Capítulo 39. «Lo qué ni la naturaleza sabe»
—¿Y Nathan? —preguntó Amaris la mañana siguiente. Estaban en el gran comedor de los artesanos, los segundos en la clase social de los elfos.
Piperina apretó los labios. No sabía que le pasaba, pero sabía que tenía que ver con aquel beso fortuito después del baile. Suspiró, bajó la mirada, y se mantuvo callada ante la pregunta de su hermana.
—Parece qué el poder que tiene lo está abrumando un poco —respondió Zedric, que estaba más serio de lo habitual— Pasará de esta prueba, pero estará bien para la siguiente.
Un silencio incómodo llenó el lugar. El siguiente en hablar fue Connor, que preguntó:
—¿Y? ¿Cómo es la prueba de hoy?
—Hoy ustedes son campesinos —comenzó a explicar Suzzet—. Pasarán todo un día con ellos, que los juzgarán y verán si son tan buenos como parecen. Estamos hablando de la clase obrera, así que las joyas o regalos costosos no les serán de mucha ayuda. Tienen que encontrar algo que les sirva para sobrevivir.
—¿Algo qué les guste a estos, «campesinos»? —preguntó Skrain—. En mi aldea adoraban los cultos a los dioses, o la caza. Hacían todo tipo de celebraciones y...
—No son tan adeptos a los dioses. Creen en el poder natural.
Piperina bajó la mirada. Se le vino a la mente aquel relato de Nathan, cuando el mismo Dios de las sombras le dijo que deberían de dejar de confiar en los dioses. ¿Vivían realmente en un engaño? ¿Podría aprender algo de esta nueva raza?
La conversación siguió fluyendo, pero Piperina apenas si pudo escuchar, presa de sus pensamientos. Sentía que algo se le estaba pasando de largo, y justo esos pensamientos le habían causado problemas en el pasado por haberlos ignorado indiscriminadamente.
—Piperina, ¿Crees qué puedas salir un momento conmigo? —fue Zedric el que la sacó de su aturdimiento— Tenemos que hablar.
Piperina subió la mirada, pero no hacía Zedric, sino hacia Amaris, que asintió dejándole en claro que era algo importante.
—Vamos —contestó, llena de curiosidad.
Notó que había varias miradas sobre ellos, altos elfos llenos de poder que parecían estarlos evaluando antes de que siquiera la prueba comenzara. Salieron del comedor, yendo hacia amplío jardín con una hermosa vista hacia el mar.
Le recordaba a casa, la que apenas habían dejado pero que se sentía extremadamente lejana.
—Tienes demasiadas cosas en la mente —dijo Zedric para traerla de vuelta al mundo de los cuerdos—. ¿Algo qué te abrume en especial?
—Ya debes saberlo —contestó Piperina con ojos entrecerrados—. Sabes todo lo que se tiene que saber de todos. Entras en las mentes, por la Luna. ¿Por qué quieres hablar conmigo?
Zedric bajó la mirada. Parecía saber exactamente lo que tenía que decir, pero no lo hizo, más bien se mantuvo callado por cinco segundos interminables.
—Está bien, puede que sepa mucho, pero no lo sé todo. ¿Sabes en qué te beneficia todo el conocimiento que parezco tener últimamente?
—¿En qué puedo sentirme segura al saber que amas a mí hermana y nunca me harías daño?
Zedric sonrió. Vaya que la luminosidad del Sol seguía con él, porque su sonrisa era más que atractiva, sino poderosa. Poderosa porque transmitía conocimiento.
—No, en qué sé exactamente lo que necesitas. ¿Quieres qué te diga lo que necesitas saber?
Piperina frunció el ceño. Para Amaris tal vez aquello era atractivo, pero para ella era más tenebroso que otra cosa. Era como tener a un acosador que no quiere acosarte.
Aún así, y siguiendo a su curiosidad, fiel compañera, contestó:
—Bueno, dilo.
