Capítulo 38. «Nada es lo mismo»

—Así que, y ustedes están seguros, Alannah es la mejor con la música —dijo Suzzet, la furia aún resonando en su voz—. Necesitamos que alguien baile, si es que la llevaremos. Y alguien que recite, porque eso también les gusta. Sino pasamos esto...

—Piperina y Amaris saben bailar —interrumpió Zedric, cual padre orgulloso—. Nathan recitará, es buenísimo haciéndolo.

—La cosa se hará al atardecer —insistió Suzzet—. Al menos practiquen un poco para que no salga tan mal.

—Lo hemos hecho muchas veces —intervinó Alannah—. Soy muy buena con la corneta lunar y siempre que llegamos a un nuevo lugar nos piden que hagamos espectáculos para los más grandes nobles. No te preocupes por eso. Niñas, ¿Está bien qué les mostremos el canto de noche?

—No —respondió Piperina—. Es muy lento. Mejor hagamos algo divertido, como la danza de las luciérnagas.

—Insisto en que bailemos el canto de la noche. Por mucho es el que mejor puedo tocar.

—Pues la danza de las luciérnagas es lo que mejor podemos bailar, y Amaris concuerda conmigo, ¿No es así?

Amaris suspiró, cansada de oír a sus hermanas discutir. Ya era algo de siempre, constantemente se encontraban peleando por las cosas más mínimas. Buscando paz entre las dos, dijo:

—Hagamos una combinación. Comenzamos con el canto de la noche, que es lenta, y terminamos con la danza de las luciérnagas. ¿Está bien para las dos, o tienen otra cosa por la cuál pelear?

—Está bien —respondió Piperina, la única persona sin la cordura como para avergonzarse. Alannah bajó la mirada, tan inocente como siempre.

Justo en aquel momento el barco comenzó a tambalearse. En la lejanía una especie de tornado parecía acercarse, y al enfocar la misión Amaris apenas si pudo notar de lo que se trataba.

Era Harry montado en Lindo, el dragón de Zedric. Aun seguía sin asimilar la existencia de estos grandes seres y su maravillosa magnificencia.

Harry bajó del dragón, su rostro serio y mirada decidida.

—El rey está furioso, no podrá esconder tú ausencia por mucho tiempo más.

Zedric suspiró. No quería que los demás se enteraran de sus problemas, porque comenzó a hablar bajo y fue con Harry hacia los camarotes.

🌙🌙🌙

Ensayar fue prácticamente imposible. Piperina se mantuvo inquieta todo el tramo intermedio de tiempo, llena de nerviosismo por lo que venía.

Nathan iba a su lado mientras caminaban hacia la explanada de espectáculos. Suzzet les había explicado que en aquel lugar de decidía a los mejores para ir a presentarse frente a la nobleza, a los más grandes artistas. Era una especie de iniciación.

—No sabía que fueras bueno recitando —no tuvo opción que decir Piperina mientras llegaban a esta gran explanada. Era, más bien, una especie de teatro.

Había escalones para el público, (al menos cien que iban en forma ascendente), y un escenario grande y maravillosamente decorado de forma rústica pero vistosa y elegante.

En casa habían escenarios, pero eran más altos, el público estaba debajo en butacas o sillas elegantes. No eran edificios en sí, pero estaban apunto de serlo.

—Y yo no sabía que tú bailabas.

Nathan se adelantó. Amaris alcanzó a Piperina. Se veía emocionada, sus ojos brillaban y su cabello negro se ondulaba con la brisa de la noche.

—Es afortunado que Alannah y Suzzet hayan hablado antes de venir, porque de otro modo no hubiéramos traído los vestidos de las presentaciones —dijo.

Piperina se removió, incómoda. Las cuentas del vestido verde que llevaba le parecían incómodas, incluso más el turbante que llevaba en la cabeza. Se veía bien, tenía que admitirlo, pero, aún así, era molesto.

—Muy afortunado —contestó.

Friedrich los esperaba en la entrada al teatro, su mirada altiva y pose tranquila. Al verlos una sonrisa pasó por su rostro, entonces dijo:

—Tienen unos cuantos minutos más para prepararse, la gente está casi al tope, siéntanse afortunados.

—Hoy es un día lleno de fortunas —se burló Piperina para sí misma. Friedrich le devolvió la sonrisa, divertido, y le ofreció la mano para acompañarla adentro.

Aquello pareció enfurecer a Suzzet, y fue la principal razón por la que Piperina aceptó la mano de aquel desconocido. No hablaron de mucho, él simplemente le dijo que tenía fé en ella y luego la dejó en una especie de camerino sin importarle las miradas que estaba recibiendo también de Nathan.

Piperina dejó que Amaris la maquillara en los últimos minutos que quedaban. Cuando el cupo del teatro se llenó, Friedrich hizo una breve introducción y le cedió el tiempo a los que llamó, «forasteros».

Era raro que le llamaran así, pero Piperina trató de anteponerse a eso. Entonces escuchó que la corneta lunar comenzó a sonar bajo las manos de Alannah, y no hubo vuelta atrás.

