzara.

—¿Escuchaste la conversación que Piperina tuvo con el rey? ¿Lo del plan qué se supone que debemos tener?

—Sí, lo escuché —contestó Zedric—. Estoy pensando en un buen plan desde entonces.

—Pero hay que hacerselo saber a ella, tiene qué decirlo ella —insistió Amaris—. Y no quiere saber nada acerca de las puertas de la muerte. Pero si Zara...

—Lo sé, lo sé —Zedric apretó los labios, pero fue apenas visible, porque luego le apretó la mano y dijo—: Hablaré con ella, trataré de convencerla.

—No, lo haré yo, soy su hermana —insistió Amaris.

—¿Pero no estaban enojadas? ¿Estás segura?

—Sí —contestó ella. Estaba segura.

Amaris caminó hacia la gran mesa del comedor y se sentó al lado de su hermana. La tomó de la mano, y dijo:

—Creo tener un plan perfecto, pero tienes que escucharme.

Piperina bajó la mirada y separó la mano de la suya. Amaris se esforzó por no parecer nerviosa, pero ella y su hermana casi nunca peleaban, se mantenían siempre unidas y apoyándose ante todo.

Aún recordaba aquella incipiente visión, dónde una voz, la de la Luna, se había acercado a ella para decirle toda la verdad sobre lo que se avecinaba.

«Levántate, hija mía —le había dicho, su voz queda, seria, y al mismo tiempo tranquilizante, aquello a causa de la magia—. Zara está reuniendo sus ejércitos en camino a las puertas de la muerte, está cerca como nunca le ha estado de revivir a los Crouss y a su ejército, y si lo hace, si lo hace tú y tus amigos estarán perdidos. Ve con Nathan, él tiene la respuesta a tus deseos»

—Siempre te he escuchado Amaris, aún cuando algunas veces pareces estar enloqueciendo —contestó Piperina en un tono bastante marcado y mordaz. Podía sentir algunas miradas sobre ellas, así que bajó aún más su tono de voz, para luego decir:

—Sabes lo que pasa. Lo has visto. Algo peor viene, y no es porque yo quiera revivirlo, es porque ese ejército, si vuelve, será imparable.

—Y sólo los elfos saben cómo detenerlo.

—Exacto.

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