—Sé que es lo qué Nathan tiene. Entiendo porqué no saldrá todo el día de hoy. ¿Quieres saberlo también?
—Pues... —dudó—. ¿Es muy íntimo?
—No. En realidad es peligroso.
—Suéltalo, entonces.
—¿Recuerdas que el Dios de las Sombras antes era una bestia? ¿Qué estuvo a punto de tragarse a Nathan? —Piperina asintió— Pues ahora Nathan tiene a las sombras dentro de él, y sino la acepta, sino da todo de él...
—¿Sino acepta qué?
—Pues las sombras buscarán energía de algún lugar. Nathan no se convertirá en un dios, sino en una bestia, y absorberá todo a su alrededor. Eso son las sombras, siempre están buscando un lugar donde infiltrarse. Cuando te besó él...
—Me hizo desear darle todo. Sentí que...
—Comenzó a quitarte energía sin saberlo. Es una cosa que sucede cuando tienes nuevos poderes y no sabes sus variantes. Debes estar familiarizada con eso. Cómo cuando colapsaste fuera del palacio, porque su conexión se estaba cortando, y el poder salió de la nada...
—¡Deja de hacerlo! —exclamó Piperina—. Está claro que se te da entrar a mí mente, pero deja de hacerlo. Yo... —se detuvo— es incómodo.
—Lo intentaré, pero es como escuchar. ¿Puedes apagar tus oídos?
—Obviamente...
—Bueno, amigos míos —los interrumpió Suzzet, a su lado había una mujer fortachona y extraña, a la que señaló cuando dijo—:, su día comienza en este momento. Zedric, tú y Amaris irán con Thalia.
Zedric sonrió. Estiró su mano, saludando a aquella extraña mujer de cabello morado y ojos azules. Irradiaba poder, pero no poder como al que estaba acostumbraba a percibir.
—Un gusto conocerla —dijo.
—Y tú, Piperina, irás con su hija, Greta y Skrain.
Piperina no había notado a la chica detrás de ambas. Era pequeña, delgada, y tenía tatuajes con forma de espinas por todo el cuerpo.
Parecía tener poca edad, pero por su apariencia, llena de luz y sabiduría, Piperina llegó a percibir que era mayor.
—No te dejes llevar por tus deseos carnales —le advirtió Zedric antes de que se separaran—. Tienes a alguien esperando por tí en tus aposentos, ¿Recuerdas?
🌙🌙🌙
—Así que, Greta, ¿Qué te gusta hacer en tus tiempos libres? —preguntó Piperina en un intento desesperado por salir de su aburrimiento.
La niña mencionada frunció el ceño, indicándole que siguiera trabajando. Piperina estaba moviendo la tierra para ella, esparciendo el fertilizante que de encontraba en la carreta a un lado de los sembradíos.
Greta movía sus manos, controlando a miles de bicharrajos para que fertilizaran aún más rápidamente los plantíos, mientras que Skrain, a su lado, controlaba varios triciclos ambulantes que trasquilaban la tierra aún más rápido que Piperina.
—Nunca tengo tiempo libre. Tener tiempo libre significa ser flojo, no dedicarse al bien de mi pueblo.
—Para ser una niña tienes unas convicciones bastante maduras —observó Piperina con orgullo. Esperaba que la niña se sintiera halagada, pero en vez de eso mantuvo su vista hacia un lado, distraída.
Miraba a Skrain, seguro atraída por él. Entendía aquella sensación y le molestaba más de lo que quería aceptar.
La cosa era que, todo aquel día, sin parar, Skrain había sido perfecto. El hombre fuerte, poderoso, y útil que atraía a cada una de las campesinas con las que se cruzaba. Seguro pasarían la prueba por él, pero Piperina estaba sintiéndose tan inútil que haría cualquier cosa para, aunque sea, conseguir un poco de mérito en aquella misión.
—Puedo ayudarte a llamar su atención —susurró Piperina con diversión, desesperada por conseguir el favor de la niña.