El canto de la noche era lento al comienzo. La historia en ella decía que, cuando la luz del sol se iba, los monstruos salían y devoraban a quién se interpusiera en su camino, pero, y si eras devoto, la Luna te salvaría con su magia y poder divino.

Los movimientos en ella eran lentos, pero fluidos. Había bailado innumerables veces junto a Amaris, ambas sabían lo que hacían. Uno, dos pasos, vuelta, manos estiradas, reverencia.

El sonido de la corneta lunar, maravilloso,la guiaba. Alannah era muy buena tocando, era su mayor don y lo que le había ganado renombre en el reino. Connor estaba ayudando tocando los tambores, que servían como fondo y le daban un tono más salvaje al baile. Pronto estos comenzaron a ir más rápido, señal de que la  canción estaba por cambiar.

El que tomó los tambores después de él fue Skrain. Piperina no supo cómo, pero comenzó a tocar la danza de las luciérnagas con tal facilidad que le cortó la respiración.

Las manos de Alannah se movieron con excesiva maestría dando forma a la canción. Connor se les unió a bailar en el escenario, haciendo movimientos fuertes, salvajes pero fluidos. Primero tomó la cintura de Piperina y Amaris pasó atrás mientras hacían un pequeño solo, luego Amaris avanzó y bailó con él.

En este momento las cosas comenzaron a ponerse intensas. La magia estaba influyendo sobre ellos, porque los ojos de él y de Amaris tomaron un color azul blanquecino sobrenatural. Sus movimientos cambiaron, lejos de lo que era su baile de siempre y cambiando la coreografía.

Aún así el baile, por sí mismo, parecía mejor que la coreografía original. Se veía natural, místico, una danza de cuerpos mítica.

Connor tomó a Amaris en sus brazos. Esta parecía una muñeca de trapo, sensible, y enseguida el baile volvió a ser efusivo hasta que, de la nada, las luces se apagaron y terminó.

Aquello debió haberlo hecho Zedric, seguro preparando la entrada de Nathan. Cuando las luces volvieron él estaba ahí, elegante, con un libro en sus manos.

Era el libro de Amaris, el que tanto amaba. Sin reparos, Nathan comenzó a recitar.

—En la noche, cuando la luz dejaba al mundo de los mortales, los monstruos salían a cazar a sus presas, bellas mujeres puras y llenas de amor. ¿Pueden ellas defenderse? ¿Pueden sus niños salir ilesos ante el abuso de estos monstruos? No, no temas, llena de sabiduría, no temas, bella flor, fluye, y sálvate a tí misma, fluye, y rézale a la Luna. Canta, confía en el Sol, llora, aprende de la aflicción. Ríe, cuando todo esté tranquilo, aprende, que sin tí el mundo es vacío. Esto es lo que eres, esto es lo que somos, porque sin tí, Erydas no es nada. Oh, bella mortal, oh, linda salvadora, quédate.

Su relato fue maravilloso en cada una de las formas en que pudo serlo. La voz de Nathan fue fuerte, intrigante y llena de sentimientos en los mejores momentos, pero no fue sólo eso. Su poder se hizo presente.

Las sombras mostraron cada parte de la historia, siluetas que, con vida, la representaban. El poder de Nathan era atrayente de una forma perversa, e incluso su cabello cambió de color de nuevo, la música se comenzó a tocar sola, su poder ejerciendo en todo momento una influencia tenebrosa y atractiva.

El relato terminó y cada atisbo de luz se fue, quedando todo en completa oscuridad. Al bajar a los camerinos Piperina escuchó el bullicio de la gente, los aplausos, los gritos y risas de satisfacción.

También notó que la satisfacción estaba en sus amigos. Amaris fue hasta Zedric y lo besó, satisfecha, mientras que Alannah, Skrain, Suzzet y Connor guardaban las cosas entre risas.

—¿No te gustaría qué también te regale un beso? —preguntó Nathan en su oreja, divertido, llegando desde atrás con un sigilo que le erizó a Piperina la piel—. Somos esposos, sería de lo más natural, ¿No es así?

—No lo somos oficialmente. Hasta que un monje de Luna no declare nuestra unión yo no estaré formalmente casada, mucho menos hasta que esta sea consumada—musitó ella—. No juegues con esas cosas. 

—¿Jugar? —Nathan entrecerró los ojos, divertido—. Jugaría sino fuera real. La magia sabe que estamos juntos, ¿Qué importa lo demás? 

Piperina centró firmemente la mirada en Nathan. Aquellas palabras habían perdido lo divertido, añadiendo una especie de reto que no dejó de ser más que atrayente. Fue así como, siguiendo a sus instintos, se dejó llevar.

Lo besó, sintiendo la forma en que él se sorprendió y, al mismo tiempo, en que le respondió con un anhelo increíble. Era bueno, tan bueno como nunca lo había sido.

Sentía el poder de Nathan atrayéndola hacia él, las sombras fusionándose con el poder que Erydas le daba. La atraía. Le daban ganas de darle todo, de dejarse llevar y...

Justo en ese momento Nathan se separó de ella. Ambos apenas si podían respirar, asimilando lo que acababa de suceder.

—¿Por qué te separas sí...? —estaba preguntando Piperina justo en el momento en que Nathan se fue de largo dejándola sola.

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