Esta entrecerró los ojos y, de nuevo, frunció el ceño. Había algo salvaje en ella. Su cabello casi pelirrojo y ojos oscuros, la piel llena de tatuajes y rasgos duros pero femeninos.
—No puedes. No eres el tipo de persona que le gustaría.
—Pero sé el tipo de persona que le gusta —se aventuró a decir Piperina mientras forzaba una gran sonrisa—. Ven, te ayudaré a mostrarle lo poderosa que eres. Moveré la tierra un poco, y justo en ese momento debes hacer que todos los insectos en ella salgan para fertilizar las plantas. Intenta hacer figuras, algo que llame su atención, entonces podrás hablar con él.
La niña asintió, emocionada. Piperina se concentró, tratando de enfocarse en la parte de los sembradíos que estuviera más plagada de insectos. Aquella era la gran habilidad de la niña, moverlos a su disposición.
—Espera, no... —la pequeña soltó un gemido de desesperación al ver que la tierra se comenzó a mover más de lo previsto—. ¡Estás arruinando todo! ¡Esa parte ya estaba lista para dar fruto!
Piperina detuvo sus poderes por dos segundos. No lo había esperado, querido, o ansiado, su poder sólo había salido sin inhibición alguna.
—Lo siento —dijo.
—No entiendes lo difícil que es sembrar aquí para nosotros, ¿No es así? Cómo artesanos tenemos habilidades con los elementos generalmente, habilidades con el fuego, el aire, pero, con la tierra... —suspiró—. No, con la tierra no. Lo más cerca que estamos de manejarla es mover a los miserables insectos de un lugar al otro en nuestro beneficio.
—¿Pero por qué? ¿Qué pasó con la tierra?
—Son las consecuencias de escondernos. Cómo dejamos solos a los hijos de Erydas este nos quitó cualquier dominio en la tierra, en las plantas. ¡En todo! Si tan solo yo...
—Tal vez pueda ayudarte —interrumpió Piperina, dispuesta a ayudar—: Mi hermana, Amaris, tiene un don muy bueno con el agua. En mi reino la usan para sembrar, dar vida y acelerar el crecimiento de las plantas. Puedo llamarla y...
—No. ¿Crees qué no lo hemos intentado? Es nuestra maldición. No podemos darle vida a las plantas de este lugar más que con trabajo duro, como cualquier humano lo haría. Estamos condenados por haberlos dejado en un tiempo atrás, y lo estaremos por siempre, tan simple como eso.
—Ella es una hija de Erydas. Es una semidiosa.
—¿Y tú no eres su hermana? ¿Una llamada por Erydas? ¿Dónde está ese poder maravilloso con las plantas qué tanto necesitamos? No funciona, porque estas tierras están malditas.
Piperina resopló.
—Yo... ¡No puedo, pero no es culpa de estas tierras, es culpa mía! Soy mala, no sé lo que hago, pero ella...
Piperina fue silenciada al sentir que una ráfaga de aire frío de colaba por sus orejas, yendo de los pies a su cabeza y dándole unos escalofríos tan molestos que tuvo que respirar rápidamente, intentando calmar la sensación de que se le cortaba la respiración.
Skrain la jaló de la cintura, haciéndola girar hasta que quedaron frente a frente.
—Tranquila —murmuró, pegando su frente a la suya—. Este lugar vuelve tus habilidades inestables. Tus emociones también están hasta el tope, y si tú no lo controlas...
—Pasará lo que pasó en la provincia de Nathan. Lo sé. Pero es que yo...
Skrain la tomó de las mejillas.
—Puedes controlarlo, yo sé que puedes —insistió.
Piperina cerró los ojos. Suspiró, trató de regular su respiración, y buscó algo que pudiera funcionar para arreglar las cosas.
«Padre... —pensó— Si realmente estás en alguna parte, si realmente quieres volver con mi madre y ganar esta guerra, entonces, entonces deshazte de esta extraña maldición»
Y recibió una respuesta. Fue sorprendente lo rápido que sucedió.
«Tú puedes hacerlo —una voz entró en su mente cortándole la respiración—. Eres mí hija y yo te doy el dominio sobre mis tierras. Tienes el poder, pero el dominio, el dominio es otra cosa»
Piperina abrió los ojos. Skrain seguía sosteniéndola, sus ojos grises firmes en ella.
—Lo tienes —dijo.
—Gracias —respondió ella. Se soltó de él, volteó de nuevo hacia la niña, que los miraba llena de curiosidad, y dijo:
—Tienes razón, debería de tener el poder de deshacer esta maldición, y lo tengo. Ahora, —desvió la mirada hacia el borde de sus territorios, hasta donde alcanzó a ver qué Amaris, Zedric, y Thalia los observaban, de seguro habían oído todo el alboroto—. Te daré a tí la responsabilidad de ver por estas tierras. Acércate.
La niña parecía asustada. Sus pasos, lentos, su mirada con ojos que parpadeaban con rapidez, un sonrojo extraño en el cuello y sus tatuajes, que se movían de un lado al otro.
Piperina suspiró. Tocó la frente de la niña, tal como Zedric había hecho para ver dentro de Nathan, y buscó. Buscó algún atisbo de magia escondida, una maldición, un conjuro, algo.
Pronto lo encontró.
—Largo de aquí —dijo. Sintió a aquella maldición esfumarse y los tatuajes, siendo parte de ella, se fueron también.
—Me gustaban —farfulló la niña—. Pero ahora...
—Ahora tienes más de lo que nunca has tenido —dijo Piperina.
🌙🌙🌙
Piperina regresó a su dormitorio con una gran sonrisa en el rostro. Todos los artesanos la habían felicitado, regalándole presentes preciosos y llenos de amor, desde pulceras, collares, sombreros y ropa, hasta comida, pasteles y quesos.
Era lo que menos esperaba de los elfos, si era honesta con ella misma. Los veía como una raza fuerte, perseverante, y sin defectos. Pero estos elfos, divididos en clases sociales dependiendo de sus poderes, su vida mortal o inmortal, y padres, eran mucho más complejos de lo que había imaginado.
—Pareces desquiciadamente feliz —escuchó decir al entrar en la habitación—. ¿Skrain tiene algo qué ver, o es percepción mía?
Era Nathan. Piperina lo buscó por la habitación, pero, a primera vista, no logró percibir nada.
—No, es cosa mía. Él ayudó pero yo... —sonrió—. Pude hacerlo, conseguir algo que los elfos deseaban con todo su ser. Les quité una maldición y...
—Oh, Piperina, estoy muy feliz por tí —dijo Nathan. Por fin su imagen se materializó, dejando ver al ser en que se convertía cuando andaba en las sombras, su cabello negro y ojos oscuros seguían inquietando a Piperina—. Pero lo siento. Tengo algo qué decirte, yo...
—Nathan, ¿Qué pasó? —preguntó ella, confusa.
Él bajó la mirada, avergonzada, y respondió:
—Estabas fuera, yo estaba en mi camarote, no podía concentrarme. Entonces llegó Amaris, estaba hecha una furia, comenzó a gritarme, hablando sobre una misión, y el porque no le había dicho de las puertas de la muerte, así que no pude quedarme callado y le conté todo. Todo.
—No puede ser —farfulló Piperina con incredulidad, sus miembros se sentían débiles, estaba comenzando a sudar en seco—. ¿Está muy molesta?
—Parece que volvió a ver a la Luna y le dijo, le dijo que...
—¡Vamos Nathan, dilo!
—Dijo qué Zara está yendo a las puertas de la muerte. Quiere revivir al ejército de los Crouss y dejar salir a las bestias más antiguas de nuestra era, y lo hará cuando llegue el invierno.
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